Hace cuarenta años decían que ya habíamos acabado con las enfermedades infecciosas en principio y cerraron el departamento de enfermedades infecciosas en mi escuela [Escuela de Salud Pública de Harvard], para concentrarse en enfermedades de corazón y de cáncer, con la idea de que ya pertenecían al pasado. Teníamos antibióticos, teníamos vacunas y los microbios solamente tenían sus armas viejas de mutaciones y de recombinación, de modo que habíamos ganado, o por lo menos estábamos a punto de ganar. No se dieron cuenta de toda una serie de factores de la complejidad. Primero, la evolución. Cada vez que retamos a un patógeno con un medicamento, eso impone la presión de selección natural en producir nuevas variedades del patógeno. Entonces, cuando nosotros creamos condiciones nuevas, los patógenos evolucionan. (Levins, 2015: 18)
Con estas palabras Richard Levins, biólogo y ecólogo marxista, analizaba en 2013, en la facultad de Ciencias de la UNAM, la diferencia entre reducción y reduccionismo y señalaba que: “La reducción es el reconocimiento de que es bueno saber de qué está compuesto algo, y eso es una táctica investigativa. El reduccionismo es la pretensión de que después de que lo hemos hecho, ya en principio entendemos todo” (Ibídem). Lo que está aconteciendo, la irrupción del nuevo coronavirus SARS-COV2 y el confinamiento a escala casi planetaria, pone en entredicho, entre muchas otras cuestiones, el modelo de ciencia que con atinado decir criticaba Levins. El también filósofo de la ciencia, en un artículo del 2000, enfatizaba que la enfermedad era el capitalismo. Pareciera que estamos ante algo totalmente nuevo, inédito, aunque haya habido señales mucho antes.1 Este virus, como agente no-humano que es, ha generado un desajuste -por llamarlo de alguna manera- inaudito. ¿Quién a fin de año, durante el brindis, habría imaginado un año 2020 en confinamiento debido a un virus desconocido?
Si coincidimos con Levins en su diagnóstico, en su crítica, y añadimos que es en esta etapa del capitaloceno,2 cuando el capital se ha vuelto cada vez más virulento, podemos preguntarnos, ¿cuál es la cura? Más que hablar de lo que está pasando, y buscarle una explicación nítida y unívoca que no queremos y que es imposible -que es lo que han intentado hacer apresuradamente, desde nuestra perspectiva, los intelectuales del norte, con un dejo de suficiencia pasmoso- este texto convoca a plantear preguntas, a esbozar tentativas.
Estamos en suspensión, en pausa, puestos en standby, unes más y otres menos, siempre de acuerdo con el patrón de quienes tienen las condiciones para el confinamiento (despensa completa, servicios como agua, luz y por supuesto internet, entornos no peligrosos) y quienes no (circunstancias de sobrevivencia, restricciones económicas y sociales, hacinamiento, violencias domésticas, exceso de carga de cuidados), pero todes hemos sido trastocados en nuestra cotidianidad, en nuestras rutinas y hábitos. Y hoy más que nunca el futuro se plantea aún más incierto, para algunos es el fin de una era; para otros, el inicio de una todavía peor, en la que el estado de excepción y extrema vigilancia -vividos en algunos países- así como una serie de epidemias cada vez más letales se anuncian. No obstante, en esta suspensión de las actividades y baja de la movilidad pueden intuirse cambios en el metabolismo planetario. La ralentización en las grandes ciudades ha traído consecuencias benéficas, es sorprendente ver fauna y vegetación retomando su territorio, ¿qué pasará en un espacio-tiempo poscoronavirus? ¿saldremos todes, cuando podamos salir, a volver a arrebatarles su lugar? ¿cómo podemos coexistir sin deteriorar o destruir?
La historia del capitalismo nos muestra una serie de ciclos económicos con algunos periodos de relativa estabilidad y puntos de crisis, justo un año después de una de ellas, la crisis económica mundial de 2008, la filósofa de la ciencia belga Isabelle Stengers escribió un libro para examinar e intentar imaginar experimentaciones colectivas y cooperativas para un otro porvenir, libro que nos sirve para repensar lo que estamos viviendo. Desde el título hace un guiño a la máxima luxemburguiana de “Socialismo o barbarie”, asumiendo que no habíamos optado por el primero, todavía: En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene, abordó lo que llamó “la intrusión de Gaia”:
ella está dotada no solamente de una historia sino también de un régimen de actividad propia, que surge de la manera en que los procesos que la constituyen están acoplados unos a otros de maneras múltiples y entrelazadas. (…) Interrogar a Gaia es interrogar algo que constituye un todo, y las cuestiones dirigidas a un proceso particular pueden poner en juego una respuesta, a veces inesperada, del conjunto. (Stengers, 2017 [2009]: 41)
Lo que Stengers nos revela es lo que otros autores también han señalado, los límites de ese crecimiento expansivo, voraz, del capitalismo los impondría la tierra misma, aunque pensábamos que sería mediante el colapso climático -con el cual todavía estamos lidiando, aunque solamente se haya puesto en suspenso o estemos demasiado aturdidos para no atenderlo-, sin embargo, un microscópico agente no-humano que no se manifestó solo, sino como resultado de las interacciones que tenemos con un medio natural cada vez más amenazado y violentado, emergió con una potencia de acción deletérea en un caldo de cultivo poco preparado para ello, debido a múltiples factores, pero uno muy importante fue el haber dejado los sistemas de salud a las fuerzas del mercado, que como hemos constatado es inhumano y cruel. Los enclosures,3 la privatización de lo público y lo común, fueron cercando también a la salud y la covid-19 nos lo muestra descarnadamente y pone al personal médico y de enfermería frente a “alternativas infernales” biopolíticas: a quién se deja morir, y a quién se hace vivir.
ESCENAS DE PARÁSITOS, PANDEMIA Y PHARMAKON
A partir de estos elementos que nos proporcionan quienes se formaron en las ciencias naturales pero que reconocen en el corpus de Marx un legado ineludible y que han elegido mirar la complejidad del mundo socio-ambiental, quiero hacer una lectura de la pandemia conjugándola con escenas del film Parásitos pues se intersectan algunos elementos de manera paradójica y sugestiva.
De manera general se puede decir que ambos vinieron de lo que se ha dado en llamar oriente, pero tuvieron una expansión planetaria. Y lo señalo de manera irónica porque el origen geográfico es lo de menos, dadas las condiciones de una economía mundial inmoral, el virus habría podido brotar casi en cualquier parte, pues una historia reduccionista señala a un mercado de “comidas exóticas” como el punto de inicio, sin mencionar que lo denominado exótico siempre es relacional, se establece respecto a algo que se instaura como lo “normal”. En ese mismo sentido, el film se mundializó y ganó no sólo la Palma de Oro en Cannes en 2019, sino también varios de los premios Óscar que otorga la academia hollywoodense, a inicios de febrero de este año, entre ellos mejor película y mejor director, aunque fue hecha y producida en Corea del Sur, nos muestra un drama que acontece a escala global; lo importante es detectar que para ambos fenómenos su origen es la excesiva y monstruosa mercantilización de la vida, humana y de los demás seres en el planeta. Vayamos a las escenas:
EL OLOR, LOS SENTIDOS Y EL CAMBIO DE PERCEPCIÓN
¿Podemos ver en Parásitos un anuncio de lo que vendría? ¿No era acaso el olor del Sr. Kim lo que provocaba náuseas a los ricachones, por lo que el burgués que lo había contratado como chofer tenía que abrir la ventana para no sentirlo en el asiento trasero? ¿No fue ese mismo olor, y la sensación de emanación compartida con el hombre del sótano, lo que hizo que el Sr. Kim, al darse cuenta de su pertenencia de clase, optara por actuar ya no a favor de los ricos como había hecho, sino por los suyos? Y ¿qué podemos pensar ahora cuando uno de los rasgos característicos de la COVID-19 es precisamente la pérdida del olfato y el gusto? Lo anterior, tendría que llevarnos a despertar los otros sentidos, sobre todo una escucha profunda, no a volcarnos reiteradamente en la velocidad y la precipitación, esta situación nos invita a darnos cuenta de la “inhabitabilidad de la vida apresurada” señalada por la amiga y colega de Stengers, con quien dialoga y co-crea, zoóloga y también filósofa de la ciencia Donna Haraway (2018: 120). Las condiciones actuales nos llevan a preguntarnos ¿cómo podemos tener una experiencia profunda de los sentidos para articular y saber tejer alianzas, darnos tiempo de conocer y configurar un mundo con otra perspectiva, otras formas de interacción, aprendiendo de las ontologías relacionales como las llama Arturo Escobar (2014)?
ORGANIZACIÓN VS. PLANEACIÓN
Otro punto más en la película es la frase que el padre le hace al hijo, como signo de un legado intergeneracional, sumamente vigente: “Ki-woo, ¿sabes qué tipo de plan nunca falla? Ningún plan.¿Sabes por qué? la vida nunca funciona así. Mira a nuestro alrededor (…) Por eso la gente no debe hacer planes. Sin un plan, nada puede salir mal. Y si algo se sale de control, no importa”. Se lo dice cuando están en un gimnasio implementado como albergue público luego de una inundación de grandes zonas en la ciudad, sobre todo en barrios marginados y hacinados. Las consecuencias de los mal llamados desastres naturales no son homogéneas, como ya se demostró en el caso del huracán Katrina en 2005 y la racialización de su impacto, esos fenómenos arriban a un piso social muy asimétrico causando daños diferenciados, horadando más entre los ya más sacrificados. Y sin embargo, haciendo caso omiso del dicho de su progenitor, el hijo -y ese es el cierre del film- planea volverse acaudalado a como dé lugar, para comprar la casa donde, presupone, su padre está encerrado en el sótano. Si realmente le manda señales o el foco tiene picos de voltaje es ambiguo, él tiene un plan y piensa seguirlo, ha incorporado el mandato capitalista, aunque tenga un fin justificado.
Como hemos dicho la irrupción del SARS-COV2 ha puesto en entredicho los planes de todes, a todos los niveles, sin embargo, hay quienes intentan forzarnos a seguir el plan económico global previamente establecido, mantener la estructura del capital y como ejemplo tenemos a los organismos financieros internacionales ofreciendo préstamos, para volver a darnos la misma fórmula: endeudamiento, salvación de unos e imposición y repartición social de la deuda. ¿Por qué al capital le cuesta tanto parar? ¿o al menos ralentizar su ritmo de ganancia? La pandemia le ha tirado la máscara que portaba, ha desnudado su anti-rostro, porque de humano no tiene nada, muestra su faz parasitaria:
Cuando Marx caracterizó el capitalismo, la gran pregunta era «¿quién produce las riquezas?», de ahí la preponderancia de la figura del Explotador, de esa sanguijuela que parasita la fuerza viva del trabajo humano. Esa cuestión evidentemente no perdió nada de su actualidad, pero a la exhortación a no prestar atención, incluyendo hasta cuando la barbarie amenaza, puede corresponder otra figura que viene a añadirse, sin rivalidad, a la primera. Esa figura es el Empresario, aquel para quien todo es ocasión -o más bien que exige la libertad de poder transformar todo en ocasión– para una nueva ganancia, inclusive aquello que cuestiona el porvenir común. (Stengers, 2017: 63, énfasis agregado)
En México, la relación de ciertos capitales hacia el Estado es de chantaje, los organismos patronales y empresariales nos quieren volver a dar la receta que ya conocemos, la del Fobaproa y que todavía seguimos pagando a través del Ipab,4 con las mismas consignas: la consecución del capitalismo es ineluctable, el capital es intocable, la situación es incambiable. Las empresas maquiladoras en la frontera norte intentan mantener su producción a costa de la vida de quienes ahí trabajan (lo que ya ha quedado largo tiempo puesto de manifiesto con las muertas de Juárez).5 Pero ellas y ellos resisten, hacen paros, denuncian, renuncian. Toca entonces preguntarnos, ¿cómo podemos salir del desaliento de una planeación rígida dictada desde el capital hacia formas de organización tentaculares como las llama Haraway –de tentare, sentir e intentar–, que agiten a ras de tierra, que co-generen un humus social, tendiendo vínculos cooperativos, con trueques e intercambios solidarios, sin caer en la desesperación, ni en la esperanza sin asidero? Y yendo todavía más allá, ¿cómo prestamos atención a la implicación radical de la simpoiesis? Si la simpoiesis es “la palabra apropiada para los sistemas históricos, complejos, dinámicos, receptivos, situados. Es una palabra para configurar mundos de manera conjunta, en compañía”. (Haraway, 2019: 99) Simpoiesis que en México, en América Latina, en el Sur global, se manifiesta sistemáticamente en las comunidades, en las redes de reciprocidad en lo rural y lo urbano, en memorias ancestrales que siempre se ponen al día.
VÍNCULOS VS. GUERRA
Recordemos la secuencia en Parásitos en la que se enfrentan despiadadamente en el sótano las dos familias que proveen los servicios en la casa lujosa, espaciosa y original construida por un reconocido arquitecto y decorada con elegancia pero también funcionalidad. Al verse descubierto quien habitaba escondido, por deudas impagables que lo llevarían a la cárcel, se establece una disputa y rivalidad mortal. Aunque ambas familias buscan lo mismo, tener trabajo y un lugar, no se plantean siquiera reorganizarse para compartirlo. Se establece una dinámica de aniquilación. Esta idea no está para nada alejada de pensar la intrusión de Gaia como un ataque, como una venganza, de concebir al otro, lo otro, desde el modelo de la guerra. Lógica que ha permeado nuestras metáforas en muchos campos: la economía, la política, la ciencia.
Es esa misma ciencia, incluida la médica, la que históricamente ha enarbolado una retórica y unas prácticas de guerra, de combate, de hostilidad (todo lo que en lo policiaco-militar está asociado con la virilidad): la guerra contra el cáncer, contra la des o malnutrición, contra el VIH, contra la pobreza y ahora contra el coronavirus. Como si fueran fenómenos aislados de un contexto, y no fueran generados y exacerbados por un sistema social y económico cada vez más brutal que va volviendo ese tipo de eufemismos una verdadera guerra contra quienes no pueden pagar cuidados y tratamientos, cambiar su forma y estilo de vida, proveerse al menos una buena muerte. Haraway nos dice:
para tratar de imaginar el sistema inmunitario mediante algo distinto de la retórica de la Guerra Fría que se refiere al sistema inmunitario como si fuese un campo de batalla. ¿Por qué no concebirlo, no como un discurso de invasores, sino como particularidades compartidas en un yo semipermeable que es capaz de relacionarse con los demás (humanos y no humanos, internos o externos) (Haraway, 2019: 94)
La ideología capitalista moderna colonial instauró una concepción del cuerpo como un objeto no permeable que encerraba al yo, al sujeto pensante, objetivo, racional. ¿Por qué el virus afecta más a los hombres? Más que atender únicamente a dimorfismos fisico-anatómicos, que lo único que hacen es reificar las funciones asociadas a hombres y mujeres, reforzando el patriarcado, aventuramos aquí una hipótesis imaginativa (también con inspiración de Haraway y Stengers, es decir, animándonos a ficcionar), porque son ellos quienes están más cerca de esa idea del yo, unívoco, identitario, cerrado, centrado sobre sí mismo, que enarbola el egoísmo y la impenetrabilidad. ¿Cómo volcamos la retórica de guerra hacia una que incluya y acepte la diversidad y la convivencia multiespecies? ¿Cómo pasamos de una perspectiva del lugar abstracto, supuestamente indeterminado a la del conocimiento colaborativo situado? ¿Qué tipo de intersubjetividad tendría qué emerger para mutar esas dicotomías catastróficas y tajantes -sujeto/objeto, hombre/mujer, naturaleza/cultura-6 en interdependencias creativas, en sinergias inéditas del plurireconocimiento?
REDISTRIBUCIÓN VS. “AMABILIDAD”
A través de una escena más del film citado, podemos abordar quiénes y cómo se hacen cargo de la situación. En un diálogo entre el padre, la madre y la hija, el padre remarca que la señora, la dueña de la casa es ingenua y amable. Y la madre responde enfática: “¡Es rica, pero aún así es amable! ¡No!, es amable porque es rica. ¿Sabes? si yo tuviera todo ese dinero, también sería amable. ¡Incluso aún más!” Y sí, el capitalismo suele mostrar una cara amable, altruista, caritativa, de graciosa donación y como sistema nos ha propuesto la idea del mérito individual. El film pone de manifiesto no la astucia de la familia para allegarse de trabajo, sino que desenmascara la ideología capitalista de la meritocracia y el esfuerzo. Así como muestra la estratificación, para que se sostenga esa casa opulenta es necesario un sótano, los que no se ven, son invisibles, pero están y la mantienen.
A estas alturas del confinamiento quienes podemos hemos apoyado a otres, sin embargo, es indignante que quienes se han apropiado del excedente social y por eso tienen y reciben más no lo hagan, lo que ha hecho que la consigna político-económica de la renta básica universal circule más allá de los ámbitos en los que lo hacía y ahora se demande en el ágora mundial.
Además, el esfuerzo durante el confinamiento, tampoco se reparte equitativamente. Quienes más trabajan, sean las mujeres en casa, cuidando y atendiendo todo lo que atañe a la vida y su producción y creación; les obreres de las maquilas que no reciben ni siquiera una paga conveniente por su labor, por su extenuación; les migrantes, que se trasladan buscando una vida mejor, para ir a parar a los modernos campos de concentración, los autoempleados flexibilizados y precarios supuestamente emprendeduristas del capitalismo de plataformas, a través de los cuales volvemos a caer en cuenta que la plataforma no lo es todo, había una parte tangible, sin la cual lo virtual no tiene sentido. Y en todos esos casos vuelve a estar presente la fuerza del trabajo vivo. ¿Cómo conseguimos reunir la fuerza suficiente para lograr, por un lado, hacer palpable el rentismo del capital y, por el otro, obligarlo a repartir, colocar socialmente el tema urgente de la redistribución, no por amabilidad, sino por derecho, por justicia social?
EL PHARMAKON
Stengers nos propone la idea del pharmakon, que siendo un vocablo griego no sólo remite a la cultura occidental, sino al remedio que, desde tiempos inmemoriales y en varias culturas puede proveer una cura, pócima cuyo efecto tiene mucho que ver con la cantidad, porque pasando un cierto límite contextual, transmuta en veneno.
El pharmakon es tanto la sustancia, el componente, como el dispositivo en el que se aplica, los agentes involucrados, quien porta la enfermedad y quien es el sanador, la relación que se establece, la práctica íntegra para producir la modificación.
Para Stengers lo que nos compete hacer es
diagnosticar los devenires en cada presente que pasa, es lo que Nietzsche asignaba al filósofo como médico, médico de la civilización (…) Y un verdadero diagnóstico en el sentido nietzschiano debe tener la potencia de lo performativo, no puede situarse en posición de comentario, en exterioridad, sino que debe arriesgar una posición de invención que haga existir, que vuelva perceptibles, las pasiones y acciones asociadas a los devenires que ella evoca (Stengers, 2003 [1997]: 18-19)
Consideramos que el fenómeno que estamos viviendo nos plantea asumir el rol de las contradicciones y las paradojas. Hemos llegado al momento lejos del equilibrio, pero es necesario empujar la fluctuación todavía más allá, al punto de bifurcación, donde las contradicciones se verán exacerbadas, y también elegir nuestra posición, re-enlazarnos para la transformación inaplazable. Es ahora cuando se trata de aprender a responder y “respons-habilizarnos”:7
Luchar contra Gaia no tiene ningún sentido, hay que aprender a contemporizar con ella. Contemporizar con el capitalismo tampoco tiene ningún sentido, hay que luchar contra su dominio (Stengers, 2017: 51)
Ahora sí, hemos sido arrojades a establecer una cosmopolítica, una metamorfosis onto-política, mutar desde todos los puntos la trama estructurante del capital, tomar el presente, hacer del ahora, el tiempo de la acción y la interacción éticas, de las alianzas múltiples para ganar toda la fuerza que necesitamos pues no hay más después. Es el momento de configurar no una única cura, sino múltiples, pero sí en una misma vertiente ¿sabremos cuál es la dosis adecuada? No hay garantías, pero debemos intentarlo.
REFERENCIAS
Borzacchiello, Ema (automne, 2019) “Entre archivos. Prácticas narrativas para descifrar la violencia y cuidar la vida”, Atlante. Revue d’études romanes, n°11, 179-193.
Escobar, Arturo (2014) Sentipensar con la tierra. Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia, Medellín: Ediciones UNAULA.
García Bravo, María Haydeé, “Cultureza. Hacia la extinción de la dicotomía naturaleza-cultura y una metamorfosis política”, en Vera, Cortés, José Luis; Chiappa Carrera, Pilar y Xabier Lizarraga Cruchaga (comps.), El pensamiento dicotómico en la antropología y el evolucionismo, México: Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, ٢٠١٨, pp. ٩٣-١١٤.
Haraway, Donna J. (2018 [1998])) Como una hoja. Una conversación con Thyrza Goodeve, Madrid: Continta Me Tienes. [prólogo de Helen Torres, traducción de Matilde Pérez]
Haraway, Donna J. (2019 [2016]) Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Bilbao: consonni [trad. de Helen Torres]
Levins, Richard (2015) Una pierna adentro, una pierna afuera, Ciudad de México: CopIt-arXives y EditoraC3.
Stengers, Isabelle (2003 [1997]) Cosmopolitiques I, Paris: Éditions La Découverte.
Stengers, Isabelle (2017 [2009]) En tiempos de catástrofes: cómo resistir a la barbarie que viene, Buenos Aires: Futuro Anterior Ediciones.
NOTAS
1 Véase el artículo de Perla Valero en este mismo número.
2 Para Jason W. Moore, el capitaloceno es “la era histórica moldeada por relaciones que privilegian la acumulación interminable de capital”. Con una perspectiva profundamente histórica, plantea que el capitalismo no solamente es una formación social sino también ontológica que ha sentado su base en una concepción de la naturaleza barata, lo que ha modificado, a una velocidad insospechada, la organización ecológica a todas sus escalas. “Esto significa que el capital y el poder, y muchas otras relaciones estratégicas, no actúan sobre la naturaleza, sino que se desarrollan a través de la red de la vida. (…) Los humanos viven como una especie ambientalmente dotada (pero no especial) que crea ambientes dentro de la naturaleza”. https://jasonwmoore.wordpress.com/2013/05/19/anthropocene-or-capitalocene-part-iii/
3 Aunque el término hace alusión al proceso que durante el siglo XVIII se llevó a cabo en Inglaterra, al anular el derecho consuetudinario sobre las tierras comunes, instaurando el derecho privado, Stengers cita a Marx y la expropiación de los commons en la acumulación originaria, también llamada primitiva. (Stengers, 2017: 77-84)
4 Como lo señaló John Saxe-Fernández en su artículo del 7 de mayo en La Jornada: “Según datos del Instituto para la Protección del Ahorro, entre 1999 y 2018 todos los y las mexicanas pagamos por ese rescate la friolera de ¡2.68 billones de pesos! (hoy, casi ¡110 mil millones de dólares! de las mermadas arcas públicas que recibió el nuevo gobierno”. https://www.jornada.com.mx/2020/05/07/opinion/020a1eco
5 Véase, Borzacchiello, 2019. Ahí señala que para 1977 la revista Fem publicó un número dedicado al trabajo: “las periodistas feministas focalizaron su atención en Ciudad Juárez; un territorio donde a partir de la violencia en el ámbito laboral podían surgir muchas más violencias porque el escenario de la frontera norte estaba cambiando rápidamente bajo la promesa de un sueño de desarrollo económico neoliberal que apenas estaba empezando” (p. 185)
6 Hemos abordado en otro lado estas dicotomías y hecho una propuesta (García Bravo, 2018)
7 Es la traducción de response-ability, y Haraway la significa como la capacidad ética de involucrarse, de pensar y plantearnos una respuesta, tener la habilidad de romper con la terrorífica negligencia común y corriente. (Haraway, 2019: 66-67)