TIEMPOS URGENTES, TIEMPOS PELIGROSOS

Pensar una urgencia. Pero también pensar en y con urgencia. ¿Cómo hacerlo si además ella se obstina en anudarse al peligro? De ese inquieto interrogante parece partir José Guadalupe Gandarilla Salgado en su última obra, Colonialismo neoliberal. Modernidad, devastación y automatismo de mercado. La urgencia a que se enfrenta el libro no es otra que intentar responder al qué es esto del neoliberalismo. Gandarilla acomete la tarea desde la perspectiva decolonial –o descolonial–, conjugando colonialismo y neoliberalismo. Y lo hace asumiendo el peligro que supone el trágico retorno de pulsiones si ya no fascistas al menos sí “fascitizantes”, de la apertura de una época donde nadie puede querer vivir. ¿Qué duda cabe de que desde los “golpes blandos” contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009, Fernando Lugo en Paraguay en 2014 y Dilma Roussef en Brasil en 2015 hasta la intentona de golpe no tan blando que se fragua en estos días en Venezuela contra el gobierno de Nicolás Maduro, con la clara injerencia del imperialismo estadounidense, pasando por el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, el de Sebastián Piñera en Chile, el “volantazo” autoritario y neoliberal de Lenin Moreno en Ecuador y la reciente asunción de Jair Messias Bolsonaro en Brasil, América Latina transita horas oscuras? Con este contexto regional tal vez no resulte ocioso volver sobre los debates que se dieron cita en México a finales de los años setentas –así, en plural, como para poner sobre aviso al hipotético lector de que no hay nada unívoco detrás del significante “setenta”, sino una pluralidad de sentidos y luchas–, debates en los que Agustín Cueva, Atilio Boron, René Zavaleta y Ruy Mauro Marini, entre otros y otras, intentaron descifrar si las dictaduras militares latinoamericanas instaladas en aquel entonces podían ser codificadas según el concepto de “fascismo”, categoría emergida como experiencia histórica en la Europa de entreguerras. Que algo de esas discusiones debería servirnos para pensar en nuestra época Gandarilla parece dejarlo claro. De ahí que diga que “no resultaría arbitrario proponer como hipótesis de trabajo el establecimiento de una relación estrecha entre ambos procesos históricos (fascismo europeo y neoliberalismo global)” (Gandarilla, 2018: 221).

El libro aquí comentado cabe leerse como tenaz esfuerzo por caracterizar nuestra época, pues entiende que ésa es la manera de disputar política e ideológicamente con ese sentido común que se ha hecho hegemónico y hoy permite una “habilitación fascista”, para usar la expresión del dosier del último número de la revista argentina El Ojo Mocho. En esa faena, el autor busca apoyo en la noción de “neoliberalismo de guerra”, de Pablo González Casanova. En oposición al “neoliberalismo de paz” de los años noventas, el “neoliberalismo de guerra” se sustenta en refinadas técnicas de guerra como estrategia para colonizar y expropiar la tierra, el dinero, el conocimiento y la capacidad viva del trabajo. Imperio del capital. Devastación de la vida. Para mal, México lo conoce bien: allí está, para quien quiera verlo, la espeluznante cifra de muertos y desaparecidos que se ha llevado consigo la llamada “guerra contra el narcotráfico”, eufemismo de la militarización de todo un país. En estos días urgentes, Venezuela también lo padece con crudeza: no hay que hacer demasiadas torsiones –si se tiene honestidad intelectual por supuesto– para ver qué se esconde bajo la consigna de “crisis humanitaria”. Pero el resto de la región tampoco ha estado –ni lo está– exento de sufrir esas lógicas: la guerra contra los populismos –¿acaso el nuevo “fantasma comunista” de la época?– y la guerra contra la democracia en nombre de ésta deberían ser puntos de partida ineludibles para cualquier pensamiento crítico que se precie de tal.

Con estas coordenadas políticas, la obra de Gandarilla exige la necesidad de volver a interrogar al neoliberalismo en América Latina, a esa otra “barbarie civilizada” –¿hay realmente un oxímoron en ese binomio, o la barbarie es el modo de ser de la civilización capitalista?– que es el mercado neoliberal. Colonialismo neoliberal habla del retorno de lo que nunca se fue. ¿Pero puede retornar lo que nunca se fue? Sí, en tanto se lo haya creído derrotado. Y eso sucedió con el neoliberalismo en los primeros 15 años de este siglo, al menos en los procesos llamados “posneoliberales”. Quizás el exceso de triunfalismo con que vivimos y pensamos esos “años interesantes” –y que parece amenazar en las horas actuales al México de Andrés Manuel López Obrador– nos condujo a emplear una categoría tan imprecisa y errática como la de “posneoliberalismo”. ¿Acaso no teníamos herramientas para ver lo que ocasionaban esos dos prefijos prendidos como garrapatas al afijo “liberal”? ¿No podríamos haber advertido que toda idea “post” es deudora de una concepción lineal, evolucionista y poco dialéctica del tiempo histórico porque ella insiste en sostener que las etapas anteriores han sido superadas pero no necesariamente reabsorbidas en cualquier tiempo presente? ¿Era en realidad inasequible percatarnos de que ella no admite que una época acarrea residuos, restos y vestigios de épocas anteriores, los cuales no pueden ser enterrados o desaparecidos así porque sí, de una vez y para siempre? Pero ya lo sabemos: basta que alguien rasque la tierra para que lo que parecía perimido vuelva a visitar el presente.

Pues bien: el neoliberalismo no se había ido a ningún lado. Pero no porque gozara de actualidad en México, Chile o Colombia sino porque persistía, tal vez no tan silenciosamente, en los llamados “gobiernos progresistas”. ¿Dónde estaba? Agazapado en unas subjetividades autoritarias y meritocráticas que evidentemente no se sentían tan a gusto con la ampliación de derechos y la salida de la pobreza de gran parte de la población de nuestras sociedades. Unas subjetividades que, incluso autopercibiéndose “democráticas”, no dejaron nunca de apelar a un sentido común individualista, insolidario, xenófobo y racista, que estaba siendo paciente y eficazmente tallado sobre nuestros cuerpos. De esto también nos habla Colonialismo neoliberal. Y lo hace eludiendo y elidiendo toda perspectiva anclada en el economicismo, esa que sólo piensa en el neoliberalismo como una forma de gobierno asociada a determinadas políticas económicas apoyadas en un recetario de medidas arquetípicas. Gandarilla propone un “encare decolonial” –como le gusta llamarlo– capaz de proveernos ciertas herramientas para no volver a desviar nuestra atención sobre esas subjetividades y esos cuerpos colonizados por el neoliberalismo. Si acordamos en que las heridas coloniales dejan persistentes marcas en nuestros cuerpos, entonces habrá que pensar de otro modo en el neoliberalismo. Incluso de uno distinto de ese “neoliberalismo zombi” propuesto por Álvaro García Linera en la asamblea del Clacso en noviembre de 2018 en Buenos Aires, imagen que no puede sortear un seguro tropiezo con una perspectiva economicista.

Colonialismo neoliberal reúne un conjunto de trabajos escritos entre 2014 y 2016 en el marco del proyecto “El programa de investigación modernidad/colonialidad como herencia del pensar latinoamericano y relevo de sentido en la teoría crítica”, coordinado por José Gandarilla en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se trata también de una prolongación de la extensa labor investigativa del autor, y que tiene la teoría decolonial como uno de los principales objetos de indagación teórica y política. De ahí que Gandarilla piense su obra entera, al modo de García Márquez, como un libro único, un libro que, asediado por las mismas insistencias, persistencias y preguntas, se escribe a lo largo de toda una vida. Supongamos que eso que sostienen García Márquez y Gandarilla es cierto, que hay un libro único. ¿Eso significa que ese libro es siempre el mismo? ¿O será, por el contrario, un libro que no para de cambiar, a la manera en que Óscar Terán sostenía que “un libro cambia por el solo hecho de que no cambia mientras el mundo cambia”? Sí es así, tal vez podamos calibrar mejor la indicación de Gandarilla de leer a Colonialismo neoliberal como una “profundización, desarrollo y complemento” de su Asedios a la totalidad. Poder y política en la modernidad desde un encare de-colonial, publicado en 2012. Es que la emergencia de un “neoliberalismo de guerra” o la “habilitación de propósitos fascistas”, entre otras cuestiones, nos impiden leer Asedios a la totalidad como hace un lustro atrás. Nos lo impiden pero, presumimos, también a su autor. Porque las preguntas hoy formuladas no podrían haber surgido en ese entonces. Y porque la urgencia y los peligros de la época ya no son equivalentes. De ahí que esa necesidad de profundizar y complementar aquellas hipótesis no haga más que demostrarnos que ese libro ya no es el mismo, siendo justamente esa condición la que clama por nuevos desarrollos.

En Gandarilla, la pregunta por las relaciones entre neoliberalismo y colonialismo es una por el pensar. ¿Qué significa pensar? ¿Qué significa pensar sobre el propio pensamiento? Pero sobre todo ¿qué significa pensar sobre el propio pensamiento en condiciones periféricas y dependientes en el ámbito del capitalismo-colonial-eurocentrado-neoliberal? Habitar ese interrogante es un modo de intentar pensar sobre el lugar del intelectual en América Latina. En La oscuridad y las luces, Eduardo Grüner cuenta una deliciosa anécdota que tiene por protagonistas a Lévi-Strauss y Darcy Ribeiro. Dice que en cierto encuentro, Lévi-Strauss “manifiesta su satisfacción, y aun su total aprobación, con el trabajo de campo de Darcy Ribeiro; pero cuando éste a su vez le transmite sus inquietudes (y algunas críticas) teóricas, el gran Lévi-Strauss lo mira severamente y lo amonesta: ‘Ah, non, Monsieur: la théorie… c’est à nous’” (Grüner, 2010: 26). El cuento interesa por la manera en que ilustra el histórico estado de situación de las relaciones intelectuales y políticas entre Europa y todo lo llamado “periferia”: como subraya Grüner, “ellos”, los europeos, se creen los dueños del pensamiento, mientras que “nosotros”, los latinoamericanos, lo seríamos del sentimiento. Colonialismo neoliberal puede leerse como una desobediencia a ese mandato. Es un libro que irrumpe con, e interrumpe a, ese relato. Nos recuerda que no sólo es posible construir teoría en y de la periferia sino que puede hacerse mejor, pues desde los márgenes resulta factible divisar los márgenes y el centro, mientras que desde el centro se ve sólo el centro. Y lo hace de modo interesante y productivo: pensar y escribir en, desde y para América Latina, y no sólo sobre América Latina, exige reconocerse atravesados por la modernidad-colonial-capitalista-neoliberal. Y por lo mismo, exige eludir cualquier tipo de exotismo que postule singularidades absolutas y superiores tanto como cualquier clase de purismo, esos que consideran que el acceso a una mirada diáfana de los hilos ocultos de la dominación alcanza para blindarse frente a ellos.

¿Cómo encara entonces Gandarilla su tentativa de producir un pensamiento crítico decolonial? La pregunta no carece de interés, pues en su respuesta se juega uno de sus mayores aportes a la corriente iniciada por el grupo Modernidad/colonialidad hace poco más de 20 años, si consideramos, como suele hacerse, el Congreso de Caracas de 1998 como su acta fundacional. A diferencia de algunos de sus fundadores tanto como de muchos y muchas de sus continuadores y continuadoras, quienes buscaron deshacerse del marxismo porque lo consideran, junto al liberalismo y al cristianismo, partes constitutivas del metarrelato moderno, Gandarilla encara la decolonialidad en productiva amalgama con el marxismo, siguiendo, pero con sello propio, las rutas abiertas por Aníbal Quijano y Enrique Dussel –pensadores a quienes dedica sendos capítulos en el libro–. De ahí que el autor pueda escribir líneas como éstas: “Todavía tenemos, pues, mucho por criticar y seguimos necesitando renovadas incursiones para disponer de una nueva teoría crítica acorde con los urgentes problemas de nuestro presente, quizá desde el marxismo se pueda prescindir de los aportes del poscolonialismo o de las epistemologías descoloniales, pero desde estas últimas mal haríamos al prescindir de los aportes de Marx y de su obra cumbre, pues a siglo y medio de haber visto la luz sigue siendo de una actualidad insospechada para la labor de la crítica. Estoy plenamente convencido de que los grados más finamente alcanzados por la discursividad crítica se han de operar, el día de hoy, en plena crisis civilizatoria del capitalismo moderno/colonial, en los enfoques descoloniales que hagan uso imaginativo del corpus marxiano” (Gandarilla, 2018: 18, cursivas nuestras). Y esto es así porque Gandarilla no parte de la ideológica pretensión de situarse fuera del pensamiento moderno-eurocéntrico, pues se sabe contaminado por él. Y porque sabe también que ese pensamiento ha sabido pensar contra sí mismo, produciendo sus fisuras. No se trata de “arrojar al niño con el agua sucia de la bañera”, lo que implicaría abandonar todo saber europeo por considerarlo moderno y colonial. Por el contrario, se trata de recuperar y releer los nombres que cuestionaron la modernidad desde dentro. Por ello a lo largo de todas sus páginas veremos desfilar con soltura a Marx, Gramsci, Poulantzas, Benjamin, Bourdieu, Braudel, Derrida, Silvia Federici, Boaventura de Sousa o Zizek, siempre de la mano de Mariátegui, Fanon, Bolívar Echeverría, Dussel, Quijano, González Casanova o León Rozitchner.

Se trata en definitiva de un encare que intenta producir una teoría decolonial que no prescinda del marxismo –lo cual nos dejaría muy desguarnecidos al momento de producir una crítica del capitalismo contemporáneo–, pero que tampoco considere que con él solo alcanza. Porque en lugar de rechazarse, Gandarilla entiende que ambos se retroalimentan: la teoría decolonial contribuye a repensar los elementos eurocéntricos y teleológicos alojados en ciertos marxismos, aportándole, por ejemplo, la crítica del colonialismo, y los marxismos ofrecen a la teoría decolonial la llama aún inextinguible de su crítica despiadada del capitalismo, con todo ese arsenal conceptual que hace foco en los conceptos de capital, relaciones de fuerza, hegemonía y lucha de clases. Pero que quede claro: este proyecto no busca una mera adición de la teoría decolonial en el marxismo, pues considera que su articulación modifica ambas teorías: el marxismo no puede seguir siendo como era, debiendo prestar atención al problema de lo moderno/colonial, y la teoría colonial no puede desarrollarse conforme a ese ideologema pos-caída-del-Muro-de-Berlín que decía que el “marxismo es cosa del pasado”. Para pensar en ese cruce, y al amparo de Fanon, Gandarilla vuelve sobre los cuerpos como ese lugar de condensación de la dominación, pero también de la posibilidad de la liberación. Los cuerpos permiten que las perspectivas epistemológicas decoloniales atiendan a problemas de orden material –léase lucha de clases–, evitando que sus temas “se agoten en un examen meramente discursivo, o del orden de sus narrativas” (Gandarilla, 2018: 17). Anudar lo simbólico a lo material, el lenguaje a la lucha de clases, para producir así una descolonización del conocimiento y de lo material.

Pero la pregunta por el pensar, ya lo dijimos, es también una por las condiciones de producción del pensamiento. Por eso, Gandarilla no la sitúa sólo en términos de la historia larga sino, también, en los contornos geopolíticos del neoliberalismo de guerra, una fase del sistema mundial moderno-colonial-capitalista en la que se “pretende hacer de las personas entes insomnes y arrebatarles también su tiempo de sueño; esto es, pretende una conversión también de ese tiempo de la reposición de los ritmos metabólicos en tiempo para el enriquecimiento del capital, para el aprovechamiento capitalista” (Gandarilla, 2018: 74). Si ya no hay “tiempo de sueño”, entonces el intelectual crítico tiene que permanecer despierto. Si las crisis del capitalismo ya no son esporádicas sino permanentes, el intelectual crítico debe convertirse en una perpetua voz de alerta. ¿Qué puede hacer el pensamiento crítico en una época en la que la sociedad ya no sabe qué pensar? En un contexto de urgencias y peligros, Gandarilla imagina la figura del “intelectual insomne”, quien no duerme para denunciar a, y luchar contra, la devastación de la vida. El “intelectual insomne” sabe que no puede dormir, pues hacerlo quizá signifique la derrota definitiva. Pero el “intelectual insomne” nos enfrenta a un nuevo dilema: ¿es posible pensar en el insomnio como virtud y no como padecimiento? ¿Acaso es posible pensar bien en condiciones de insomnio? ¿No habrá que “correr la cancha” al enemigo y encontrar nuestros momentos para ejercer el pensamiento?

Esta última pregunta es inescindible de otra de las tantas abiertas por Gandarilla: ¿es posible pensar bien cuando el pensamiento crítico tiene uno de sus soportes –que no el único por supuesto– en un mundo universitario que ha sido colonizado por las lógicas más nefastas del capitalismo académico? Se trata de un problema sin duda trágico. En la “selva académica”, como la llama el autor, nos vemos día tras día acechados por una lógica mercantil que impone la exponencial producción de una infinidad de “papers”, en general de escasísima calidad; por un para nada sutil “limosneo” de citas o intercambios interesados de ellas, cuyo objetivo estriba en ser citados por los colegas; y por un largo etcétera de miserias que atentan peligrosamente contra cualquier tentativa de producir un pensamiento crítico en serio. Pero al mismo tiempo, en esa “selva” se juega la reproducción de nuestras condiciones materiales de vida. ¿Cómo escribir entonces desde la universidad contra la universidad?

Colonialismo neoliberal propone una pregunta fundamental: ¿cómo escribir desde la colonialidad neoliberal pero contra la colonialidad neoliberal? ¿Cómo pensar contra sin pretenderse por fuera de? La preposición “desde” está ahí, justamente, para recordarnos que estamos atravesados por la colonialidad-modernidad, que no estamos fuera de ella porque no existe ese afuera utópico y reaccionario, y que, mal que nos pese, no estamos blindados a sus contradicciones. Y la preposición “contra”, para que no olvidemos que si no se piensa contra algo, no hay posibilidad de producir pensamiento crítico. ¿Cómo hacerlo en la urgencia del acechante peligro del neoliberalismo de guerra en tiempos de automatismo de mercado? ¿Dónde hallar los intersticios que permitan desengranarlo? Gandarilla busca diferentes ángulos para pensar estos dilemas: el problema de la relación entre modernidad, colonialidad y geopolítica desde una mirada de la historia larga, el problema del Estado, la educación y la universidad, y el lugar del trabajo intelectual. Consciente del carácter constitutivo de todo dilema, Gandarilla nos exime de la fácil tarea de hallar en su libro respuestas definitivas.

Juan Forn narra la historia de Joseph Needham, el bioquímico estadounidense que dedicó la mitad de su vida a intentar responder la pregunta de “por qué la ciencia moderna no se inventó en China sino en Europa, habiendo los chinos inventado todo antes”. La tarea le había llevado 50 años y 18 volúmenes de mil páginas cada uno, los cuales, puestos uno al lado del otro, ocupan un estante de 6 metros de longitud. Pero resulta que Needham jamás respondió a su pregunta. Acorralado por la severidad de quienes le cuestionaban esa falta, poco antes de morir Needham se limitó a decir: “No me disgustaría ser recordado por una pregunta”. Tal vez a Gandarilla tampoco.


Bibliografía

Gandarilla Salgado, José Guadalupe (2018), Colonialismo neoliberal. Modernidad, devastación y automatismo de mercado, Buenos Aires, Herramienta.

Grüner, Eduardo (2010), La oscuridad y las luces. Capitalismo, cultura y revolución, Buenos Aires, Edhasa.