El volumen está dedicado al estudio de los movimientos sociales desarrollados en México a partir de 2011, cuyos momentos de mayor auge radican en el #YoSoy132 durante la campaña presidencial de 2012 y las protestas por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa 2 años después.
Si bien se han desplegado esfuerzos para analizar estos movimientos en sus configuraciones nacional y local, la intención de este trabajo resulta meritoria: sitúa dichos episodios como parte de un ciclo de politización estudiantil y juvenil.
Según el punto de vista referido, el ciclo abarcaría desde las protestas contra la estrategia de seguridad implantada por el gobierno de Calderón, expresadas en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) –en 2011–, hasta el declive de las manifestaciones por Ayotzinapa en 2015.
Como el título indica, el propósito es dar cuenta del proceso de subjetivación política por el que atravesaron los jóvenes asumidos como militantes durante dichas movilizaciones. Se hace hincapié en la militancia antagonista: un involucramiento con mayor grado de compromiso con la organización, centrada en la lucha y la insubordinación. Empero, por la misma razón, se trata de minorías activas que no aportan la mayor parte de los participantes en las movilizaciones. Los textos que abren la publicación, escritos por el coordinador, brindan las líneas teóricas para las investigaciones empíricas.
La apuesta principal de Modonesi aquí es, a mi juicio, caracterizar a los jóvenes militantes como una generación, mediante el establecimiento de cortes respecto a los ciclos de movilización anteriores. Así, se identifican las generaciones socialista y revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970; la de la revolución democrática, a la cual correspondería el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, 1986-1987), hasta las elecciones presidenciales de 1988; y la zapatista, politizada con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional –en 1994– y protagonista de la huelga en la UNAM de 1999-2000.
La aparición de movimientos con destacada participación juvenil en este nuevo ciclo daría forma a otra generación, que Modonesi propone llamar postzapatista o indignada. Sus principales rasgos radicarían en modalidades efímeras de coordinación política, la constante referencia al colectivo como ámbito de gran importancia para la socialización política, y la preferencia por formas horizontales de organización de movilizaciones.
Conceptualizar esta generación resulta útil para dar cuenta del nuevo ciclo de movilizaciones juveniles, y coincide con la forma en que se ha trabajado el fenómeno en otras latitudes, como han hecho Pablo Vommaro en Argentina o Víctor Muñoz Tamayo en Chile. La aplicación empírica hecha en el excurso basado en una encuesta en línea recopila algunos datos interesantes, si bien no alcanza la profundidad de los planteamientos teóricos. Entre los principales problemas figura el sesgo que implica la excesiva representación de un grupo (el Movimiento de Trabajadores Socialistas) y de ex estudiantes pertenecientes a éste y otros colectivos de la UNAM.
Los artículos de Enrique Pineda y Samuel González merecen especial atención, pues abordan el vínculo entre los participantes del #YoSoy132 y las protestas por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El texto del primero, acaso el más largo del libro, ofrece una aplicación más lograda del andamiaje teórico hacia una reconstrucción del proceso de subjetivación política, sustentada en evidencia robusta. Así, dicho autor nos ofrece una narración pormenorizada del involucramiento de ex activistas del #YoSoy132 en la organización de las protestas en la capital del país y la elaboración de un discurso antagónico al de las autoridades. Pineda da cuenta de una generación de militantes que tiene como rasgos principales la vinculación emotiva, que permite la indignación y los dirige hacia la actividad política, y a la asamblea como espacio fundamental para organizarse, deliberar y formular la estrategia política.
Sin embargo, también se encuentran algunos problemas que reaparecen en capítulos posteriores. Uno de ellos es la falta de diálogo con otras perspectivas teóricas respecto a movimientos sociales, que podrían servir para dar más luz sobre ciertos aspectos mencionados en los textos. Por ejemplo, una recuperación de algunos elementos del análisis de marcos habría sido fructífera para relacionar los discursos surgidos espontáneamente en la movilización con los procesos de deliberación dados en las asambleas escolares y en sus acciones.
El aspecto más discutible del planteamiento de Pineda es que no brinda mucha luz respecto al rápido desgaste y dispersión de las protestas, comenzados tras la enorme movilización del 20 de noviembre, según él mismo narra. Sin embargo, conceptualiza este fenómeno como “un movimiento sociopolítico, un sujeto colectivo surgido de la indignación, y del que emana la impugnación del régimen y de la clase política”. Desde mi punto de vista, la desactivación de las asambleas y la incapacidad de los militantes para evitarla hacen dudar de la concreción de este sujeto colectivo, que para serlo tendría que haber generado una organización de mayor estabilidad y sostenerse así más tiempo.
El texto de González tiene un objetivo más modesto, pues busca dar cuenta del efecto de estos acontecimientos en las trayectorias de militancia juvenil en algunos colectivos de la Ciudad de México. En particular, indaga sobre el surgimiento de rasgos de una cultura política antagonista y la forma en que estos núcleos politizados intentan difundirla hacia quienes se movilizaron de forma masiva en este ciclo. Aunque no tratan de lo mismo exactamente, parece problemática la repetición de dos informantes entrevistados en este texto y el de Pineda, pues la repartición de sujetos clave pudo ser útil para dar cuenta de perspectivas diversas en torno al proceso.
El capítulo de Paolo Marinaro también busca encontrar indicios de una cultura política o sentido común antagonista en las narraciones de jóvenes militantes; hace hincapié en las dimensiones afectivas provenientes del vínculo familiar, activadas ante la escalada de violencia percibida en México a partir de 2009. De los testimonios recabados, Marinaro destaca la centralidad del cuerpo en el estudio de la subjetivación política, lo cual le permite desarrollar un diálogo con ciertos enfoques teóricos provenientes del feminismo. Da cuenta asimismo de las enormes dificultades que encuentran los cuerpos feminizados incluso en los movimientos juveniles, debidas a la prevalencia de conductas machistas de los “compañeros”.
El texto posterior trata sobre la trayectoria de la Coordinadora Metropolitana contra la Militarización y la Violencia del Estado (Comecom), una experiencia de organización que estuvo formada por individuos y colectivos juveniles e hizo parte de las movilizaciones contra las políticas de seguridad del gobierno de Calderón. El principal interés de este texto recae a mi juicio en que lo escribe Raúl Romero, uno de los protagonistas de la formación de esta iniciativa y de su desenlace, por lo cual ofrece información valiosa del proceso. La caracterización de los discursos de confrontación y reconciliación hecha aquí respecto a la divergencia entre las posiciones de la Comecom y del MPJD podría haberse beneficiado del análisis de marcos.
En el capítulo siguiente, Joel Ortega reconstruye la organización del movimiento contra la reforma de los planes de estudio en el Instituto Politécnico Nacional en 2014 y las vocacionales en 2016. El trabajo resulta relevante en tanto que ofrece las principales características de un fenómeno poco analizado, así como sus similitudes y particularidades respecto a sus contemporáneos. De sus hallazgos destaca la prevalencia de formas de organización y cultura política propias de los politécnicos, contrastantes con las identificables en otros movimientos juveniles. Esto puede dar pie a investigaciones posteriores sobre la relación culturas organizativas institucionales-participación política.
El último apartado, escrito por Sergio Méndez y Alejandra Toriz, aborda la participación juvenil en el movimiento de jornaleros en el valle de San Quintín, y en las maquiladoras de Ciudad Juárez. Los resultados del trabajo son contradictorios, pues en la primera parte del texto los autores se esfuerzan en mostrar las especificidades de la identidad colectiva obrera frente a otros movimientos contemporáneos, pero más adelante buscan constantemente relacionarlos por la vía de la solidaridad hacia los padres de los desaparecidos con Ayotzinapa. Sin embargo, la evidencia mostrada hace pensar que la subjetivación de estos militantes jóvenes responde a la identidad colectiva obrera, por lo que la conexión con los otros movimientos parece mera coincidencia temporal.
En suma, los trabajos reunidos en esta publicación muestran un panorama diverso de movimientos y perspectivas donde la militancia juvenil ha desempeñado un papel fundamental. Espero que el volumen sirva como punto de partida para investigaciones futuras sobre la participación juvenil en movimientos sociales y estudiar las culturas políticas latentes de las que emergieron las grandes movilizaciones que conmocionaron el país durante estos años.
Massimo Modonesi (coordinador), Militancia, antagonismo y politización juvenil en México, México, UNAM-Ítaca, 2017, 216 páginas.