DEL DEBER DE CUIDAR AL DERECHO A SER CUIDADAS: EL TRABAJO DE LAS MUJERES EN TIEMPOS DE COVID-19

El virus no escoge su hospedero,
pero el sistema económico sí escoge las víctimas
Juliana Ángel Osorno

Este texto está basado en una conferencia que impartí de manera virtual el 7 de abril del presente año 2020, justo al inicio de las medidas de confinamiento en México a causa de la pandemia por el COVID-19.  Dicha charla, que llevó el mismo título de este escrito, formó parte del ciclo de videoconferencias “COVID-19-Reflexiones sobre la pandemia”, organizado por iniciativa del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.

Me planteé como objetivo reflexionar inicialmente en torno a los diferentes trabajos que desempeñan las mujeres en México y América Latina y su afectación ante la pandemia de COVID-19 que, entre otras cosas, ha puesto al descubierto la crisis de cuidados prevaleciente en la región, así como los riesgos de las cuidadoras formales e informales ante la pandemia ante diferentes escenarios y relaciones de poder. 

En esta ocasión me abocaré de manera sintética a problematizar en torno al contexto de la actual crisis de cuidados y sus consecuencias en las trabajadoras del hogar y las mujeres en teletrabajo, para pensar en las posibles potencialidades de la presente emergencia para acercarnos a la realidad de atender, al deber ético colectivo de cuidar, ejerciendo el derecho a pedir y recibir cuidados. 

1. La crisis de los cuidados o lloviendo sobre mojado en tiempos de Covid

El tema de los cuidados al interior del feminismo no es nuevo, aunque nunca pensamos que lo analizaríamos en el contexto de una pandemia. Por ello es importante insistir en que esta crisis ya existía, pero se avizora de mayor magnitud, haciendo también más evidente la crisis de los sistemas de sanidad, que son más que una manifestación cruda de la crisis del capitalismo global.

Tanto desde el feminismo liberal como desde el feminismo radical de la llamada primera ola que inició en los años 60, con representantes como Betty Friedan y Kate Millett respectivamente, se han dado duras batallas y se han formulado vindicaciones encaminadas a la visibilización de la crisis de los cuidados, término este último muy acorde a la también crisis sanitaria que vivimos. Con el riesgo de sobresimplificar, me atrevo a decir que Friedan evidenció las consecuencias, en términos de malestares subjetivos de las mujeres de clase media, de su dedicación exclusiva a las actividades del cuidado familiar, mientras que Millett introdujo un nuevo elemento, que es el poder social como instrumento para someter a las mujeres incluso en las esferas más íntimas de su vida, como es el espacio del hogar.

El feminismo radical ha permitido todo un desarrollo teórico que permite analizar el papel que juega el trabajo de cuidados, tanto remunerado, pero sobre todo el no remunerado, en una sociedad capitalista y patriarcal como la que vivimos. Reflexionar sobre la relación entre capital y cuidados es hoy más que indispensable, cuando el mundo entero está enfrentando desde la desigualdad, las consecuencias para las mujeres del virus COVID-19. 

Nancy Fraser, en 2016, escribió un texto iluminador que tituló “Las contradicciones del capital y los cuidados”, en el que introduce al debate feminista sobre la crisis de los cuidados, ideas tales como “pobreza de tiempo”, resultado de un capitalismo financiarizado, que ha debilitado la posibilidad de procrear y criar, así como de cuidarnos entre amistades, familiares y colectivos, entre muchas otras implicaciones directas o indirectas; se trata de un debilitamiento de los procesos de reproducción social que han sido considerados responsabilidad de las mujeres y que hoy se evidencia como una crisis de cuidados; esto, quiero insistir, no es resultado solo de la pandemia, sino de una crisis mayor preexistente: la crisis del modelo económico (político-social) capitalista (patriarcal-financiarizado) que dificulta cada vez más a las mujeres cumplir con las demandas de cuidados.

En este sistema capitalista que actualmente nos rige, y que inició en los años 80, se desmanteló gradualmente la participación del Estado en la provisión de bienestar social, dejando éste en manos del capital con un lenguaje de riesgo, préstamo, capital individual, que además de hacer depender a los individuos de las instituciones financieras, tienden a romper los lazos de solidaridad y apoyo comunitario, que aun existían como valores éticos derivados de anteriores regímenes de bienestar (ver Lapavitsas, 2011).

Simultáneamente, y de ahí gran parte de su contradicción, este sistema capitalista ha atraído a las mujeres a la fuerza de trabajo remunerado con los menores salarios, bajo la idea romantizada de una familia con dos salarios, dando a ello un falso halo igualitario al romper con el ideal del hombre proveedor. Sin embargo, la realidad es que, como apunta Fraser (2016), la apertura del mercado laboral para las mujeres, bajo una pretendida igualdad de género en su sentido liberal individualista, responde más bien al hecho de que el hombre proveedor se desdibujó junto con la idea del salario familiar, al no poder abastecer por sí mismo las necesidades de sus integrantes.

Lo que no se atendió, habría que añadir, fue lo que vendría ante el debilitamiento de los sistemas de salud y de los servicios públicos de cuidados, aunado al incremento de familias monoparentales, entre las cuales, el 78% está encabezado por mujeres (OIT, 2018). La pobreza económica aumentó junto con la pobreza de tiempo en las mujeres ante la reducción de salarios y las llamadas políticas de flexibilidad laboral que se atrevieron a denominar políticas de género (ver Tena, 2014). 

2. Las actividades esenciales en tiempos de COVID

Dentro de la narrativa oficial, que se ha extendido a gran parte de la población desde que la pandemia tuvo sus primeros contagios en nuestro país, se encuentra el “quédate en casa”, medida de seguridad sanitaria que se dirigió a toda la población, exceptuando a quienes realizan los llamados “trabajos esenciales”, entre los que están los que atienden la emergencia sanitaria en clínicas y hospitales, mismos que realizan mayoritariamente las mujeres: en América Latina y el Caribe las mujeres representan casi la mitad del personal médico y más del 80% del personal de enfermería. 

Con el fin de reducir la movilidad social, se cerraron las escuelas, así como las guarderías o estancias infantiles, tanto públicas como privadas; se pidió a quienes tuvieran síntomas de COVID que permanecieran en casa con cuidados especiales a menos que éstos se agravaran; la atención a enfermos por otras dolencias no urgentes también tendría que ser resuelta en los hogares, por lo que el trabajo real de las mujeres, asalariado y no asalariado no paró, sino que se exacerbó. Las implicaciones de la pandemia en la situación vital de las mujeres, al no contemplar de nuevo una dimensión de género, fue desatendida.

Se excluye el hecho de que al interior de los hogares se realizan actividades que son las más esenciales, no por su valor económico, sino por su importancia para la sobrevivencia humana y que las mujeres han estado en la primera línea de atención a la emergencia sanitaria. Los trabajos de cuidados en los hogares, que no cuentan con remuneración ni reconocimiento, los desarrollan las mujeres ante una falta de corresponsabilidad, como un problema individual a resolver, aunque a la par muchas sigan realizando trabajo remunerado fuera o dentro de casa, lo que no mereció suficientes menciones en el discurso, que indujera a una reorganización de los cuidados y a su consideración en las políticas de mitigación post crisis, a sabiendas de que sus consecuencias serán más graves para las mujeres por razón de género.

3. Privilegios, derechos y desigualdad entre mujeres en tiempos de COVID

El tema de los cuidados hoy como nunca se encuentra en el centro de la atención, pues en ello nos va la vida, literalmente. Pero los cuidados durante la pandemia están siendo referidos de manera despersonalizada, enfatizando en números, estadísticas, probabilidades, predicciones, curvas y tendencias, como si no hubiera personas, principalmente mujeres detrás de estas actividades; como si el hecho de cuidar y ser cuidadas, de pedir cuidados y otorgarlos, no formara parte de los deberes y derechos que debiéramos ejercer por igual. Por ello, es importante preguntarnos ¿a qué tipo de actividades nos referimos cuando hablamos de los cuidados que se realizan en los hogares? ¿quiénes los realizan? ¿desde qué posiciones de opresión o privilegio?

Todas las formas de cuidar son para sostenimiento de la vida y de ahí su importancia, pero es muy importante no confundir dos tipos de cuidados (Fraser, 2016; Flores y Tena, 2014): 1. Cuidados relacionales, afectivos y emocionales y 2. Cuidados materiales. Ambas dimensiones de los cuidados son factibles de realizarse de manera asalariada o no y dentro o fuera de los hogares. Sin embargo, al interior de las familias se enfatiza en el cuidado de las mujeres por amor hacia los demás integrantes, si bien en aquellos hogares con recursos económicos, suele derivarse a otras mujeres que cuidan y se les exige el desarrollo de ambas dimensiones.

Es aquí donde es relevante señalar las diferencias étnico-racializadas y de clase en torno a los cuidados, pues en quienes se delega esta actividad es en mujeres, trabajadoras del hogar, que con frecuencia lo desempeñan bajo condiciones de opresión, muchas veces por parte de otras mujeres desde una posición de privilegio. Las mujeres que delegan el trabajo de cuidados en cuidadoras o trabajadoras del hogar, suelen ser las encargadas de administrar y gestionar los cuidados, bajo otras relaciones de opresión por razón de género y las cuidadoras o trabajadoras del hogar, a su vez, delegan las labores de cuidado en otras mujeres.

Esta cadena interminable definida bajo un paraguas capitalista neoliberal y patriarcal, se puso en jaque ante la pandemia y la exigencia de quedarse en casa por el riesgo de los contagios que implican la movilidad de las cuidadoras y trabajadoras del hogar remuneradas; ante esto ha habido diferentes respuestas. Algunas mujeres, desde su privilegio de clase, exigieron a las trabajadoras permanecer y pernoctar en el hogar familiar a cambio de mantener su salario, alejándolas con ello de sus propias familias y del descanso adecuado; otras  más, optaron por permitir que las trabajadoras se quedaran en sus propias casas pero disminuyendo o suspendiendo su salario hasta el fin de la pandemia, haciéndose cargo ellas mismas de la organización de los cuidados materiales y relacionales en su propio hogar, reflejo de una opresión de género vivida desde una posición de privilegio de clase y enfrentándose con frecuencia a dobles y triples jornadas sinfín en un mismo espacio.

Los tiempos de COVID han puesto al descubierto las desigualdades, no solamente intergenéricas sino también las desigualdades intragenéricas, entre mujeres que explotan y discriminan mujeres, desde diferentes posiciones de privilegio y de opresión. No disminuir la productividad, parece ser el encargo a mujeres y hombres con posibilidades de hacer teletrabajo, pero, aunque en el discurso se privilegie este productivismo mercantil, en los hechos las mujeres que han buscado la emancipación a través del trabajo extradoméstico, han regresado a limpiar y a cuidar con más empeño y con mayor pobreza de tiempo.

Cabe señalar que, entre las personas que se dedican al trabajo doméstico remunerado en América Latina y el Caribe, el 93% son mujeres; más del 77% trabajan en condiciones precarias y sin acceso a la seguridad social, además de que sus ingresos son inferiores al 50% del promedio de todas las personas ocupadas en la región. De acuerdo con la OIT, el 70,4% han sido afectadas por las medidas tomadas ante la pandemia, ya sea por desempleo, reducción de ingresos o pérdidas de salarios (CEPAL, 2020). Su situación contrasta con mujeres que mantienen la seguridad en sus empleos y sus salarios trabajando en casa. Esto puede considerarse un privilegio y sin duda lo es en la medida en que negamos a otras mujeres los derechos que sí ejercemos, cuando las explotamos y las discriminamos, es decir, cuando oprimimos a otras mujeres, cuando desde nuestra posición de clase reproducimos las desigualdades. La diferencia es sutil pero clarificadora: Cuando ejercemos derechos, pero se los negamos a otras mujeres, los estamos ejerciendo desde una posición de privilegio.

Para concluir: el cuidado como derecho

En una mesa de discusión que organizó el CEIICH a modo de conclusión y clausura del ciclo de conferencias relativas al COVID, llamó especialmente mi atención la reiterada referencia a la incertidumbre como un sentimiento generalizado ante la pandemia. Pensando desde el feminismo, expresé que lo que viene no genera incertidumbre sino alarma ante las consecuencias que sabemos se están expresando ya en relación con las mujeres, como un retroceso de décadas en los avances hacia la igualdad:

• La crisis de los cuidados y de los ingresos de las mujeres, pero sobre todo en quienes ya venían padeciendo todo tipo de exclusiones y discriminación por las opresiones cruzadas con el género, aunque más evidentes, tienden a ponerse en segundo plano de importancia ante otras emergencias del capitalismo patriarcal.

• La crisis de cuidados tiene otra consecuencia no menor: la dificultad de incorporación o continuidad de las mujeres en el trabajo productivo en igualdad de condiciones con los hombres, por la menor oferta de trabajo, pero también porque ellas se han visto obligadas a atender el trabajo de cuidar.

También se empiezan a escuchar otras voces que reclaman una reflexión más profunda que lleve a pensar una nueva organización social con nuevos marcos interpretativos sobre el significado del trabajo y de los cuidados. Mi propuesta es impulsar un análisis colectivo con herramientas feministas que nos permitan comprender la actual crisis a partir de una ética social del cuidado que integre los marcos de sostenibilidad de la vida y de derechos humanos para una reconstrucción colectiva del trabajo con la participación de instituciones del Estado, apuntando hacia la desfamiliarización de los cuidados y a su redistribución sin eliminar la carga afectiva y los valores solidarios que le dan viabilidad a la vida para que valga la pena ser vivida.

Lo anterior implica, construir una forma de vida que, como señala Fraser, no gire más en torno al trabajo formal asalariado como condición para la obtención de beneficios sociales, de modo que se valorice por igual y se reconozcan las actividades esenciales no remuneradas. Implica también poner en una balanza la productividad, el capital y la justicia.

Finalmente, aspiramos a que la actual crisis nos disponga a construir un futuro en el que todas y todos, incluyendo siempre al Estado reconfigurado, asumamos el deber ético de cuidar y exijamos las condiciones para ejercer el derecho a ser cuidadas. 


Referencias bibliográficas

CEPAL (2020). “La situación de precariedad en las trabajadoras domésticas en América Latina y el Caribe se acentúa frente a la crisis del COVID-19”. Consultado en: https://www.cepal.org/es/noticias/la-situacion-precariedad-trabajadoras-domesticas-america-latina-caribe-se-acentua-frente-la

Flores, Roberta y Tena, Olivia (2014). “Maternalismo y discursos feministas latinoamericanos sobre el trabajo de cuidados: un tejido en tensión”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales. No. 50 Quito, septiembre 2014: 27-42.

Fraser, Nancy (2016). “Las contradicciones del capital y los cuidados”. New Left Review 100: 111-132.

Lapavitsas, Costas (2011). “El capitalismo financiarizado. Crisis y expropiación financiera”, en Costas Lapavitsas (coord.), La crisis de la financiarización. México: CLACSO UNAM. 

OIT (2018). El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente. Consultado en: https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_633168.pdf

Tena, Olivia (2014). “Malestares laborales y condición masculina. Reflexiones en torno a la flexibilidad laboral”, en Juan Guillermo Figueroa (coord)., Políticas públicas y la experiencia de ser hombre: paternidad, espacios laborales, salud y educación. Ciudad de México: El Colegio de México.

* Olivia Tena es investigadora en el Programa de Investigación Feminista del CEIICH-UNAM.