QUE NAZCAN CIEN FLORES

Hacia un programa urgente para la izquierda

(…)
Que nada nos detenga. La llamada
del infinito debe obedecerse.
Soberana inquietud que nos animas,
enséñanos a merecer el néctar
de estos días que nos tocan. Muéstranos
un modo de luchar contra el vacío
de este dulce interludio. Que la fe
en la alegría posible no abandone
ni la razón despierta ni el recuerdo.
Sé que tengo sentido porque vivo,
y sé que no hay dolor ni menoscabo
que puedan inmolar esta fortuna
de ser en el presente, de existir,
de sentirme el orfebre del instante.
Soy mi propio riesgo. Doy por cierta
la sed de infinitud que me espolea.
Ante el placer de respirar me postro.
No hay verdad más profunda que la vida.

Raquel Lanseros, Himno a la claridad1 

 

I. Que nada nos detenga. La llamada del infinito debe obedecerse

En un interesante, amplio, profundo análisis que tuve la oportunidad de escuchar acerca de la coyuntura abierta para la izquierda a raíz del triunfo de Andrés Manuel López Obrador, el viejo dirigente comunista Marcos Leonel Posadas, sintetizó en la frase de Mao el horizonte que se abre para la visión del mundo, para el sueño de transformación encarnado desde siempre en el luchar-pensar-decir socialista: “que nazcan cien flores” y, en efecto, “que florezcan cien escuelas del pensamiento”.

“Nuestro tiempo es ahora, no hay ninguna razón para que sigamos siendo marginales”, dijo también Elvira Concheiro en otro incisivo examen de nuestra circunstancia. Esta sensación-percepción de apertura, de florecimiento inminente, oportunidad inaudita, recorre muchos ámbitos de la sociedad mexicana en general y de la izquierda en particular. Sin embargo, en el caso de esta última, tal ánimo de feliz creación se mezcla a veces con la paradójica sensación de no estar del todo bien situados en el bloque político y social triunfante. Pues resulta cierto que el programa que llevó a AMLO a ganar acumuló en el camino tal grado de concesiones a la burguesía y al establishment que resulta difícilmente comparable con las intenciones de la “república amorosa” que, en 2012, recogió muchas de las elaboraciones de la izquierda y sus intelectuales, además, claro, de la incorporación al círculo lopezobradorista –y ahora, a las futuras instituciones de gobierno– de algunos personajes con frecuencia no sólo conservadores sino de antecedentes deplorables.

Con gesto comprensivo, los izquierdistas se dicen que la única posibilidad para vencer era construir alianzas amplísimas, capaces de dar lugar a consensos muy extendidos, tan vastos que hiciesen inviable el fraude electoral y maniataran las resistencias oligárquicas. La cuantía del apoyo a AMLO y a Morena habría demostrado lo atinado de la apuesta y, en todo caso, ahora la movilización, el apoyo y la crítica popular deberían inclinar a cada paso al nuevo régimen hacia la izquierda. “Estamos viviendo –me dijo un antiguo cuadro socialista– la revolución de febrero”, implicando con sus palabras que de nosotros dependería que llegase octubre.

II. Soberana inquietud que nos animas, enséñanos a merecer el néctar de estos días que nos tocan

Estas evaluaciones sobre lo ocurrido y las tareas que enfrenta la izquierda tienen su grano de verdad. Dependerá de la acción de la sociedad que el nuevo gobierno haga más agudos sus alcances, que en efecto toque los intereses del capital, promueva la igualdad y se oriente a una democratización amplia y radical de la sociedad, desbaratando por fin los aparatos, las prácticas y la cultura de sometimiento prohijada por el priismo a lo largo de casi un siglo. Y es cierto, desde luego, que hacían falta alianzas de gran alcance y que en el afán de lograrlas quizá se deslavaron muchas aristas de un proyecto si no de izquierda por lo menos progresista.

Pero algo falta en estas narrativas, se advierte una ausencia, un dejo de complacencia que oculta un equívoco, una carencia fundamental: si López Obrador –y no él como persona sino como movimiento, impulso popular profundo– no viró hacia la izquierda –y no parece estarlo haciendo ahora en los bosquejos del nuevo régimen–, ello tal vez obedeció –y obedece– a que, más allá de las conveniencias de la coyuntura, no había ni hay un programa de izquierda real, radical, socialista, anticapitalista, capaz de atraer y guiar la fuerza tremenda del tsunami social.

Entiéndase bien: si con el término izquierda mentamos, por ejemplo, el propósito de disminuir las desigualdades, incrementar el bienestar de la población, mejorar las condiciones de vida, ampliar el acceso social a la cultura, multiplicar las áreas donde pueda ejercerse el poder social, ampliar los espacios públicos, mejorar la casa ecológica común, incluso agrandar las capacidades soberanas del Estado y aminorar la inseguridad, en esos ámbitos y en muchos más, contamos hoy con elaboraciones diversas y con frecuencia muy completas; entre ellas, las articuladas por las fuerzas progresistas del país, y las producidas por los regímenes de avanzada del último decenio latinoamericano. De todos esos proyectos pueden extraerse lecciones y construirse objetivos, políticas, formas de organización e incluso arquitecturas institucionales. Pero lo que no hay allí, o no hay con la solidez y fundamentación necesarios, son programas de izquierda realmente socialista, anticapitalista. Se trata, en la mayoría de los casos, de moderar lo peor de la rapacidad del sistema, pero no de desestructurarlo, superarlo, dejarlo atrás.

III. Muéstranos un modo de luchar contra el vacío de este dulce interludio

Las agendas de avanzada con que contamos son importantes, y no hay posición imaginable más torpe que la que dice que con AMLO, o con los gobiernos latinoamericanos recientes, no se ha tratado sino de cambiar de amos, que no hemos ganado nada. No es así. Este triunfo es nuestro, no sólo porque es producto de la movilización masiva de las clases subalternas –que al moverse se gobiernan, ejercen el poder, su poder– sino porque tejidos entre los renglones de los proyectos progresistas, se encuentran elementos larvarios de perspectivas anticapitalistas posibles e incluso desde ya eficaces.

Tiene razón Boaventura de Sousa Santos cuando dice que nuestra paradójica situación se resume en los siguientes términos: “Es tan difícil imaginar el fin del capitalismo como que el capitalismo no tenga fin”.2 Esta aporía no se resuelve con declaraciones. Podemos crear etiquetas tipo “socialismo del siglo XXI”, declararnos antineoliberales o incluso vociferarnos anticapitalistas, pero esos gestos, irrelevantes pues nos colocan en el lado de la rebeldía, del ansia de utopía, no bastan frente a la necesidad impostergable de pensar en opciones reales distintas del sistema.

IV. Que la fe en la alegría posible no abandone ni la razón despierta ni el recuerdo

(Algún día quizá tendremos tiempo para pensarlo todo otra vez, pero ahora que cierta narración, la cual se va volviendo dominante, nos dice que con el triunfo de López Obrador se cierra un ciclo que empezó con el fraude de 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas –y que de ello derivaron, gracias a esa trampa, 30 años de neoliberalismo–, deberíamos recordar y evaluar que antes de todo aquello Heberto Castillo, el candidato heredero de la izquierda socialista, tuvo que dimitir; y que por esos meses ya los países socialistas se empeñaban en el hundimiento que culminaría un año después. ¿Fueron sólo el neoliberalismo y el fraude, o fue también que, ya desde entonces –y en adelante–, tal vez no teníamos programa y éramos incapaces de mirar nuestra carencia?)

V. Sé que tengo sentido porque vivo y sé que no hay dolor ni menoscabo que puedan inmolar esta fortuna de ser en el presente, de existir, de sentirme el orfebre del instante

Antes de la caída del Muro de Berlín todo estaba claro. Socialismo-revolución: tomar el poder del Estado, terminar con la propiedad privada de los medios de producción, establecer la comunidad de los productores asociados, garantizar la igualdad, echar a andar una reforma intelectual y moral. Hoy sabemos que no, que no iba por ahí, que el autoritarismo y la ineficiencia de tales medidas no sólo fueron inaceptables para los pueblos que las sufrieron, sino que ni siquiera lograron realmente romper con las estructuras profundas del capital y acabaron dando lugar a formas curiosas de capitalismos de Estado.

Pero no todo fue desastroso, y algunos principios que inspiraban esas medidas equivocadas siguen siendo vigentes y podrían sustentar los aspectos iniciales de un diseño de izquierda socialista para nuestro tiempo, un proyecto que no desprecie a la gente que se volcó a la revolución ciudadana del 1 de julio, pero que sepa identificar e impulsar, del cúmulo de medidas y acciones que se echarán a andar con el nuevo gobierno, las que, entretejiéndose, sienten las bases para un sendero alternativo cuando vaya llegando el porvenir.

La idea consiste en identificar ciertos aspectos nodales, cruciales, del funcionamiento capitalista y comenzar a minarlos no a partir de unas cuantas medidas discretas sino de ir promoviendo y fortaleciendo todo cuanto, independientemente de su origen o localización institucional, vaya minando la vertebración central del sistema. Más que de un programa, en el sentido de una serie de ítems por lograr, requerimos enjambres, nubes de acciones e ideas plurales y diversas que asedien, sin pausa y sin prisa, de mil maneras distintas, las ciudadelas del orden capitalista. Pongo a continuación algunos ejemplos:

Nube del desmantelamiento de la relación salarial. En su ya clásico texto, Ideología y aparatos ideológicos de Estado,3 el filósofo comunista Louis Althusser señaló cómo, en la categoría del salario, se cruzan y se juegan todas las problemáticas del régimen del capital. Tanto lo económico como lo político, cultural, jurídico, ideológico se entretejen a partir de la forma en que se establecen los montos y las formas del pago por el trabajo en la sociedad actual. Subvertir ese nodo implicaría entonces diseminar ondas de transformación por todos los rincones. El joven filósofo Frederic Lordon, protagonista de las movilizaciones nocturnas de los jóvenes en París el año pasado, ha subrayado cómo la relación salarial constituye la mayor fuente de tristeza en la sociedad, pues implica la ansiedad omnipresente de una relación de dependencia que siempre puede romperse por el empleador, no importa cuáles seguridades jurídicas o méritos personales hayan sido esgrimidos como aseguramientos. El salario significa tener una angustia permanente en el alma.

Hay que acosar la relación salarial hasta desmantelarla, hasta hacerla perder significado, volverla inocua por todos los medios imaginables. Por ejemplo, a través de la consecución de un ingreso universal para todos, sin ningún otro requisito que haber nacido, y para toda la vida. No hablamos aquí de una renta básica –una pequeña ayuda–, si bien tal vez ello constituya el primer paso, sino de la atribución a todos los ciudadanos de un ingreso que permita vivir con plena comodidad toda su existencia, hagan lo que hagan, independientemente de si trabajan o no; la universalidad del ingreso terminará con la desazón y las abyecciones ligadas a la actual necesidad de hacer lo que sea para conseguir y conservar el empleo, y terminará con el peso deprimente que el ejército de desempleados ejerce en la tendencia a la baja de los salarios. “¿Cuántas empresas capitalistas quedarían –se pregunta Frederic Lordon– si los individuos se desembarazaran de la necesidad material?”4 

En el mismo sentido, para desmantelar la relación salarial o volverla inocua podrían enumerarse infinidad de otras medidas: seguro de desempleo, servicios de salud, educación y cultura gratuitos, formas diversas de tener acceso al producto social que no requieran el sometimiento al capital.

Nube de la diversificación de la propiedad de los medios de producción. El camino de la estatización como vía para acabar con la propiedad privada de los medios de producción se manifestó ineficaz y equivocado porque constituyó una vía para seguir expropiando a los trabajadores. En algunos casos será válido nacionalizar empresas, pero más allá de eso se requiere impulsar todas las formas de propiedad colectiva, comunitaria, en los ámbitos donde se produzca cualquier clase de bienes: cooperativismo, ejido, comunidad y lo que en este sentido se encuentra en la tradición mexicana; pero también todas las maneras en que las nuevas tecnologías permitirían la cooperación para producir y difundir informaciones, secuencias lógicas, imágenes, algoritmos, conocimientos comunes. Será también necesario modificar las reglas de transmisión hereditaria de la propiedad que hoy garantizan que por generaciones la riqueza se acumule en cada vez menos manos (ésta es la enseñanza básica de los estudios de Thomas Piketty sobre la evolución de la desigualdad en el mundo).5 

Nube de la constitución de la república amorosa. El capitalismo contemporáneo es no sólo una relación de producción: constituye también una norma social de consumo. Lo que disfrutamos, los bienes a que tenemos acceso cuando descansamos, cuando por fin podemos estar con nosotros mismos, van siendo incorporados a la esfera del capital, y cada uno de nuestros goces produce ganancias. Un programa de izquierda socialista requiere impulsar una nube de acontecimientos que minimicen la motivación de la ganancia en todos ámbitos de la existencia. Apoyemos y promovamos todo cuanto suponga gratuidad, trueque, donación, poesía: todo lo que expulse el dinero como mediador entre nosotros.

Nube de la democratización de todas las esferas de la existencia. A fin de cuentas, cuando Marx dibujaba al hombre comunista como aquel que en la mañana era cazador, y en la tarde escribía novelas o hacía ciencia, hablaba del ideal de quien puede gobernar su vida. Que nos gobernemos a nosotros mismos, como colectivo e individuos, es el lugar donde confluyen el ideal democrático y la hipótesis socialista. Apoyemos e impulsemos lo que signifique democratización en todos los terrenos y los espacios, incluso en el de las ideas.

VI. Soy mi propio riesgo. Doy por cierta la sed de infinitud que me espolea

He esbozado sólo algunos ejemplos. Hace falta pensar en muchos otros enjambres, muchas otras nubes de acoso al capital –especialmente una nube de nubes de acciones en defensa de la tierra y de la vida–, mas espero haber transmitido la idea: hagamos un programa socialista que nos permita jalar los hilos adecuados en lo que ya existe –en el gobierno democrático de AMLO, por ejemplo–, y creemos todo lo que haga falta –la imaginación es nuestro sino– para llevar a la sociedad ahora hacia un futuro poscapitalista.

VII. Ante el placer de respirar me postro

Las flores ya están ahí. Nuestro trabajo consiste en permitirles florecer. No hay verdad más profunda que la vida.


1 Raquel Lanseros, “Himno a la claridad”, en Amalia Iglesias Serna, Sombras di-versas. Diecisiete poetas españolas actuales (1970-1991), primera edición, España, Vaso Roto Ediciones, 2017.

2 Boaventura de Sousa Santos, Refundación del Estado en América Latina, tercera edición, México, Siglo XXI Editores, 2010, página 27.

3 Louis Althusser, “Ideología y aparatos ideológicos de Estado”, en La filosofía como arma de la revolución, México, Siglo XXI Editores, 1977.

4 Frederic Lordon, Capitalismo, deseo y servidumbre, primera edición, Argentina, Tinta Limón, 2015, página 14.

5 Cónfer Thomas Piketty, Le capital au XXI siècle, primera edición, París, Editions du Seuil, 2013.