Muchas obras han sido escritas sobre el capitalismo contemporáneo y la globalización, pero pocas pueden ser calificadas de sobresalientes. Este libro de John Smith merece tal calificativo, por lo cual resulta una lástima que no haya aún traducción al español.
Smith es un profesor de orientación marxista de la Universidad de Kingston, en Londres. Por la publicación de esta obra se hizo merecedor del Premio Conmemorativo Paul A. Baran-Paul M. Sweezy, establecido por la reputada revista y casa editorial estadounidense Monthly Review, fundada en 1949 por el gran economista Paul Sweezy y el historiador Leo Huberman.
El objetivo principal de Imperialism in the twenty-first century es examinar las relaciones entre los centros capitalistas y las periferias subdesarrolladas en el marco del proceso de globalización neoliberal, arrancado en la década de 1980.
Smith comienza el análisis centrando la mirada en la lógica de producción y comercialización de tres mercancías emblemáticas del proceso globalizador: las camisetas (t-shirts), el iPhone y la taza de café. Las tres son producidas en el sur global, concepto que designa los países periféricos insertos en la globalización, pero las lideran y controlan las empresas transnacionales (ETN), que las venden por todo el orbe. Los amplios márgenes entre los costos de producción de esas mercancías y su precio de venta garantizan enormes ganancias a las ETN involucradas. En el caso de la t-shirt, citando a Norfield, mientras la cadena h&m la vende en sus tiendas a 4.95 euros, el productor de Bangladesh recibe sólo 0.95 centavos, por repartirse entre el propietario de la fábrica, el proveedor de insumos y los trabajadores. En el caso de los teléfonos inteligentes producidos por Apple enteramente en las periferias se presenta una situación semejante. Por ejemplo, en 2006 el Ipod 30 GB se vendía en 299 dólares, mientras que su costo de producción era de 144.40, lo cual permitía un margen bruto de ganancia de 52 por ciento. Y en el caso del café, producido en su mayor parte por pequeñas fincas de los países periféricos, la comercialización es controlada por dos ETN estadounidenses y dos europeas: Sara Lee, Kraft, Nestlé y Procter & Gamble, con márgenes de ganancia estratosféricos.
Como se deduce de estos ejemplos, ocurridos en todas las actividades crecientemente deslocalizadas por las ETN hacia las periferias, atraídas por los bajos salarios, el valor creado en esos países no se retiene allí sino que se transfiere, es capturado por las firmas de los centros. Ello da lugar a que la mayor parte del valor agregado aparezca en las cuentas nacionales de los países centrales, y sólo una parte marginal se registre en las cuentas nacionales de los países del sur global. Ello provoca lo que Smith denomina “la ilusión del PIB”. Este indicador representa cada vez menos la contribución real por país a la creación de valor en la economía mundial. En sus palabras: “En la medida en que el PIB exagera o disminuye la contribución real de las naciones individuales a la riqueza global, cada nación es un consumidor neto de riqueza producida por el trabajo vivo de otras, o es contribuyente neto, produciendo más riqueza de la que consume” (página 298).
Esta aseveración de Smith obliga a ver con otros ojos la reconfiguración de la economía mundial y el asunto de la hegemonía. Desde hace dos años, China es en términos de ppp, la mayor economía del mundo. Sin embargo, en realidad, debido a la “ilusión del PIB”, su contribución a la producción mundial es mayor y su liderazgo económico y comercial más aventajado de lo que se reconoce. Están subvaluados también los PIB de los “tigres asiáticos” y de los países subdesarrollados del Sur integrados a las cadenas globales de valor.
La globalización de la producción, el traslado creciente de la producción de manufacturas hacia la periferia, fue el resultado de la crisis del decenio de 1970 y de la baja de la tasa de ganancia en los principales países capitalistas que la antecedió. Con el neoliberalismo se extendió el uso de la externalización (outsourcing), proceso mediante el cual las firmas trasladan hacia otros productores o prestadores de servicios las actividades que no se consideran estratégicas, con lo cual reducen costos y elevan la rentabilidad. La externalización puede realizarse en el espacio nacional o efectuarse hacia otros países (offshore). La expansión de las ETN hacia el exterior asume dos formas: mediante la apertura de una filial o la creación de empresas mixtas (joint ventures) con empresarios o gobiernos de los países huéspedes; o mediante la externalización, o sea, la subcontratación de una parte o de toda la producción de la firma con proveedores independientes. Como bien apunta Smith, el outsourcing “ha sido una estrategia consciente de la organización capitalista, mediante la represión de los salarios y la intensificación de la explotación de los trabajadores en casa, y ha conducido sobre todo a una enorme expansión en el empleo de trabajadores en los países de bajos salarios. El diferencial de salarios entre las naciones imperialistas y las en desarrollo también genera la migración de trabajadores de bajos salarios en la dirección opuesta. Por tanto, la subcontratación y la migración deben considerarse un aspecto del mismo proceso” (página 66).
La globalización de la producción provocó un giro radical en el centro de gravedad de la producción industrial, con el traslado de los centros imperialistas al sur global. En 2010, 541 millones de trabajadores industriales vivían en los países de la periferia, contra 145 millones residentes en los centrales. En términos relativos, la participación del sur global en la fuerza de trabajo industrial aumentó de 34 por ciento en 1950 a 79 en 2010. En los centros imperialistas, su participación en este último año se había reducido a 21 por ciento respecto del total.
Con el neoliberalismo, entonces, el sur global se ha integrado en “cadenas globales de valor” (CGV) dominadas por las ETN. Dicha inserción ha significado que las periferias desarrollen tareas industriales, pero ello no ha implicado que, necesariamente, se hayan desarrollado. En el mainstream se postula, como recuerda Smith, que la inserción en las CGV es sinónimo de desarrollo y de mejora (upgrading). Por el contrario, tal incorporación representa en la mayoría de los casos subdesarrollo y retroceso (downgrading).1 Las periferias manufactureras generan valor agregado, pero no lo capturan, sino que la mayor parte de éste se transfiere a los centros, a las matrices de las ETN, a través de la cadena de valor. Para demostrar el carácter explotador de las CGV y de las desiguales relaciones entre los centros y las periferias, el autor recupera la categoría de superexplotación desarrollada en el decenio de 1970 por el brasileño Ruy Mauro Marini (1973), en el marco de la teoría de la dependencia. Ello, considera Smith, le permitirá también por añadidura reconstruir la teoría del imperialismo sobre las bases de la teoría del valor-trabajo. Aunque no niega la pertinencia de la teoría leninista del imperialismo, considera que ésta debe reconciliarse con la teoría del valor, basamento a cuyo amparo Marx estudió el modo de producción capitalista.
El uso de la categoría de superexplotación para explicar la globalización de la producción en el neoliberalismo es tal vez uno de los aspectos más novedosos y atractivos del libro de John Smith, pero asimismo el que mayores dudas genera, al menos a quien escribe esta reseña y a otros autores (véase Roberts, 2016).
Trataré de explicar por qué. Smith parte del hecho irrefutable de que en el neoliberalismo, las ETN efectúan un arbitraje de salarios –de la misma forma que el capital de portafolio lo realiza en cuanto a tasas de interés y tipos de cambio– para decidir en qué espacio geográfico colocará su inversión o establecerá el offshore. Es decir, sus decisiones estarán fuertemente influidas por el nivel de los salarios, pues cuanto más bajos, mayor tasa de ganancia.2
Como Marini, Smith considera que la superexplotación descansa en el hecho de que en la periferia la fuerza de trabajo se remunera por debajo de su valor, por lo cual predominan ahí formas de producción de plusvalía absoluta, mientras que en los centros lo hacen las de producción de plusvalía relativa. Sostiene asimismo, en línea con Marini, que la tasa de plusvalía es mayor en la periferia que en el centro. Para probar la validez de su aserto, revisa críticamente dos posiciones alrededor de esta problemática teórica: la sostenida por Samir Amín y la postulada por Weeks, Dore y Bettelheim, etiquetados por el autor como representantes del “marxismo eurocentrista”. Amin arguye que con la globalización, el valor de la fuerza de trabajo tiene un solo valor, un valor medio determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas tomadas de modo global. Quienes son remunerados por debajo de ese valor medio constituyen el segmento de los “superexplotados”. Smith rechaza esa posición y coincide con Weeks y Dore en que ese valor medio a escala global no existe en realidad sino que es mera construcción ideal. Weeks y Dore, así como Bettelheim, por su parte, siguiendo la argumentación de Marx, consideran que la tasa de plusvalía es más alta en los centros por el nivel de productividad más alto de sus economías.
Según Smith, el “marxismo eurocentrista” confunde el valor de la fuerza de trabajo con su productividad. El cambio de la producción hacia la periferia es un hecho no marginal sino de gran importancia en el capitalismo moderno, pues allí obtiene, debido a la superexplotación de la fuerza de trabajo, parte sustancial de sus ganancias. Que el capital monopolista financiero obtiene en la periferia una parte sustancial de sus “superganancias” es un hecho irrefutable del capitalismo contemporáneo. Pero de allí no se deriva que estas sobreganancias provengan de la circunstancia de que la fuerza de trabajo se remunere por debajo de su valor. El valor de la fuerza de trabajo, como parece aceptar Smith, se determina en cada Estado-nación.
El valor de la fuerza de trabajo, o el de los medios de subsistencia de los trabajadores, es una categoría histórica. Su nivel depende de factores de orden natural como el clima, del grado de desarrollo de las fuerzas productivas, de las condiciones específicas de la acumulación del capital (nivel de heterogeneidad de la estructura productiva, entre otras), de factores culturales y de otros no económicos como el grado de organización, sindical y política, así como de los niveles de conciencia de los trabajadores. Me parece que a esto se refiere Marx cuando señala que “por oposición a las demás mercancías (…) la determinación del valor de la fuerza de trabajo encierra un elemento histórico y moral (…) en un país determinado y en un periodo determinado, está dado el monto medio de los medios de subsistencia necesarios” (Marx, 2016: 218). Así, más que hablar de que la fuerza de trabajo en los países de la periferia se paga por debajo de su valor, conviene hacerlo, en mi opinión, de niveles internacionales distintos en el valor de la fuerza de trabajo.
Para ilustrar mi posición al respecto me referiré al caso de la industria automotriz instalada en México: los salarios de los trabajadores automotrices locales representan una sexta parte de los recibidos por los de la plantas de Detroit. Como se trata de producir un auto mundial, tanto en la matriz como en sus filiales canadienses y mexicanas se utilizan técnicas de producción de punta. Los niveles de productividad son por tanto semejantes en los tres países. Efectivamente, el elemento diferenciador, en una abstracción de otros factores, es el nivel salarial. Entonces, en ese sentido Smith y Marini aparentemente tendrían razón: los trabajadores automotrices mexicanos son “superexplotados” en relación con los estadounidenses. El único pero es que esa “superexplotación” existe sólo en el interior de las firmas. En el plano macroeconómico, la productividad de la economía mexicana en su conjunto está a años luz del nivel correspondiente a la de la economía estadounidense, por lo cual la tasa de plusvalía allá es más alta, aunque su tasa de ganancia sea más baja, en virtud de la mayor composición orgánica del capital. De allí que a diferencia de Smith, cuya conclusión en este punto es que “los proponentes marxistas de la teoría de la dependencia estaban en lo correcto y sus críticos ortodoxos equivocados”, el autor de esta reseña piense que los críticos ortodoxos estaban bien; y Smith y Marini, errados.
Sin embargo, al margen de este debate, el libro de John Smith es sin duda un referente fundamental del pensamiento marxista contemporáneo. Su estudio exhaustivo de las relaciones entre los centros imperialistas y el sur global constituye un aporte invaluable para comprender la formación de la ganancia, bajo el dominio del capital monopolista-financiero. Las superganancias derivadas de la explotación del trabajo asalariado de las periferias son elemento central de las ganancias monopólicas, junto a las derivadas de la emisión y circulación del capital ficticio, los derechos de propiedad intelectual, la “acumulación por desposesión”, la deuda externa y otras formas de apropiación de la plusvalía social.
John Smith (2016). Imperialism in the twenty-first century. Globalization, super-exploitation, and capitalism’s final crisis, Nueva York, Monthly Review Press, 382 páginas.
1 En el libro no se incursiona en la importante cuestión de por qué algunos países, China y Corea del Sur destacadamente, han conseguido desarrollarse con la inserción en la globalización y por qué, por el contrario, la mayoría de los países insertados pasivamente en la globalización se han subdesarrollado y desarticulado más. Al margen de las políticas económicas concretas aplicadas en cada país, la repuesta de esa diferencia habría que encontrarla en el grado de autonomía y soberanía de cada nación.
2 Smith no lo explicita, pero el arbitraje de salarios como elemento decisorio de la inversión extranjera directa provoca feroz competencia entre las naciones periféricas por tener los salarios más bajos, más “competitivos” dirán los gobernantes. México, fuerte exportador del sur global, se caracteriza por tener uno de los salarios más bajos de América Latina, lo cual no se compadece su mayor desarrollo relativo.
Referencias bibliográficas
Marini, Ruy Mauro (1973). La dialéctica de la dependencia. México, Ediciones Era.
Marx, Karl (2016). El capital, tomo i, volumen 1. México Siglo XXI Editores.
Roberts, Michael. “Imperialism and super-exploitation”. Michael Roberts https://goo.gl/BYSnAj