CON MAÍZ HAY PAÍS

El maíz fue la matriz generadora de un proceso civilizatorio que comenzó hace aproximadamente 10 mil años. Al domesticar el maíz, los antepasados mesoamericanos inventaron la agricultura, actividad a partir de la cual se asentaron, y liberaron tiempo social para el arte, la astronomía, la poesía, la religión. Gracias al maíz se creó una visión del mundo con un sistema de pensamiento, una cosmovisión, un panteón, y fue posible el florecimiento de una cultura.

Se trata de un largo proceso que aún hoy encuentra sus raíces en el maíz y en la milpa, el primero como columna vertebral, y la segunda como el tejido que se establece a su alrededor para complementarse y promover una serie de relaciones de apoyo. En Mesoamérica, el maíz es el centro de la creación; su ciclo de vida posibilita la existencia humana, y da vida y forma a la vida comunitaria.

Podríamos contar la historia de México tomando el maíz como el protagonista central, siguiendo su evolución y las consecuencias profundas que ha tenido en la sociedad mesoamericana. El recuento comenzaría en la leyenda nahua de los Cuatro Soles, que narra la creación del universo, a la par del tránsito de la humanidad de su condición de recolectora y cazadora a la de agricultora; señala las plantas que sirvieron como sustento hasta el descubrimiento y la utilización del teocintle (acecintle), transformado luego en maíz.

También sería factible narrar el papel del maíz en los grandes cambios de la historia de México, tanto en la Independencia (Florescano, 1969) como en la revolución. O bien, como Arturo Warman, quien en La historia de un bastardo: maíz y capitalismo (1988) narró el caminar de esta planta por el mundo.

El maíz se ha convertido en actor central en la transformación del sistema alimentario mundial, pues es el cereal con mayor volumen de producción, en 2016 se produjo 29 por ciento más que el trigo, es el grano con mayor volúmen de producción en el mundo (FAO, 2017).

De aquella planta sagrada ligada al origen de una civilización, el maíz ha pasado a ser una de las mercancías más preciadas del mercado mundial y el cultivo clave para el desarrollo continuo del capitalismo en su nueva fase. Su valorización es tal que en Estados Unidos, el principal productor global de maíz, se llama este cereal cash crop (cultivo en efectivo), pues su siembra produce ganancias, como si en lugar de mazorcas la planta produjera billetes.

En este texto nos centraremos en la etapa actual, en la cual la perspectiva y el alcance del maíz han variado. El objetivo central consiste en entender el papel protagónico del maíz en el sistema alimentario mundial y la situación en México para desentrañar sus consecuencias en diversos ámbitos el modelo neoliberal impuesto. Los daños han sido amplios tanto en la producción del maíz como en el consumo de los alimentos, principalmente en la base de nuestra alimentación: las tortillas. Sin embargo, observamos la resistencia del pueblo del maíz, que persiste y defiende la planta sagrada.

El maíz en el concierto internacional

El éxito alcanzado por el cereal se debe tanto a su capacidad de adaptarse a las condiciones climáticas más diversas, la cual lo hace el cultivo idóneo para contender contra el cambio climático, y a su versatilidad: lo encontramos en la mayor parte de los alimentos industrializados. La figura 1 muestra cómo el maíz en su producción global ha ganado el primer lugar del trigo y del arroz.

Figura 1. Producción de los tres principales cereales en el mundo 1990-2016

Toneladas producidas en el mundo (1990-2016)

Fuente: FAO (http://faostat3.fao.org/). Consultado el 6 de diciembre de 2017.

 

Figura 2. Rendimientos mundiales de los tres principales cereales en el mundo 1990-2016 (toneladas/hectáreas)

Rendimiento mundial (1990-2016. toneladas/hectáreas)

Fuente: FAO (http://faostat3.fao.org/). Consultado el 6 de diciembre de 2017.

También destaca por su enorme capacidad de producción, es decir, por la gran biomasa que se produce a partir de un grano, lo cual da cuenta de la eficiencia productiva del cultivo. En la figura 2 se observan los altos rendimientos del maíz en comparación con los otros cereales básicos.

Una de las principales características de la producción de maíz es su elevada concentración en pocos países. Según las estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), los principales cinco países productores –de acuerdo con el promedio anual del periodo 2006-2016– son Estados Unidos (EU) con 36 por ciento; China, 21; Brasil, 7; México, 3; y Argentina, 3 (FAO, 2018).

Figura 3. Exportación mundial de maíz (2013)

El mercado mundial del maíz ha sido controlado por EU; sin embargo, mientras que en 1990 éste controlaba 72 por ciento del mercado global para 2013, como se observa en la figura 3 ha disminuido su participación en él a 20 por ciento (FAO, 2018). Esto no significa que haya disminuido la producción de maíz en EU; al contrario, entre 1990 y 2013 incrementó la producción, pero ha decrecido la exportación. Ello muestra que la producción ha encontrado mercado en el mismo país gracias al incremento de su uso, principalmente en la producción de agrocombustibles y en la industria de los alimentos procesados para producir almidón y jarabe de alta fructosa. Esto ha dado paso a Brasil como exportador del grano.

Las corporaciones transnacionales prefieren exportar directamente los derivados del maíz, con la absorción del valor agregado que se genera. Teniendo en cuenta sus múltiples usos, el maíz es probable que se encuentre en más de mil productos en un supermercado bien surtido. Está presente en la elaboración de más de 4 mil productos, ya sea como almidón o fructosa; algunos de ellos son aceites, cartón, chocolates, biocombustible y alimento animal (CEFP, 2007).

La mayor parte del maíz producido en EU es cultivado conforme b un modelo muy industrializado en la región conocida como “Cinturón del maíz”, que incluye porciones de Iowa, Illinois, Indiana, Nebraska y Kansas. El cultivo es sumamente tecnificado, con riego automatizado y semillas transgénicas de alto contenido en almidones, destinado a la alimentación de ganado, pero también canalizado a la industria alimentaria, producido con enormes subsidios.

La producción del maíz en México bajo el modelo neoliberal

El modelo neoliberal –conocido con el nombre de ventajas comparativas–, impulsado a partir de la década de 1980, en México significó un ajuste estructural que tuvo una de sus principales expresiones en la liberalización del comercio, en paralelo con la desregularización del mercado. La concreción de este modelo para la producción agrícola mexicana, y la economía en general, fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en vigor desde 1994.

Para el sector agrícola, la firma del TLCAN significó el sacrificio de la autosuficiencia alimentaria del país al apostar al mercado internacional como proveedor de los granos baratos para la alimentación de los mexicanos. Progresivamente, con las políticas de ajuste estructural se desmantelaron las funciones rectoras del Estado en la economía, transfiriendo dicha encomienda al sector privado y dando fin a su capacidad para apoyar a los productores de pequeña escala. La incorporación de la agricultura a la lógica del mercado ha pretendido aniquilar la agricultura de pequeña escala, cuyo objetivo es el despojo de los territorios y los recursos naturales.

El modelo ha tenido terribles consecuencias para la sociedad mexicana, resumidas en tres indicadores: a) la desnutrición ha alcanzado niveles sumamente perniciosos en sus dos extremos, por un lado ha crecido el hambre, y por el otro la obesidad se ha instalado en la población; b) la brutal migración ha llevado a la expulsión de 6.1 millones de connacionales entre 1996 y 2015 (Anuario de migración y remesas, 2017: 64) en condiciones de ilegalidad y alto peligro para su vida; y 3) la violencia se ha instalado en los territorios, azuzada por el despojo de los recursos que realizan las empresas y el narcotráfico.

En el caso del maíz, la apertura comercial ha provocado la importación a menor costo y el bajo precio, lo cual se traduce en el consumo de producto de mala calidad proveniente de EU. Sin embargo, aun cuando se pronosticó que el grano perdería primacía en la agricultura y la alimentación del país, este designio se ha cumplido parcialmente pues si bien, como se esperaba, las importaciones aumentaron de modo notable, el maíz sigue siendo el cultivo más importante de México en volumen de producción y superficie cultivada (figura 4). Asimismo, continúa siendo el principal producto alimentario de los mexicanos: en promedio, por persona se consumen 188 kilogramos al año, lo cual implica 3.6 kilogramos semanales (Sagarpa-SIAP e Inegi, 2015). El maíz contribuye con un porcentaje alto de todos los nutrientes que se ingieren en México “representa alrededor de 50 por ciento de la ingesta de calorías y alrededor de 20 de proteínas” (Castaños, 2008: 87).

De 1990 a la fecha, el área cosechada de maíz se ha mantenido prácticamente igual, en tanto que el rendimiento promedio en el país se ha incrementado de 1.99 toneladas por hectárea en 1990 a 3.72 en 2016 (Sagarpa-SIAP, 2017). Esto implica que la producción en total se ha duplicado durante los últimos 26 años, pero si lo calculamos por persona la producción ha disminuido en 22 por ciento (de 5.8 toneladas en 1990 a 4.5 en 2016). Ello nos lleva a pensar en el crecimiento de su aportación a la industria alimentaria.

El aumento del rendimiento se debe en gran medida a los subsidios recibidos por la producción de gran escala en el norte de México, donde hay máquinas y riego, y es del todo dependiente de los insumos agrícolas, semillas y químicos. En los años del TLCAN, los apoyos gubernamentales otorgados han reorganizado la producción nacional. En tanto, en Sinaloa durante 1990 se produjo 2.2 por ciento del maíz a escala nacional, su participación en la cosecha total aumentó a 23 para 2016, lo que implica que su producción se ha multiplicado 10 veces en 16 años (Sagarpa-SIAP, 2018).

Figura 4.

Producción de los principales cereales en México (tons., 1980-2016)

Fuente: FAO, http://www.fao.org/faostat/es/#data/TP. Consultado 29 de enero de 2018.

Estos apoyos dirigidos a la producción de maíz en México se explican a partir de una de las grandes contradicciones del modelo neoliberal. Éste señala que el mercado debe controlar la economía, pues el objetivo es crear un mercado basado en las “ventajas comparativas”,1 y sin obstáculos puestos por el Estado, como aranceles y subsidios , mas la realidad es otra: según hemos visto, en regiones del mundo como EU y la Unión Europea, persiste una producción agrícola bastante subsidiada. En México también se ha identificado una contradicción similar: la reducción o eliminación de apoyos estatales ha sido una realidad para la mayoría de los campesinos,2 productores de pequeña escala de maíz en el sur y el centro del país, pero a la par el mismo Estado subsidia la producción agroindustrial y la comercialización de alimentos provenientes del norte del país, de manera que la producción total del maíz blanco no ha disminuido durante el modelo neoliberal. Por su parte, las zonas de producción campesina han sido condenadas a recibir apoyos “asistencialistas”, destinados a programas para combatir la pobreza.

Figura 5. Principales estados productores de maíz (2016)

Fuente: SIAP-Sagarpa, http://nube.siap.gob.mx/cierre_agricola/ Consultado el 29 de enero de 2018.

Lejos de acabar con la pobreza, estos programas han demostrado efectos perversos, como la ruptura del tejido social, el uso con fines electorales y la profundización de las condiciones de pobreza. En el caso del maíz, de acuerdo con Appendini (2014: 2), “más que una retirada del Estado, típicamente asociada con la economía de mercado, desde los años noventa los gobiernos han tenido un papel activo en la construcción del mercado libre de maíz y en consolidar la actividad de corporaciones de agronegocio en la cadena maíz-tortilla”.

La concentración de la producción del maíz en el norte crea vulnerabilidad en el abastecimiento interno de maíz, lo cual se hizo notar primero en 2011 cuando vino una helada en Sinaloa y después en el periodo 2011-2012, cuando se presentó la peor sequía de los últimos 70 años; con lo que se perdió 54 por ciento de su cosecha (Appendini, 2014: 18). Por tanto, debió importarse maíz blanco transgénico de África del Sur, para satisfacer la demanda interna, destinado directamente al consumo humano.

No obstante esa significativa contribución de Sinaloa al consumo de maíz, interesa observar la dispersión en gran número de estados de la producción de maíz y su siembra en condiciones de temporal. Como se observa en la figura 6, hacia 2016, 51 por ciento de la producción de maíz procedía de zonas de temporal y el restante 49 de zonas de riego, pese a que la mayor parte de la superficie sembrada es en temporal.

Figura 6. Producción de maíz (ton., 2016)

Figura 7. Superficie sembrada de maíz (has., 2016)

Fuente: SIAP-Sagarpa, http://nube.siap.gob.mx/cierre_agricola/ Consultado el 29 de enero de 2018.

Los rendimientos explican esta situación, en la cual más de las tres cuartas partes (78 por ciento) de la superficie sembrada generan la mitad de producción de maíz que consumimos.

Figura 8. Rendimiento de maíz en México (tons./has., 2016)

Fuente: SIAP-Sagarpa, http://nube.siap.gob.mx/cierre_agricola/ Consultado el 29 de enero de 2018.

Sin embargo, debe tenerse muy en cuenta que este 51 por ciento de la producción de maíz consumido en México se realiza por familias campesinas, sin apoyo del gobierno, generalmente con el trabajo del clan y de la comunidad, de tal manera que resulta subsidiada por las mismas familias campesinas con su trabajo o incluso a veces con las remesas que se envían desde Estados Unidos.3 Si bien se considera que es para el autoabasto, entra en el mercado porque no se cuenta con infraestructura para su conservación, y muchas veces las presiones y necesidades económicas de las unidades familiares impele a vender parte de la producción en la temporada de cosecha a los intermediarios, a bajos precios, obligando a las familias campesinas a adquirir maíz, a un alto costo y de mala calidad, o bien, tortillas hechas de harinas nixtamalizadas.

La producción campesina, por su dispersión en la abigarrada orografía del país, se realiza en condiciones de laderas de los sistemas montañosos que atraviesan México, lo cual tiene múltiples implicaciones. Por una parte, significa gran labor de los campesinos pero, por otra, en los últimos años se ha reconocido la diversidad preservada en estas regiones, tanto de maíz como de otras especies asociadas en la milpa. Incluso, se admite que los ancestros de estos campesinos, tal vez las mujeres, domesticaron el maíz y, por ello, las generaciones siguientes mantienen ese conocimiento y lo siguen incrementando, logrando mejorar y adaptar constantemente el maíz a las cambiantes condiciones climáticas (Turrent, 2017). El resultado es la agrobiodiversidad vasta y única existente hoy en el país: en el caso del maíz, 65 razas y miles de variedades que, de diferentes colores y características, resultan imprescindibles para la producción mundial del grano.

Lejos de despreciar la producción campesina, resulta urgente reconocer la ardua labor realizada por las familias campesinas para preservar y mejorar constantemente la diversidad del maíz. Sin su trabajo constante, la agrobiodiversidad del campo mexicano no existiría y se perdería irremediablemente. No sólo falta apoyo productivo para la producción campesina del maíz: algunos han mencionado también la necesidad de retribuir a quienes generan esta riqueza. La producción campesina de maíces de colores, hoy muy apreciado en la gastronomía mundial, entra sin embargo en el mercado con el mismo precio del maíz industrializado o con apenas un sobreprecio que no reconoce la inmensa labor.

Otra de las consecuencias del modelo neoliberal ha sido convertir a México, “cuna del maíz”, en importador. Las importaciones desde Estados Unidos a partir de 1994 han tenido una tendencia creciente y se rigen por el sistema de cupos y el arancel-cuota de importación por sobrecupo de acuerdo con lo previsto en el TLCAN. Desde la entrada en vigor de éste, el 1 de enero de 1994, el arancel cuota de importación del maíz se ha reducido de 206.4 por ciento ad valorem en 1994 a 18.2 por ciento en 2007, para terminar totalmente su desgravación a partir del 1 de enero de 2008, cuando se importó libremente maíz de EU sin cuota límite. (CEFP, 2007).

En 2008, a 15 años de la entrada en vigor del TLCAN, se liberalizó totalmente la importación de los productos agrícolas más significativos para México: maíz, frijol, azúcar y lácteos. El resultado fue que durante el ciclo agrícola 2015-2016 se importara 36 por ciento del maíz consumido en el país (SIAP-Sagarpa, 2017). Desde entonces, las importaciones de maíz han quedado bajo el control de empresas privadas, transnacionales –incluso mexicanas–, las cuales presionan los mercados para modificar los precios –al alza o a la baja– según sean sus intereses. Curiosamente, estos importadores son a la vez los más relevantes compradores de granos en el país. En México, el “negocio” del acaparamiento y la especulación de granos básicos es operado por los cárteles Cargill-Monsanto, ADM-Dreyfus-Novartis-Maseca y Minsa-Arancia-Corn Products International.

Las importaciones de maíz han mostrado una tendencia creciente desde 1998, que rebasa hoy 13 millones de toneladas. De esa manera, si bien México es el quinto mayor productor de maíz (FAO, 2016), supone a su vez el tercer importador del grano (FAO, 2013). Esto implica que casi la tercera parte del maíz consumido en México cada año es amarillo (SIAP-Sagarpa), y básicamente transgénico con origen en EU.

Figura 10. Consumo de maíz (miles de tons, 2007-2016)

Fuente: SIAP-Sagarpa http://www.numerosdelcampo.sagarpa.gob.mx/publicnew/productosAgricolas/cargarPagina/3# Consultado 4 de diciembre de 2017.

Aun cuando en México no se permite la siembra de maíz transgénico por una suspensión jurídica, dada la creciente importación y la falta de datos se desconoce hasta dónde la industria de alimentos procesados lo utiliza. Parece que el maíz amarillo importado se destina no sólo para alimento de animales sino que entró en la cadena de consumo humano. Esta sospecha ha crecido a raíz de la investigación llevada a cabo por el equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México, coordinado por la doctora Elena Álvarez-Buylla, que reporta haber encontrado que “ 82 por ciento de los alimentos derivados de maíz provenientes de supermercados y que 90.4 de las tortillas contienen en un grado indeterminado maíz genéticamente modificado” (González, y otros , 2017).

El resultado del modelo neoliberal salta a la vista: por una parte, a escala nacional, la dependencia alimentaria, en particular del maíz, nos coloca en una situación muy frágil. Hoy, la nación que fue parte de la región mesoamericana considerada “cuna del maíz” tiene que comprar maíz a Estados Unidos, lo cual genera una dependencia alimentaria del país cercana a 50 por ciento del consumo alimentario nacional (Pérez, 2003) y de 30 por ciento respecto del maíz. La dependencia nos coloca en un alto grado de vulnerabilidad pues, como hemos observado, EU puede disminuir las ventas externas o incluso cerrar el comercio.

En el campo tenemos la destrucción de la agricultura mexicana, la migración masiva , el despojo y la violencia que llevan al sector a lo que Armando Bartra ha llamado el “agrocidio”; por otra parte, la situación afecta gravemente a toda la población, pues vulnera el derecho a una alimentación sana, suficiente y de calidad consignada en el artículo 4o. de la Constitución: consumimos un maíz de pésima calidad destinado originalmente a consumo animal.

La disputa por el maíz

Frente al avasallamiento del modelo neoliberal, en México se libra una disputa por el maíz, la cual podemos definir como una lucha civilizatoria, pues se plantea como el enfrentamiento de dos propuestas distintas de vivir en este mundo. Por una parte, las poblaciones campesinas e indígenas que resumen en esta planta su origen, vida y supervivencia reivindican su derecho legítimo a reproducirla libremente; a su lado, la sociedad en general, consciente de los riesgos de modificar genéticamente su alimento básico y comprometida con su conservación para las generaciones futuras, ha salido a defender el maíz. Frente a ellos se encuentra la avidez de la industria que intenta transformar nuestra planta en una mercancía estratégica que le garantice ganancias en los mercados agroindustriales globales.

La pretensión mercantilista del capitalismo sobre la agricultura, la alimentación y, por extensión, el maíz se ha enfrentado a una población campesina e indígena que construye un entramado social que si bien en el decenio de 1970 los estudiosos anunciaban en extinción y hoy supone el sector más golpeado por estas políticas, resiste y genera opciones. Una forma de vida que persiste pese a todos los mecanismos generados para aniquilarla; y no sólo resiste sino que impulsa propuestas estratégicas que hoy se vislumbran como una opción civilizatoria frente a la profunda crisis del capitalismo.

Lejos de su extinción y aniquilamiento, en estos años observamos cómo los pueblos indígenas y campesinos defienden su territorio contra los proyectos que han llamado de “muerte”: mineras, hidroeléctricas, fractura hidráulica, etcétera; en tanto, mantienen ocupado el territorio con la producción de la milpa. Esa producción biodiversa, con el maíz como eje, permite la de múltiples especies que se fortalecen y ayudan unas a otras. El trabajo que campesinos e indígenas desarrollan al amparo su comunalidad, en esquemas propios de gestión sobre sus recursos, les permite sobrevivir frente al absolutismo mercantil, en un esquema que va más allá de la resistencia. Hoy, las comunidades campesinas e indígenas representan una alternativa de resiliencia frente al embate de las empresas y de las condiciones ambientales.

Además, se ha integrado un tejido del que forman parte no sólo quienes viven en comunidades indígenas y campesinas sino un conglomerado amplio y diverso de actores sociales –tanto urbanos como rurales–, que en el maíz encuentran un punto de encuentro, de sentido, de unidad, y una semilla para un modelo diferente de sociedad y de agricultura. Particularmente en los últimos 20 años, la idea de transformar el maíz en una mercancía al servicio de los intereses de gigantescas corporaciones transnacionales mediante la modificación de genes y la patente de nuestra planta sagrada ha tocado cuerdas sensibles de la sociedad mexicana. La indignación frente al acecho del maíz, sumada a preocupaciones de salud, ha llevado a repensar la alimentación, la agricultura, y volver los ojos hacia las comunidades campesinas y los pueblos indígenas.

La resistencia en México a la siembra de maíz transgénico se ha extendido a las zonas urbanas, donde se impulsa una lucha por el derecho a la alimentación sana y variada a partir de la riqueza que constituye la diversidad del maíz en México y de las múltiples especies combinadas en espacio y tiempo en el territorio del maíz que es la milpa, así como el derecho a la salud, que esta riqueza representa.

En los últimos años han surgido múltiples movimientos que han entendido el valor de esta cosmovisión y de la milpa como forma de organización de la vida. La Campaña Sin Maíz no hay País, el Carnaval del Maíz, la Red en Defensa del Maíz, la Colectividad del Maíz. Colectivos que con diversas herramientas han caminado al lado de los pueblos campesinos e indígenas y señalado la atrocidad que significaría liberar maíz genéticamente modificado en su centro de origen y domesticación constante. Han denunciado la complicidad del gobierno con el interés de empresas de semillas y acaparadoras, permitiendo la entrada de maíz de mala calidad, no apto para consumo humano por su posible contaminación transgénica. Asimismo, han avanzado en el ejercicio de la exigibilidad de los derechos.

La demanda de acción colectiva en contra del maíz transgénico cristalizó el combate legal contra la siembra de maíz transgénico. El objetivo fue defender el derecho humano al libre acceso de la diversidad biológica de los maíces nativos de México, así como su conservación, utilización sostenible y participación justa y equitativa. La demanda es promovida por una colectividad formada por 53 personas y organizaciones civiles, entre ellos campesinos, apicultores, investigadores, intelectuales, académicos, ambientalistas, defensores de derechos humanos y artistas. Reúnen la característica común de que todos son consumidores de maíz. Los demandados son las Secretarías de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), y de Medio Ambiente y Recursos Naturales; Monsanto (con dos nomenclaturas); PHI México, SA de CV (filial de Pioneer-Dupont); Dow AgroSciences de México, SA de CV; y Syngenta Agro, SA.

Junto a la demanda se solicitó una medida precautoria para suspender la siembra de maíz transgénico en México en tanto se desarrolla el juicio, argumentando la facilidad de contagio y posibilidad de contaminación. Gracias a esa medida, otorgada el 17 de septiembre de 2013, todos los permisos se encuentran suspendidos por mandato judicial desde esa fecha y, por tanto, la siembra de maíz transgénico está prohibida en México.

Evidentemente, lo anterior no es definitivo. Sabemos que “el proceso de exigencia de los derechos pasa por la generación de una estrategia integral de defensa, lo que implica el ámbito judicial, administrativo, legislativo, social e internacional, que pierden efectividad si no existe una constante y fuerte movilización y organización social” (Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, 2014).

La lucha en defensa del maíz nos ha ayudado a retejer relaciones y fortalecer los vínculos profundos que como mexicanos tenemos con el maíz, nuestra comida y la agricultura. La diversidad de sujetos y estrategias nos recuerda el principio básico del cultivo de la milpa, donde las especies conviven en armonía apoyándose unas a otras, estableciendo relaciones de cooperación con base en sus características particulares. Decimos que hacemos milpa en el campo, en la mesa y en la sociedad, donde lejos de pensar en una lucha uniforme, la diversidad la ha fortalecido. Finalmente, una de las claridades que tenemos en este momento es que “con maíz hay país”.


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* Malin Jönsson es doctora en estudios latinoamericanos, maestra de la Escuela Nacional de Trabajo Social (Universidad Nacional Autónoma de México) e investigadora de la Fundación Semillas de Vida, AC. Adelita San Vicente es candidata a doctora en agroecología y directora de la Fundación Semillas de Vida, AC.

1 Las ventajas comparativas plantean que cada país debe producir según sus condiciones climáticas y otras características para acceder a mercados que demandan su producción.

2 Es fundamental entender en México la dicotomía existente en el campo entre los productores agropecuarios que tienen superficies planas, con riego y que utilizan semillas hibridas y agroquímicos y las familias campesinas y los pueblos indígenas que producen en pequeñas superficies, sin insumos y con gran cantidad de mano de obra familiar.

3 Las remesas ocupan con frecuencia el primer lugar en ingresos del país (Gonzalez, 2018).