LOS MUERTOS QUE VOS MATASTE GOZAN DE BUENA SALUD

A fines de los años sesenta e inicios de los setenta, las teorías de la dependencia estaban en boca de todos y de todas. Se habían vuelto el santo y seña de una generación. Bajo su influencia florecieron infinitas experiencias críticas como la sociología, la filosofía y la teología de la liberación. Como reguero de pólvora se extendieron por la región y por el Tercer Mundo, llegando, acaso por primera vez, a lograr que el pensamiento latinoamericano impacte sobre el de los países centrales. Sin embargo, al rápido auge le siguió el abrupto declive. A la vida rebosante, la muerte. Las teorías de la dependencia fueron enterradas tan repentina como injustificadamente. Aquel entierro violento, forzado, apresurado, no obstante, dejó un resto insepulto. ¿Qué significó el momento dependentista? ¿Cuál fue su origen y su devenir? ¿Cómo y por qué las teorías de la dependencia tuvieron ese fatídico destino? ¿Qué queda de lo dependentista hoy? ¿Por qué sus fantasmas nos siguen acechando?

Espectros Dependentistas. Variaciones sobre la “Teoría de la dependencia” y los marxismos latinoamericanos,del sociólogo argentino Diego Giller, nos ofrece respuestas a tan acuciantes interrogantes. En este valioso trabajo, publicado por Ediciones Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), el autor aborda con lucidez el auge y la caída de las teorías de la dependencia, una de las tradiciones intelectuales más influyentes y originales de América Latina. Sin embargo, no estamos ante un libro de historia más. Lejos de realizar un mero estudio arqueológico, Giller, en la estela de Derrida, se propone conjurar aquellos fantasmas irredentos para repensar críticamente nuestro difícil presente.

El autor nos invita a recorrer las últimas siete décadas del pensamiento latinoamericano en un derrotero que tiene como hitos la preocupación por el desarrollo, el posterior desvelo por la dependencia, la obsesión por la democracia en los años ochenta, el auge del neoliberalismo en los noventa, y los años recientes marcados por el giro progresista, lo descolonial y la actual ofensiva neoliberal. Se centra en reconstruir la historia de las teorías de la dependencia a la que, a diferencia de otros intérpretes, entiende como múltiple por la polifonía de voces que la constituyeron. Sin embargo, aun en la diversidad, sostiene que el marxismo operó como un horizonte común que habilitó conceptualizaciones tan radicales como sugerentes.

Para el autor resulta clave el contexto en el que emergieron las teorías de la dependencia. Su auge es inexplicable si no se tiene en cuenta ese momento de gran radicalización política que se abrió con la revolución cubana. Aquel proceso mostró que el socialismo no era una utopía, sino una realidad al alcance de la mano. A la insurgencia latinoamericana, deben sumársele las luchas anticoloniales y el huracán de rebeldías globales que sirvieron de telón de fondo para nuevas formulaciones críticas. Según Giller, estas implicaron un corte con el pasado, pero aquel pasado resulta sustancial para entender su aparición. Nacieron en un diálogo crítico con sus antecesores teóricos: el pensamiento económico de Rostow, la teoría de la modernización, el desarrollismo de la CEPAL y la concepción etapista de la historia de los partidos comunistas. Además de estas conceptualizaciones previas, acertadamente Giller reconstruye la prehistoria dependentista subrayando algunos antecedentes que no siempre son tenidos en cuenta. A la célebre obra de Prebisch, el autor le suma la noción pionera de capitalismo colonial de Sergio Bagú, el discurso del Che Guevara en la OEA, las “Siete tesis equivocadas sobre América Latina” de Rodolfo Stavenhagen y el debate entre André Gunder Frank y Rodolfo Puiggrós sobre los modos de producción en América Latina. Hitos que fueron habilitando una nueva manera de pensar los problemas de la región.

Pero uno de los aspectos más valiosos de este trabajo es que no sólo aborda el derrotero de las ideas sino también de las instituciones, nodos y redes a nivel regional que fueron centrales en el devenir dependentista. En este sentido, advierte que la Universidad de Brasilia resultó clave ya que en los tempranos años sesenta se encontraron André Gunder Frank, Theotônio dos Santos, Vania Bambirra y Ruy Mauro Marini en torno de un seminario sobre El capital, de Marx, que cobijó las primeras formulaciones dirigidas hacia el horizonte de la dependencia. Todos, salvo Frank, no sólo eran intelectuales sino también militantes de la Organización Revolucionaria Marxista-Política Operaria (POLOP), y discutían tanto las tesis centrales del nacionalismo desarrollista como las del Partido Comunista Brasileño (PCB).

La seguidilla de golpes de Estado, y en particular el de Brasil, en 1964, fue central en esta historia debido a que forzaron a muchos pensadores a un exilio que, a pesar de luctuoso, fue habilitador de nuevas redes intelectuales y políticas. México fue un primer lugar de encuentro y de reflexiones originales. No casualmente muchos de los antecedentes referidos fueron fraguados allí. Sin embargo, Chile se convertiría inmediatamente en el epicentro de los debates político-culturales de la época. En realidad, como lo advierte Giller, ya desde antes Chile había sido sede de instituciones internacionales, entre las cuales, además de la CEPAL, pueden mencionarse FLACSO, ESCOLATINA (primer programa de graduados en Economía en Latinoamérica), el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE) y el Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO), que tenían como preocupación promover el desarrollo. Chile será receptor de exiliados desde mediados y fines de la década del sesenta, pero a partir del triunfo de la Unidad Popular, en 1970, se convertirá en el principal laboratorio de las ideas críticas latinoamericanas. En el CESO y en otros ámbitos cercanos confluirán aquellos que irán elaborando las teorías de la dependencia. Lo harán al calor de los avances y retrocesos de la “vía chilena al socialismo”, en el contexto de la guerra fría, los debates sobre la lucha armada y la brutalidad de la contraofensiva imperial y oligárquica en la región.

Hasta los años sesenta, las ciencias sociales estaban obsesionadas con el desarrollo y la modernización. Sin embargo, y a pesar de los planes implementados, los resultados fueron magros. Resultaba evidente que a pesar del crecimiento económico la región seguía estancada en el subdesarrollo. ¿Por qué? ¿Cómo explicar semejante contradicción? Según Giller, ese interrogante fue el que se propuso responder la nueva generación de intelectuales críticos. Así nació el concepto de dependencia como clave explicativa para dar cuenta de los males seculares de la región. Un gran acierto de este libro es mostrar que la respuesta no fue unívoca, sino coral y diversa. 

Giller nos introduce en dicha pluralidad analizando la obra pionera de Gunder Frank y su célebre apotegma del “desarrollo del subdesarrollo”, el libro clásico Dependencia y desarrollo en América Latina, de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, y su abordaje histórico y estructural de las diversas situaciones de dependencia latinoamericanas, y las reflexiones de Theotônio dos Santos en torno de las teorías marxistas del imperialismo y su conceptualización de la dependencia como situación condicionante. El autor le presta particular interés a Ruy Mauro Marini, quien desde un marxismo original y heterodoxo, elaboró en su Dialéctica de la dependencia, la categoría de superexplotación del trabajo como clave explicativa del devenir de la región y de la dependencia de los países periféricos. En su opinión, esta obra constituyó el pico teórico más alto alcanzado por el dependentismo en su momento de máximo apogeo.

El auge de las teorías de la dependencia fue tan abrupto como su caída. Giller propone dos claves para entender dicho proceso. Las críticas, tanto internas como externas, jugaron un rol central en esa crisis. El autor desmenuza aquellos ricos debates de los años setenta en los que participaron no sólo los dependentistas, sino también interlocutores de otras vertientes, como Agustín Cueva, cuyos dardos envenenados dieron en el corazón dependentista.

No obstante, para Giller el golpe en Chile de 1973, y los que le siguieron, fue el factor determinante que marcó el cierre de una época. Y con él, el del momento dependentista. La violenta clausura del CESO y su reemplazo por la sede de la Central Nacional de Informaciones (CNI) del régimen pinochetista, constituye en su opinión una metáfora terrible de aquel destino trágico. La esperanza chilena se cerró abruptamente y, al tiempo, las dictaduras se generalizaron en el cono sur. Los dependentistas y el conjunto de intelectuales críticos se vieron obligados a exiliarse en Europa y en México. Allí los debates continuaron, pero como señala Giller, la derrota dio lugar a una fuerte autocrítica en torno al marxismo, el guevarismo y la confianza en la inevitabilidad de la revolución. A los procesos regionales debe sumársele el desencanto con los “socialismos reales” y los planteos del eurocomunismo. Esto dio lugar a unas primeras reflexiones que buscaron anudar socialismo y democracia, pero que naufragaron cuando la Unión Soviética y el campo socialista implosionaron.

De esta manera, si los años sesenta y setenta habían girado en torno a las dicotomías “liberación o dependencia” y “socialismo o fascismo”, la derrota y el exilio abrirán un nuevo momento que tiene a la democracia como obsesión. Incluso más, en la opinión de Giller aquella derrota finalmente cortó de cuajo con la serie de preocupaciones que venían encadenándose en las décadas previas y que tenían a un futuro luminoso como horizonte de superación de los males latinoamericanos. Fue un corte paradigmático dentro de la tradición intelectual latinoamericana. Pero a pesar de las primeras esperanzas de una democracia sustantiva, la consolidación del neoliberalismo hizo que aquella finalmente se terminase expresando en una clave meramente formalista. Muchas de las reflexiones de los años ochenta y noventa quedaron presas de esa concepción.

Giller, sin embargo, nos recuerda que el levantamiento zapatista de 1994 abrió un nuevo momento de importantes debates, los cuales, no obstante, siguieron presos de la “crisis del marxismo”. En su opinión, el célebre libro Cambiar el mundo sin tomar el poder, de John Holloway, fue un claro síntoma de aquella abjuración de las tradiciones pasadas que tenían al Estado, a la clase obrera y a la revolución como obsesiones constitutivas.

No obstante, al calor del ciclo progresista iniciado a fines del siglo XX emergieron nuevas teorías que vinieron a impugnar el orden dominante. Una voz intelectual destacada en este escenario fue la de Álvaro García Linera, pero ciertamente la teoría descolonial fue la más relevante, constituyéndose, como bien señala Giller, en la nueva D de la saga de las ciencias sociales latinoamericanas, compuesta por el Desarrollo, la Dependencia y la Democracia. ¿Ahora bien qué lugar ocupó y ocupa el marxismo en lo descolonial? Dentro del polifónico grupo modernidad/colonialidad, Giller reconoce dos vertientes en tensión. Los que reniegan completamente del marxismo por considerarlo parte central de la narrativa moderna y colonial y aquellos que, como Dussel y Quijano, lo rescatan y lo toman como una fuente fundamental del pensamiento emancipatorio latinoamericano. Crítico de la primera vertiente, el autor se identifica con la segunda, aunque advierte que incluso en ese momento de reverdecer intelectual, las teorías de la dependencia fueron dejadas de lado. Uno podría matizar esta lectura y decir que los descoloniales revindicaron el momento dependentista como antecedente, aunque en una clave más declamativa que real, esto es, sin incluirlo seriamente en su formulación conceptual. 

Aun así, los espectros dependentistas se resisten a abandonarnos. Arrojadas al basurero de la historia de manera abrupta, dichas teorías nos siguen interpelando en una región que no ha dejado de ser dependiente y subdesarrollada. Giller señala lúcidamente que el actual presente dista en múltiples sentidos del contexto de emergencia de las teorías de la dependencia. Sin embargo, incluso así o más bien por ello, nos invita a una lectura que él define como un “contextualismo contaminado”, y a reconocernos no como sus contemporáneos, sino como sus herederos. Herederos que, al conjurar aquellos fantasmas, seamos capaces de pensar creativamente las nuevas y actuales modulaciones de la dependencia. Quien lea esta obra no puede más que convencerse de la urgencia de dicha tarea.

Diego Giller. Espectros dependentistas. Variaciones sobre la “Teoría de la dependencia” y los marxismos latinoamericanos. Buenos Aires: Ediciones UNGS. 2020.


* Juan Francisco Martínez Peria es doctor en Historia, Docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de San Martín.