La posibilidad incierta del cambio mexicano
El triunfo de AMLO y su propuesta de regeneración nacional requieren un amplio debate para precisar su carácter, sus alcances y limitaciones. ¿Se trata de un regreso nostálgico al pasado nacionalista y de desarrollo hacia dentro? ¿Amenaza las libertades democráticas? ¿Es un simple cambio de administradores para seguir haciendo lo mismo?
Apuntamos tres problemas para delimitar el carácter de este cambio. Primero se sugieren trazos de su historicidad, de su lógica histórica específica que delimita no sólo las relaciones de poder que organizan a la sociedad en nuestro presente sino, y sobre todo, sus condiciones de posibilidad de la acción humana. Luego, para debatir sobre sus alcances en esas condiciones de posibilidad de la acción, el problema de si este evento electoral es rutina institucional o se configura como un acontecimiento, capaz de introducir tensiones y desestabilizaciones en las relaciones de poder dominantes a la fecha, Y finalmente, si esas tensiones pueden ir activando campos de lucha, varios ya existentes en la experiencia ciudadana y social vigente, donde se revierta la muy dura asimetría de las relaciones de fuerza que impuso la hegemonía neoliberal y que permean el Estado, la sociedad y a los sujetos. El centro de esta reflexión, como se advierte, es la praxis en sus condiciones históricas específicas.1
El régimen político de la larga noche neoliberal
Este 2018 se cumplen 30 años de rigurosa edificación política del neoliberalismo en su versión mexicana, que modificó varios ámbitos decisivos de la vida nacional: la relación soberana con el imperio vecino, la autonomía relativa del Estado respecto de las clases dominantes internacionales y locales, las relaciones entre grandes propietarios y el pueblo trabajador, y la cultura donde se desplazaron los valores sociales por una individualización extrema, entre otros aspectos.
En 1988 inició la creación de un régimen político donde las conquistas democráticas de los decenios de 1960 y 1980 fueron tomadas por asalto por el gran dinero, no sólo la puerta de entrada a la representación política, el sistema electoral, sino la representación misma, el Ejecutivo, los congresos y el Poder Judicial. A su sombra se fusionaron de manera creciente las élites políticas y las grandes oligarquías; el mundo del trabajo se hizo subalterno en grado extremo a los dictados empresariales, el mundo rural fue acosado y desmantelado por políticas de gobierno, megaproyectos turísticos, mineros, de energía y de creación de nuevas infraestructuras, los mundos urbanos se reorganizaron según las urgencias del mercado y de las burbujas inmobiliarias.
Las subjetividades perdieron memorias y experiencias de valores colectivos, de solidaridad y de vivir sin miedo, para adscribirse a la rehechura de jerarquías, de discriminaciones y de subalternidad. Y de manera especial, se despolitizaron no sólo de su condición de gobernados sino en las muchas relaciones de micropoderes de la vida cotidiana, obviamente con sus muy importantes excepciones.
Importa subrayar que se creó un eje, el nuevo régimen político que monopoliza la vida pública, y se diseminó una profunda asimetría en las relaciones de poder, donde prosperó la injusticia. A su pesar, tuvo que convivir con las libertades democráticas logradas por las luchas del pueblo, y lidiar cada seis años con este soberano domesticado a fuerza de pobreza y de compra del voto, el pueblo de las repúblicas que vota.2
El corazón político de este orden fue la restauración de una república oligárquica, la fusión creciente de tecnocracias y burócratas con familias y negocios de los dueños del país. Una república que asegura el “capitalismo de compadres” con un régimen de impunidad, protección y transferencias de la cosa pública al negocio privado. Requiere por ello el monopolio pleno de la vida pública, el control de los recursos públicos para la reproducción de castas específicas, la conversión del espacio público en el lugar de la adhesión al consenso hegemónico y la persecución del disenso. Su otro rasgo es la diseminación de una alteración de las relaciones de fuerza en todo el cuerpo social e institucional de la nación. Se impusieron relaciones de poder cada vez más asimétricas en campos tan disímbolos como las relaciones obrero-patronales, el fomento de culturas mercantilizadas en detrimento de las abiertas a lo público y lo gratuito, o la destrucción de la ciudadanía y su subordinación a partidos y gobiernos como voto comprado.
No es un fenómeno local: hablamos de un proceso global que, con sus matices propios, se registra en la Europa bajo el poder financiero, en la red intercontinental de las repúblicas anglosajonas y el regreso de la derecha en América del Sur.
En la lógica de reproducción de este régimen político, 2018 era un trámite que contaba con los poderosos mecanismos de la llamada posdemocracia, o democracia oligárquica (de Estado, de la media, de las reglas electorales donde el gran dinero financia a los ganadores), para asegurar incluso con la alternancia controlada de los bipartidismos tradicionales la continuidad del orden que todo privatiza.3 Pero 2018, ahora histórico, guardaba sus sorpresas. Por un lado, se aflojaron tres resortes de su continuidad: el desprestigio creciente del presidente en funciones, que no sólo provocó el hartazgo ciudadano sino que fracturó la unidad de la gran oligarquía, en vaivén detrás de los dos candidatos del PRI y del PAN; la negativa del actual presidente para sacrificar a su candidato que llevó a la fractura política entre el bipartidismo gobernante; y el efecto de Trump como presidente en plena coyuntura electoral que golpeó al régimen en su credibilidad y eficacia para afrontar un reajuste a fondo de las relaciones de integración entre ambas naciones.
¿Elecciones rituales o acontecimiento?
Las fracturas en el bloque dominante corrieron paralelas y se retroalimentaron de un proceso electoral donde AMLO impuso el disenso hacia el orden imperante. Y con ello su propuesta de regeneración política empató con las mil formas de rechazo, esperanza, y agendas de lucha contra este régimen. La elección se convirtió en lo contrario de su experiencia reciente. En lugar del ritual de adhesión al orden hegemónico en una pluralidad de partidos, candidatos y plataformas homogéneas, se fue transformando en un referéndum que abrió en la escena pública un “no más” que ganó terreno, dominó la conversación electoral y se convirtió de manera abrumadora en el tema central de la campaña electoral.
En su lenguaje, AMLO colocó el eje de poder del régimen constituido como el objetivo por desmantelar. El combate de la corrupción y del privilegio en la república oligárquica propone desarmar la fusión del poder político y empresarial. En política no hay espacios vacíos. Y ese desarmar plantea un rearmar, donde lo decisivo son las nuevas reglas del juego, los grupos empresariales y de productores emergentes y la burocracia del reemplazo. Y un intangible, una fuerza simbólica antes inexistente: la formación de un mandato político como horizonte de expectativa, compartido no sólo por el emergente grupo de poder sino por millones de ciudadanos, una heterogeneidad clasista, de regiones, de géneros y de edades que abarca la complejidad del país y que acumularon 30 millones de votos. En ese sentido, y como ocurrió en el corazón de la posdemocracia, provocó un acontecimiento, un sismo que alteró su estabilidad e introdujo tensiones para que se reproduzca en su manera habitual.4
Desde la precampaña hasta la formación de gobierno que ahora ocurre, el liderazgo del nuevo grupo de poder no ha soltado la iniciativa política. El disenso se convirtió en mandato electoral y ahora en la concreción del horizonte de expectativa que arma gobierno y propuestas. En ocho meses acumuló el poder derivado de ganar la elección, transformar el mapa político institucional con una nueva mayoría en el Ejecutivo y los congresos, y que apunta hacia las gubernaturas y los ayuntamientos. Y ahora, en el tiempo de la transición de los gobiernos saliente y entrante, la iniciativa política hace girar la política y la opinión pública en torno de la formación del gobierno y sus políticas. No esperó hasta su inicio como gobierno sino que ocupó el espacio político y registra un incremento de aceptación pública. Es un poder naciente que se afianza a paso apresurado.
En la tradición política neoliberal mexicana, los meses entre la victoria y la toma de gobierno eran un tiempo secreto. Se abandonaba la escena pública para dos operaciones de gran calado que ocurrían en silencio: uno, el reemplazo de la agenda electoral por la verdadera agenda de gobierno; otro, la consolidación de una coalición gobernante, ya perfilada con los financiadores de las campañas, pero que se ampliaba hacia los primeros acuerdos con los poderes de facto (los presidentes de Estados Unidos, el Ejército cada vez más poderoso, las financieras globales, la media, la jerarquía eclesiástica, etcétera) y los acuerdos con la clase política en partidos, gobiernos locales y congresos.
El modo de acumular poder de AMLO requiere una continua ampliación del espacio público, primero y como se mencionó, en la campaña para colocar el disenso que se convierte en mandato y, ahora, para la formación del gobierno que esboza los términos de su cumplimiento. Colocó temas muy polémicos como objeto de debate en la pugna electoral; por ejemplo, el aeropuerto, y ahora vuelve a colocarlo en la escena pública ya como propuesta de diagnóstico para una consulta pública que defina una decisión al respecto. Con esto, el del secreto se convierte en el tiempo agitado de la controversia pública, de la afinación de propuestas, de la formación de afines y adversarios, y de la expansión del campo de aliados. El mandato de la agenda electoral se transforma en mandato de gobierno y de políticas. Ese ejercicio inusitado de congruencia y compromiso ha elevado los indicadores de aceptación de su futuro gobierno. Es política pura.
Y con ello empieza a agrietarse el monopolio de la cosa pública como mecanismo central de la reproducción política del régimen neoliberal. En lugar de la reproducción de lugares para el monopolio del consenso y su adhesión, la siembra de espacios de controversia y el surgimiento de otro consenso centrado en la lucha contra la corrupción, los privilegios, la paz y la justicia. En lugar de la reiteración del consenso dominante, el debate sobre opciones distintas. Con ello asoma el perfil incipiente de otra democracia.5
El triunfo electoral de AMLO plantea un cortocircuito en los mecanismos de reproducción política del sistema aún en pie. Pero es un cortocircuito incierto y contradictorio. Se realiza en parte con la clase política creada y entrenada en la cultura política de la fusión con el gran dinero, sea en la financiación de campañas, en los lobbys ante el Ejecutivo y el Congreso, y en una moral heredada de Hank González que para muchos representa su deseo secreto: el político pobre es un pobre político. Los grandes grupos empresariales globales y locales, entrenados en las reglas de la fusión, de la ausencia de todo contrapeso y regulación, no conocen la separación de estos poderes.
En contraparte, hay un liderazgo sólido en abierto combate personal contra esa ética de lo público como negocio personal y de grupo, una presencia de la otra política, la construida en la congruencia con las luchas democráticas y sociales en varias designaciones del equipo de gobierno, y sobre todo la apropiación del mandato del cambio por segmentos crecientes de la población que aumenta en su aceptación día tras día. Con ello se plantea entonces un problema: que al parecer el mandato del cambio está recorrido por entornos externos y fuerzas internas que pueden imponer la reproducción de un sistema aún en pie. Pero a la vez, que hay entornos y fuerzas sustantivas que lo conviertan en un poderoso mecanismo para desarmar y rearticular en otra lógica el régimen republicano naciente, y con ello abrir espacios inéditos de desarticulación-rearticulación en la compleja, heterogénea y diversa anatomía de la política a escalas nacional, macro y micro. El mandato del cambio es en sí un espacio de lucha, abierto a la acción humana.
El vuelo de Kairós
Dicho en breve y para tomar al toro por los cuernos, la propuesta que ahora se convierte en gobierno y en política se propone desarmar el régimen político neoliberal aceptando, como condición para la estabilidad política, su entorno macroeconómico –la libertad de mercados, el control presupuestal y la autonomía del banco central– y la fuerte integración mexicana a Estados Unidos de América. Para algunos, ello esteriliza toda posibilidad de cambios; para otros, es un tiempo propicio para transformar las relaciones de fuerza en muchos espacios de la vida social y pública de la nación.
Y en ese entorno contradictorio, el gobierno en formación apuesta a impulsar el cambio del mandato mediante un tripié de detonadores. Primero, consolidar la autoridad política de la república despojada de sus privilegios e impunidades para evitar su fusión con el gran poder económico. La creación de bolsas de recursos derivados de la austeridad republicana, de cero subsidios a las empresas y de la eficiencia recaudatoria fiscal para incentivar crecimiento y bienestar. Y la expansión de la justicia en un medio dominado por la asimetría de las relaciones de fuerza y sus necesarios correlatos de injusticia y desigualdad. Y se plantea no romper con la integración con Estados Unidos sino pelear por cambiar su forma, y pasar de la subordinación geopolítica a la convergencia mutuamente conveniente para rehabilitar el desarrollo que arraigue poblaciones y reduzca los flujos migratorios.
Se trata entonces de transitar de un capitalismo sin regulación legal y contrapesos culturales y sociales a otro, inscrito en redes de contrapeso y de reorientación hacia objetivos nacionales y sociales. De una república transformada en fortaleza erizada de privilegios y mecanismo central de la desigualdad y la injusticia hacia una república austera y con compromisos ciertos de separación del poder político y del económico, de abolición del privilegio, de preservar el tejido republicano de la separación de poderes y el cultivo de las libertades democráticas. Así de sencillo y en apariencia así de limitado. ¿Limitado?
En julio y agosto se ha anunciado un conjunto de prioridades en las políticas del nuevo gobierno. Se señalaron los 50 puntos, los 25 proyectos prioritarios, las 12 iniciativas de reforma legislativa y una reorganización del Poder Ejecutivo que rasura salarios, elimina todo fuero y privilegio, y rehace las relaciones de fuerza con los feudos estatales que prosperaron frente a los Ejecutivos débiles de la transición política. Las medidas apenas anunciadas abrieron de inmediato un torrente de resistencias que pretenden frenar o modular sus alcances. Desde el interior del Ejecutivo, las burocracias se resisten a los ajustes salariales y al desplazamiento descentralizador de las secretarías. El Poder Judicial y sus salarios superiores a medio millón de pesos mensuales plantearon la posibilidad de ampararse ante ellos mismos. En el sector empresarial, la decisión de empoderar a las industrias energéticas con fuerte capacidad de competencia en lugar de refrendar su extinción programada levantó revuelo. Igual ocurre con los avisos de cero subsidios, de hacer eficiente la recaudación fiscal y de incrementar los salarios. Inquieta también a los detentadores de los monopolios de los grandes proyectos gubernamentales y de las políticas de fomento la decisión de abrir espacio a las pequeñas y medianas unidades económicas, así como al sector social de la economía, donde se gana la vida la mayor parte de la población. Alarma a los usufructuarios económicos y políticos de la vorágine irracional de la confrontación armada, para remediar la violencia el tránsito que se abre hacia la creación consensual de iniciativas de paz, diálogo y reconstrucción del tejido social.
Pero también preocupa y mucho a los segmentos comprometidos con un cambio verdadero que haya pasos y personajes que podrían apuntar a una reproducción de lo mismo con nuevas caras. La presencia del empresario regiomontano Alfonso Romo como jefe de gabinete apunta no sólo a un posible conflicto de intereses, no permitido en la legislación vigente, sino a un recambio de oligarquías otra vez fusionadas con el poder político. La concreción de los megaproyectos en el sur de la república plantea el dilema de reproducir la lógica sólo empresarial presente desde el Plan Puebla Panamá y luego las zonas económicas especiales; o bien, el paso a una lógica articulatoria que no se limite a consensuar el permiso de uso de la propiedad social sino a ligar planes locales y regionales de desarrollo que detonen las potencialidades del territorio y de su población, en la estela de recursos de los megaproyectos. Hay el riesgo esbozado de maquillar la reforma educativa y dejar su carácter de regulación laboral y disciplinaria despojada de una renovación cultural y pedagógica de sus contenidos, ahora abiertos a la posibilidad de insertar modelos de aprendizaje y aplicación de conocimientos en articulación con las comunidades rurales y urbanas para resolver las candentes cuestiones sociales del país.
El mandato, en apariencia inofensivo, trae dientes que desestructuran. Provocan desde su anuncio la reactivación del espacio público con nuevos motivos polémicos y la configuración de campos de lucha que pueden recorrer todo el cuerpo político y social republicano. Y con ello, el eje de poder y su difusión en todas las células sociales de la nación quedan expuestos a la acción humana que a través de la acción puede innovarlas. El Kairós, el tiempo oportuno para una acción transformadora, despliega su vuelo. Y es apenas este tiempo previo a la toma de gobierno.
Debates y combates
Decíamos al principio sobre el sentido mismo del cambio mexicano: ¿se trata de un regreso nostálgico al pasado nacionalista y de desarrollo hacia dentro? ¿Amenaza las libertades democráticas? ¿Es un simple cambio de administradores para seguir haciendo lo mismo? La aventura humana en el tiempo hace que en el punto de arranque casi todo parece posible, pero su historicidad específica le marca sus límites y riesgos. Hoy, el punto de inicio tiene un gran propósito: desmantelar el régimen político neoliberal construido en 30 años, la república oligárquica, la posdemocracia y el consenso único que monopoliza la vida política y su ensamble con el capitalismo más predador vivido a la fecha de poblaciones, recursos y territorios. Se trata no de “regresar” a la fase pretérita de las soberanías cerradas sino de fortalecer su soberanía para negociar y cambiar el modo de inserción global ahora reducido al trato con su vecino imperial. Hasta ahora, el cambio mexicano es posible por la existencia de las libertades democráticas que permitieron colocar el disenso como base de un mandato electoral que triunfó, y gracias a esas libertades la campaña fue un despliegue masivo de fuerzas, de enlace entre la conversación de calles y plazas con la opinión pública mediática y de resurgimiento del ánimo colectivo que ahora saborea que “sí se pudo” y que está en condiciones anímicas para trasladar esa energía a sus micromundos de subalternidad. La caricatura del mesías tropical que destruye la democracia fue anulada por la expansión democrática como espacio de debate y creación de opciones que ahora se vive.
Y tal vez la conmoción más intensa se produzca en lo menos tangible, las cabezas, las mentalidades, sujetas a una despolitización extrema tanto en los campos profesionales de la política como en academias, revistas y espacios del debate, ocupados ahora por la administración de lo existente. Si Kairós extiende su vuelo en los muchos espacios de las relaciones de poder y de lucha alternativa, puede registrarse el regreso de lo político a los lugares de la praxis, donde se coloque en primer lugar el problema de las condiciones de posibilidad de la acción humana y, por tanto, a los espacios siempre singulares, heterodoxos, de su despliegue conflictivo.7
El sentido fuerte del nuevo mandato es que desestructura el ensamble entre política y economía. Y que al hacerlo abre el tiempo de oportunidad, pues la fijación de identidades y funciones que logra la hegemonía sobre los individuos convertidos en subalternos puede cambiar. No es natural ganar una miseria. No es natural el despojo. No resulta natural que el único horizonte sean la violencia y la migración. Y por ello es tiempo propicio para que los sujetos y lugares que acumularon experiencia como formas de vida material al margen de los circuitos de máximo lucro, que consolidaron relaciones autogestivas y de cooperación, que lograron autogobiernos municipales y comunales, se afiancen y expandan en los campos de lucha que al parecer van a proliferar. Y que una riqueza ahora dispersa de saberes de resistencia y de propuesta intente puntos de convergencia con coaliciones locales y regionales, incluso nacionales, que les ayuden a revertir las relaciones de poder que les sujetan. El aislamiento es el gran mal de las múltiples luchas mexicanas.
Parece un momento oportuno para la diversidad de luchas ciudadanas y sociales que expanden las libertades de individuos y colectivos. Y para consolidar y expandir las libertades democráticas. Pero también para que la democracia sólo electoral se abra al disenso, a las irrupciones de los “comunes”, de los invisibles en el régimen jerárquico y de exclusiones, y donde puedan proliferar los lugares polémicos y de creación de alternativas a lo existente. Así, el cuerpo de la república debe transformarse en múltiples campos de lucha, en lugares de debate, donde se juegue la tensión entre reproducir lo mismo o abrir brecha hacia el cambio cierto. El tiempo oportuno se abre paso en la convergencia de masas críticas alimentadas por gobiernos afines a su mandato, sociedades reactivadas y culturas comprometidas; que den pasos ciertos hacia la desestructuración oligárquica y propicien el nuevo ensamblaje de una república democrática, social y dispuesta a traer a la aridez terrosa del poder desatado el agua fresca de la justicia.
1 Esta reflexión se nutre en la noción del tiempo oportuno para la praxis humana expuesta en Giacomo Marramao, Kairós, apología del tiempo oportuno, Barcelona, Gedisa, 2008,
2 Véanse al respecto dos lecturas complementarias: Wendy Brown, El pueblo sin atributos, la secreta revolución del neoliberalismo, Barcelona, Malpaso Ediciones, 2015; y Ernesto Laclau, “¿Por qué construir al pueblo es la principal tarea de una política radical?”, en Debates y combates, por un nuevo horizonte de la política, Buenos Aires, FCE, 2008.
3 Hay amplia bibliografía sobre el tema del régimen político específico construido en el neoliberalismo. Cito sólo algunos ejemplos, y que lo nombran posdemocracia: Jaques Ranciere, El desacuerdo, política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 2012; Colin Crouch, Posdemocracia, Madrid, Taurus, 2004; Yannis Stavrakakis, “La sociedad de la deuda. Grecia y el futuro de la posdemocracia”, en El síntoma griego, posdemocracia, guerra monetaria y resistencia social en la Europa de hoy, España, Errata Naturae Editores, 2013.
4 Véase al respecto de Slavoj Zizek, Acontecimiento, Madrid, Sexto Piso, 2014.
5 Véase el texto de Ranciere a propósito del “no” a la constitución europea, y su radiografía de las fuerzas políticas en pugna en el contexto de la posdemocracia: Jaques Ranciere, El odio a la democracia, Argentina, Ediciones La Cebra, 2010.
6 El sitio https://lopezobrador.org.mx/ emite los boletines con la información básica de todas las medidas tomadas a la fecha.
7 Chantal Mouffe, En torno a lo político, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2007.