En días recientes se publicó un nuevo libro de Francisco López Bárcenas; se ocupa de la actividad minera en el país, su importancia para la economía y sus efectos en la población. Tiene un título sugerente: La vida o el mineral. Los cuatro ciclos del despojo minero en México. Desde el inicio, el autor propone analizar esta actividad económica en sus diversas implicaciones: económicas, políticas, sociales y culturales para la nación.
Para muchos, tal propuesta supondría tarea ardua, destinada sólo a los académicos o investigadores del ámbito económico o de la política pública. Sin embargo, el libro mismo da muestra de que es posible llevar el tema a otros ámbitos, pues está escrito de manera inteligible para la mayoría de los no especializados, lo cual en sí mismo prueba que los estudios académicos pueden orientarse a servir a una sociedad ocupada en defenderse del despojo de sus recursos mineros.
“La vida o el mineral”, la frase titular del libro, hace justicia al contenido, y ello se refleja desde las primeras páginas. De manera un tanto irónica, las ideas dominantes sobre el desarrollo económico que muchas veces hemos escuchado en la escuela, en la casa –entre comerciales interrumpidos por telenovelas– o al inicio de una película en las salas cinematográficas permean cada línea de nuestros pensamientos, y hasta caemos en la trampa de querer apoyar el desarrollo mediante una actividad que se enuncia floreciente, superada sólo por la petrolera, la rama automotriz y las remesas de los migrantes, y en un país con grandes y mal aprovechados recursos minerales.
Hasta aquí, todo parece un escenario próspero, rico y mal aprovechado, pero conforme se avanza en la lectura, se describe un ambiente no tan maravilloso como se cree. Sucede que, según el libro, las actividades mineras en el país, desde la época colonial hasta estos días, no han podido deslindarse de factores económicos ajenos a él, y para mostrarlo agrupa el análisis histórico de la explotación minera en los cuatro ciclos de explotación que el autor denomina “los cuatro ciclos del despojo minero en México”. El primero va de la llegada de los españoles hasta la consolidación de la República; el segundo abarca el Porfiriato y las primeras décadas posteriores a la revolución mexicana; el tercero se establece en los años de la “mexicanización” de la minería; y el último se da en el periodo de la globalización, comenzada con la apertura comercial, la reforma del artículo 27 constitucional y la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, México y Canadá.
Hasta este momento parece un texto histórico simplemente, pero la estructura del libro permite conjuntar otros análisis –jurídicos, sociales, culturales– a lo largo de cinco capítulos, que se entrelazan a modo de observar un panorama general de las actividades mineras. El análisis comienza por plantear el escenario donde se desarrollan las actividades mineras: espacio geográfico del territorio mexicano, ubicación de los recursos naturales, actores, formas de acceso al mineral; a partir de él se ofrece un análisis histórico que incluye los actores implicados en los cambios o las modificaciones jurídicas y las formas en que se han dado éstos, así como la implicación de empresarios nacionales e internacionales nacionales en las modificaciones. Por ejemplo, en 1911, la empresa J. F. Shandforth M. P. F. A presentó al presidente Francisco I. Madero un “proyecto de vital importancia para el país”, el cual no solamente sería el origen de una nueva riqueza para el erario sino que, también, le daría fuerza, poderío y elementos para, en caso necesario, repeler con ventaja cualquier atentado contra su soberanía e independencia. Hechos como éstos se describen y ejemplifican en el capítulo.
El tercer capítulo se centra en la forma en que se accede a los recursos naturales en nuestro país, en este caso a los recursos minerales. El apartado se enriquece con el análisis jurídico de la Carta Magna. Un acierto es presentar el texto con un lenguaje más coloquial –muy valioso para los no abogados–: a partir de esa escritura, cualquier persona puede comprender mejor los enredos jurídicos y los ordenamientos, comenzando con el régimen jurídico de las tierras y los recursos naturales, para continuar con otra serie de legislaciones ligadas a éstos, lo cual permite al lector tener un universo legal sobre lo concerniente a las actividades mineras.
Ya con el marco anterior, en el cuarto capítulo se hallan las formas jurídicas mediante las cuales las empresas adquieren concesiones mineras, así como las formas de tener acceso a las tierras bajo las cuales se encuentran los minerales. Pero no se queda en un simple análisis jurídico y sus implicaciones sino que trasciende a visualizar a los afectados directos por las concesiones mineras; es decir, explica como los afectados han reaccionado, sus formas de organización, sus movilizaciones ante todas las afectaciones ocurridos desde que las empresas van teniendo las concesiones mineras y cómo responden al Estado, el cual –contra toda lógica– actúa en favor de los empresarios y no de la población.
Todo apunta a dejar en claro las funciones del Estado en los tiempos de neoliberalismo y su papel de facilitador de los empresarios mineros, sin dejar de lado la explicación de las transformaciones del escenario internacional y la manera en que éste transformó los Estados-nación. De ahí se pasa a la explanación de las transformaciones que ha tenido el Estado mexicano, sus instituciones y la regulación de los recursos naturales, que han privilegiado el capital y desprotegido u olvidado a la población, generando lo que el autor denomina “movimientos en defensa de la tierra y el ambiente”. Éstos movimientos, dice, voluntaria o involuntariamente van a enriquecer el libro, pues antes de salir a la luz pública ya había sido utilizado, presentado y revisado por los movimientos que en ese momento buscaban información para plantear soluciones a la problemática que se les presentaba.
Con ello, el presente libro se aleja de investigaciones que se publican sólo cuando están terminadas y los problemas que buscan explicar se transformaron o ya no existen. Éste es otro acierto del autor: mostrar la utilidad de investigaciones, no únicamente para un mérito académico sino para trascender a la utilidad social.
Pero tal cual como ocurre en otros problemas nacionales, los pueblos indígenas más han sentido y recibido los cambios del Estado respecto a las actividades mineras; este apartado forma parte del quinto capítulo. Aquéllos son sociedades con una cultura, forma de vida y visión diferente de las que ha establecido el Estado; por tanto, cuando para unos la actividad minera representa la explotación de la tierra, para ellos es la afectación directa de su territorio. Se trata de dos concepciones culturales y jurídicas distintas, pero enfrentadas cada vez más en cualquier ámbito.
Por ello supone un acierto explicar los derechos de los pueblos indígenas en México, sus implicaciones y sus articulaciones, así como sus formas de defensa para seguir siendo pueblos en un Estado cada vez más desdibujado.
Hasta aquí parece un escenario desolador, pero el autor no deja a los lectores irse con las ideas más desesperanzadoras: en el un último apartado ayuda a entender las formas de hacer un cambio desde el panorama detallado en el libro, las modificaciones de consumo (individual y colectivo), las jurídicos y de protección del ambiente, y la forma en que los estudios o las investigaciones pueden funcionar para un uso social. Es decir, la información elaborada, trabajada y, de cierta forma, con un vínculo entablado con la problemática y sus sujetos debería servir para los sujetos y su problemática desde la simple parte de brindar datos, explicar los sucesos, los posibles resultados y las consecuencias, y la utilidad de estos estudios.
Al concluir la lectura del libro uno se queda con la sensación de que es posible trascender la situación, pues éste nos lleva a reflexionar sobre qué estamos haciendo o dejando de hacer por el ambiente, por modificar los hábitos de consumo, por defender nuestros derechos y los de los otros, y los recursos para vivir bien, así como por transformar nuestra forma de vida, por el respeto de las luchas de los hasta entonces afectados.
El libro también señala que afectados somos todos, que debemos darnos cuenta de que no podremos comer un pedazo de oro o plata en lugar de un plato de frijoles o nopales.
Para finalizar, reiterando lo dicho, escrito y analizado por el autor: la historia de las políticas mineras en el país no debe pasar únicamente por la academia sino ser del interés de todos. Éste es sólo uno de muchos indicios para contar y reconstruir la historia de México a partir de las actividades mineras y sus resistencias. Si lo hiciéramos, seguramente nos encontraríamos con una variedad de temas aún por explorar: otras voces, como los trabajadores, los afectados por los efectos ambientales o culturales, las repercusiones para las mujeres, los niños u otros sectores sociales. Y reconocer que no necesariamente la historia escrita es absoluta, sino que la historia oral –a partir de las vivencias cotidianas– de los movimientos puede dar pie para llevar a cabo estudios que permitan explicar a los involucrados las formas de transformar su vida diaria.