DESPUÉS DE ZAPATA: EL MOVIMIENTO JARAMILLISTA Y LOS ORÍGENES DE LA GUERRILLA EN MÉXICO (1940-1962)

El 23 de mayo de 1962 se cerraba un ciclo de la historia del movimiento campesino y popular. Aquel día fueron asesinados Rubén Jaramillo junto a su familia. Existe una larga historia de resistencia campesina que culmina con aquel suceso trágico. Contrario a lo que se suele pensar, la historia de la democratización del país no inició en 1968 con el movimiento popular-estudiantil, mucho menos con la Reforma política que amplió las posibilidades de presencia política de la oposición, como lo signan las narrativas a la izquierda o a la derecha. Y aunque podemos configurar una historia de las intentonas democratizadoras en la década que va de 1958 a 1968, con las movilizaciones médicas, los primeros movimientos estudiantiles y el muy importante movimiento ferrocarrilero (reprimido a sangre y fuego, cuyos líderes fueron a dar a la cárcel durante más de una década), lo cierto es que hay un momento clave en la resignificación del mundo campesino a partir de la figura de Rubén Jaramillo y el “jaramilismo”.

Es por ello que la obra de Tanalís Padilla, Después de Zapata, resulta crucial para nuestro tiempo. Y es que las múltiples revueltas campesinas encabezadas por el líder agrario aparecen rodeadas de un entramado discursivo y simbólico que los movimientos guerrilleros de los años sesenta y setenta ya no portan con tanta potencia. El denominado “jaramillismo” a diferencia del asalto al cuartel Madera, las guerrillas de Lucio y Genaro o la LC 23 de septiembre, aún no está cruzada por la disputa de la “guerra fría” y el entramado simbólico que ella aporta. No ha acontecido la revolución cubana, el “foco” guerrillero y los textos de Régis Debray aún no se popularizan, el “Che” y la estrategia cubana están lejos de ser un lugar común, los futuros combatientes no se entrenan en Corea, Cuba o la ex Unión Soviética. El “jaramillismo” responde a otra lógica, más enraizada en la historia de la lucha agraria de México, aunque no inmune a las nuevas tendencias o percepciones que se disputan el sentido común. Dice Padilla: “el jaramillismo provee un vínculo conceptual entre los movimientos raizados en la Revolución y aquellos que surgirían a lo largo de la segunda mitad del siglo XX” (p. 20).

La descripción del movimiento campesino como bisagra es justa y muy adecuada. La investigación de la autora así lo muestra, en distintas facetas. La primera incursión jaramillista es emplazada a partir del despojo, corrupción y proceso de fetichización del poder en el ingenio de Zacatepec. Éste, producto de la presencia del cardenismo como programa nacional-popular, pronto se vio atrapado en las fauces del lobo príista: autoritario, burgués, elitista, anti-popular. La historia de Rubén Jaramillo entonces es también la de la lenta y extensiva corrupción del Estado, con sus proyectos modernizadores, con su legislación social y sus declarativas buenas intenciones de ayuda hacia los sectores desprotegidos, que en la práctica efectiva se observaban como la usurpación de aquel discurso a favor de la burocracia del partido en el poder.

Sin embargo no sólo es eso a lo que se atiene la historia que se cuenta. La historia del movimiento conducido por él también es la de la adaptación de los modos de aparición del autoritarismo. Los años 50 son claves para entender como las acciones legales por parte del movimiento popular se cerraban poco a poco, en medio de la violencia de pistoleros y jerarcas locales (los gobernadores). Las campañas de Jaramillo a la gubernatura (acompañando en 52 a la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, con Miguel Henríquez Guzmán como candidato presidencial) son muestra de las ambivalencias de un sistema político que daba un cierto juego a la oposición durante la época electoral, pero cerraba toda posibilidad de triunfo el día de los sufragios. El Estado mexicano que el PRI construyó de manera corporativa no fue omnipotente, atravesó por resistencias múltiples que brotaban de todos lados (del propio partido, como la de Henríquez), apoyándose en gran medida en los contingentes que habían protagonizado la gesta campesina al lado de Zapata. El caso de Morelos es quizá el más visible, pero no el único, en que las alternativas al partido de Estado se agrupaban y articulaban con la finalidad de retomar lo que se consideraba un desvió en el sendero de la revolución mexicana.

Es justamente este el centro del texto de Padilla y el más relevante para la re-construcción de las múltiples historias de la lucha popular. Con Jaramillo tenemos la bisagra y punto de articulación entre varias expresiones, que la autora logra demarcar muy bien a través de los testimonios recogidos en los años setenta y con algunos que ella misma recoge a finales del siglo XX: por un lado la lucha agraria zapatista que enseñó a empuñar las armas, por otro lado el cardenismo y su proyecto nacional popular que brindó tierra a los campesinos y un sentido de modernización no excluyente y no necesariamente burgués (el ingenio de Zacatepec sería la muestra fehaciente de ello, junto a la creación de las normales rurales) y finalmente el discurso marxista que pone el acento en la explotación, la alianza obrero-campesina y la necesidad de socializar la riqueza. El jaramillismo es el anudamiento de la memoria de un pueblo que se batió en armas, que festejó al cardenismo y que apuntaba a conquistar algo más de lo logrado (y que comenzaba a ver por perdido). Las redes imaginarias del contra poder campesino se muestran con claridad, en ellas se entre cruzan los herederos del zapatismo, los nuevos proletarios, los campesinos pobres, la religión, la familia y la comunidad, junto al Partido Comunista y las alternativas que surgen al seno de la propia burocracia. La “heterodoxia táctica” de la que habla Padilla y que se muestra a lo largo de 20 años de lucha por parte de Jaramillo es posible gracias a ese entrecruzamiento y superposición de redes imaginarias, que quedaban al margen del Estado y su control corporativo y autoritario.

Jaramilló, heterodoxo de la táctica, paso de la autodefensa a la legalidad, de la lucha electoral a la clandestinidad, de la negociación a la rebelión, en una época en donde ello era posible tanto ideológicamente (pues el olor a pólvora de la revolución eran aún perceptible) como materialmente (pues los abuelos zapatistas y los padres e hijos desenterrarían las armas que el carrancismo no pudo expropiar). El texto de Padilla resulta crucial y sumamente rico. Agrega a los trabajos existentes un componente importante, al develar las distintas estrategias de las que tuvieron que echar manos las mujeres, para lograr un lugar político en el movimiento popular. Sin duda una novedad positiva en el estudio del movimiento campesino.

La coyuntura que se cierra con la muerte de Jaramillo en el año 1962 da la posibilidad entonces de engarzar con los siguientes y muy diversos movimientos armados, con el movimiento estudiantil y el significativo incremento de fuerzas de una izquierda partidaria que afrontaba el tema de la democratización de manera cada vez más clara. En tanto, el hecho trágico de su asesinato a manos de un poder autoritario, mostraba no sólo la persistencia de la resistencia al seno del movimiento popular, sino que se podía permanecer al margen de la captura que hacía el poder. No todo era corrupción, disciplinamiento, alineamiento, existieron quienes dieron la batalla hasta el final de sus días. Y Jaramillo fue una muestra excepcional de aquellos combates.

*Akal, México, 2015.