LA CUARTA TRANSFORMACIÓN TENDRÁ QUE SER FEMINISTA O NO SERÁ

Toda gran transformación en una sociedad no ha podido suceder sin un cambio político y cultural profundo. Así se ha demostrado a lo largo de la historia: la Revolución Francesa, por ejemplo, expresó la latencia de un cambio de época, del paso de una sociedad feudal y estamental a una capitalista y formalmente igualitaria (entre varones y propietarios, claro). Las Leyes de Reforma en México, con Benito Juárez a la cabeza, fue una gran transformación, pues sentó las bases de la separación Iglesia-Estado: por primera vez en el país, todos los asuntos públicos serían materia exclusiva del Estado, y la Iglesia se dedicaría a los suyos, los espirituales.

Ambos ejemplos de grandes transformaciones sociales constituyeron movimientos telúricos y modificaron estructuras políticas, económicas y sociales, pero también trajeron cambios de mentalidad1 social; es decir, culturales. A la fecha, el capitalismo como sistema económico y político sigue en pie en la mayoría de los países, no obstante todos los estragos que provoca; y en México, la mayoría de las personas sigue pensando que aquella separación Iglesia-Estado plasmada en la Constitución de 1857 debe seguir prevaleciendo.

Grandes transformaciones en el mundo han tenido una característica similar, por más distantes en el tiempo y en el espacio que se encuentren: no han considerado a plenitud a las mujeres, 51 por ciento de la población mundial. La Revolución Francesa planteó la igualdad entre hombres, pero las mujeres quedaron fuera e, incluso cuando Olympia de Gouges en respuesta de esa exclusión se atrevió a escribir la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, fue guillotinada. En la elaboración de las Leyes de Reforma y en la integración del gabinete de gobierno del presidente Juárez tampoco participaron plenamente las mujeres, no porque no quisieran o no tuvieran interés (eso no es fácilmente demostrable si lo hacemos a partir sólo de lo visible y no del análisis de lo que esconden las estructuras sociales vigentes) sino porque en ese momento no eran consideradas sujetos políticos plenos con derecho a votar, a opinar sobre la cosa pública ni –mucho menos– a ser consideradas en los gabinetes de gobierno y para integrar las legislaturas.

En ese momento estábamos aún más lejos que hoy, de oír autoridad en la voz de las mujeres. En términos de la historiadora inglesa Mary Beard, la voz de las mujeres en la antigüedad era excluida del debate público porque el habla en público y la oratoria eran costumbres y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género,2 costumbres que también consideraban que el terreno exclusivo de las mujeres era el de los asuntos domésticos. De esas costumbres prevalecen muchas, y por eso requieren la intervención del Estado a través de políticas y de cambios en el ejercicio de gobierno.

Tal vez por eso, el pretexto y la coyuntura de la cuarta transformación anunciada por el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, sea un extraordinario momento histórico para cambiar esas malas costumbres. Sobre todo esa mala costumbre de dejar fuera de las grandes transformaciones a las mujeres. La calidad de esta cuarta transformación estará directamente relacionada con la calidad de vida que alcancen las mujeres mexicanas, al final del sexenio que inicia el próximo 1 de diciembre.

El comienzo de la transformación

A decir verdad, no empezamos mal. Con una legitimidad que da el voto de más de 30 millones de personas, entre las que –según la encuestadora Parametría– 49 por ciento correspondió a mujeres.3 El próximo gobierno estará en buenas condiciones de impulsar cambios profundos, si así se lo propone. El gabinete de gobierno estará integrado por 8 mujeres y 8 hombres como titulares de las 18 secretarías. Mujeres dirigirán las Secretarías de Gobernación, de Economía, de Bienestar Social, de Medio Ambiente y Recursos Naturales, de Cultura, del Trabajo y Previsión Social, de la Función Pública, y de Energía; agrégase que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y la Comisión Nacional del Deporte estarán a cargo de mujeres.

Con esas designaciones se atienden dos reclamos históricos del movimiento feminista: paridad de género: integración igualitaria de mujeres y de hombres en el gobierno; y que ellas no estén destinadas a asuntos tradicionalmente considerados “de las mujeres”. Esta vez las veremos decidiendo y discutiendo en torno de asuntos convencionalmente considerados “áreas de ellos”, como la seguridad pública (parcialmente por lo que corresponderá a gobernación), la inteligencia nacional, energía, economía, ciencia y tecnología, asuntos laborales y control de la corrupción, por mencionar algunos.

El Congreso de la Unión también será paritario. Según datos preliminares del INE, la Cámara de Diputados estará integrada por 243 mujeres (48.6 por ciento) de 500 en total. El Senado tiene 128 curules, de las cuales 63 (49.2) serán para ellas. Con esa integración paritaria, el parlamento entra en la historia como uno de los cinco países mejor posicionados en representación paritaria de género, por encima incluso de Finlandia y Suecia.4 

Las mujeres tendrán voz pública y empezaremos a bien-acostumbrarnos a escuchar autoridad en la voz de ellas. Esto puede ayudar a que la cuarta transformación sea culturalmente feminista: que logremos desnaturalizar (un principio de la filosofía del feminismo) que las mujeres estén confinadas al ámbito doméstico, que no sean escuchadas o resulten violentadas, como actualmente sucede.5

La calidad de la transformación

La incorporación de mujeres al poder público no asegura por sí misma que el ejercicio del poder y sus resultados materiales cambien la calidad de vida de ellas.

La transformación será cualitativa si el sistema político mexicano, históricamente integrado por hombres y operado con una visión masculina, elitista y heteropatriarcal del poder, incorpora nuevas filosofías en el ejercicio del poder. Desde distintas posiciones feministas, sobre todo marxistas, decoloniales, comunitaristas y autonómicas, se insiste en que el aporte de las feministas en el poder tendría que pasar por una democratización radical de éste, apostando por la inclusión social de nuevos sujetos sociales que antes han estado excluidos (sujetos generizados y de las diversidades sexuales como la comunidad LGTTTI+, o los pueblos indígenas), así como un ejercicio del poder menos vertical, autoritario y subordinante. La ética del cuidado, los principios de solidaridad y sororidad, y el respeto de las diversidades y de la naturaleza serían sólo algunas de las propuestas feministas que ponen en el centro a las personas, el ecosistema y sus derechos, que podrían imprimirle un sello feminista al ejercicio del poder de la cuarta transformación.

Para tomarnos en serio la inclusión de las mujeres en el espacio público y en las decisiones fundamentales, se requiere una agenda progresista y feminista que debería estar articulada entre el plan del gobierno entrante y las cámaras legislativas. En seis años podrían lograrse avances en la calidad de vida de las mujeres si concentramos esfuerzos en al menos cuatro temas fundamentales:

1. Despenalización del aborto, maternidad libre y protección de la salud. Para ello se requieren la coordinación y planeación, por lo menos, de las Secretarías de Gobernación, de Salud, de Bienestar Social, y de Educación, y de ambas cámaras congresales y legislaturas locales, que incluyan reformas de las leyes penales federales; las constituciones y legislaciones locales, así como el impulso de programas sociales con fondos federales que fomenten la autonomía y libertad de decisión de las mujeres sobre su cuerpo, respeto de los derechos sexuales y reproductivos, y la protección de su salud (embarazo, parto y posparto, entre otras circunstancias) en todo momento.

2. Conciliación de la vida laboral y familiar para mujeres y hombres. Si se logra comprender que los temas de género no son temas exclusivos de mujeres, se dará un paso adelante. Este aspecto para una agenda progresista y feminista puede demostrarlo. Se requiere proponer un plan amplio de conciliación de la vida familiar y laboral, no para mujeres sino para hombres y mujeres. Las Secretarías del Trabajo y Previsión Social, de Bienestar Social, y de Economía, con a la Cámara de Diputados, podrían proponer una estrategia de jornadas laborales flexibles para todos los integrantes de las familias, así como licencias por paternidad y maternidad; estancias infantiles para padres y madres de familia aunque no cuenten con derechohabiencia. Todo ello contribuiría a consolidar la cultura de distribución igualitaria de tareas en el ámbito doméstico y de conciliación de la vida laboral y familiar tanto de mujeres como de hombres, con hincapié especial en flexibilizar las jornadas laborales varoniles para contrarrestar la cultura laboral que finca la idea de que los hombres pueden y están obligados a trabajar jornadas extenuantes, pues las mujeres están al cuidado de los hijos y de las familias.

3. Acceso a la justicia. En este rubro, el sistema de justicia mexicano estaría en la lupa. La propuesta pasaría por una revisión profunda de cómo deciden los tribunales y juzgados en materia de género, así como diseñar un plan serio para que las mujeres tengan acceso a la justicia sin discriminaciones ni exclusiones. Si los jueces y quienes están en el sistema de procuración de justicia no incorporan perspectiva de género en sus actuaciones, no habrá transformación que valga, ni cuarta ni ninguna. Aquí, la Secretaría de Gobernación, las fiscalías, el Poder Judicial y las cámaras legislativas tendrán que pensar en un diseño estratégico a fin de cumplir los estándares internacionales de derechos humanos para las mujeres.

4. Pacificación de la vida de las mujeres. Uso el término de la propuesta de AMLO para hablar en sus términos. Si el país ha estado en guerra, el cuerpo de las mujeres, como diría Rita Segato, ha sido también territorio de guerra.6 Con la precarización y la neoliberalización de la economía, aumenta la violencia generalizada, y cuando así sucede, ellas son las más afectadas, tanto por las condiciones económicas como la violencia que ejercen sobre ellas sus parejas. De ahí que también hayan aumentado dramáticamente los feminicidios.7 Tampoco se quedan atrás los incrementos de las violencias que las mujeres viven a diario en los espacios comunitarios y las instituciones. Por eso se requiere un plan integral de pacificación de la vida de las mujeres: no se erradicará la violencia de género si no se comprende que ésta tiene componentes estructurales que, como afirma Catherine MacKinnon8 no sólo se contrarrestan con reformas de las leyes: deben acompañarse de cambios culturales profundos en el sistema patriarcal. Aquí se requiere todo el gobierno, los legisladores y las sociedades completas, y pasa por un cambio de comprensión de todos estos temas, también por los hombres que se dedican a los asuntos públicos.

Y entonces, ¿qué harán los hombres para formar parte de la cuarta transformación feminista? Tendrán que cambiar en lo individual y como género, pero sobre todo, si su intención es participar políticamente en la transformación, será necesario –como diría Pablo Iglesias, líder de Podemos, en España–9 que se obliguen a responsabilizarse de los cuidados de los otros y a ser parte de un entorno familiar igualitario. La igualdad sustantiva de género implicará que se combata el machismo en la economía reproductiva, pero también en el sistema político, generando hombres que atiendan por igual los asuntos públicos y los del ámbito privado y el familiar. La calidad democrática de la cuarta transformación podrá evaluarse en tanto los hombres del poder público concilien su vida política con su vida familiar y privada. La cuarta transformación no puede delegar más estos asuntos sólo a las mujeres.

La cuarta transformación será feminista o…

Por eso, si se quiere lograr la cuarta transformación de la vida pública de México, se tiene que transformar y democratizar la vida familiar y doméstica de la sociedad mexicana. Sería difícil, a estas alturas de la evolución de las sociedades actuales y de la cuarta ola feminista que presenciamos en el mundo,10 que la cuarta transformación, o la que venga, vuelva a olvidar a las mujeres.

Las grandes transformaciones ocurren cuando cambia radicalmente el statu quo anterior, que pasa las más de las veces por un reajuste en el sentido político: nuevos actores políticos y modificaciones en el sistema económico, pero también en lo social.

Se podrá avanzar en los cambios en el sistema económico hacia un enfoque de mayor redistribución de la riqueza, políticas de bienestar social, combate a la corrupción; se podrá incorporar a las mujeres como nuevas actoras políticas plenas, pero algo más profundo tiene que suceder culturalmente para que hablemos seriamente de la cuarta transformación de México. Se trata de cambiar las estructuras sociales de género, que hacen invisibles tanto las violencias hacia las mujeres como la construcción masculina hegemónica que ata a los hombres.11  Eso sería cambiar el statu quo de género, ese que atraviesa también el sistema político del país.

Si el sistema político mexicano logra transformarse en un sentido feminista, y me refiero al más profundo de las filosofías feministas,12 sin miedo a la igualdad sustantiva, a la incorporación de nuevos sujetos sociales y políticos, a las diversidades y la maximización de los derechos, a tratar los asuntos del ámbito privado como de interés público –pues allí se expresa la mayoría de las desigualdades sociales–, sólo entonces habrá sucedido la cuarta transformación en México.

La cuarta transformación tendrá que ser feminista, o no será.


* Investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, de la Universidad Nacional Autónoma de México. 

1 El ya clásico J. A. Maravall da cuenta de esos cambios en el “Estado moderno y mentalidad social”, en Revista de Occidente, tomo II, Madrid, Ediciones de la Revista de Occidente, 1972. 

2 En el ensayo “La voz pública de las mujeres”, publicado originalmente en la London Review of Books, la autora hace un recorrido histórico y literario de la ausencia de voz pública de las mujeres y cómo se han gestado los procesos y prejuicios que hacen que no las escuchemos. Mary Beard, “La voz pública de las mujeres”, véase en https://www.letraslibres.com/mexico-espana/la-voz-publica-las-mujeres, consultado el miércoles 8 de agosto de 2018, a las 22:25 horas.

3 Véase el sitio oficial: http://www.parametria.com.mx/carta_parametrica.php?cp=5053, consultado el viernes 10 de agosto de 2018, a las 18:23 horas.

4 Women in national parlamients, véase el sitio oficial: http://archive.ipu.org/wmn-e/classif.htm, consultado el sábado 11 de agosto de 2018, a las 21:34 horas.

5 Según datos del Inegi, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares correspondiente a 2017 reveló que al menos 7 de cada 10 mujeres mayores de 15 años en México, es decir, 66.1 por ciento, ha vivido al menos un incidente de violencia. Y sólo en el periodo 2010-2015, la Secretaría de Salud atendió por lesiones y violencia a 1 millón 266 mil 658 mujeres en el país.

6 Rita Laura Segato, Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, Puebla, Pez en el Árbol, 2014.

7 Según el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, en los dos últimos años sumaron 8 mil 904 feminicidios en el país. Véase http://observatoriofeminicidio.blogspot.com/, consultado el domingo 12 de agosto de 2018, a las 12:43 horas.

8 De su autoría Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, Cátedra, 1995.

9 Discurso pronunciado en el Parlamento español sobre las licencias de paternidad y los cuidados. Véase https://www.youtube.com/watch?v=SC9I5a3OpaQ, consultado el sábado 11 de agosto de 2018, a las 9:17 horas.

10 Varias feministas y medios de comunicación están nombrando así los últimos movimientos sociales feministas en diversos países. Iniciaron en España en 2017 y continuaron el 8 de marzo a escala mundial con el llamado al paro internacional de las mujeres; la despenalización del aborto en Irlanda, el movimiento #MeToo iniciado en Estados Unidos y replicado en decenas de naciones, así como el debate público con interés de alcance mundial que tuvo la reciente discusión en el Congreso de Argentina sobre la despenalización del aborto.

11 La periodista mexicana Lydia Cacho publicó recientemente un libro revelador, que aborda y problematiza con testimonios de varios hombres cómo se construye desde la infancia la relación con el padre y el entorno familiar, la masculinidad hegemónica violenta. Esta construcción social de la masculinidad muestra que también violenta desde pequeños el desarrollo sano y amoroso de los niños varones. Lydia, Cacho, #Ellos hablan: Testimonios de hombres, la relación con sus padres, el machismo y la violencia, México, Grijalbo, 2018.

12 Muchas corrientes y teóricas feministas plantean que el feminismo por antonomasia tendría que ser antihegemónico, anticapitalista y revolucionario, pues pone en el centro la vida las personas, la igualdad sustantiva, el cuidado de los otros, revierte el orden social y de género, rompe con estructuras políticas, entre otros planteamientos.