PERONISMO, KIRCHNERISMO, NEODESARROLLISMO

El peronismo clásico —1944-1955— fue el gobierno de una fracción militar proveniente de las clases medias conservadoras que, para defender el capitalismo con el desarrollo simultáneo de una burguesía nacional, amenazaba al resto de las fuerzas armadas con el ímpetu del movimiento obrero, al cual refrenaba y controlaba mediante una burocracia sindical burguesa corrupta integrada en el Estado capitalista.

Desde 1945 ilegalizó y reprimió las huelgas —que prohibió en la Constitución de 1949—, y violó tanto los derechos democráticos como los humanos, pero extendió la educación y la salud pública con un estricto control estatal y obligó a los exportadores de granos a ceder parte de la renta agraria mediante el monopolio del comercio de exportación de cereales por el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio. Ante un golpe ya derrotado en septiembre de 1955 y la disyuntiva de armar a los trabajadores, llamar a los soldados a desobedecer a sus oficiales golpistas y disolver de hecho al ejército, Perón prefirió huir y refugiarse sucesivamente en el Paraguay del general dictador Alfredo Stroessner (a quien había llevado al poder con soldados argentinos), en la Cuba de Fulgencio Batista, la República Dominicana de Rafael Trujillo, la España de Francisco Franco.

El peronismo fue la salida bastarda de la nueva relación de fuerzas instalada tras la Segunda Guerra Mundial, con la derrota del nazifascismo, el enorme debilitamiento de las viejas potencias coloniales, y la aparición de fuertes movimientos de liberación nacional en los países coloniales y semicoloniales. Fue también el resultado de la reconstrucción del capitalismo en Europa con la ayuda decisiva de los partidos comunistas y del hecho de que la primera potencia militar era la Unión Soviética y de que la quiebra de las viejas potencias en el campo del imperialismo no había sido aún compensada por Estados Unidos, potencia imperialista sólo regional.

Como otros gobiernos nacionalistas, el peronismo fue la expresión del deseo mundial de liberación nacional y social de muy amplias masas que puso en el orden del día la necesidad del socialismo en condiciones en que el proletariado europeo era contenido por la política de “orden”, contrarrevolucionaria, de los partidos socialdemócratas y estalinistas; y los movimientos de liberación nacional en los países dependientes estaban dirigidos por representantes pequeñoburgueses de las raquíticas burguesías nacionales. De ahí las formas peculiares de bonapartismo de los gobiernos capitalistas resultantes de la situación de posguerra, tanto en el caso de De Gaulle y el gollismo en Francia como en el de Inglaterra, De Gasperi-Togliatti en Italia y el mismo rooseveltismo en Estados Unidos, y en los países dependientes, sobre todo en América Latina, donde tenían una independencia formal de casi 150 años, de ese bonapartismo-cesarismo acentuado de los gobiernos burgueses con base y políticas de masa, como el peronismo argentino, el haitiano de Paul Magloire, el ecuatoriano de Velasco Ibarra, el varguismo brasileño, el de Toro y Villarroel y después el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia y así sucesivamente.1

A ese bonapartismo, en sus respectivos países los representantes pequeñoburgueses marginales (militares o civiles) de las lumpenburguesías2 añadían una política exterior que explotaba el equilibrio relativo entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y la Unión Soviética y su bloque seudosocialista, en el otro. El resultado fueron el Grupo de los no Alineados o el bloque del Tercer Mundo. En el caso de Perón, como en el Nasser en Egipto o Hafez al Assad en Siria, anticomunistas, fue también el recurso constante a la Unión Soviética en los campos económico y militar.

La neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial había enriquecido al país (que exportaba a todos los contendientes e importaba muy poco), y éste se había industrializado gracias a ese peculiar proteccionismo, mientras se concentraba en las grandes ciudades un numeroso, joven y combativo contingente obrero.3 Por eso, el gobierno peronista pudo ejecutar obras públicas y estatizar (pagando a las empresas imperialistas) y, al mismo tiempo, conceder grandes aumentos salariales y vencer la resistencia de las clases dominantes hasta 1952.

memoria257-31Diferencias entre kirchnerismo y peronismo clásico

El kirchnerismo tuvo que ejercer en cambio el bonapartismo, pero en el marco de la pobreza del país y de su dependencia de la exportación de granos, y en condiciones además de supremacía total de Estados Unidos en la política militar y económica del capitalismo mundial a partir del derrumbe de la Unión Soviética.

Tuvo la ventaja de no tener que enfrentar a las fuerzas armadas —debilitadas, desmoralizadas y desprestigiadas por la derrota en las Malvinas— y la posibilidad de aprovechar el alto precio de las materias primas en la primera década de este siglo, el desarrollo del comercio interregional con el Mercosur y la existencia de procesos políticos sudamericanos favorables, como el venezolano. Además, a escala mundial la clase obrera había sufrido una dura derrota con la mundialización neoliberal —a la cual se agregó la desaparición de la Unión Soviética—, y la desocupación había diezmado y desorganizado a los trabajadores argentinos, quienes no aparecían ya como peligro potencial.

El menemismo (Kirchner, su esposa y los principales ministros fueron cuadros menemistas) había desmantelado el parque industrial argentino, destruido sindicatos (con la complicidad de las respectivas direcciones) y convertido a millones de trabajadores en desocupados errantes. El siguiente gobierno de la Alianza entre la derecha de la Unión Cívica Radical y un sector antimenemista del peronismo mantuvo la misma política, e incluso la agravó.

Se creó así un vacío político, donde la clase obrera como tal no participaba sino con algunos movimientos de resistencia, y se agravó muchísimo al mismo tiempo la descomposición del Estado y de sus instrumentos de mediación y dominación. Eso originó en diciembre de 2001 una explosión social incontrolada, no una situación revolucionaria, preinsurreccional o insurreccional, como deliró parte de la extrema izquierda.4

Néstor Kirchner, gobernador menemista de la provincia menos poblada del país, fue elegido presidente de la República con menos de 20 por ciento de los votos. Y gobernó con el aparato peronista heredado de Menem5, el Partido Justicialista, y con la burocracia sindical, aparato especial del Estado para controlar el movimiento obrero. A diferencia del peronismo clásico, con su retórica obrerista —que si bien aborrecía las huelgas y las declaraba ilegales, así como todos los movimientos obreros independientes6, se apoyaba en los trabajadores organizados— el kirchnerismo prescindió de éstos y encontró en Laclau un pensamiento a su medida y la teoría de la desaparición de las clases, de la unidad nacional y de la substitución del movimiento obrero por la “juventud”; creó organizaciones de jóvenes funcionarios bien pagados, como la Cámpora.7

El equipo de Néstor Kirchner y él mismo pertenecían a un sector de aventureros y advenedizos de clase media criados en la Corte de los Milagros menemista. Kirchner, por ejemplo, prosiguió el negocio de usura familiar hasta ser elegido presidente y después se concentró en la especulación inmobiliaria, la cual también hizo millonaria a su esposa y sucesora, Cristina Fernández. Sin poder desarrollar una burguesía nacional raquítica, que se iba del país o vendía a las transnacionales, practicó un “capitalismo de amigos”, apoyado en prebendas estatales y la corrupción y la malversación de fondos públicos. Fue elegido presidente con apenas 20 por ciento de los votos, récord histórico de impopularidad, pues era sólo un gobernador menemista secundario de la provincia menos poblada, aunque estratégica por sus reservas en petróleo, gas y carbón. Su consenso —por llamarlo así— derivaba de la conciencia general de que reelegir a Menem era peor, no de sus cualidades políticas o personales. Fue además empujado al gobierno por un ala derechista y nacionalista del peronismo como “solución” momentánea de una profunda crisis política y estatal que acababa de llevar a los gobiernos de cinco presidentes en brevísimo lapso : el renunciante y fugitivo Fernando de la Rúa, y los peronistas derechistas Ramón Podestá, presidente de la Cámara de Senadores; Adolfo Rodríguez Saa, del 25 al 30 de enero de 2001; Eduardo Camaño, presidente de la Cámara de Diputados; y por último, a partir del 2 de enero de 2002, Eduardo Duhalde, quien prohijó a Kirchner y organizó la elección donde éste fue investido como mandatario.

El kirchnerismo no modificó esencialmente las políticas neoliberales anteriores; gobernó aprovechando la ventaja de una enorme devaluación que había aumentado las ganancias de las empresas y reducido el costo de la mano de obra y de la posibilidad de realizar una intensa política extractiva (el monocultivo soyero aumentó enormemente, como la minería practicada por las transnacionales extranjeras). Gracias a los excedentes resultantes de los altos precios de las materias primas en el mercado mundial, pudo acompañar esa política con subsidios masivos a los servicios esenciales y con un asistencialismo vasto y organizado que, como en Venezuela o en el Brasil de Lula, permitieron reducir la desocupación y la pobreza de más de dos dígitos en 2002 a sólo uno en 2003.

También redujo de manera fuerte la deuda externa, que reconoció en su totalidad y pagó continuamente; en dólares representaba en 2003 ya 92 por ciento del producto interno bruto y actualmente asciende a 8.4. Esa deuda externa equivalía en 2003 a 166 del pib y se redujo a 41.8 en 2012, lo cual facilitará al macrismo en su política de nuevo endeudamiento masivo. Esa reducción se hizo, sin embargo, aceptando que las diferencias entre Argentina y sus acreedores fuesen zanjadas por la justicia de Nueva York, abandonando así la soberanía jurídica y creando las bases para el problema actual con los fondos buitre.

Su mayor éxito, sin embargo, lo logró en el campo de los derechos humanos y de la extensión de la democracia básica en general, con los juicios de los represores genocidas de la dictadura de 1976 y la extensión de los derechos (contra la discriminación de todo tipo y en favor del matrimonio igualitario principalmente), lo cual en un país conservador como Argentina no es poco. Chocó en eso con la derecha clásica, que había sostenido a la dictadura (los diarios Clarín y La Nación, que en la práctica ejercían el monopolio de los medios, fueron la expresión de ese sector), y con una vasta parte de las clases medias, sobre todo de Buenos Aires, así como con la jerarquía eclesiástica católica, sostén de la ultracatólica dictadura militar de 1974-1983, con la cual se reconcilió en parte tras la elección papal del peronista de derecha cardenal Jorge Mario Bergoglio.

Aunque Kirchner no reprimió masivamente, durante su gobierno y el de Cristina se registraron asesinatos de obreros y militantes de izquierda. Además, como presidente del partido justicialista, contó con el respaldo del principal burócrata sindical, el camionero (y multimillonario) Hugo Moyano como vicepresidente de su partido, y se apoyó en los burócratas sindicales (serviles ante todos los gobiernos, pues están integrados en el aparato de creación de consenso y de dominación estatal), así como en los alcaldes corruptos del conurbano. Su esposa modificó esa política: marginó incluso a los burócratas sindicales y se apoyó en cambio en los gobernadores del Opus Dei y de la derecha peronista (como el de Salta, el del Chaco, el de San Juan). Más hábil que su mujer, intentó ganar o neutralizar un sector de la opositora Unión Cívica Radical (el partido más viejo de la Argentina, de carácter liberal) y nombró vicepresidente de Cristina Fernández de Kirchner al radical Julio Cobo, a quien ésta ulteriormente marginó y combatió.

El movimiento obrero y el kirchnerismo

El movimiento obrero, con Kirchner y con su esposa y sucesora, fue el convidado de piedra del festín kirchnerista. Durante el periodo 2002-2008, cuando hubo una nueva crisis, se renovó con obreros jóvenes que no habían participado en las luchas y experiencias públicas del pasado. Éstos se encontraron sin referentes porque los obreros viejos, poseedores de la memoria histórica, habían sido despedidos hacía años, y por eso el sindicalismo organizado se concentró en los gremios estatales y en los servicios. En la industria privada, los millones de trabajadores que se reincorporaron a la producción en muchos casos ni siquiera estaban sindicalizados o pertenecían a empresas subcontratistas (terciarias) donde carecían de derechos.

Muchas luchas se dieron entonces fuera de los marcos institucionalizados de los sindicatos. A las ocupaciones y la puesta en marcha por los trabajadores de miles de empresas de todo tipo que los patrones cerraron se añadió de ese modo la protesta de amplios grupos de trabajadores jóvenes  contra la política empresarial y la falta de derechos sindicales, y creció una nueva izquierda sindical combativa, muchas veces al margen del aparato sindical, donde se desarrollaron los grupos de extrema izquierda que constituyen el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, muy combatidos por la derecha kirchnerista y sus ministros.

La burocracia sindical está dividida en cinco centrales: la Confederación General del Trabajo de la República Argentina (cgt), secretaría Hugo Moyano, opositora, cuya fuerza principal consiste en el sindicato de camioneros, de importancia estratégica; la Central de Trabajadores Autónoma, secretaría Micheli, opositora, el principal de cuyos sindicatos es Trabajadores del Estado; la cgt Azul y Blanca, dirigida por Barrionuevo, del sindicato de gastronómicos; la Central de Trabajadores de Argentina, kirchnerista, secretaría Hugo Yasky, cuya principal base es el sindicato de la educación (que, sin embargo, llevó a cabo continuos paros contra el gobierno kirchnerista); y por último, la cgt secretaría Caló, también kirchnerista, que agrupa sobre todo a los grandes gremios industriales (metalúrgicos, alimentación, textil, del automotor, ferroviarios).

El fit agrupa fábricas y tendencias sindicales de oposición a las direcciones de sus organizaciones gremiales, pero incluso en sus mejores sectores (pts e is) realiza fundamentalmente una política obrerista, clasista y combativa e intensa actividad estudiantil, mas no une su lucha en el campo obrero con la propaganda de soluciones anticapitalistas y con un educación de masas de tipo socialista. Recoge en esencia el descontento de los sectores más jóvenes y combativos los cuales, sin embargo, siguen influidos por el kirchnerismo pese a los continuos certificados de defunción que el fit sigue extendiendo a éste sin comprender que está condenado a arar de manera continua en el mar de sus deseos quien no entiende las razones ni las características principales de la subjetividad peronista y ahora kirchnerista ni la contradicción habida entre la combatividad sindical y la ideología nacional y conservadora de los obreros.

Los trabajadores argentinos respetaron y acataron los paros y las huelgas nacionales decretados por las burocracias sindicales, por separado o unidas, para presionar al gobierno kirchnerista, pero no se movilizaron en esas ocasiones. En cambio, las manifestaciones fabriles o de grupos de industrias producidas fuera de la disciplina sindical con la dirección del fit siempre fueron numerosas, combativas y decididas y utilizaron métodos políticos (piquetes en autopistas, cierre de acceso a aeropuertos, corte de calles y del Metro) y combatieron contra la policía y atacaron las directrices kirchneristas.

Esta tendencia de los jóvenes obreros a superar las trabas que les opone la burocracia sindical es general y se expresa en todo el país: el aparato sindical burocrático, oficialista u opositor, comienza a ser superado en las luchas por comités de fábrica o coordinadoras de lucha.

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2008-2015

En la crisis mundial que aumentó en 2008 se fugaron de Argentina decenas de miles de millones de dólares.8 El gobierno estatizó Aerolíneas Argentinas y la subsidió; reguló el Banco Central (bcra); y eliminó el viejo sistema privado de jubilaciones y pensiones para crear Anses, que extendió enormemente el número de jubilados. Fortaleció el mercado interno con esa medida y con los altos subsidios al transporte y a los servicios que representaban un importante salario indirecto y un estímulo al consumo, así como a las ganancias empresariales al contener los salarios directos.

Los subsidios y el asistencialismo se pagaban con los excedentes resultantes de los altos precios de las materias primas exportables y no de ninguna medida estructural que afectase a los capitalistas. El aparato productivo argentino, en manos de pocas transnacionales, no fue tocado, y la misma supuesta reestatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (ypf) consistió en realidad en la compra por el Estado del sector (minoritario) en mano de la española Repsol. (Cristina Fernández, como senadora menemista, había votado en el pasado por la privatización de ypf.)

En el sector energético, Argentina cuenta a su favor con los vientos fortísimos de la Patagonia, con la mayor diferencia del mundo entre mareas alta y baja, con provincias siempre soleadas y con grandes ríos; o sea, con la posibilidad de recurrir a la energía de las mareas, la eólica, la solar y la hídrica, pero el kirchenismo perpetuó la dependencia del gas importado (de Bolivia), de la electricidad traída de Paraguay y Uruguay y de la importación de combustibles para un parque automovilístico que aumentó considerablemente debido al crédito barato ofrecido por el gobierno.

En el sector ecológico, fomentó la extensión del monocultivo soyero, que causa intensa deforestación, lo cual a su vez favorece las inundaciones masivas, empobrece los suelos y contamina las aguas a costa de la fauna y la flora e incluso de cultivos rentables (ganadería, trigo, maíz, girasol, lino, sorgo) y de la economía campesina. La soya echó de sus tierras y concentró en los suburbios de las ciudades a cientos de miles de pequeños campesinos y concentró aún más la riqueza en manos de los exportadores y los bancos. El desarrollo de la gran minería estimulado por él afectó de manera grave el abastecimiento de agua pura a la agricultura y las ciudades cordilleranas hasta que los precios de los minerales y de la soya bajaron, lo que frenó algo el extractivismo y salvó así lo que restaba del ambiente y la economía campesina. El desarrollo de la explotación petrolera mediante fracking en el yacimiento de Vaca Muerta, junto con la Chevron,9 quedó afortunadamente paralizado por los mismos motivos.

La supuesta preocupación ambientalista del gobierno de Cristina Fernández se refleja en una anécdota: el mismo día de la Conferencia mundial sobre el clima realizada en París, que propuso reducir drásticamente la utilización del carbón como combustible, la presidenta inauguró de manera oficial la empresa Yacimientos Carboníferos Fiscales y en su provincia, al lado de los glaciares que se derriten, hizo construir una central térmica de carbón.

Los kirchneristas no fueron gobiernos “de izquierda” que enfrentaban a “la derecha” (tradicional o del siglo xxi) sino el enfrentamiento de una fracción de la burguesía y de la derecha con otra fracción, la salida circunstancial, a partir del establishment, a una crisis del Estado en la que las fuerzas sociales anticapitalistas no estaban en condiciones de imponer una alternativa. No hicieron ninguna transformación estructural en la propiedad ni en la economía: privilegiaron y fomentaron la exportación de soya, aplicaron una política minera a la agricultura con grave daño para al ambiente y los recursos hídricos, fomentaron cuanto pudieron la gran minería, no planificaron el transporte marítimo ni el fluvial con buques argentinos ni la reconstrucción de los ramales ferroviarios destruidos por el menemismo (se limitaron a comprar vagones de China, pero no reconstruyeron las fábricas y los talleres de éstos),no modificaron el modelo energético. Trabajaron en todo de acuerdo con los grandes empresarios y el capital financiero y en interés de éstos, no de los trabajadores.

Para 2016 y los años subsiguientes, el kirchnerismo planeaba llevar a cabo lo que hacen Macri y su equipo de gerentes de las grandes empresas: devaluar la moneda, rebajar los ingresos reales y conceder pequeños aumentos nominales para disfrazar la política, reprimir las protestas, aumentar nuevamente la deuda, en condiciones leoninas. La ley antiterrorista de Cristina Fernández, dirigida contra los conflictos sociales, el proyecto oficialista de ley antihuelgas, el nombramiento de conocidos represores en el equipo de Scioli preparaban la aplicación de esa política antipopular.

La diferencia real entre el gobierno de Mauricio Macri y el de Daniel Scioli, el candidato kirchnerista, reside en los plazos y ritmos de la ofensiva capitalista.10 El primero golpea rápido y fuerte para reducir las resistencias, y prescinde de la Constitución y las instituciones; el segundo pensaba graduar las medidas y recurrir a la mayoría parlamentaria. Pero en la protección de la tasa de ganancia capitalista y en hacer pagar a los trabajadores el llamado “ajuste”, ambos están tan de acuerdo que Scioli le da su apoyo “constructivo”, igual que varios ex ministros y gobernadores de Cristina,11 y Scioli prometió ir a Davos con Macri para buscar préstamos. Por último, Macri erigió una estatua a Perón, y destacó su origen peronista y menemista, entre otras cosas, porque sabe que en el kirchnerismo hay actualmente una tendencia que colaborará con él en la aplicación de las políticas comunes, y el kirchnerismo sólo podrá mantener un núcleo duro de su mayoría parlamentaria.

Para algunos politólogos que creen que la historia la hacen los gobiernos “progresistas”, como los griegos suponían que sus problemas derivaban de conflictos entre los dioses del Olimpo, el kirchnerismo perdió porque Cristina Fernández padecía una incontenible logorrea, era muy soberbia, no escuchaba a nadie, no reunía su gabinete, decidía sobre todo con ligereza e ignorancia,12 humilló y criticó a Scioli hasta que tuvo que presentarlo como candidato presidencial y nombró como aspirante a gobernador de la provincia de Buenos Aires a un hombre —Aníbal Fernández— tan resistido que cuando era presidente del popular club de futbol Quilmes, tuvo que escapar de los socios escondido en la cajuela de su automóvil. Todo eso, naturalmente, es cierto, pero secundario.

Incluso el papa Francisco, peronista de derecha nada tonto, propuso a un ex menemista y duhaldista cristiano, con larga trayectoria y mucha mayor aceptación, Julián Domínguez y consideró un grave error lanzar a Aníbal Fernández, quien decía en serio que en Argentina había menos pobreza que en Alemania. Recuérdese al respecto que la candidata de Macri, una desconocida, ganó la estratégica provincia de Buenos Aires, entre otros factores, con una “cadena de la oración” de cientos de miles de fieles católicos que la apoyaron…

Pero la causa real y de fondo de la derrota se escapa a este tipo de politólogos. El gobierno kirchnerista en su retórica podía declarar abolida la existencia de las clases y ningunear a los trabajadores, pero la clase capitalista es activa y jamás ceja en su lucha, y los trabajadores, a falta de un medio mejor, utilizan el voto para castigar a quienes los ignoran. Los sufragios de Macri (algo más de la mitad del electorado) incluyen neoliberales y proimperialistas, sobre todo en los barrios ricos de Buenos Aires, pero no son “gorilas” ni pro yanquis, como dicen los kirchneristas: son votos de castigo de ingenuos y mal informados dados contra un equipo y una política aborrecidos. Nadie ha dado a Macri un cheque en blanco, y los crecientes conflictos sociales se encargarán de demostrárselo.

Es cierto, como dice Jorge Altamira, dirigente del Partido Obrero, uno de los integrantes del fit, que la política social, nacional e internacional del presente gobierno hará dar un salto a la comprensión política de los trabajadores (cuyo 95 por ciento, no lo olvidemos, votó por uno de los dos grandes grupos capitalistas conservadores, el macrismo o el kirchnerismo), pero de ahí no deriva forzosamente la creación de una situación prerrevolucionaria, entre otros factores porque la izquierda no presenta una alternativa política.

Aunque el kirchnerismo, como el peronismo clásico, habla de unidad nacional y no de lucha de clases, se verá obligado a salir parcialmente de su actual estupor y parálisis y a recurrir, vía la burocracia sindical, amenazada en sus privilegios, a algunas movilizaciones incluso a costa de su unidad. Podría recuperar así parte de la atracción perdida, sobre todo si Macri prosigue su política de preparar despidos de decenas de miles de empleados públicos, la eliminación de los subsidios de transporte, gas, luz y agua, y sus medidas anticonstitucionales, reduciendo de ese modo su apoyo en los sectores de las clases medias trabajadoras.

La superación de las graves crisis político-sociales no se da sólo con luchas sindicales, por grandes que fueren, como las del 68 francés, aun cuando paralicen el país: requiere que los trabajadores crean en la posibilidad de una alternativa política y confíen en una dirección decidida a luchar por ella. El Frente de Izquierdas y de los Trabajadores, por ahora, no es ni un frente real, pues sus componentes no coordinan sus políticas sindicales, estudiantiles e internacionales ni forman un solo bloque en el Parlamento, no reúne tampoco a todas las izquierdas ni, mucho menos, es aún el organismo de los trabajadores pues, por importante que sea su actividad sindical, tiene en ellos una escasa base organizada.

Habrá que prever entonces un periodo en el que, recurriendo al endeudamiento externo, la nueva derecha avanzará a los tropezones, pero despertando grandes resistencias; éstas crecerán y se coordinarán; el kirchnerismo intentará renacer y, en ese proceso, se modificará de modo de ser más un partido clasemediero radicalizado; y el fit deberá también modificar su política y sus métodos.


1 En este sentido, cabe a estos fenómenos la categoría gramsciana de “revolución pasiva”.

2 Según las calificara André Gunder Frank.

3 Contrariamente a lo que dice Gino Germani, esos nuevos trabajadores industriales no carecían de experiencia política u organizativa. Muchos de ellos eran obreros o artesanos especializados en sus pueblos de origen y habían pasado por grandes luchas rurales.

4 En particular el Partido Obrero, que interpretó el famoso “¡Que se vayan todos!” como una voluntad antisistémica, cuando en realidad expresaba una rabia impotente y equivalía a “¡que se los trague la tierra!” y no a “¡echémoslos!”, como lo prueba el hecho de que, poco tiempo después, “todos” fueron reelegidos masivamente.

5 Todos sus primeros ministros y cuadros y los de su esposa y sucesora habían sido menemistas o, peor aún, venían de la derecha económica expresada por Alsogaray, hombre de las dictaduras y del desarrollismo. Al senador Carlos Menem mismo nadie le tocó un pelo durante los gobiernos kirchneristas que, por el contrario, recurrieron a su voto en el Senado. Hay que recordar que el presidente de la derecha, Mauricio Macri, también fue menemista, como su adversario Daniel Scioli.

6 La canción del primer peronismo —Los muchachos peronistas—proclama que Perón “es el Primer Trabajador” y “combate al Capital”. Perón, en su discurso en 1944 en la Bolsa de Comercio, respondía por su parte al temor antisindical de los empresarios de que él era capitalista pues tenía obreros en su estancia y que sugería ceder 40 por ciento para no perder el ciento por ciento y creía que someter los sindicatos al Estado y dar cada tanto algún aumentos desarmaba la radicalidad obrera.

7 Cristina Fernández decía que eran “presidenta (sic) de los 40 millones de argentinos”, pero nombraba a los patrones “capitalistas”; éstos, por su parte, destacaron y destacan continuamente su posición de clase. En relación con el pensamiento de Laclau adoptado por el kirchnerismo, recuerdo un dibujo del italiano Altan cuyo personaje, el obrero Ciputti, escuchaba a un compañero que le decía “¡Ciputti! Se acabaron las clases” y él le respondía “¡Lástima que no se enteraron los patrones!”.

8 Según el bcra, en 2012 esa fuga ascendió a una cifra que oscila entre 205 mil millones y 400 mil millones de dólares estadounidenses.

9 A la que se concedió la facultad de retirar cuando quiera su inversión de 12 mil millones de dólares, sin pagar penalidad y conservando a perpetuidad su disfrute de la eventual mitad de la producción del yacimiento que quedaría en manos de ypf.

10 Habrá que rediscutir en ese sentido la consigna de voto en blanco dada por el fit y algunos militantes, incluido yo, pues ambos candidatos eran socialmente iguales. La consigna fue muy poco seguida por los trabajadores, pues tal llegó a su punto mínimo con poco más de 300 mil sufragios. Scioli y Macri eran iguales, no así los tiempos de aplicación de sus políticas, y era posible por eso estar junto a los trabajadores que lo votarían tapándose la nariz dándole a Scioli un voto crítico en nombre de la independencia de clase para derrotar al grupo de choque derechista macrista.

11 Incluso uno, el de Tecnología, Lino Barañao, siguió en su puesto sin problemas. Es un conocido hombre de la Monsanto.

12 Véase la explicación de la derrota kirchnerista que da Atilio Borón, por ejemplo.