LA DISPUTA EN EL TRIUNFO CONTRA EL NAICM

Con la caída política del nuevo aeropuerto, el movimiento social disputa el triunfo del 1 de julio de 2018 a Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Y es que ni la construcción ni la cancelación del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México (NAICM) son obra de la casualidad o la mera voluntad política de gobierno alguno; suponen más bien un producto del cambio de relaciones de fuerzas propiciada por el choque entre bloques antagónicos largamente confrontados.

Para comprender lo anterior debo partir diciendo que el resultado electoral del 1 de julio es producto de la acción de la sociedad mexicana que logró modificar la relación de fuerzas frente a la clase dominante. En la percepción general, el crédito se adjudica a AMLO, quien ahora encabeza el nuevo grupo dirigente. En parte es cierto, pero no resulta correcto en una valoración profunda, pues el gran sujeto que alcanzó la victoria el 1 de julio fue el pueblo mexicano.

Asumir que la victoria fue exclusivamente de AMLO nos lleva a cometer un error similar al de 2000, cuando Vicente Fox Quesada se adjudicó el triunfo del pueblo mexicano al hacer creer que él echó del poder al partido de Estado con 71 años de dominio, lo cual trajo como consecuencia padecer la alternancia política de 12 años de gobierno panista que, aunados a los 6 del peñismo, suman 89 años de autoritarismo, antidemocracia y neoliberalismo, expresados ahora con el repudio al sistema prianista mediante la táctica político-electoral.

Remarco que nos encontramos en una confrontación real entre bloques antagónicos que se disputan la hegemonía: por un lado, el dominante; y, por el otro, el social, aparecido en 1988, 2006 y ahora en 2018. Hace 12 años, en 2006 se vivió una expresión violenta de esa confrontación, cuando la clase dominante advirtió de la existencia de una relación de fuerzas equilibrada que encendía las alarmas ante la posibilidad de que AMLO alcanzara la Presidencia de la República. Por ello decidieron lanzar una ofensiva contra las fuerzas sociales organizadas en Atenco y Oaxaca, así como el fraude electoral en ese año.

La derrota en ese choque de fuerzas fue la imposición de un gobierno ilegitimo que implantó una estrategia de guerra contra el crimen organizado, como pretexto para sacar a las fuerzas armadas a la calle, a fin de impedir la protesta social y con un saldo de víctimas alarmante en toda su gestión. La suma de los errores tácticos cometidos en 2006 se convirtió en errores estratégicos porque generaron condiciones para la alianza de la clase dominante con el Pacto por México y la aprobación una a una de las reformas estructurales. El NAICM consumó “el sueño neoliberal más alocado” –en palabras de Ernesto Zedillo Ponce de León al aprobarse las reformas estructurales.

Si el pueblo mexicano y AMLO fueron los grandes triunfadores el 1 de julio, la gran derrotada fue la clase dominante. Sin embargo, esa nueva condición parece no importarles porque López Obrador se empeña en que no parezca así. El error es de valoración; AMLO consideró que para ganar en 2018 necesitaba cambiar la estrategia de confrontación con la clase dominante en 2006. Por ende, esta vez decidió pactar de tú a tú con ella y mandar un mensaje de continuidad política y estabilidad neoliberal, aceptando a diversos personajes en su gabinete, el Congreso de la Unión y los estados.

Y es que la valoración correcta tiene su raíz en el hartazgo social que ya se veía venir. Simplemente, en este último sexenio la protesta social se expresó desde el #Yosoy132, el 1 de diciembre de 2012, con la aparición del movimiento de las autodefensas, el movimiento magisterial, en Ayotzinapa, etcétera; en sí, en el movimiento antipeña que representa el repudio popular al sistema político dominante. A tal grado que si López Obrador hubiera radicalizado su postura, su triunfo de todos modos se habría materializado (quizá con menos votos), pues se expresó el repudio al sistema político y al modelo neoliberal.

La lucha en la transición

Luego de la elección presidencial, el momento clave de la pelea contra el NAICM se visualizó en la fase de transición en nuevas condiciones sociales y políticas. Si bien la estrategia general consistió en reconocer más actores sociales, en abordar el problema con una visión de cuenca del valle de México y en la defensa del ambiente, el agua y el territorio, en la parte organizativa se necesitaba un espacio de articulación formado por activistas de colectivos y pueblos, al que se convocó y se denominó Plataforma Organizativa contra el Nuevo Aeropuerto y la Aerotrópolis que, con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, orientó en términos tácticos el rumbo estratégico.

En todos los espacios públicos, el tema de la consulta generó controversia por su ambigüedad, su falta de metodología y sus tiempos acotados. La consulta en el movimiento social polarizó y distrajo la atención. El tema era táctico, pues lo fundamental estribaba en la postura de la cancelación de la terminal aérea. Si bien se sabía que la correlación de fuerzas era favorable y pese a que los argumentos en materia financiera, ambiental, de suelos, de riesgos aeronáuticos eran contundentes, el tema aeroportuario todavía no había repercutido en la opinión pública. Por eso, el éxito de la campaña #YoprefieroelLago se resume en un factor determinante: en hacer ver a López Obrador que si tomaba una decisión errónea, el costo social y político sería muy alto.

El nuevo gobierno tardó en asumir una postura definitiva. Su ambigüedad cambió cuando 15 días antes de la consulta anunció la inversión para reforzar el sistema metropolitano aeroportuario en Toluca, Cuernavaca, el aeropuerto internacional Benito Juárez de la Ciudad de México y la base militar de Santa Lucía. Eso significaba que AMLO ya había decidido cancelar el nuevo aeropuerto mediante el cobijo de su consulta. El resultado fue contundente y le permitió posicionar ese método como eje en materia de democrática participativa.

Nadie duda que los grandes derrotados con la caída del NAICM son el prianismo y la oligarquía, como promotores y beneficiarios del megaproyecto. Sin embargo, esa victoria puede ser pírrica porque el nuevo gobierno ha pactado con la oligarquía la realización de proyectos de infraestructura y el propio aeropuerto en Santa Lucía con tal de no confrontarlos y mantenerlos como aliados estratégicos.

La victoria que sigue

Con la victoria de la lucha contra el nuevo aeropuerto emerge un nuevo actor que estaba ausente y marginado en la agenda nacional: el movimiento social, heterogéneo hasta ahora pero que según la contradicción principal, desempeñará un papel de contrapeso u oposición al nuevo gobierno. Para mí, disputar el 1 de julio significa convertirse en actor social con capacidad e iniciativa política, que libre la batalla contra la clase dominante en cualquier escenario y con posibilidades reales de ganar.

A partir de ahora, las organizaciones sociales y sindicales querrán consumar sus objetivos: echar abajo la reforma educativa, la justicia para los estudiantes de Ayotzinapa, la justicia para las víctimas de la violencia, pero también la lucha contra los megaproyectos, contra la minería extractiva y los eólicos, contra el Tren Maya y el Corredor Transístmico y, claro, atacando cualquier atisbo de reforma estructural como la iniciativa de Ley para el Desarrollo Agrario.

Es decir, la lucha entre el bloque social y el bloque dominante seguirá desarrollándose en diversos escenarios; la diferencia estriba en que por algún tiempo se hará con una relación de fuerzas favorable para el movimiento y con un nuevo régimen que querrá navegar en los mares de la “gobernabilidad”. Todo ello se desarrollará por la posición bonapartista del nuevo gobierno, que en la etapa de la transición generó un ambiente enrarecido, de incertidumbre y ambigüedad, pero que por esa razón continuará la misma tónica en el curso de su gestión.

Para el movimiento social importa consumar victoria tras victoria, alcanzar los objetivos y pasar a otro momento de lucha porque la disputa es estructural. Haciendo una analogía arbitraria para tratar de explicar la dimensión del logro conseguido y sin considerar el grave daño ambiental y financiero, la caída del NAICM hace retornar al movimiento contra el nuevo aeropuerto a 2014; si se producen otras victorias quizá retornemos a 2012 antes de las reformas estructurales. Es decir, el neoliberalismo habrá retrocedido un poco, pero seguirá peleando igual.

El camino es largo y apenas se ganó una batalla. Todavía no sabemos para qué más nos alcanzará la nueva correlación de fuerzas ni cuánto nos durará. Sabemos es que necesitamos ganar la siguiente lucha que sigue contra el gran capital.


* Damián G. Camacho Guzmán. Integrante de la Plataforma Organizativa contra el aeropuerto y la aerotrópolis. Integrante de la Campaña #YoPrefieroElLago