Un dilema maquiaveliano
Es un lugar común sostener que Maquiavelo fue el fundador de la ciencia política. Sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, y fundamentalmente El príncipe, lo hicieron acreedor de ese lugar fundacional en el sitial de los grandes pensadores de la política.
Ahora bien, si tuviésemos que encontrar un dilema que por excelencia sobresale en aquellos trabajos de Maquiavelo, hay uno que sin duda destaca por sobre el resto. Me refiero al problema de la duración. En su caso, cómo construir un Estado (italiano) que dure, es decir, que sobreviva con el paso del tiempo. De allí que en su maravilloso libro Maquiavelo y nosotros, el filósofo francés Louis Althusser señalara que: “Maquiavelo se interesa por una sola forma de gobierno: la que permite al Estado durar”1. Por eso, para el pensador italiano, las leyes deben cumplir el doble objetivo de regular el conflicto entre los inevitables antagonismos existentes y garantizar la duración del Estado.
En este artículo pretendemos introducirnos en una caracterización y un estado de situación de la derecha argentina. Las lectoras y los lectores del mismo se preguntarán qué tiene que ver ese problema con el dilema maquiaveliano de la duración. Tiene mucho que ver, aunque a primera vista parezca lo contrario. Sucede que si hay algo que históricamente le ha resultado esquivo a la derecha argentina, ha sido precisamente la cuestión de la permanencia en el tiempo. 1930, 1955, 1966, 1976… son los números de una secuencia de fechas de golpes de Estado que atravesaron al país durante el Siglo XX, y que impidieron incesantemente la conformación de una cierta estabilidad política. Más recientemente, en la democracia post-dictatorial, el estallido de la crisis de diciembre del año 2001 nuevamente vino a mostrar la inestabilidad del orden social.
Es por eso que la derecha encabezada por Mauricio Macri, que ganaría las elecciones en el ballotage presidencial del 22 de noviembre del 2015, planteó la necesidad de desplegar en Argentina un auténtico “cambio cultural” en el país. Es decir, se presentaba la oportunidad, de una vez por todas, de constituir un orden duradero, que lograra conquistar la estabilidad y la armonía para la sociedad y la democracia en Argentina, enterrando la idiosincrasia turbulenta de la política nacional. Pero ello, y aquí comienzan los problemas, implicaba domesticar a los sujetos políticos que históricamente han provocado esas turbulencias. El “cambio cultural”, tan mentado por Mauricio Macri tanto en sus discursos de campaña electoral como ya en su condición de presidente, suponía establecer un orden donde aquellas irrupciones volcánicas de la sociedad quedarían en el pasado, y las nuevas coordenadas de organización social serían aceptadas y se sostendrían en el tiempo.
Para desarrollar este argumento, dividiremos este artículo en dos partes. En primer lugar, esbozaremos una breve sistematización de los cuatro años de gobierno de la derecha, mediante un repaso de las que consideramos fueron sus principales características. En segundo lugar, como cierre del artículo, en función de esa experiencia, presentaremos algunas perspectivas de la derecha argentina de cara a los próximos años.
Un repaso por los cuatro años de macrismo
Caracterizar el gobierno de Mauricio Macri nos permite poner la atención sobre dos cuestiones. Por un lado, lo que la derecha efectivamente fue en el ejercicio de la dirección del Estado, además de lo que dijo o quiso ser. Y por el otro lado, inscribir su proyecto y sus acciones en el seno de las contradicciones sociales que signan a la sociedad argentina. Con ese propósito, a continuación presentaremos cuatro características que nos aproximan a una descripción del proceso político argentino durante el gobierno de Macri2:
1) Pasado y presente, rupturas y continuidades. Lo sucedido entre 2015 y 2019 marca una ruptura inicial cualitativa en la historia de la derecha argentina. Pues se trata de la primera vez en la vida política nacional que un partido de la derecha “pura y dura” accede al gobierno por la vía electoral. Cabe recordar que anteriormente lo había hecho a través de golpes militares (la secuencia ya citada: 1930, 1955, 1966, 1976) o a través de la cooptación de los partidos tradicionales (como ocurrió en la década de 1990, con los gobiernos de Carlos S. Ménem y Fernando de la Rúa). En esta oportunidad, si bien se trató de una coalición que aglutinó a tres partidos políticos (el PRO liderado por Macri, la centenaria Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica), el predominio indiscutido del PRO permitió que por primera vez en la historia argentina un partido conformado por cuadros de la derecha se impusiera en las elecciones presidenciales.
Este factor obnubiló a muchos analistas que se dejaron hipnotizar por el supuesto carácter novedoso de esta experiencia de derechas. Sin embargo, para comprender el período 2015-2019 es necesario analizar las medidas fundamentales adoptadas por la gestión de Macri, y en función de eso, dar cuenta de si efectivamente resultaban algo nuevo en la política argentina. En ese sentido, al observar lo ocurrido en los primeros seis meses de mandato (el tramo que los principales funcionarios de gobierno denominaron como “normalizador”), nos encontramos con un proyecto económico muy similar al que fuera aplicado por José Alfredo Martínez de Hoz en su condición de ministro de Hacienda entre 1976 y 1980 (plena dictadura cívico-militar). Hablamos de: 1) la unificación del tipo de cambio; 2) la liberalización del mercado financiero; 3) la eliminación o quita de las retenciones a la exportación de productos agropecuarios y la minería; 4) la disminución (con vistas a la eliminación) de los subsidios a las tarifas de servicios públicos; 5) la apertura importadora; y 6) el endeudamiento en dólares con la banca privada extranjera.
Se trataba de un modelo económico concentrador de las riquezas, que implicaba tan sólo un puñado de ganadores, y a su vez, una larga lista de perdedores. Es por eso que en términos políticos, ideológicos y culturales dicho modelo no podía convivir armónicamente con un espíritu democrático. Más bien, allí debería irrumpir una fuerte tensión. El proyecto histórico de Nación invocado por la derecha fue entonces uno excluyente, asimilado a aquel del Centenario de 1910, cuando el voto popular aún resultaba inexistente, y la organización de los trabajadores y las trabajadoras sufría la persecución por medio de la represión estatal.
En síntesis: la gran novedad que aportó el macrismo a la política argentina fue la conformación de un partido de derecha, pro-patronal, con capacidad de disputar elecciones; mientras que su modelo económico y sus vestigios ideológicos y culturales indicaban más bien lo contrario, la persistencia de un proyecto de nación excluyente y minoritario.
2) Revancha de clase. El macrismo también debe ser pensado en su inscripción en la coyuntura. Más específicamente, en su vínculo con el pasado inmediato. Por lo tanto, es imposible entenderlo sin dar cuenta de su relación con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. En esa relación, el macrismo funcionó esencialmente como una revancha de clase.
Esa revancha tiene, al menos, tres destinatarios. La figura excluyente a la hora de recibir ese castigo es la personificación del “populismo”: Cristina Fernández de Kirchner. Y junto con ella, los funcionarios de gobierno y líderes políticos que formaron parte de su espacio político. Pues éstos últimos son quienes, pese a la derrota electoral de 2015, persisten en la defensa pública de los logros conseguidos por los gobiernos kirchneristas. En segundo lugar, merecen punición aquellas mediaciones organizativas de los sectores populares que gozaron de una expansión en los años del kirchnerismo, en tanto a través de ellas fueron canalizados los derechos conquistados durante la vigencia del “populismo”. Y en tercer lugar, deben ser aleccionadas las mayorías populares que, conscientemente o no, voluntariamente o no, participaron y disfrutaron del “derroche kirchnerista”.
En ese sentido, la revancha se articuló en tres ejes. En primer lugar, la acelerada redistribución regresiva del ingreso. Todas las medidas “normalizadoras”, ya enumeradas más arriba, apuntaron a producir una transferencia de recursos de los sectores mayoritarios de la población hacia el puñado de ganadores del modelo Cambiemos. En segundo lugar, a través de los medios de comunicación predominantes, el gobierno nacional se embarcó en una violenta estigmatización y demonización del proceso kirchnerista y sus organizaciones, líderes y referentes. Ello se extendió a todas las medidas aplicadas durante esos doce años en las más diversas esferas de la vida social: política, comunicación, cultura, derechos humanos, salud, etc. Ello converge con el tercer eje de la revancha: la judicialización de la oposición política y sindical al modelo de la derecha. Bajo el entramado en el que confluyeron medios de comunicación predominantes, una franja conservadora del sistema político (que trascendió a la Alianza Cambiemos), un sector mayoritario del Poder Judicial y una zona oscura de los servicios de inteligencia, se constituyó un modus operandi (conocido en América Latina como el lawfare) que funcionó aceitadamente para perseguir judicialmente a la ex-presidenta, a referentes del kirchnerismo y a líderes del mundo sindical. La amenaza latente de prisión a la ex-mandataria (y a sus hijos), la persistente demanda de un conjunto de periodistas para que avancen las causas judiciales en contra de ella, así como el dictado de “prisión preventiva” a ex funcionarios de los gobiernos kirchneristas, completaron el mapa de atemorización y disciplinamiento hacia la sociedad y hacia la dirigencia política, social y sindical, destinado a evitar el retorno del “fantasma del populismo”.
Aun cuando el kirchnerismo sea el destinatario privilegiado de la revancha, ella no se produce contra un partido o un espacio político, sino contra lo que éste significó en el pasado inmediato en términos de expansión de derechos hacia las mayorías y de intento de reescritura de la historia nacional por medio de la acción política.
3) El inmediatismo de las clases dominantes. Al echar un vistazo al “equipo económico” de Macri en su primera conformación (diciembre de 2015), podemos obtener a simple vista dos conclusiones iniciales. La primera: el principio de la virtuosidad de la “puerta giratoria” entre Estado y grandes empresas. Esto significa que en los casos más extremos, quienes hasta el 9 de diciembre de 2015 se desempeñaban como gerentes (o CEOs, Chief Executive Officers) de importantes corporaciones empresarias, un día después pasaron a ocupar puestos de funcionarios en las áreas en que hasta el día anterior trabajaban en el ámbito “privado”. Segunda conclusión: el área económica luce hiper fragmentada, en tanto las carteras ministeriales del terreno económico son divididas según la existencia de las distintas fracciones del capital. Así, nos encontramos con seis carteras del área económica.
Estos dos aspectos son el resultado de toda una concepción acerca del funcionamiento de la esfera estatal, tal como existió en la derecha expresada en el gobierno de Macri.
El primer elemento de dicha concepción (la “puerta giratoria” entre corporaciones empresarias y Estado) indica la presunción de una posible traducción transparente de la racionalidad decisoria del mundo empresario al universo estatal. O sea: quien se desempeñó de forma virtuosa en el ámbito “privado”, una vez trasladado al Estado, podrá, mediante las capacidades manageriales adquiridas en el mundo de la gran empresa, obrar con excelencia en su campo específico de decisiones al interior de la esfera estatal.
El segundo elemento de la concepción predominante en la “nueva derecha” sobre el funcionamiento del Estado -el mercado como garante del “buen gobierno”- es la suposición de que la parcelización de las carteras económicas no produce conflictos en la política económica. Porque la sola delegación de las medidas gubernamentales referidas a cada campo específico de la vida económica (y por tanto, a los representantes de cada fracción del capital), redunda en un conjunto virtuoso, sin tensiones en su interior. De ese modo, el mercado como garante del “buen gobierno” se encarga de armonizar lo que resulta beneficioso para cada una de las fracciones del capital.
Esta concepción sobre el funcionamiento del Estado no hace sino expresar el inmediatismo de las clases dominantes locales que impulsaron y respaldaron el gobierno de Macri (y que lo percibieron como un gobierno “suyo”). Es decir, cristaliza estatalmente aquella dimensión ideológica que caracteriza y rige sus comportamientos como clase. Así, las distintas fracciones de los sectores dominantes practican un uso instrumental del Estado (a veces cercano al patrimonialismo) para “normalizar” y reconstituir sus márgenes de ganancias, y fundamentalmente, para restablecer su poder de autoridad a nivel social (luego del orden alterado por el “populismo”). Por eso, el fortalecimiento de la instancia política como momento de unidad y cohesión frente a las tensiones irremediables entre las distintas fracciones capitalistas, es relegado en favor de la satisfacción inmediata de las necesidades que plantea cada una de esas fracciones.
4) Ofensiva ideológica anti-igualitaria. La transformación del paradigma societal argentino para constituir una dominación duradera sobre la base de una nación de signo excluyente demandaba un proceso de incesante lucha ideológica para transformar la Argentina. ¿Con qué propósito? El de construir una nación cuyo pueblo acabara por naturalizar la desigualdad, y aún más, por creer con fervor en ella. Tal lucha ideológica implicaba, entonces, erigir un dominio duradero en el cual el conjunto de la nación arraigue en sus prácticas y creencias una defensa genuina de la desigualdad (tanto de parte de sus beneficiarios como de los perjudicados por ella). En ese camino, el gobierno de Macri se caracterizó por librar una ofensiva ideológica anti-igualitaria orientada a poner en cuestión los principios democratizadores que perviven en la sociedad civil y el Estado en Argentina (más aún después de la experiencia kirchnerista).
Los núcleos centrales de esa ofensiva fueron: la condena a las diversas formas de asistencia social otorgadas a los sectores populares por parte del Estado (bajo la premisa de la premiación del mérito y el esfuerzo individual por sobre las “injustas” formas estatales de la solidaridad social), la aceptación y/o la demanda de un endurecimiento represivo desde las fuerzas de seguridad (habilitando tanto excesos de parte de éstas como pulsiones de venganza en la propia ciudadanía), la estigmatización por corrupción de cualquier mediación o liderazgo representativo de los sectores populares que se oponga al modelo anti-igualitario (sindicatos, organizaciones sociales, liderazgos “populistas”) y el odio descargado sobre los sujetos sociales que expresan las “fracturas internas” de la sociedad (inmigrantes, trabajadores excluidos, minorías sexuales o raciales), en tanto responsables de aquellos males sociales considerados como los más acuciantes de nuestro tiempo (la delincuencia, el narcotráfico, la decadencia moral, etc.).
En esa línea, el gobierno de Macri se nutrió de las pulsiones más autoritarias y anti-igualitarias que existían previamente en la sociedad civil argentina, como parte de todo un linaje histórico en la cultura política nacional. Sobre esa base se desplegaron las interpelaciones ideológicas que caracterizaron al fenómeno Cambiemos (inscripto en la etapa actual del neoliberalismo “punitivo”) y que antagonizaron con la “degeneración” del orden social que habría definido al período “populista”.
El futuro de la derecha argentina: entre la inmediatez y la duración
La derrota electoral de octubre de 2019 resultó un golpe muy duro para la derecha argentina. Primero, porque Macri se había erigido como un estandarte de la derecha latinoamericana luego de su victoria electoral en 2015. Segundo, porque luego del acuerdo con el FMI en junio de 2018, el gobierno de Macri recibió 45.000 millones de dólares con el beneplácito de Estados Unidos, que le permitieron sortear la falta de divisas y así evitar una crisis económica que habría resultado terminal si se desataba de forma previa a los comicios presidenciales de 2019. Y tercero, porque las clases dominantes locales apoyaron en pleno a Macri, y lo consideraron una esperanza sin precedentes para establecer una dominación estable en Argentina, que disciplinara de una vez por todas a los sectores populares en forma duradera.
La derecha argentina, entonces, carga ahora en sus espaldas con el fracaso de Macri. Pues en apenas dos años y medio de mandato, y luego de recibir todo el apoyo de los poderes fácticos, su gobierno entró en una crisis que fertilizó el terreno sobre el cual la unidad opositora, erigida sobre la base de una férrea resistencia popular, le asestara una contundente derrota en las elecciones.
Esas circunstancias obligan a la derecha a emprender la tarea de su reconstrucción. Aparecen allí dos aspectos tácticos que sobresalen como desafíos frente a otras cuestiones. El primero de ellos tiene que ver con el liderazgo. Macri es identificado por amplios sectores de la sociedad con la crisis económica surgida en 2018, y con un gobierno cuyos resultados fueron muy gravosos para las grandes mayorías sociales. Un interrogante entonces radica en saber quién ejercerá el liderazgo de la oposición: ¿será Macri, o la apuesta será por un reemplazo? Se sospecha que el relevo podría encontrarse en la figura del actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta (un hombre muy cercano a Macri, en efecto su mano derecha cuando fuera Jefe de Gobierno de esa Ciudad, entre 2007 y 2015).
La segunda cuestión táctica reside en el perfil público que adoptará la oposición en lo político-ideológico. Pues tanto en la campaña presidencial de octubre de 2019, como en sus apariciones durante el 2020, Macri ha optado por una radicalización de su discurso, aún más a la derecha que el de sus cuatro años de gobierno. Así, se ha inclinado por una retórica crecientemente anti-igualitaria, clasista y patriarcal. A su vez, frente a la irrupción de la pandemia no ha dudado en cuestionar con desprecio las medidas de cuidado sanitario tomadas por el gobierno de Alberto Fernández, y ha defendido en su lugar una continuidad sin límites de la actividad económica aunque eso implica la expansión de los contagios. La pregunta, entonces, es si esa línea político-ideológica predominará en la oposición, o si tendrá primacía una orientación de derecha, pero más moderada, no en el proyecto estratégico (sobre el cual hay pleno consenso), sino en los modos de ejercicio de la confrontación.
Sin embargo, más allá de esas cuestiones tácticas, el interrogante clave sobre la derecha se encuentra en la forma en que de aquí en adelante ella organice políticamente el despliegue de su proyecto. En el gobierno de Macri, como dijimos más arriba, prevaleció una mirada inmediatista que, aún con cierto calibre político, acabó por obstaculizar la durabilidad del proyecto. La perspectiva de largo plazo fue subsumida por los deseos de revancha hacia el “populismo” y por la voracidad de los sectores dominantes, quienes privilegiaron la recomposición inmediata de sus ganancias. De ese modo, la crisis económica estalló mucho antes de lo previsto, enterrando las expectativas iniciales de la derecha.
Por lo tanto, más allá del modo en que la derecha argentina termine orientando sus movimientos tácticos -lo cual, desde ya, será muy importante-, el gran interrogante que deberá resolver en el futuro cercano es el tipo de relación que decida establecer con los sectores dominantes ante el objetivo de avanzar exitosamente en la instauración y consolidación de una dominación duradera. Si se mantiene a grandes rasgos la actual configuración de fuerzas, sólo una relación menos inmediata entre clases dominantes y derecha política podría sacarlas a ambas de su propio laberinto… Mientras tanto, la unidad política del oficialismo y la progresividad de sus políticas resultarán las mallas más eficientes si se quiere impedir que la derecha, más allá del camino que elija para lograrlo, sea exitosa en conseguir su recomposición.
NOTAS
* Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires, Argentina). Becario Post-Doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina). Investigador del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” (Argentina).
1 Althusser, Louis (2004): Maquiavelo y nosotros. Madrid, Akal, p. 75.
2 Una descripción más extensa de estos aspectos la he desarrollado en mi libro Radiografía política del macrismo. Y recientemente, en un artículo de próxima publicación en el volumen 24, número 1, de la revista Katálysis.