FRAINA, EL FUNDADOR OLVIDADO

Un episodio de importancia innegable en la historia del Partido Comunista Mexicano (PCM) fue su primer congreso, un encuentro nacional de delegados celebrado en la Ciudad de México la última semana de 1921. Si bien el partido se fundó formalmente dos años atrás, en noviembre de 1919, en el primer congreso se sentaron las bases políticas y organizativas de la sección mexicana de la Internacional Comunista. La seriedad política y la claridad ideológica de los documentos aprobados entonces contrastan visiblemente con la vaguedad bienintencionada de todos los intentos previos. ¿Cómo se explica un desarrollo ideológico tan marcado?

Los historiadores activos en el decenio de 1980 –Paco Ignacio Taibo II, Arnoldo Martínez Verdugo y Barry Carr– recurrieron a los recuerdos de uno de sus protagonistas, el historiador sinaloense José C. Valadés, en esa época militante del PCM. En el artículo de 1969 “Confesiones políticas” y el libro Memorias de un joven rebelde (publicado póstumamente, en 1986),1 Valadés (de 20 años en 1921) se presenta como el principal ideólogo del partido en ese momento, al lado del dirigente político Manuel Díaz Ramírez, y se atribuye la idea clave de que el partido debía mantener su independencia política frente a las facciones militares del periodo.

En sus memorias, Valadés recuerda que en 1921 habían pasado por México dos importantes cuadros del comunismo internacional: el veterano socialista japonés Sen Katayama y el italoestadounidense Louis C. Fraina, precursor intelectual y fundador del movimiento comunista de Estados Unidos de América (EUA). Aunque Valadés no es muy explícito en cuanto a fechas, Taibo infiere justificadamente de su libro que ambos cuadros llegaron a México a finales de marzo o principios de abril de 1921 y se marcharon a EUA al cabo de un par de semanas. Valadés dice haber aprendido en ese lapso con Fraina “más marxismo que con El capital”. Siempre siguiendo a Valadés, Taibo concluye que, tras una estancia en aquel país, Katayama volvió a México a principios de mayo, pero Fraina ya no regresó más. Martínez Verdugo y Carr no mencionan siquiera el paso de Fraina por esta nación.2 Según Valadés, cuando preguntó a Katayama por qué Fraina no había retornado con él, el japonés le respondió que “tenía compromisos extrapartido”, lo cual “no iba acorde con la pureza revolucionaria”. Parece claro que Fraina había caído en desgracia.

Los recuerdos de Valadés, escritos por él a la vuelta de muchas décadas, cuando ya había dejado atrás la rebeldía de su juventud y era un historiador consagrado y diplomático respetable, alimentan la noción de que la Internacional Comunista dio al comunismo mexicano sólo sueños vacíos, aventureros ambiciosos y observadores superficiales, y de que habría sido mucho mejor arreglárselas sin ella. Su voz se suma al coro nacionalista de quienes afirman que nada importante puede provenir del extranjero.

El problema es que las cosas no fueron en absoluto como Valadés las recuerda, ni en lo general ni en lo específico. No es éste el lugar para discutir el prejuicio anti-Comintern de los historiadores, pero sí podemos enmendar un error factual en el que se manifiesta. Tras consultar los archivos de la Comintern resguardados en el Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política, en 2006 Daniela Spencer y Rina Ortiz Peralta publicaron una compilación documental que incluye la correspondencia y los informes de Katayama, Fraina y otros en torno a su “misión mexicana” de 1921.3 Aunque, según expresa el título de su obra, Spencer y Ortiz Peralta también parecen creer que el papel de la Comintern en México se redujo a dar unos cuantos “tropiezos”, puestos en su contexto, los documentos que publicaron permiten reconstruir hechos bastante diferentes de los contados por el historiador sinaloense.

Sen Katayama, efectivamente, arribó a México el 1 de abril de 1921. Pero no es cierto que Fraina haya llegado con él ni, mucho menos, que haya abandonado el país a mediados de mes ni que durante esa ausencia haya exhibido “compromisos extrapartido” o faltado a la “pureza revolucionaria” como afirma nuestro memorialista.

Por el contrario, ese abril Fraina se encontraba en Europa y llegó a México en julio, en calidad de representante oficial de la Comintern. Y, lo más importante, no estuvo aquí durante un par de semanas: se quedó durante el resto del año, lapso en el que colaboró estrechamente con el partido. Fue sin duda el inspirador ideológico del primer congreso del PCM. En particular, Fraina combatió en ese periodo la tentación de apoyar las asonadas militares como un sucedáneo de la revolución obrera, una idea que, según su informe, había propuesto nada menos que… José C. Valadés.

Un líder excepcional

Así pues, Luois Fraina vivió en México entre julio de 1921 y enero de 1922. Pero ¿quién era este hombre? ¿Qué clase de militante puede en unos cuantos meses dar forma a un partido informe?

Luigi Fraina nació el 7 de octubre de 1892, en un pueblo de la provincia italiana de Salerno. Tenía 5 años cuando emigró con la familia a EUA, donde adoptó el nombre de “Louis”. Creció en los arrabales de Nueva York donde, niño aún, trabajó como bolero y vendedor ambulante de periódicos. A los 14 años tuvo que dejar la escuela para laborar como obrero en una fábrica de cigarrillos, pero nunca dejó de aprender. En realidad, pese a la adversidad de las condiciones en que se crió, desde joven demostró una inteligencia excepcional. Si John Reed, educado en Harvard, se convirtió en el corazón de su generación, el humilde inmigrante Fraina se volvió su cerebro.

A los 17, el humilde obrero autodidacta publicó un texto en cierta revista literaria; ello le permitió obtener un empleo como reportero y dejar la fábrica. Al mismo tiempo, ingresó en el movimiento socialista de EUA, y se convirtió de inmediato en uno de sus protagonistas. Se formó la facción marxista más radical, fundada por el teórico Daniel de León, aunque no tardó en abandonarla para militar como intelectual marxista independiente. En 1912 participó en la legendaria huelga de Lawrence como corresponsal del periódico The Daily People y en 1914 fue nombrado editor del prestigioso medio New Left Review. Sus intereses intelectuales, sin embargo, iban más allá de la política, y colaboró también con la famosa bailarina Isadora Duncan en la edición de una revista de danza moderna.

En enero de 1917 conoció al grupo de exiliados rusos agrupado en torno a la revista Novy Mir, que incluía entre sus colaboradores a figuras como Nicolai Bujarin, Aleksandra Kolontai y León Trotsky. La mayoría de los socialistas estadounidenses consideraba a los rusos una banda de excéntricos que tomaba demasiado en serio sus discursos revolucionarios, pero Fraina entendió que eran mucho más que eso. Mediante conversaciones con ellos se dio cuenta de que algo especial se gestaba en Rusia, y empezó a seguir de cerca los acontecimientos de ese país. Antes que nadie en occidente hubiera oído hablar de Lenin y su partido, este italiano de Nueva York supo que los bolcheviques tenían la clave del futuro. Si John Reed se identificó con el bolchevismo por haberlo visto en acción en las calles de Petrogrado, Fraina lo hizo desde lejos, en virtud de su lucidez analítica.

En marzo de 1917, EUA entró en la Guerra Mundial. Como muchos socialistas radicales, Fraina condenó ésta y se negó a enrolarse en el ejército, por lo cual fue arrestado. Pasaría un mes en prisión. Una vez libre, fundó la revista Class Strugle, la primera publicación estadounidense en difundir el nombre y las ideas de Lenin. A fin de dar a los obreros de ese país una idea más completa del pensamiento de los bolcheviques, en 1918 editó la compilación de textos de Lenin y Trotsky con el título La revolución proletaria en Rusia y fundó el periódico abiertamente comunista Revolutionary Age que, en marzo de 1919, convocó a la conferencia nacional de la izquierda socialista que debía dar lugar al Partido Comunista de EUA. En el cónclave, realizado en junio, Fraina fungió como presidente y se encargó de redactar su manifiesto.

Sin embargo, aquel encuentro dio lugar no a un partido comunista unitario sino a dos partidos comunista rivales. Fraina quedó al frente de uno de ellos; y Reed, al del otro. Comenzó entonces una enconada lucha de facciones que habría de extenderse, en distintas formas, a lo largo de la década. No es éste el lugar para narrar la compleja historia del comunismo estadounidense y sus corrientes, pero conocerla resulta indispensable para entender el proceso del partido mexicano.4

Como representante internacional de su partido, a principios de 1920 Fraina viajó clandestinamente a Ámsterdam para participar en una conferencia de partidos comunistas de occidente. Ahí se le asignó redactar las tesis sobre trabajo sindical. La policía holandesa efectuó una redada en esa reunión, por lo que muchos delegados, incluido él, debieron ocultarse.

Mientras Fraina estaba ausente, en EUA sus adversarios políticos hicieron circular el rumor de que era un infiltrado de la policía. Si bien la investigación realizada por su partido demostró que la acusación era falsa, la sospecha lo dejaría manchado para siempre. El suyo es un buen ejemplo del daño que pueden causar al movimiento revolucionario el veneno de la paranoia y los infundios.

Ese verano volvió a embarcarse rumbo a Europa, esta vez para participar en el segundo congreso de la Comintern y en el de los Pueblos de Oriente, celebrado ese septiembre en Bakú. En aquellos años, Lenin defendía la idea de que los comunistas debían militar en los sindicatos existentes, aun cuando no fueran revolucionarios. Muchos comunistas estadounidenses –entre ellos John Reed– se oponían a ese planteamiento, pero Fraina consideró serenamente el asunto y concluyó que Lenin tenía razón. Eso contradecía el radicalismo extremo de su partido, por lo cual éste lo desautorizó como su representante.

En Moscú conoció ese otoño a la funcionaria rusa de la Comintern Esther Neviskaya, con quien se casó. La fiesta de bodas se celebró en casa del diplomático bolchevique Lev Karajan, entonces vicecomisario local de Asuntos Exteriores.

Ese diciembre, la Comintern decidió incluir a Fraina, con el japonés Katayama y el letón-estadounidense Karlis Jansen (perteneciente a una facción rival) en el Buró Panamericano de la Comintern que debía establecerse en México para ayudar a la sección local.

Para su misión mexicana, Fraina recibió en Moscú 50 mil dólares. En abril de 1921 llegó a Berlín, donde distribuyó la mayor parte de esa suma en otros proyectos de la Internacional y conservó 10 mil para su labor en México. En ese punto recibió el permiso de incluir a su esposa, Neviskaya, en la nueva misión; así, en vez de viajar a México, volvió a Moscú para llevarla consigo. En junio reemprendió el viaje a México, vía Canadá, por donde pasó asumiendo la identidad de un productor de cine. No llegaría a la Ciudad de México sino hasta julio.

Jansen, por su parte, nunca se decidió a viajar a México.

El hecho de que los fondos de la Comintern no llegaran a México sirvió a los adversarios de Fraina en el movimiento comunista estadounidense para acusarlo de malversación. Ello nunca fue probado, pero contribuyó a ensombrecer su reputación.

Fraina en México

Según Valadés, durante la estancia en la Ciudad de México Fraina se alojó en el hotel Cosmos (en la esquina de 16 de Septiembre y lo que hoy es el Eje Central). Al llegar al país, el revolucionario italoestadounidense se topó con que los informes de sus antecesores pecaban de optimismo (lo cual corroborará quien los lea hoy), pues en realidad el Partido Comunista Mexicano apenas existía. En mayo, dos de sus principales cuadros, el estadounidense R. F. Phillips y José Allen, cayeron en una redada de radicales extranjeros y fueron expulsados del país. Otros dos líderes, Manuel Díaz Ramírez y el suizo Edgar Woog, habían viajado a Moscú a participar en el tercer congreso de la Comintern. Katayama, quien no hablaba español, debía vivir en la clandestinidad más rigurosa. Sólo había la Federación de Jóvenes Comunistas, dirigida por José C. Valadés.

Al poco tiempo de su llegada a la capital mexicana, Fraina fundó con Valadés, Katayama y Phillips (quien había vuelto clandestinamente) el periódico El Obrero Comunista, a fin de reorganizar el partido. Si bien en octubre volvieron a México Díaz Ramírez y Woog, Katayama y Phillips abandonaron el país, dejando a Fraina como único representante de la Comintern aquí.

En los siguientes meses, Fraina se dedicó a asesorar ideológicamente a Díaz Ramírez y los jóvenes comunistas en la preparación del primer congreso del PCM, celebrado a finales de año. Fue así el inspirador de la refundación definitiva del partido.

Poco después del congreso, en los primeros días de 1922, Fraina envió a Moscú un interesante informe sobre el encuentro y el estado de la sección mexicana. Ahí señala entre otras cosas que Valadés viajó al norte y regresó “emocionado con las perspectivas” de una asonada militar y había exhortado “al partido a hacer propaganda a favor de ésta”. Fraina dice que él le hizo ver su error. Esta discusión no figura en los recuerdos de Valadés, donde él mismo se presenta como el oponente del entusiasmo de otros con las asonadas militares.

Tras escribir su informe final, en enero de 1922, Louis Fraina abandonó México para cumplir otras tareas de la Comintern –probablemente clandestinas–, de las cuales no quedó registro. Su esposa, embarazada, se quedó en la Ciudad de México.

Después de México

Mientras tanto, la campaña de insinuaciones y calumnias veladas contra Fraina siguió desarrollándose en el movimiento comunista estadounidense. Es revelador que Valadés retome en sus memorias la alusión a ciertas misteriosas infracciones de la “pureza revolucionaria”. Sus adversarios, fogueados en las grillas facciosas, supieron usar contra él ese tipo de vaguedades hirientes, pero imposibles de refutar. Teórico genial, Fraina no fue nunca un faccioso hábil, y terminó por desmoralizarse: ese otoño envió desde Berlín su renuncia al Partido Comunista estadounidense.

Entonces volvió a México, donde su esposa, Esther, había dado a luz a una hija. Aquí vivió varios meses más, incapaz de encontrar trabajo estable. Finalmente, en mayo de 1923 volvió a Nueva York y, tras seis meses, reunió dinero suficiente para mandar traer a la familia. Así terminó su relación con este país.

En 1926, todavía considerándose marxista ortodoxo, publicó con el pseudónimo Lewis Corey el artículo de teoría económica “¿Cómo se distribuye la propiedad?”, que le valió el reconocimiento de los economistas profesionales. Entre 1931 y 1934 trabajó como editor adjunto de la Enciclopedia de la Ciencias Sociales. En 1934 y 1935 publicó sus libros marxistas El declive del capitalismo americano y La crisis de la clase media, y colaboró tanto con el Partido Comunista oficial como con las organizaciones marxistas rivales.

Sin embargo, como sucedió a muchos intelectuales estadounidenses, las purgas estalinistas de mediados del decenio de 1930 y el pacto Hitler-Stalin de 1939 terminaron por alejarlo del comunismo. Empero, nunca rompió sus vínculos con el movimiento obrero e, incluso, escribió una historia del sindicato de carniceros, Hombres y carne. En esa época fue contratado como profesor universitario de economía (nada mal para el niño emigrante que no pudo terminar la secundaria).

El día de Navidad de 1952, en pleno macartismo, recibió una orden de deportación, por haber vivido con nombre falso en su etapa de militante comunista. Pasaría los siguientes nueve meses, los últimos de su vida, combatiendo de manera legal la posible deportación. Finalmente, el 15 de septiembre de 1953 sufrió un infarto cerebral por estrés y murió al otro día. Su libro Hacia un entendimiento de América se publicó el año siguiente.

Aunque hoy ningún historiador niega su papel protagónico en la formación del comunismo estadounidense, pocos reconocen su aportación al mexicano. En realidad, que el PCM haya tenido a su disposición durante ese año clave una inteligencia y una cultura marxistas como las de Louis Fraina es un hermoso ejemplo de la indispensable aportación del internacionalismo a la emancipación de los trabajadores de cada país, un ejemplo que no debe olvidarse.


Notas

1 Memorias de un joven rebelde, tomo 2 (Universidad Autónoma de Sinaloa, 1986) y “Confesiones políticas”, en la Revista de la Universidad de México, número 10, junio de 1969.

2 Taibo II, Paco Ignacio. Bolcheviques (publicada originalmente en Joaquín Mortiz; la edición más reciente es de Planeta, 2018); B. Carr. Historia de la izquierda mexicana a través del siglo XX (Era, 1996); Martínez Verdugo, Arnoldo. “Del anarquismo al comunismo”, en Historia del comunismo en México (Grijalbo, 1985).

3 La Internacional Comunista en México: los primeros tropiezos, INEHRM, México, 2006.

4 Cónfer el clásico de Theodore Draper. The roots of American communism (1957). Para una lectura más actual, libre de los prejuicios políticos de la Guerra Fría, véase The Communist International and US communism (2014), de Jacob Zumoff.