HIGIENISMOS DE AYER Y HOY

UNA EXPERIENCIA COMÚN

Mientras estas líneas son escritas, este año se convierte en uno histórico para la humanidad. 2020 deviene como el año de la pandemia de coronavirus que, si bien no es la primera epidemia global a la que la humanidad se enfrenta (son emblemáticos los casos de las pandemias de VIH, la influenza de 1918, el cólera, la viruela y la peste negra), ésta pasará a la historia como la primera que nos confinó a una “cuarentena mundial”. Se estima que 3,900 millones de personas se encuentran en resguardo domiciliario “voluntario”, cifra que equivale casi a la mitad de la población mundial1.

Con la cuarentena global, la violencia doméstica ha ido al alza de manera alarmante, tanto en los centros como en las periferias y, junto con ella, otro tipo de violencia de corte institucional ha destapado métodos transgresores de garantías individuales para mantener el confinamiento. No sólo se ha recurrido a toques de queda, donde la policía ya ha disparado a matar en municipios de Kenia además de utilizar gas lacrimógeno. También se han registrado baños forzados de lejía para “desinfectar” a trabajadores migrantes en la India, el uso de jaulas de perro para castigar a los infractores de la cuarentena en Filipinas, así como tratos humillantes perpetrados por la policía paraguaya en contra de las personas que violan la cuarentena, a las que se ha amenazado con el uso de armas de electrochoque2. En buena parte del mundo, los gobiernos han adoptado retóricas belicistas sacrificiales y se han apoyado en el uso de la fuerza pública. El autoritarismo, también está al alza.

Cuatro meses después del brote inicial en Wuhan, donde la epidemia ha sido controlada por el enorme leviatán chino, el epicentro parece trasladarse de Europa hacia territorio americano, aún sin una vacuna ni tratamiento médico específico disponibles. La pandemia se ha vivido como una experiencia global compartida, trayendo consigo problemáticas comunes como la escasez de ventiladores, las fake news, la proliferación de autoproclamados expertos en epidemiología y análisis estadístico en redes sociales, los estragos de la crisis económica, así como la saturación de los sistemas de salud, la imposición de medidas de distanciamiento social, de confinamiento (voluntario u forzado) e higienización.

Sin embargo, las medidas de higiene, distanciamiento social y confinamiento como formas de control de una epidemia, no son nuevas en la historia. Han sido implementadas por la medicina social contra las enfermedades infectocontagiosas por siglos, aunque con otros nombres. Pero su recuerdo ha desaparecido de la memoria colectiva.

CAPITALISMO, HIGIENISMO Y SALUD PÚBLICA

Sin vacuna y medicamentos específicos, las medidas higienistas se han vuelto la única barrera para detener la propagación del virus. El problema es que, históricamente, el pensamiento higienista que surgió para combatir la enfermedad infecto-contagiosa, ha sido muy afín a los discursos discriminatorios. Hoy, el sentido común, ese que es irreflexivo y presa de la inmediatez y los prejuicios, ha caído en lugares comunes que han rayado en el racismo y el clasismo, con expresiones como el “virus chino”, los extranjeros como agentes infecciosos, y los pobres, que viven al día y no pueden confinarse voluntariamente, como culpables del incremento de los contagios comunitarios. Esto es lo que circula en el imaginario de la proclamada “clase media”, de aquellos más permeados por la ideología del ethos capitalista, que son orgullosos propietarios privados, individualistas anti-comunitarios. Esos que, apenas y con mucho trabajo, pueden darse el lujo de encerrarse en sus casas de verano, de pagar pruebas de covid en laboratorios privados y de gastar miles de pesos –a meses sin intereses–, en saquear tiendas y farmacias sin remordimientos, porque pagaron por sus víveres y sus lotes de tapabocas, guantes de látex, gel antibacterial y medicamentos, sin detenerse a pensar en su impacto en el desabasto. Aquellos que exigen se decrete el estado de sitio, que piden mano dura y que se lamentan amargamente porque medidas operativas para Alemania, Islandia y Nueva Zelanda, no se aplican en la particular realidad mexicana.

Si bien es cierto que, sin una vacuna ni medicamentos específicos aprobados por ensayos clínicos, las medidas higiénicas y el distanciamiento social, efectivamente, se vuelven la única barrera para contener y mitigar una epidemia, son limitadas cuando la realidad las rebasa. Cuando no se contemplan las diferencias de clase que existen al interior de la sociedad, tanto a nivel local como nacional y mundial. Aunado a esto, el higienismo del siglo XXI es hijo del higienismo decimonónico, que no es un “pensamiento científico” en abstracto, neutral y apolítico. Por el contrario. En sus orígenes, el pensamiento higienista nació aliado del estado y con un tono bastante moralizador y muy partidario de las teorías racialistas de la ciencia moderna. El de ayer y hoy es un higienismo burgués, pensado para intervenir los cuerpos de los propietarios privados, una herramienta desarrollada por y para el capitalismo al fin y al cabo. Es por ello que, quizás, una de las preguntas más interesantes que nos lanza esta crisis sanitaria mundial es, si son posibles formas no capitalistas de enfrentar una pandemia. O dicho de otro modo, ¿es posible imaginar higienismos comunitarios y democráticos?

En los últimos ciento cincuenta años, las intervenciones higiénicas del estado han tendido a traducirse en una medicalización autoritaria de la clase trabajadora y en la discriminación de la población pobre, vulnerable, marginada y muchas veces, “de color”, o por lo menos percibida de esa manera. De aquellos cuyo oficio, costumbres y modo de vida los hace ver más morenos frente a la “gente bonita”, esa que se percibe a sí misma de otro color social. Del color de aquellos que cantan canciones en los balcones de los rascacielos de los condominios de Santa Fé, como si expresaran con ello su deseo de volverse italianos y españoles. ¿Estética del blanqueamiento o eurocentrismo epidémico?

Curiosamente, estas actitudes aspiracionistas y clasistas expresadas en medio de una pandemia, no son nuevas. Algo muy similar se narraba hace cien años en un periódico tapatío, mientras impactaba la epidemia de la mal llamada “gripe española”, la influenza de 1918:

Solamente algunas gentes COMME IL FAUT, y esclavas de la moda, se permiten el lujo de ostentar algo de “FLU“ española, y la lucen ante sus amistades como si se tratara de una capa inglesa o unos choclos con camafeo.

–Mire usted que influenza he pescado más terrible: legítima de Andalucía. ¡No le falta más que música de Serrano!

Pero esos son seres privilegiados. Los demás, nos la rifamos modestamente, con nuestra gripe nasal, nuestro dolorcillo de espinazo y nuestro quebranto de huesos […]

Algunos espíritus pesimistas protestan por el triste final que estas influenzas baratas suelen tener en algunos casos […] [mientras] Las autoridades médicas han afirmado que no se trata de epidemia de etiqueta, ni de microbios extranjeros; es simplemente nuestra influencita paisana, de casa, que a ratos nos mete zancadilla, pero es por puro cariño3.

Higienismo, clasismo y racismo han ido de la mano más que a menudo, particularmente en épocas epidémicas, y nuestros tiempos no parecen ser la excepción. Los orígenes mismos de la salubridad pública moderna en el siglo XIX, se encuentran íntimamente ligados a la experiencia epidémica, específicamente a la pandemia de cólera que azotó Asia y llegó a Europa y América en la década de 18304. Fue precisamente en los esfuerzos de los estados por contener el avance y estragos de esta bacteria que se institucionalizó la salud pública.

Si bien es cierto que las pandemias aparecieron desde el Medievo con la peste negra que infectó Europa y Asia y con la viruela y la sífilis que se extendieron por el Viejo y el Nuevo Mundo en el siglo XVI, los ritmos de contagio eran distintos. El capitalismo vino a consolidar la interconexión global y junto con las mercancías en forma de sujetos y objetos, también circularon los patógenos en escala mundializada y así lo han hecho durante los últimos 500 años5, además de que, desde 1980, se ha multiplicado cuatro veces la aparición de nuevas enfermedades como resultado de los impactos de la devastación ambiental. Siguiendo las rutas comerciales, la primera epidemia de cólera en México llegó desde España vía La Habana, con escalas en Campeche y Yucatán, para expandirse hacia zonas del interior de la república y hasta la capital en el verano de 1833, convirtiéndose en “el año del cólera”, y dejando tras de sí miles de muertos.

La epidemia de cólera en México generalizó el pánico y cesó el bullicio de las calles de la capital; los vecinos fueron recluidos en sus casas, afuera de las cuales colocaban banderas amarillas, negras o blancas para dar aviso de la presencia de la enfermedad y la muerte a médicos y sacerdotes. En los templos, abiertos de par en par, podía encontrarse a los fieles arrodillados con los brazos en cruz y derramando lágrimas, como narra Guillermo Prieto en sus memorias. Estas escenas fueron recurrentes durante todo el siglo XIX, no sólo a causa de las epidemias de cólera, sino también por el tifo y la fiebre amarilla, que tenían brotes estacionales y periódicos a lo largo y ancho del país.

El negro año del cólera, obligó al Ayuntamiento de la Ciudad de México a contabilizar cuidadosamente a enfermos, fallecidos y recuperados: 37,863 personas contagiadas, de las cuales sanaron 20,356, murieron 5,822 y 11,685 quedaron convalecientes6. Con la pandemia de cólera, nació la institucionalización de la estadística médica, la salubridad pública moderna y las medidas higienistas para regular el espacio público y privado. Los funcionarios higienistas reglamentaron todos aquellos espacios que fueran potenciales focos de infección: viviendas, escuelas, hospitales, cementerios, mercados, puertos, jardines, parques, plazas, mataderos, fábricas y talleres. Distinguir entre las intervenciones urbanas y las higiénicas se tornó una línea borrosa.

Si la sociedad capitalista aceleró el ritmo de los contagios, también puso las condiciones para que los brotes fueran más agudos, al confinar a los migrantes desposeídos en un tipo inédito de ciudades, donde el hacinamiento se volvió la nueva cotidianidad. De allí que el surgimiento de la salud pública moderna también pueda leerse como el diseño de medidas paliativas para mitigar los efectos de la industrialización capitalista en Occidente. Pues el objeto de las intervenciones higienistas de la salubridad pública, fueron principalmente las poblaciones urbanas, donde los enemigos de clase pasaron a convertirse en un “peligro biológico”, como bien observó Michel Foucault7.

La moderna urbe capitalista se convirtió en el escenario perfecto para la proliferación de epidemias de todo tipo, que azotaban gravemente a los barrios obreros donde no existían espacios verdes, servicios de agua potable, drenaje y recolección de basura, y donde las viviendas no contaban con ventilación y alojaban a hombres, mujeres, niños y animales, condenados a vivir en condiciones miserables donde la higiene, la limpieza y la salud se volvieron un lujo. Y aún lo son.

HIGIENISMO Y BLANQUITUD

Las condiciones insalubres de la ciudad capitalista comenzaron a llamar la atención de las autoridades, cuando se observó que afectaban a las ganancias de los poseedores del gran dinero. La salud pública se tornó una cuestión de estado y de primera importancia, porque las epidemias diezmaban al trabajo vivo encarnado en los proletarios. De allí, que no sea extraño que el movimiento higienista, que tomó fuerza en la segunda mitad del siglo XIX, centrase su atención en la medicalización de la clase trabajadora, señalando que las enfermedades infectocontagiosas se difundían entre los grupos sociales más desfavorecidos por sus condiciones de vida precaria, que eran interpretadas por la intelligentsia médica como costumbres salvajes, atrasadas, ignorantes y racialmente degenerativas.

Famosos y reconocidos funcionarios higienistas, como Eduardo Liceaga, médico, amigo personal de Porfirio Díaz y director del Consejo Superior de Salubridad de México, pensaban que todo lo que se necesitaba para evitar convertirse en víctima de la enfermedad se resumía en la limpieza e higiene, nociones que se convirtieron en sinónimos de salud y orden, pero también de la población racialmente deseada. En, palabras del también higienista mexicano, Domingo Orvañanos: “La mortalidad es más alta en donde las razas indígenas predominan. Esto se debe a su falta de limpieza”8.

Los higienistas vincularon los insalubres hedores y suciedad con ciertos espacios urbanos, y con cuerpos de sujetos específicos. Y por supuesto que no se trataba de los espacios y cuerpos nobles o burgueses. Los lugares sospechosos fueron y serán, siempre y primero, esos donde se acumula el bajo pueblo. Como señala Georges Vigarello, allí donde habitan los cuerpos de aquellos a los que no siempre los protege la ropa interior, los zapatos, el perfume y la ropa blanca, [y hoy podríamos agregar, el lysol, el tapabocas y el gel antibacterial…] De allí, que las premisas de la higiene pública evoquen la limpieza como la oposición a los “descuidos” populares, a los hedores urbanos, a las promiscuidades, excesos y vicios incontrolados. La higiene pública se ha conceptualizado como una reprobación de las prácticas del pueblo, dice Vigarello9. Y, al mismo tiempo, se ha conceptualizado como la aprobación de cierto tipo de prácticas, aquellas que tienen el visto bueno del pensamiento higienista.

Entre las recomendaciones higienistas de saneamiento del espacio público y privado para evitar la enfermedad y particularmente las epidemias, ha habido cierto tono de “moralismo burgués”. Pues, para los higienistas de hace cien años, la salud corría a la par de las buenas costumbres y la vida ordenada, y era resultado de las exigencias del trabajo, la frugalidad y la disciplina10. Es decir, la higiene se identificaba no sólo con la limpieza y la salud, sino con hábitos y costumbres “modernas” específicas y muy similares a aquellos comportamientos recompensados por la ética protestante y su espíritu afín al ethos del capitalismo: la llamada blanquitud identitaria, cultural y social. Comer sopa de murciélago proveniente de un mercado húmedo, por supuesto no entraría en los criterios de blanquitud de los higienistas. Aunque quizás podría…, si esto ocurriese en un restaurante de estrellas michelin, ubicado en alguna ciudad bohemia de primer mundo, con comensales de ojos no rasgados, consumiendo murciélago orgánico y vino caro.

Las recomendaciones higienistas burguesas que patrocinan al ethos capitalista reaparecen cien años después, cuando el discurso del sentido común señala el peligro de la falta de educación higiénica de los pobres…, quienes no respetan el confinamiento porque “no saben estar en su casa”; que irrumpen en el espacio público sin cubrebocas y, cuando los usan, lo hacen de forma incorrecta; que no saben lavarse las manos ni usan gel antibacterial, obviando el hecho de que no tienen recursos para hacerlo. Personajes como el sociólogo Hamza Esmili, han señalado que el confinamiento es un “concepto burgués”, porque presupone a un individuo trabajador asalariado, que posee una casa individual donde refugiarse y aislarse, en caso de contagio11. En un mundo como el nuestro, donde el capital, que es dueño de la ciencia, no desarrolla vacunas ni medicamentos sin el aliciente de un beneficio dinerario, no nos queda más que el higienismo y el distanciamiento social. En sí mismo, el higienismo que conocemos está pensado desde el horizonte del sujeto burgués y propietario privado, con miras a medicalizar, intervenir y reformar el cuerpo, la dieta, el ocio, el placer y el trabajo, para vigilar que no se caiga en los excesos y se mantenga la frugalidad, el productivismo, la mentalidad puritana y, por supuesto, la ganancia. Por eso, no hay higienismos barrocos, pero bien podría haber higienismos comunitarios y democráticos… ¿Seremos capaces de imaginarlos?

Si bien el higienismo burgués autoritario se ha vuelto una tendencia mundial en tiempos del covid y se ha dedicado a hacer negocios con los grandes capitales, en México hay un discurso que intenta ir a contracorriente. En nuestro país, la administración de la crisis de salud, por lo menos a nivel federal, no ha focalizado las medidas higiénicas en el átomo divino individual y ha puesto resistencia a la mercantilización de la tragedia.

En México, hemos escuchado voces científicas humanistas, amplificadas por el aparato de estado, que se rehúsan a asumir la retórica belicista, a declarar el estado de excepción, a suspender garantías constitucionales y a usar la fuerza pública para restringir la movilidad. Voces sensatas que se niegan a imponer el uso coercitivo de tapabocas so pena de multa, detención y castigo, así como a implementar ineficaces y costosos túneles de higienización de ozono12 y a gastar millones de pesos en contratos para la compra de “pruebas rápidas” serológicas, que tienen efectividad al 50% para identificar anticuerpos del virus13 pero al 100% para llenar los bolsillos de unos cuantos. Voces que, apelando a un uso no neoliberal de la ciencia ni a la histeria colectiva, han decidido administrar la escasez de recursos, repartiendo equipos de protección con altos niveles de bioseguridad sólo para el personal de salud que en realidad los necesita, y han establecido el confinamiento voluntario sin recurrir al uso de la fuerza pública. Y que, atendiendo a la petición de las familias organizadas que buscan a sus seres queridos desaparecidos en la fosa común en que fue convertido este país, sancionó la inhumación en lugar de la cremación de difuntos por covid.

Un experimento singular, sin duda, que navega como una balsa disidente entre el océano de los higienismos burgueses autoritarios. Pero la marea de estos higienismos de mano dura, ha cubierto territorios de la república mexicana, donde algunos gobiernos estatales emplean la fuerza pública en contra de sus ciudadanos, y han aprovechado la crisis sanitaria para hacer negocios y consolidar alianzas empresariales.

Diseñar intervenciones [higiénicas] que no se centren en medidas punitivas sobre los individuos, sino que operen a través de las estructuras de la sociedad, es quizás la frase que sintetice las políticas implementadas en México, que reflejan el intento de establecer un higienismo diferente, por lo menos uno sin espíritu autoritario. Sabremos hasta qué punto fue exitoso cuando la crisis ceda. Pero al final, alguien pagará los platos rotos en el teatro de la opinión pública, y la vara con que esto se mida será el criterio de los organismos internacionales y de los estados del norte global, partidarios del higienismo burgués y autoritario, ese que ha acompañado la historia de la sociedad capitalista.


BIBLIOGRAFÍA

Agostoni, C., Monuments of ProgressModernization and Public Health in Mexico City, 1876-1910, Canadá, University of Calgary Press/University Press of Colorado/IIH-UNAM, 2003.

Foucault, M., Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, 2001.

Haudemann-Simon, C., La conquista de la salud en Europa 1750-1900, Madrid, Siglo XXI España, 2017.

McNeill, W., Plagas y pueblos, Madrid, Siglo XXI, 1984.

Ríos Molina, A., Agostoni, C., Las estadísticas de salud en México, México, UNAM/Secretaría de Salud, 2010.

Vigarello, G., Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media, España, Alianza, 1991.

NOTAS

1 “Coronavirus minuto a minuto: pandemia tiene confinada a media humanidad”, Portal de la Deutsche Welle, 2 de abril de 2020, https://www.dw.com/es/coronavirus-minuto-a-minuto-pandemia-tiene-confinada-a-media-humanidad/a-53000881

2 “Teargas, beatings and bleach: the most extreme Covid-19 lockdown controls around the world”, The Guardian, 1º de abril de 2020, https://www.theguardian.com/global-development/2020/apr/01/extreme-coronavirus-lockdown-controls-raise-fears-for-worlds-poorest

3 “¿Flu o misere? Honor a la industria nacional. Coro de influenzados”, El InformadorDiario independiente, Guadalajara, México, 14 de febrero de 1920.

4 El cólera, enfermedad originaria de Asia meridional, desató una pandemia en el siglo XIX comenzando su largo viaje desde Calcuta, en 1817, presentándose en Java y Borneo en 1820, en China en 1821 y expandiéndose hacia Ceylán Persia, Arabia y Siria en ese mismo año. Más tarde alcanzaría los confines del imperio ruso y llegaría a Europa en 1823, a las costas occidentales del Mar Caspio. Para 1826 el cólera reaparecía en China y Rusia causando una epidemia en Moscú en 1830 que se propagó a Polonia y Alemania. En 1832 penetró a territorio inglés y francés y en 1833 alcanzó a Suiza, Holanda, Portugal y España, poniendo las condiciones para emigrar a América.

5 McNeill, William, Plagas y pueblos, Madrid, Siglo XXI, 1984.

6 Ríos Molina, Andrés, Agostoni, Claudia, Las estadísticas de salud en México, México, IIH-UNAM/Secretaría de Salud, 2010.

7 Foucault, Michel, Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, 2001.

8 Agostoni, Claudia, Monuments of Progress. Modernization and Public Health in Mexico City, 1876-1910, Canadá, University of Calgary Press/University Press of Colorado/IIH-UNAM, 2003, p. 42.

9 Vigarello, Georges, Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media, España, Alianza, 1991.

10 Haudemann-Simon, Calixte, La conquista de la salud en Europa 1750-1900, Madrid, Siglo XXI España, 2017.

11 Paredes, Norberto, “Coronavirus. “El confinamiento es un concepto burgués”: cómo el aislamiento afecta a las distintas clases sociales“, BBC News, 12 de abril de 2020, en www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52216492.

12 “Túnel sanitario en Abastos permanece, pese a advertencia de salud”, Telediario Guadalajara, 14 de abril de 2020, en https://gdl.telediario.mx/covid19/coronavirus-tunel-sanitario-en-abastos-permanece-pese-advertencia-de-salud

13 Dos tipos de pruebas se utilizan para detectar el coronavirus: las serológicas -llamadas “pruebas rápidas”, que ofrecen resultados en 10 minutos- y las moleculares, que tardan horas. Las pruebas rápidas no detectan al virus SARS-CoV-2 sino respuestas inmunológicas contra el patógeno, de manera que “no se puede confiar en las pruebas serológicas para que nos digan si alguien está infectado ahora mismo” en “Tests de coronavirus: cómo son las pruebas serológicas y moleculares para detectar el covid-19 y qué ventajas e inconvenientes tienen”, BBC News, 25 de abril de 2020, en https://www.bbc.com/mundo/noticias-52361548.