TRADUCCIONES IMPERFECTAS

A propósito de Un nuevo marxismo para América latina, de Martín Cortés

En este sentido, un escritor es como
el rastreador del Facundo,
busca en la tierra el rastro perdido,
encuentra el rumbo en las huellas
confusas que han quedado en la llanura
Ricardo Piglia, “La extradición”

A primera vista, Un nuevo marxismo para América Latina, de Martín Cortés, se centra en la figura del cordobés José María Aricó (1931-1991). Al menos eso deja leerse en el subtítulo: José Aricó: traductor, editor, intelectual. La impresión inicial, refrendada por la tapa misma, no es del todo falsa. Basta observar sus densas páginas para advertirlo: Aricó recorre la obra de principio a fin.

otras 258-3En el libro se relata el derrotero político-intelectual de Aricó, desde sus inicios como militante del Partido Comunista Argentino (pca) en Córdoba hasta sus últimos años como animador del Club de Cultura Socialista y simpatizante del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), pasando por su relación con Héctor P. Agosti, la expulsión del pca, la fundación de la revista Pasado y Presente, sus emprendimientos editoriales como los homónimos Cuadernos, su traslado a Buenos Aires y el posterior exilio en México. Sin embargo, lejos de tener una pretensión biográfica, esta crónica es exhibida como el escenario para desenterrar la historia de sus lecturas. Así, con los nombres de Marx, Gramsci y Mariátegui —mediados por el poderoso influjo que la izquierda italiana ocasionó en su formación teórico-política—, vemos desfilar a Engels, Lenin, Bernstein, Otto Bauer y Juan B. Justo, y otros pensadores ajenos a los marxismos, como Carl Schmitt, Hans Kelsen y Max Weber. Y todo ello, sin dejar de dar cuenta de las afinidades electivas con Louis Althusser, en lo que constituye uno de los tantos y novedosos aportes aquí propuestos para leer a Aricó.

No obstante, cuando uno se sumerge en sus profundidades, comienza a descubrir algo que en ese raudo primer encuentro nos estaba vedado: no estamos ante un libro sobre Aricó. El propio autor lo confiesa en la primera página: “En vez de reconstruir una trayectoria intelectual, mi trabajo se proponía rescatar la actualidad de un pensamiento complejo acerca de los dilemas del marxismo en América Latina” (Cortés, 2015: 11). Y también en la anteúltima: “Uno de los efectos del concepto de traducción es el de desdibujar la importancia del autor y sus escritos originales para desplazar la mirada hacia la posibilidad de recomponer los modos de pensar una corriente teórica, con la actualidad como centro del ejercicio crítico” (Cortés, 2015: 252). En lo que acaso sea un gesto por permitir que el lector realice su experiencia, no vuelven a mencionarse esos propósitos a lo largo del libro. Y más aún, el permanente trabajo sobre fragmentos de la obra escrita de Aricó parecerían tener el objetivo de despistarnos, de modo que el lector comienza a sospechar que el autor estaría emulando lo que se le presenta como una de las más atractivas estrategias de reflexión del cordobés: “hablar a través de los otros”. Pero tampoco eso sucede. La relación con la letra de Aricó es mucho más sutil: Cortés no habla a través de, ni es hablado por Aricó, sino que él lo hace decir.

Pero si Aricó no es el objeto de estudio de este trabajo, ¿por qué tanta insistencia en el análisis de su obra? La respuesta parecería ser que su nombre es tomado como un pre-texto —en el mejor sentido del término— en la búsqueda por desentrañar la cultura política de izquierdas en la segunda mitad del siglo xx a través de la recuperación de su afán interminable por interrogar al marxismo en su especificidad latinoamericana. Dicha indagación no tiene una pretensión meramente historiográfica sino que se ancla en la productividad de una lectura desde el presente. Así, Aricó es presentado como clave para develar el secreto de dos épocas, la suya y la nuestra.

En términos metodológicos, Cortés construye una máquina de lectura para revisar el marxismo a través de Aricó. El concepto de traducción es el hilo que cuece la obra, el que le da unidad y sentido. Con igual relevancia, se trabaja la crítica del marxismo como filosofía de la historia a través de la idea de “puntos de fuga”. Estas tres nociones aparecen para desbrozar la práctica de un marxismo que posiciona la teoría fundada por Marx como un sistema cerrado, autosuficiente y concluido.

Frente a la mixtificada imagen que retrata al “Aricó editor”, se pretende redimir al “Aricó escritor”. Pese a que sea “(…) usual asociar a la tarea editorial su aporte, ya que en magnitud lo justifica: en lengua castellana, el acceso a textos de Marx y del marxismo en general tiene otro alcance y carácter luego de ese trabajo” (Cortés, 2015: 245), en rigor, “(…) el balance entre la edición y la escritura no fue tan desigual como una primera mirada superficial sobre su trayectoria podría sugerir (y como suele decirse respecto de Aricó)” (Cortés, 2015: 39).

No hay aquí una propuesta de reemplazo de un Aricó por otro. Sabemos que ello redundaría en el mismo problema, pero invirtiendo los términos de la ecuación. La búsqueda se afinca en desactivar la idea de que Aricó habría “escrito poco”. Sin descuidar sus compilaciones, traducciones y ediciones, Cortés realiza una inmensa tarea de reconstrucción: visita sus escritos, “asiste” a sus conferencias, lee sus cartas, atiende a sus entrevistas y anota los prólogos y las advertencias de los libros por él publicados. A su modo, efectúa la misma operación que Aricó con Marx: bucea en los márgenes, en los escritos dispersos, en los vectores olvidados de sus reflexiones. Y lo hace como quería León Rozitchner: enfrentándose a los textos como un enigma por descifrar.

De algún modo, estamos en presencia del despliegue del escritor como lector. Y viceversa. La particularidad es que la conjugación del editor con el escritor se produce a través del concepto de traducción. Esta noción también trasciende las meras apariencias: refiere menos a la actividad de trasladar de una lengua a otra un escrito (aunque Aricó haya ejercido esta actividad, siendo uno de los primeros en traducir a Gramsci en Argentina) que a la operación filosófica que permite hacer dialogar conceptos, realidades y tradiciones de pensamiento en contextos que le son inicialmente excéntricos. En el caso de este libro se trata de un ejercicio que propicia aunar dos significantes que históricamente vivieron bajo la forma de un desencuentro: marxismo y América Latina. Las razones del fallido encuentro, Aricó fue a buscarlas en la relación que Marx estableció con nuestra región: “(…) este desencuentro entre Marx y América Latina no es sino la crónica de una lectura desafortunada. Para Aricó, constituye una suerte de botón de muestra de una larga historia de infortunios para una izquierda con enormes dificultades para dar cuenta del hecho nacional en su complejidad” (Cortés, 2015: 145).

Aquí se escoge dialogar con un momento muy específico de su trayectoria político-intelectual: los años del exilio en México. Los días y las noches de Aricó en el país azteca, entre el golpe de Estado de 1976 y el retorno democrático en Argentina en 1983, significaron “(…) su momento más prolífico en materia editorial, con la producción de sus propios libros y escritos más relevantes” (Cortés, 2015: 21) tanto como la latinoamericanización de su pensamiento. Según sus palabras, esa geografía

(…) permitió dar a mi trabajo intelectual una dimensión, una manera de ver los hechos que acaso no habría podido alcanzar en mi país (…) ¿Qué se produjo en México? En esencia, un cambio del punto de observación, desde el sitio desde el cual pensaba. Y eso tiene relevancia porque nunca cuando se piensa se incorporan en ese pensar las coordenadas del lugar en que, y desde el cual, se piensa. Pero lo que no es habitualmente un hecho de conciencia se convierte, podríamos decir, en un hecho de existencia cuando el desplazamiento se produce (Aricó citado en De Ípola, 2005: 13-14).

En México, Aricó formó parte de una sugestiva y poca atendida experiencia político-intelectual: Controversia. Para el examen de la realidad argentina (1979-1981). Animada por un conjunto de intelectuales argentinos exiliados en México (Juan Carlos Portantiero, Óscar Terán, Jorge Tula, Héctor Schmucler, Nicolás Casullo y Rubén Caletti, entre otros), Controversia emergió como la revista de la derrota. La aceptación del profundo revés sufrido por el movimiento popular argentino en la década de 1970 fue el elemento que congregó a peronistas de izquierda y socialistas, a la vez que permitió llevar adelante una revisión crítica de los supuestos que ellos mismos habían asumido en los años previos. Así, vanguardia revolucionaria, foquismo, militarización de la política, peronismo, socialismo y democracia fueron rediscutidos. Y en el caso de Aricó, significó una oportunidad para repensar el llamado “socialismo real” en el contexto de la “crisis del marxismo”.

Como hipótesis de lectura, podemos decir que en el libro se hace hablar al Aricó de la derrota, al que inventaba libros “(…) para un lector de tiempos en que las certezas flaquean” (Cortés, 2015: 12). Estaríamos ante el Aricó que quiso hacer productiva la “crisis”, sin que ello implique abandonar a Marx a la “crítica roedora de los ratones”; es decir, el que en tiempos de urgencias y oscuridades buscó el modo de seguir “trabajando en Marx”. Pero no en cualquier Marx sino el que se había preocupado por los problemas de la periferia capitalista: el de los escritos sobre Rusia, España, Turquía, Polonia e Irlanda. Según el Aricó de Cortés, ese Marx permitía problematizar y criticar el marxismo como una filosofía de la historia. Con ese Marx —pero también con Gramsci, Mariátegui y hasta Schmitt— podía pensarse en los problemas de la nación, la hegemonía, la política, la historia y la constitución de sujetos políticos.

memoria25853La pregunta de Aricó sobre la que se vuelve de forma permanente podría resumirse así: ¿cómo vincular una teoría de pretensiones universales como el marxismo, nacida cual conceptualización de la clase obrera europea, con esa particularidad histórica que representa nuestra América? ¿Cómo ser universal en esta parte del mundo? La noción de traducción emerge a manera de crítica de la idea de aplicación, entendida como el traslado mecánico de categorías de una realidad a otra sin distinción de las especificidades y singularidades nacionales. Ella permite articular “(…) de manera orgánica la vocación universal del primer término [el marxismo] con los dilemas específicos del segundo [América Latina]. Ese carácter orgánico de la traducción remite a la producción de una novedad teórica” (Cortés, 2015: 17).

La traducción cuestiona no sólo cualquier pretensión de trasparencia entre teoría y realidad sino, también, las perspectivas que interpretan lo real a través de cánones teóricos que se consideran cerrados, preconcebidos y autosuficientes. Viene a dar cuenta de la imposibilidad de una equivalencia literal, y por ello es asumida cual acto imperfecto y creador. Al respecto, decía Gramsci: “Esta traducibilidad no es ‘perfecta’, ciertamente, en todos los detalles, incluso importantes (¿pero qué lengua es exactamente traducible a otra lengua?, ¿qué palabra aislada es traducible exactamente a otra lengua?” (Gramsci, citado en Cortés, 2015: 33). La traducción es siempre, y ante todo, una producción que desarrolla la teoría. Al tiempo que lo vinculaba con los problemas nacionales, en el prólogo de la publicación de su traducción de Mis hijos, de Víctor Hugo, José Martí discurría sobre esta imperfección:

Esprit: juicio claro. Insuperable dificultad. Siempre lo fue esta palabra francesa, encarnación del ser francés y en extremo exclusiva, y por esto, sí entendida por los que entienden el carácter de la nación, pero no traducible para los que tienen distinto carácter nacional (Martí, 1993: 174).

Así, llegamos a uno de los nudos centrales del libro: si el marxismo no es “aplicable” indiscriminadamente a cualquier realidad sino que precisa de traducciones constantes e imperfectas, entonces tampoco puede constituir una filosofía de la historia. Frente a las interpretaciones sistemáticas de la obra de Marx, se buscará al Aricó que trabajó sobre una figura provista por Óscar Terán —quien también influirá sobre el Óscar del Barco de esos años—: los “puntos de fuga”. Dice el autor: “(…) recorrer los fragmentos menos atendidos de la obra de Marx es un modo de revelar la potencia de una obra dispersa —y, por eso, polivalente—, pues está en crisis la pretensión de presentar el marxismo como sistema filosófico. Aricó renuncia a la búsqueda de una interpretación correcta de Marx para reivindicar el carácter inabarcable de su obra” (Cortés, 2015: 112). Cristalizados en inéditos, cartas, borradores o “fragmentos de textos en apariencia coyunturales”, operarían “(…) como ‘síntomas’ que resultan disruptivos para los intentos de construir un marxismo como sistema” (Cortés, 2015: 122). Esos “síntomas” estarían presentes en el “Marx tardío”: en el intercambio epistolar con Vera Zasúlich y Los escritos sobre Rusia. Recobrando la fórmula de Maximilien Rubel, Cortés sostiene que ese Marx sería “crítico del marxismo”, al menos de ese hegemónico que habrían encumbrado Engels y Kautsky: uno leído como un sistema cerrado, basado en una teoría de las etapas con centro en un progreso indefinido que concluye inexorablemente en el comunismo.

Los “puntos de fuga” como crítica de la filosofía de la historia habilitarían una vuelta a lo político a través del Marx “no sistemático”. En una operación similar a la que practicó el boliviano René Zavaleta Mercado —otro gran lector de Gramsci, también exiliado en el México de esos años—, Aricó cuestionó la separación entre lo político y lo económico que adoptaba el marxismo hegemónico. Se trataría de un cuestionamiento del modo en que se interpretó aquel célebre pasaje de la Introducción: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, donde Marx sostuvo que la crítica de la religión, ya consumada por Feuerbach, debía dar paso a la crítica de la política y que la crítica de la política tenía que abrirse a la crítica de la economía política.

En otro interesante paralelismo con Zavaleta, el Aricó de Cortés encuentra en el problema de la nación el “punto de fuga” por excelencia de la teoría política marxista: “El problema no sería el de la autonomía nacional per se sino el modo en que la cuestión socialista puede ser pensada en un lugar determinado a partir de su propia configuración histórico-política” (Cortés, 2015: 192). La pregunta por la nación prepara el terreno para la interrogación por los sujetos políticos que la habitan, en el sentido de que autoriza el cuestionamiento de las pretendidas relaciones de transparencia entre la concepción teórica del proletariado en tanto que clase universal y su forma real de existencia. En los concretos escenarios nacionales, no se diluye la idea de proletariado ni la de revolución: “(…) la nación se constituye como la unidad para pensar el problema de la revolución. No porque en ella se despliegue alguna esencia profunda de los pueblos sino porque es el espacio específico donde se condensan los aspectos de las contradicciones que componen una formación social” (Cortés, 2015: 179).

El legado mariateguiano es fácil de advertir en esas líneas. De un modo más solapado, también se hace presente allí el Lenin crítico del marxismo de la ii Internacional, el que formula el concepto de formación económico-social para vincular la crítica de la filosofía de la historia con el problema de la nación. Pero muy fundamentalmente, quien merodea estas reflexiones es Gramsci, pero no en la clave marxista-leninista de sus lecturas de los años cincuenta, ni el herético y heterodoxo de los sesenta, ni el consejista de los setenta. Se trata del Gramsci pensador de la nación, la hegemonía y la política.

A través de la construcción asincrónica de nuestras sociedades, la cual alude al desarrollo desigual del capitalismo, a sus temporalidades diversas –o “contemporaneidad” de las formas productivas–, puede formularse una crítica del marxismo como filosofía de la historia. Su constatación obliga a repensar las relaciones entre marxismo y el problema de la nación o, mejor, entre lucha de clases y lucha nacional.

Finalmente, arribamos a un punto que ya se nos presentaba desde el comienzo mismo: ¿cómo se interpreta aquí el marxismo de Aricó? No se trata de un rescate meramente historiográfico o un capítulo más en la historia de las ideas latinoamericanas, ni de la búsqueda de fórmulas acabadas que permitan inteligir una actualidad, sino de una lectura que emerge producto de las necesidades del presente: “(…) esto se debe al modo mismo en que él trataba los textos del pasado: no como piezas que pudiesen inscribirse en un entramado áridamente filológico, sino como trazos de una materia convocada desde un presente con necesidades teóricas y políticas” (Cortés, 2015: 11). El autor ensaya su traducción de Aricó. Lo lee con el prisma del siglo xxi; por eso piensa en el problema del Estado, los sujetos políticos y la nación. Es una lectura en tiempo presente: “La lectura del escritor actúa en el presente, está siempre fechada, y su presencia en el tiempo tiene la fuerza del acontecimiento” (Piglia, 2015: 88).

¿Qué de inédito tiene el “nuevo marxismo latinoamericano” anunciado en este libro? A 35 años del fallecimiento de Aricó, ¿qué sigue haciendo novedoso a su marxismo? La originalidad no parece residir tanto en el rescate de lo dicho por tal o cual intelectual como en el modo en que se lo lee. Precisamente, las formas de interpretar tienen la cualidad de transformar los textos del pasado. Alguna vez Mariátegui dijo que de Manuel González Prada importaba menos su letra que su espíritu. Tal vez en la recuperación de su espíritu radique el acontecimiento de este libro: en promover una exégesis desde el tiempo presente que sea dialógica con tradiciones ajenas, laica, imperfecta y despojada de garantías triunfalistas. En tiempos de derrota, desilusiones y crisis política, en los que América Latina asiste al desgaste no sólo de los llamados gobiernos “progresistas” sino del campo popular en su conjunto, reivindicar la “lección de método” que nos lega el Aricó de Cortés es una buena manera de seguir formulando preguntas a una tradición radical y constitutivamente transformadora.


Bibliografía

Cortés, Martín (2015). Un nuevo marxismo para América Latina. José Aricó: traductor, editor, intelectual. Buenos Aires, Siglo xxi-ccc.

De Ípola, Emilio (2005). “Para ponerle la cola al diablo”, en José Aricó. La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Siglo xxi.

Martí, José (1993). “Prólogo”, en Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales.

Piglia, Ricardo (2015). Antología personal, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

* Universidad de Buenos Aires, Argentina.