TIEMPOS INSÓLITOS

El movimiento social antifascista y la contrarrevolución de Donald Trump

Estados Unidos es un país complejo y vigoroso: detenta el poder mundial, es la economía más grande del mundo y controla los puntos nodales del sistema económico global. Es también la mayor potencia militar y está conformado por una sociedad hipercompleja. Sin embargo, su peso en la producción industrial global y su poder político se encuentran en franca retracción y en la actualidad padece una de las peores crisis de su historia, con importantes consecuencias económicas, políticas y militares. El presente trabajo pasa revista a tres capítulos muy importantes de su historia contemporánea: la crisis multidimensional provocada por la pandemia, el movimiento social multirracial contra el estado policiaco global y lo que podríamos llamar la contrarrevolución de Donald Trump. Mi descripción y análisis de los hechos se constriñe básicamente a los meses de abril a junio de 2020: incluyó la revisión de los discursos presidenciales, y muy diversos medios estadounidenses, entre los que destacan, los noticieros televisivos Democracy Now, PBS y The Washington Post. 

El día 12 de mayo del año en curso en EU, había 1 300 000 personas infectadas de Covid19, 80 mil personas fallecidas y 20 millones de desempleados. Los problemas graves eran numerosos: dificultades para proteger a sus trabajadores de la salud, presiones para reabrir la economía, falta de preparación para garantizar la seguridad de sus trabajadores esenciales y fuertes brotes de racismo. En medio de ese naufragio nacional Donald Trump y los gobernadores republicanos respondieron caóticamente a la emergencia y atizaron una subversión derechista para reabrir la economía, al grito de “Liberen Virginia”. En Michigan, por ejemplo una multitud supremacista con muchas personas armadas, se manifestó frente al congreso estatal, al grito de “Liberen Michigan”, portando suásticas y banderas confederadas. Ante esta situación surgieron algunas luchas ejemplares, como las luchas de las enfermeras exigiendo equipos de protección médica, la demanda de los trabajadores esenciales de condiciones seguras para regresar a sus labores, la resistencia de los migrantes (acosados como nunca antes en EU) y las manifestaciones de afroamericanos en favor de los derechos civiles. Recientemente en una entrevista que le hice a David Barkin, para el programa Primer Movimiento de Radio UNAM, me señaló que las crisis sanitaria, económica y política que padece simultáneamente EU intensificó aceleradamente la polarización económica, geográfica y social, y agudizó la lucha de clases al interior de ese país y consecuentemente en el mundo entero.

La normalización del supremacismo

Según William Robinson (“Se avecinan revueltas sociales en EU”, América Latina en Movimiento, 15/mayo/20), la pandemia paralizó actividades económicas e hizo algo más: suspendió temporalmente la reproducción de amplios segmentos de capital. Ante esa situación, Donald Trump priorizó la ampliación del capital sobre la vida de los trabajadores. Fue en ese contexto que el grito de “liberar Virginia” del yugo demócrata y reabrir la economía, encontró eco en la mencionada manifestación ultraderechista del 18 de abril que: representó la irrupción de una multitud supremacista, para reabrir la economía mientras ondeaban banderas confederadas reivindicando la “época dorada” de la esclavitud “que el viento se llevó”. Pocos días después de la marcha, ante un encendido debate sobre la presencia en las calles de grupos armados de ultraderecha, Donald Trump tuiteó un mensaje reivindicando el derecho a portar armas. Unas semanas más tarde la representante afroamericana Sarah Anthony acudió al congreso acompañada de una escolta formada por tres hombres armados: “No me dejaré intimidar” declaró, la multitud que rodeó el congreso tenía una actitud de linchamiento, seguiré legislando en favor de la igualdad. Las protestas masivas de la ultraderecha, atizadas por el grito de Donald Trump de “Liberar Virginia”, parecen espontáneas, pero de acuerdo con William Robinson (“La crisis capitalista más mortal que el coronavirus”, América Latina en Movimiento, 25/abril/20), fueron convocadas por organizaciones tipo la Fundación Heritage, FreedomWorks y el Consejo Americano de Intercambio Legislativo. Por su parte Juan González ha señalado en Democracy Now que la demostración de fuerza en Michigan, pretendió normalizar la presencia de grupos armados de ultraderecha en las calles para: intimidar al movimiento social, empujar la reelección de Trump, o hasta se convirtiese en una movilización armada que reclame un supuesto fraude en caso de que su candidato sea derrotado.

Unos zapatos blancos en el parque Lafayette

El miércoles 6 de mayo, ante el Presidente Donald Trump, durante una ceremonia en la Casa Blanca por el día de la enfermera, Sofía Adams, presidenta de la Asociación Americana de Enfermeras, le dijo al mandatario que existían algunos problemas de abastecimiento de equipos de protección y dijo que ella se vio forzada a usar la misma mascarilla N95 durante semanas, en un hospital de New Orleans: “nosotras tenemos que hacer lo que tenemos que hacer como enfermeras y debemos adaptarnos a las condiciones, pero necesitamos equipo”. El mandatario la interrumpió y espetó: “eso es lo que piensas tú, pero no todo mundo piensa como tú, mucha gente cree que estamos haciendo las cosas maravillosamente”. El jueves 7 de mayo, un grupo de enfermeras, del Sindicato Nacional de Enfermeras colocó 88 pares de zapatos blancos en el parque Lafayette enfrente de la Casa Blanca como recordatorio de las trabajadoras de la salud que han perdido la vida por la falta de equipo de protección, una de las representantes sindicales, según Democracy Now de ese día, señaló que Donald Trump ha fallado abominablemente en su deber de proteger a las enfermeras.

El trabajo durante la pandemia

El noticiero Democracy Now señaló el 7 de mayo: el mundo laboral en tiempos de COVID se caracteriza por el desempleo, la desprotección de trabajadores y la persecución de trabajadores migrantes que laboran en los campos agrícolas, el empaquetado de carne, la recolección de basura, la enfermería de los hospitales y el reparto de medicinas a domicilio. Los trabajadores esenciales, entre ellos muchos migrantes mexicanos realizaron una manifestación el 1 de mayo (pese a los riesgos sanitarios), para exigir: seguridad en el trabajo, apoyo para hospedaje (para no regresar después de laborar en sitios de Covid19), salarios justos y protección para los trabajadores migrantes, que debido a la persecución de la migra no podían acudir a los hospitales. 

La crisis multidimensional ha tenido impactos diferenciados en cada sector social. Según The Washington Post se ha despedido al 11% de los trabajadores blancos, al 16% de los afroamericanos y al 20% de los latinos. Según el noticiero PBS  también en la salud ha habido desigualdades: los afroamericanos representan el 13 % de la población pero conforman el 30% de los enfermos.

Siempre hay buenas oportunidades para hacer la guerra

Pero al inicio de mayo Donald Trump no estaba concentrado en atender la  pandemia: “Vamos a hacer muchos movimientos militares en el mundo en los próximos días”, afirmó en una de sus declaraciones publicada en la página de la Casa Blanca, al inicio de mayo. “Hemos gastado, dijo, 1.5 billones de dólares en presupuesto militar durante mi administración, somos más fuertes militarmente que nunca, tenemos el mejor equipo, los mejores misiles, los mejores barcos, los mejores submarinos, son hermosos y vamos a construir más”. 

En medio del desastre Trump pronunció enardecidos discursos contra China, endureció la persecución de migrantes, acosó trabajadores, atacó a los estudiantes de DACA, prosiguió intensas actividades militares en el exterior. Por ejemplo, aprobó sanciones económicas contra funcionarios de Siria, sancionó organizaciones civiles en Yemen, intentó obtener autorización para eventuales acciones militares contra Irán y siguió explorando por todos los medios alguna manera de derrocar a Nicolás Maduro en Venezuela e imponer a Juan Guaidó. Como olvidar, la imagen de la  conferencia de prensa ofrecida por el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, ataviado con tapabocas, exhibiendo las identificaciones (pasaporte, identificación de militares y carnet de la empresa SilverCorp) de Luke Denman y Airan Berry quienes participaron en la operación anfibia lanzada el domingo 3 de mayo en La Guaira, Venezuela, quienes fueron detenidos por los habitantes de pequeñas comunidades pesqueras.

La disputa por la nueva normalidad

EU vive una profunda crisis multidimensional y una intensa lucha de clases. Por un lado, Donald Trump usa la enorme chequera de 2 billones de dólares que obtuvo del Congreso para enfrentar la pandemia a través de lo que probablemente sea el  rescate de empresas más grande de la historia: mientras la economía de las pequeñas empresas y otras pequeñas unidades productivas están sufriendo mucho y van a sufrir aún más. El sistema político estadounidense, señaló David Barkin en la entrevista antes mencionada, tiene un enorme problema para reconocer a personas, grupos y clases externos a la clase política. Por ello son extraordinariamente importantes expresiones como las de Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez -en el ámbito del socialismo democrático- y la lucha de los indios de Dakota del sur por defender sus territorios y evitar el paso del gaseoducto. La pandemia ya había intensificado la lucha de clases al interior de Estados Unidos, pero la tercera semana de mayo ocurrió algo que cambió el curso de la historia. 

8 minutos y 46 segundos

El paisaje político de EU mutó abruptamente a partir del día que George Floyd fue asesinado. El 26 de mayo Sthephany Sy informó, en el noticiero de televisión PBS qué, tras dos meses de silencio, el gobernador de New York, Andrew Cuomo timbró la campana del Mercado de Valores de Nueva York, ahora dijo: necesitamos un regreso inteligente a la nueva normalidad. Ese mismo día en la ciudad de Hierro, se oyó el ulular de las sirenas y, por primera vez, después de ocho semanas: el repicar de las campanas de las iglesias que volvieron a abrir sus puertas. Por la mañana, el presidente Trump en su campaña para obligar a los gobernadores a reabrir la economía de los estados dijo en la White House: “Necesitamos personas que nos guíen en la fe, vamos a reabrir, de un modo u otro, si es necesario anularé a cualquier gobernador que se oponga, si quieren jugar, ok, pero nosotros ganaremos”. La conductora de PBS informó que cuatro Policías de Minneapolis fueron despedidos, y transmitió un video en el que el oficial Derek Chovain oprime con su rodilla el cuello de un afroamericano que decía: “Please I can’t breath”. Un transeúnte filmó los 8’36 minutos que el oficial aplicó la llave de artes marciales mixtas a George Floyd hasta provocarle la muerte. Al filmar con su celular y al circular ese video, todos nos convertimos en azorados testigos de un asesinato. La escena del video muestra que un afroamericano se acercó a decirle a los oficiales que el hombre arrestado y tendido en el suelo ya no se movía, pero fue encarado por el oficial Tou Thao. Una ambulancia llegó al lugar, recogió a George Floyd ya inmóvil y posteriormente avisó que éste había muerto en el camino.

George Floyd no ofreció resistencia, estaba desarmado, esposado, pidió ayuda y no la halló. Un oficial presionó su cuello durante ocho minutos y medio, mientras otro lo detenía con las manos esposadas; pero el Departamento de Policía de Minneapolis, Minnesota, calificó lo sucedido como incidente médico y nunca mencionó la rodilla del oficial. Melvin Carter, alcalde de Saint Paul, Minnesota, (ciudad contigua a Minneapolis) dijo: el incidente esfumó años de trabajo empeñados en que la comunidad confiara en la policía. El alcalde de Minneapolis, Jacob Freu dijo entre sollozos, los oficiales deben auxiliar a quien solicita ayuda: ese hombre no debió morir, George Floyd debió llegar a su casa; hoy debería estar con sus seres queridos; nadie quiere vivir, remató, en el Estados Unidos en el que nos encontramos hoy.

George Floyd creció en un barrio pobre de Houston, Texas. Era corpulento. Jugó futbol americano en la secundaria. Hacía chistes antes de los partidos, para bajar la tensión. Un día, durante una final de campeonato estatal lanzó un pase, para avanzar 18 yardas, llevando a su equipo al triunfo.  De acuerdo a Jonahtan Veal, compañero de George Floyd en la prepa Jack Yates, en una entrevista concedida a Many Fernández (“El camino de George Floyd”, The New York Times, 9/junio/20) recordó que cuando eran adolescentes, un día al salir de la escuela, un grupo de amigos se preguntaron unos a otros qué querían hacer con sus vidas. George Floyd respondió: “quiero conmover al mundo”. En esa misma nota diversas personas describieron sus vivencias con George Floyd. Nadie recordó haberlo visto involucrado en algún pleito. Un tiempo, le dio por rapear. Una vez, estuvo 10 meses en la cárcel por una transacción de drogas de 10 dólares. A lo largo de 10 años, entró y salió varias veces de prisión. La última vez, al terminar su condena decidió irse a Minneapolis: para comenzar una nueva vida. Al mudarse se acercó a la iglesia y se volvió muy creyente. Como muchos otros afroamericanos, encontró en la iglesia un espacio de redención terrenal. Un día aprovechó su enorme cuerpo para arrastrar un pesado bebedero de caballos que se iba a usar como pila bautismal en una cancha de basquetbol. Sus vecinos afirman que acostumbraba rezar en voz alta en el rellano de la escalera. Su casero aseguró que George Floyd lo saludaba haciendo una amplia reverencia y después lo tomaba de la mano con sus dos manos gigantes. Sufrió COVID en abril; el día que lo arrestó la policía estaba en recuperación. Mientras le aplicaron la llave letal, dijo ocho frases, la última vez dijo, dos veces, mamá. Tenía 46 años.

Nunca habíamos visto algo así

La indignación por el asesinato de George Floyd fue un campanazo que resonó en la conciencia de muchas personas en EU y provocó una oleada sin precedente de manifestaciones. Obviamente en la historia de ese país, hay muchas luchas importantes: por ejemplo, contra la invasión a México; movimientos sindicales por derechos laborales durante las primeras décadas del siglo XX; contra la pena de muerte a Sacco y Vanzetti; en favor de los derechos civiles en los sesenta; contra la guerra de Vietnam; y en oposición a la invasión de Irak, pero la movilización del 2020 es omnipresente, multirracial e intergeneracional: es única en muchos sentidos. Douglas Macadam, afirmó, “es la primera vez que ocurre algo así en Estados Unidos, por su persistencia, el número de manifestantes, la composición multirracial, el número de eventos, y el número de lugares”. Sus victorias han sido numerosas: la disolución de la policía de Minneapolis; la declaración de Roger Goodell, de la NFL, disculpándose de los castigos impuestos a los jugadores afroamericanos que habían protestado contra el racismo; la discusión al interior de la serie NASCAR sobre prohibir las banderas confederadas; y la revisión que realizó la Universidad de Stanford a sus procedimientos para que sean más incluyentes (“We have never seen protests like this before”, The Jacobin).

Las movilizaciones masivas ocurrieron en lugares progresistas y previsibles: Santa Mónica, California, Boulder, Colorado, y Cambridge, Massachusetts; pero la multitud indignada saturó también lugares tradicionalmente muy conservadores como Kansas City, Overland Park, Shawny y Olathe. De acuerdo con un estudio realizado por Michael Heany y Danna Fisher, y citado en la nota antes mencionada, al escudriñar las protestas en varias ciudades advirtieron una composición insólita en Los Ángeles, New York, y Washington D.C.: 61% de blancos, 12% de asiáticos, 12% de afros y 9% de latinos. Las protestas se mantuvieron vivas e intensas durante al menos cuatro semanas y han mutado en movimientos muy interesantes como la propuesta de zonas autónomas libres de policía y en la cuales la seguridad corre a cargo de las propias comunidades. Las personas indignadas han saturado las calles de 50 estados. Las protestas han tambaleado la reelección de Trump, aunque todavía es temprano para saber si realmente lo lograrán. Por supuesto persisten grandes preguntas: qué dirección tomará el movimiento, qué tan profunda será su comprensión de la raíz de los problemas, por ejemplo, será anticapitalista o se quedará en un horizonte liberal, se mantendrá en un nivel, digamos social, o logrará también conformar alternativas políticas y construir un nuevo sentido común. 

En los primeros días, tras el asesinato de George Floyd mientras las movilizaciones iban en aumento, el presidente Trump siguió su rutina presidencial. 

El 29 de mayo anunció el desmantelamiento de capacidades chinas para robar propiedad intelectual de EU a través de sus estudiantes para preservar la superioridad estadounidense. Ese mismo día en el jardín de las Rosas pronunció un encendido discurso sinófobo. El 5 de junio, según Democracy Now, al presentar su informe sobre el comportamiento del desempleo en EU, Donald Trump dijo: “Espero que George Floyd esté contento, mirando hacia abajo y diciendo esto que está ocurriendo, viendo los números de desempleo, es un gran día en términos de igualdad, es un gran día para él y es un gran día para todos”. Las protestas seguían creciendo.

Trump amenaza con emplazar tropas en las ciudades de EU 

Las movilizaciones que tomaron las calles de más 50 ciudades de EU alarmaron a su presidente. Según declaró Alexander Paneta (“Why military men pushing back on Trump is an ‘extraordinary’ event in American democracyCBC News 5/junio/20) el lunes 1 de junio Donald Trump exigió a los gobernadores controlar las calles ante las protestas contra el racismo: si no lo hacen voy a enviar al ejército y ellos resolverán el problema, tenemos un ejército estupendo. Ese mismo día, durante una reunión con los gobernadores, Mark Esper, Secretario de Defensa, se refirió a las ciudades estadounidenses como “campo de batalla”, mientras un grupo de militares, marines, y Fuerzas de Operaciones Especiales usadas para reprimir motines en las prisiones arremetieron contra un grupo de manifestantes pacíficos y desarmados, como consta en el documental que transmitió ese día el canal de videos del diario The Washington Post. La agresión se realizó para permitir que el presidente caminara hasta la plaza Lafayatte y se tomará la famosa foto en la que mostró la biblia. La nota antes citada da cuenta de numerosas expresiones de descontento de muchos altos oficiales de las Fuerzas Armadas. El miércoles 7 el general Esper, en un hecho insólito se opuso públicamente al designio presidencial de enviar tropas militares a las ciudades estadounidenses. El general retirado John Elen dijo en Foreign Affairs que el uso del ejército podría ser el principio del fin de la democracia. El 2 de junio, el general John Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, envió una carta a todas las fuerzas armadas en la cual señaló que la constitución establece claramente la libertad de expresión, y el derecho de manifestación, todos los hombres y mujeres son libres e iguales, y deben ser tratados con dignidad. Todas las ramas de las fuerzas armadas debemos respetar esa norma. 

De mediados de junio a la fecha han continuado las expresiones de descontento contra el racismo y el estado policial global. Por su parte el presidente Donald Trump ha intentado lo que podríamos llamar una auténtica contrarrevolución a partir de un discurso que califica a los manifestantes como anarquistas enemigos de los valores estadounidenses y plantea la necesidad de defender la ley y el orden. EU se encuentra sumergido en una intensa lucha de clases, cuyos saldos oscilan entre la conversión del fascismo social en fascismo político o, en contrapunto, la conversión en fuerza política de la movilización social y la toma de conciencia masiva, antirracista y antipoliciaca, con un enorme potencial de cambio.