RENÉ ZAVALETA O EL CONOCIMIENTO COMO ACTO ORGANIZATIVO

René Zavaleta Mercado es sin duda uno de los intelectuales bolivianos que comprendió de manera más profunda y aguda los problemas políticos de su país. Nacido en 1937 en la ciudad minera de Oruro, fue un político y un académico prestigiado. Recuperando diversos elementos de la tradición de las izquierdas, como el marxismo y el nacionalismo revolucionario, supo conjugar teoría y política de un modo sumamente original. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que su vida y su obra gravitaron sobre ese suceso extraordinario que fue la Revolución Nacional de abril de 1952.

Siendo muy joven, Zavaleta comienza a militar en el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR): primero como periodista en el órgano de prensa La Nación —más adelante como subdirector—, luego como diputado nacional por la ciudad de Oruro y, finalmente, como ministro de Minas y Petróleo, una de las áreas más sensibles e importantes de la economía boliviana. El golpe de Estado de 1964, conocido como “Pacto Militar-Campesino”, terminó con sus aventuras ministeriales. Obligado a abandonar el país, se exilia en el Uruguay, donde escribe y publica su primer gran obra: Bolivia: el desarrollo de la conciencia nacional (1967). En 1969 y 1970 trabaja en la Universidad de Oxford. Escrito en Inglaterra,  La caída del MNR y la conjuración de noviembre: historia del golpe militar del 4 de noviembre de 1964 en Bolivia se convierte en el trabajo que termina de consumar su alejamiento definitivo del MNR. De regreso a su tierra natal, se aboca junto a compañeros como Jaime Paz Zamora a la conformación del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), partido que se funda con la firme intención de apoyar la experiencia de la Asamblea Popular del General Juan José Torres. La derrota de la Asamblea en manos de un golpe militar comandado por el General Hugo Banzer Suarez en agosto de 1971, implicó un nuevo destierro para Zavaleta. Instalado en el Chile de la Unidad Popular, se conecta con buena parte de la intelectualidad de izquierdas latinoamericana que se encontraba allí asilada —Fernando H. Cardoso, Enzo Faletto, Gunder Frank, Atilio Borón, Agustín Cueva, etc.—, iniciando un sendero de latinoamericanización de su pensamiento. En el país trasandino escribe una de sus obras más influyentes y discutidas: El poder dual: contribución a un debate latinoamericano (1973). Con el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende, Zavaleta emprende el que, a la postre, será su definitivo —e inesperado— exilio: México.

La etapa mexicana implicó un desplazamiento del Zavaleta militante al Zavaleta académico. No es que haya abandonado la política como horizonte de pensamiento y transformación, sino que las nuevas condiciones de posibilidad para el desarrollo de sus reflexiones cambiaron de un modo incontestable. México significó para él —y para muchos otros exiliados latinoamericanos— un lugar privilegiado para la investigación y el pensamiento crítico. Aquí fue profesor investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) y del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM; miembro fundador y primer Director (1976-1980) de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO); investigador de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM y de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco (UAM-X). Publicó numerosos trabajos en diversas revistas especializadas en Ciencias Sociales como Historia y Sociedad, Problemas del Desarrollo, Mexicana de Sociología y Nueva Política. También participó de la fundación de la revistas Bases (Expresiones del pensamiento marxista boliviano) y Ensayos (Política, Economía e Historia), ésta última con Bolívar Echeverría.

La obra de Zavaleta tendió puentes y buscó dialogar con los referentes culturales e intelectuales de izquierdas más importantes de la época. Al interior de las filas del nacionalismo revolucionario boliviano entabló intensas relaciones con figuras como Carlos Montenegro, Augusto Céspedes, Sergio Almaraz Paz. Por fuera de esta corriente, discutió con Marcelo Quiroga Santa Cruz, fundador del Partido Socialista, y con Guillermo Lora, quien fuera una de las más destacadas figuras del trotskismo boliviano. En términos de una concepción más general y latinoamericana estuvo expectante de las novedades de las denominadas corrientes dependentistas, con las cuales fue especialmente crítico. Quizá el diálogo más fructífero y amplio se dio con el llamado marxismo “occidental”, destacándose por un uso heterodoxo que implicó una ampliación de los marcos categoriales de esta corriente de pensamiento y transformación. Así, recurrió por igual a Gramsci que Lukács, pasó por Althusser, Poulantzas y E.P. Thompson, y nunca dejó a Marx, Lenin y Trotsky, sobre quienes profundizó en su lectura. José Carlos Mariátegui tampoco estuvo ausente de sus reflexiones. José Aricó, distinguido introductor de la obra de Gramsci a nuestro idioma, lo señalaba cómo uno de los más originales lectores de la obra del teórico italiano, del cual hizo un uso riguroso, al mismo tiempo que político. La especial atención que prestó a las tradiciones locales, regionales y occidentales del pensamiento crítico sentaron las condiciones de posibilidad para el desarrollo de una concepción original y novedosa del marxismo que le permitió realizar profundos análisis de esa “unidad problemática” que es nuestra América. Conceptos y categorías como sociedad abigarrada, forma primordial, determinación dependiente, momento constitutivo, Estado aparente, ecuación social e irradiación hacen de Zavaleta un pensador tan creativo como original.

Si bien su intensa y vertiginosa actividad intelectual estuvo signada por una diversidad de preocupaciones teóricas, que van desde el problema del desarrollo y el Estado al de la democracia y el socialismo, pasando por el marxismo y el nacionalismo revolucionario, también fue dueña de una unidad verificable: pensar la situación de lo boliviano en particular y lo latinoamericano en general en medio del mercado mundial capitalista en expansión. Su coterráneo Carlos Toranzo Roca lo rotuló como un pensador “radicalmente boliviano”, y la denominación parece justa. Sin embargo, su sensibilidad frente a los problemas que tuvo que afrontar cada uno de los países en los que le tocó vivir el exilio (Uruguay, Inglaterra, Chile, México), lo fue convirtiendo, poco a poco, en un pensador decididamente nuestroamericano. Difícilmente pueda ser caracterizado como un intelectual exclusivamente “local”, aunque lo “local” en tanto que decisión metodológica haya sido uno de sus rasgos distintivos.

A pesar de las evidentes y naturales rupturas y transformaciones al seno de un pensamiento, existió en él una unidad temática, un problema teórico-político que lo obsesionó hasta el final de sus días: el problema de la nación y la posibilidad de constituirla en una clave subalterna y popular. Concebida menos como algo dado que como algo a construir; menos como un hecho natural que como una creación histórico-política, la cuestión nacional resultaba uno de los aspectos de centralidad explicativa de Bolivia y de América Latina. Zavaleta entendía que en nuestra región la nación se trató en los más de los casos de un proceso inconcluso, y por ello, de una tarea a realizar. La construcción de las naciones en una clave popular era un hecho político y una misión histórica que debía ser dirigida por las masas en acción con el proletariado como clase hegemónica, y no por las “incompletas” burguesías latinoamericanas. A partir de dicho registro, Zavaleta pudo contribuir de manera fundamental —quizá cómo nadie antes— a la formulación y enriquecimiento de la teorización sobre el Estado, otro de los temas recurrentes en su prosa.

Hacia el final de su vida, Zavaleta se encontraba escribiendo la que sería su obra más ambiciosa y profunda, la que condensa la reflexión de toda una vida: Lo nacional-popular en Bolivia (1984). A pesar de tratarse de un trabajo inconcluso, muestra quizá la interpretación marxista más profunda de esa sociedad abigarrada que es Bolivia. En ella, Zavaleta intentó encontrar las causas históricas que obturaron la posibilidad de construir una voluntad nacional-popular en el país andino-amazónico. Cuando tenía decidido retornar definitivamente a su tierra natal para vivir de cerca el proceso político que se había abierto con las movilizaciones populares de 1979 —que tan bien analizó en Las masas en noviembre (1983)— y poder dar término a ese trabajo, una enfermedad cerebral frustró sus intenciones. Un 23 de diciembre de 1984, en la ciudad de México, Zavaleta nos abandonó físicamente. Nos deja una extensa obra, creativa y profunda, la cual, con conceptos propios y preguntas abiertas que todavía hoy se ajustan a los procesos políticos contemporáneos de la región, nos redimen de esa ausencia interminable. Porque, como decía Freud en algún pasaje de El malestar en la cultura, la escritura es el lenguaje del ausente.

De entre sus más valiosas enseñanzas, nos quedamos con un modo de concebir el conocimiento. Alejándose de cualquier perspectiva especulativa y contemplativa, señaló que “Conocer, en todo caso, no es una mera composición de conceptos: es un acto vital, un desgaste y, en consecuencia, un asunto peligroso, un acto organizativo”, porque “… conocer es casi vencer”. Quizá sean esas las palabras que mejor expresen la vitalidad y el vigor de sus reflexiones. Valgan estas palabras como un merecido homenaje a ese gigante del pensamiento latinoamericano.