ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ, HOY

A 10 meses de la caída del muro de Berlín, Adolfo Sánchez Vázquez señaló con exactitud la paradoja a que se enfrentaba el mundo  —a la que nos enfrentamos todavía—: cuando más se hace necesario el socialismo, más parece palidecer su vigencia. Cuanto una alternativa social al capitalismo es más necesaria y deseable que nunca, más se decreta su imposibilidad y, con ello, el triunfo del capitalismo. La voz del filósofo español se hizo escuchar en el encuentro “El siglo xx: la experiencia de la libertad”, organizado por la revista Vuelta de Octavio Paz. A diferencia de los demás participantes que dieron por muerto el socialismo, Sánchez Vázquez mostró el error consistente en equiparar el ideal con el socialismo real y siguió defendiendo hasta el final de su vida la necesidad de la utopía, es decir, de un ideal necesario para resistir al capitalismo neoliberal.

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El marxismo, entendido por Sánchez Vázquez como filosofía de la praxis, surge como una herramienta teórico-práctica para llevar a cabo dicho ideal.1 Ahora bien, ¿qué significa su concepción del marxismo como filosofía de la praxis?

Su filosofía de la praxis constituye el reverso de un marxismo dogmático, cientificista y mecanicista para el cual las leyes objetivas del capitalismo se erigen no como resultado de la acción de los hombres mismos, sino como fenómenos independientes y absolutos a los que no pueden escapar. Así, defiende la centralidad del concepto de praxis frente a las interpretaciones deterministas de Marx que tienen como consecuencia política disolver el papel de la subjetividad revolucionaria, su importancia en el proceso de transformación de lo real.2 Esta perspectiva filosófica enfatiza el aspecto crítico y el proyecto de emancipación que atraviesa la obra de Marx.

El filósofo español invita a pensarnos como seres prácticos, creadores, seres que al producir nuestro mundo nos producimos a nosotros mismos, que al mismo tiempo que somos producto de la historia, la construimos día con día —consciente o inconscientemente—. Al pensarnos en estos términos nos interpela a asumir la responsabilidad que recae sobre nuestros hombros: dejar las cosas como son o transformarlas.

Sánchez Vázquez nos advierte que la teoría por sí misma no transforma nada, pero la teoría  unida a una práctica política congruente puede contribuir a cambiar efectivamente el estado de cosas en la medida en que puede esclarecer una práctica e incluso adelantarse a ella.

La concepción de la praxis de Sánchez Vázquez supone una concepción profundamente inmanente de la historia: la historia no tiene un telos, una finalidad, no está escrita de antemano. Se nos presenta como campo abierto de posibilidades o como un terreno de disputas. Los seres humanos, de manera individual y colectiva, son quienes escriben día con día esta historia por medio de sus acciones, aunque no tengan conciencia de ello.

Al mismo tiempo, reivindica una praxis revolucionaria, donde pensamiento y acción forman una unidad indisoluble, en la cual la transformación subjetiva y objetiva (del sujeto y sus circunstancias) son premisas indispensables de una verdadera transformación. Defiende una actividad política con un fuerte componente moral.3 Con ello nos advierte sobre el peligro de caer en la impotencia de un utopismo, de una moral sin política, en la que importan más los principios que sus consecuencias prácticas, actitud propia no solo de grupos de ultraderecha sino de cierto ultraizquierdismo. Nos previene también de caer en el otro extremo, en un realismo político, el cual reduce la política a una cuestión pragmática, concepción de la política que, como toda práctica humana en el capitalismo, solo se juzga por su eficacia y se vuelve simple medio para obtener ventajas personales. Por ello apuesta por la unidad de política y moral.

Reflexiona sobre la necesidad de tener instrumentos políticos concretos (como los partidos políticos) donde haya un pluralismo político, es decir, en los cuales puedan confluir distintas posturas. Que la relación entre dirección y base o entre partido y masas no sea impositiva y antidemocrática sino que represente los intereses de la gran mayoría, que sea capaz de expresar a los militantes y a la sociedad en su conjunto, es decir, a los sujetos de la praxis.4 En ese sentido, defiende un socialismo democrático capaz de traspasar los límites políticos del orden burgués.

Se reivindicó siempre como comunista a pesar de que, tras el xx congreso del Partido Comunista en 1956 en el que se denunciaron los crímenes cometidos por el estalinismo, dejó de identificarse con el partido comunista español al cual perteneció hasta el final de su vida. Algunos sucesos que constituyeron un parteaguas en la historia del siglo xx, como la revolución cubana, hicieron que se cuestionara ideas como el problema del sujeto revolucionario, es decir, que se preguntara si el proletariado era el agente de la emancipación por excelencia.

Frente a interpretaciones  dogmáticas de Marx que en la actualidad aún reivindican un único sujeto de la emancipación, la de Sánchez Vázquez resulta una de las más sensibles a las transformaciones de la realidad. Congruente con su concepción del marxismo, teoriza sin dar la espalda a la realidad, reflexiona a partir de individuos concretos y situaciones históricas concretas. Para él, es necesario reivindicar un sujeto de la emancipación que sea plural,5 no puede establecerse a priori la composición de los actores revolucionarios (esto implicaría someter la realidad a nuestros esquemas). Del hecho de que el proletariado sea la clase que produce directamente la riqueza material en el capitalismo no se sigue que sea el sujeto revolucionario por excelencia. No hay relación de causa y efecto entre lo económico y lo político.6 Marx mismo mostró que la conciencia de clase no es un dato inmediato sino surgido de un proceso histórico de lucha. La clase obrera es potencialmente revolucionaria como también reaccionaria (lo cual ya ha sido demostrado a lo largo del siglo xx).

En tiempos de crisis de referentes políticos estables, como fueron los partidos de izquierda socialista o comunista durante el siglo xx, resulta relevante no solo teórica sino existencialmente voltear la mirada a un autor que nunca dejó de creer en la necesidad de una transformación de fondo de nuestras sociedades, que creyó que la superación del capitalismo no únicamente era deseable sino posible —aunque no inevitable—. Es decir, creyó siempre en la revolución aunque ésta estuviese pasada de moda. Pero no solo creyó en una idea de revolución sino sobre todo en la necesidad de actuar de manera colectiva y organizada para llevarla a cabo efectivamente, ya sea por medio de partidos políticos, movimientos, organizaciones u otro tipo de mediaciones políticas. Todo esto nos permite cuestionarnos sobre nuestras condiciones políticas en términos prácticos, nos hace pensar en cuan carentes estamos hoy de herramientas políticas sólidas que nos ayuden a transformar la sociedad.

Dejémonos interpelar por Adolfo Sánchez Vázquez. Hagamos de la interpretación de su obra un diálogo permanente con nuestra realidad; y de su filosofía, un pensamiento vital para el siglo xxi.


1 Cfr. A. Sánchez Vázquez, “¿Por qué ser marxista hoy?” en Ética y política. México D. F., FCE, FFyL UNAM, 2007.

2 Cfr. A. Sánchez Vázquez, “La filosofía de la praxis” en De Marx al marxismo en América Latina. México D. F., Ítaca, 2011, p. 54.

3 Entiende por moral la “regulación normativa de los individuos consigo mismos, con los otros y con la comunidad. El cumplimiento, rechazo o transgresión de las normas morales ha de tener un carácter libre y responsable por parte de los sujetos individuales.” Ética y política, p. 18.

4 Cfr. A. Sánchez Vázquez, La filosofía de la praxis. México, Siglo xxi, 2003.

5 Cfr. “Actualidad e inactualidad del Manifiesto Comunista” en De Marx al marxismo en América Latina y “Por qué ser marxista hoy”, por ejemplo.

6 Cfr. “Cuestiones marxistas disputadas” en De Marx al marxismo en América Latina, p. 196.