Hace pocos días, el Banco de México (Banxico) decidió elevar la tasa de interés (a 8.0 por ciento) y emitió comentarios muy críticos sobre lo que se viene con el nuevo gobierno. El aumento de la tasa de interés era de esperarse. La crítica no tanto, pues los economistas del Banxico suelen posar de apolíticos, aunque ciertamente son de ultra-ultra derecha. Pero que ahora tomen la espada advierte: el gran capital financiero se prepara y empieza a disparar sobre el proyecto de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Agreguemos: en los últimos días, el Fondo Monetario Internacional (FMI) también ha manifestado críticas respecto a los planes de AMLO. En este marco, conviene por lo menos recordar: si a 8 por ciento de la tasa de interés agregamos las ganancias por comisiones bancarias (“costos” por abrir el crédito), se llega fácilmente a niveles de 30 por ciento o más. Y que se iguale el monto de la inversión en 3 años es un manjar divino. Con ello, además, se provoca un efecto de descomposición mayor: los capitales industriales en vez de invertir en máquinas y equipos pasan a aplicar sus ganancias en el espacio financiero.
En esta nota nos preocupará sólo el tema de la tasa de interés. El aumento, en sí mismo, es pequeño. Pero nos interesa comentar la subyacente “filosofía económica” que enarbola Banxico. Primero examinamos por qué se eleva. Luego, las consecuencias de una tasa de interés más elevada.
Las posibles causas
En una economía abierta al modo neoliberal (sin restricciones al movimiento de mercancías y de capitales), el desequilibrio en el balance de pagos suele surgir cuando el producto interno bruto (PIB) crece entre 3.0 y 3.5 por ciento. Antes, en la etapa da la industrialización sustitutiva, el desequilibrio surgía al crecer la economía en 6-7 por ciento por año. En el México neoliberal, la tasa media de crecimiento gira entre 2.0 y 2.5 por ciento promedio anual. Por lo mismo, el desequilibrio externo difícilmente puede atribuirse a un crecimiento (inversión) excesivo. Aquí podría funcionar la emergencia de choques externos (por ejemplo, caída en el precio del petróleo), de cambio en las expectativas, etcétera. Ello podría precipitar un problema serio en el balance de pagos. En este contexto cabe preguntarse por el tipo de interés y por qué (según el Banxico) habría que elevarlo. Esto, con el afán de mantener (o hasta elevar) el flujo de capitales externos (inversiones de cartera) hacia el país y, de este modo, suavizar el déficit externo, devaluaciones ulteriores, etcétera.
¿Qué factores participan en la determinación de la tasa de interés mexicana?
Primero, la tasa de interés vigente en Estados Unidos de América (EUA). Si ésta sube, en México también debe hacerlo. Si no, los capitales migran a la patria de Trump. Segundo, la tasa de devaluación esperada del peso respecto al dólar. Ésta puede suponerse que se aproxima a la diferencia entre la tasa de inflación mexicana y la de EUA. ¿Por qué este ajuste? Porque una devaluación del peso reduce las ganancias en dólares de los posibles inversionistas externos en papeles mexicanos. Tercero, hay que sumar una “prima de riesgo”, que para México debe ser positiva y, en ocasiones, elevada. De lo contrario, los inversionistas extranjeros “no se atreverán” a comprar bonos mexicanos. En otras palabras, esos inversionistas necesitan un clima muy amigable en México.
El Banxico piensa que en EUA subirá la tasa de interés y se ha adelantado a mantener el diferencial, que ya es alto. Segundo, piensa que con el nuevo gobierno habrá presiones inflacionarias y, por ende, devaluaciones del peso. Tercero, en claro contubernio con el FMI y clasificadoras-evaluadoras internacionales del llamado “riesgo país”, pronostica una prima de riesgo que se irá fuertemente hacia arriba. ¿Por qué? Porque el nuevo gobierno será “irresponsable” y “populista” y pudiera no ser amante del gran capital financiero.
A partir de tales consideraciones, el Banxico empieza a ejecutar una política que debe elevar la tasa de interés. Por ahora dio un primer paso, no muy fuerte. En este marco, ¿qué podemos esperar?
Primero, con una dosis no menor de optimismo, que se mantengan los flujos de inversión de cartera hacia el país. En corto, se trata de seguir siendo “cariñosos” con el capital financiero transnacional, con el “golondrino” en especial.
En segundo lugar, tenemos un efecto no mencionado pero mucho más decisivo: generar una recesión económica para abatir así las importaciones y mejorar el balance de pagos. Esto es lo típico de las políticas monetarias neoliberales. Como bien decían Marx y Keynes, estas políticas no pueden evitar las recesiones, pero sí agravarlas.

Las consecuencias
En un plano ultrageneral, si sube la tasa de interés (parte de lo que gana el capital financiero), cae la tasa de beneficio empresarial (lo que gana el capital industrial). O sea, se perjudica el capital industrial productivo y se beneficia el financiero. En este marco general podemos examinar las consecuencias más concretas.
Una tasa de interés más elevada suele provocar caída de la demanda global y, por esta vía, generar efectos recesivos. En términos generales cabe señalar: i) caen la inversión privada y los gastos en consumo; ii) cae, por ende, el nivel del ingreso nacional; iii) cae la ocupación; y iv) se reducen las importaciones y, por esta ruta, podría mejorar el saldo del balance de pagos. Pero lo hace para un menor nivel del PIB.
Si la tasa de interés sube, aumenta el costo del crédito y la inversión privada tiende a reducirse. Luego, con algún efecto multiplicado, también desciende el gasto global.
A la vez, se afecta el gasto en consumo, sobremanera el de bienes de consumo durables (refrigeradores, lavadoras, autos, viviendas, etcétera), que suelen comprarse con crédito. Y si éste se encarece, podemos suponer que las compras del caso se reducen. A la vez, nos encontramos con un “efecto riqueza” negativo: cae el valor actual de los activos financieros (bienes raíces, entre ellos), lo cual también arrastra hacia abajo el consumo basado en el crédito. ¿Por qué? Porque los consumidores no pueden respaldar sus solicitudes de crédito con cargo a los activos financieros que pudieran controlar.
El descenso de la demanda global desemboca inevitablemente en un descenso de los niveles de ocupación y del ingreso nacional. Y por esta vía, que es la recesión, también se caen las importaciones y se logra mejorar el balance de pagos. Como quien dice, aplico la técnica del fakir: dejo de endeudarme y para ello dejo de comer. En este contexto, las perspectivas económicas para el próximo año (2019) son muy poco alentadoras: muy por debajo del 4 por ciento prometido y hasta posiblemente por debajo del anémico 2 por ciento histórico del neoliberalismo.
¿Hay otras salidas? Sí, pero implican el manejo de políticas económicas del todo opuestas a las neoliberales, las practicadas por el Banxico. Y como éste es legalmente autónomo, seguiremos por la ruta neoliberal. Máxime si el nuevo gobierno ha insistido en que respetará dicha autonomía. De ahí la pregunta del millón: ¿se avanzará a un modelo no neoliberal aplicando las políticas neoliberales?
