La praxis da su sentido a las palabras
Ludwig Wittgenstein
El propósito de la Guía ética para la transformación de México (GE) es el de contribuir a la dignificación de la nación, una tarea que resulta urgente después de que, por muchos años, el país estuvo gobernado por una clase política dedicada al despojo y entregada a los intereses del gran capital, que se tradujo en la criminalización de las luchas populares y la normalización del secuestro y el asesinato de personas.
Los redactores de la GE plantean en la presentación del documento que su propósito es difundir valores éticos para mejorar el bienestar y la convivencia social que, más adelante, se consideran principios éticos que sirven para fortalecer normas de conducta “que han ido surgiendo en el mundo y en el país como resultado de la reflexión sobre temas de moral social y del avance civilizatorio general.” A continuación, se plantea que una transformación social requiere de “un acuerdo general sobre los principios de convivencia”, donde se recuperen normas tradicionales[1]abandonadas y se creen otras nuevas. Finalmente, se declara que la GE es un documento abierto y polémico, que espera poder ser fuente de discusión y que, por tal motivo, recibe con beneplácito críticas y observaciones sobre su contenido, que podrían incorporarse en una nueva versión de la misma.
De acuerdo con lo anterior, Silvana Rabinovich coordinó un diálogo crítico y heterónomo de la GE con el apoyo de José Guadalupe Gandarilla y la Secretaría de Educación, Formación y Capacitación Política de Morena (SNEF y CP Morena), donde se discutieron sus 20 puntos, todos los martes a lo largo de diez semanas. Para tal propósito se invitó a exponer sus consideraciones, sobre los puntos que se tratarían en cada sesión, a personas que estuvieran relacionadas, ya sea por experiencias personales o por un trabajo de activismo social, con esos temas. Las semanas siguientes se realizaron cuatro mesas, la primera con los redactores de la GE (a la cual asistió Verónica Velasco), una más de jóvenes, otra de mujeres y, finalmente, un encuentro intergeneracional. En las tres últimas, estos grupos representativos presentaron comentarios y propuestas para mejorar la GE, con lo cual se cerró este encuentro en la semana trece, el martes 13 de julio.
La presencia y participación constante de un grupo amplio de personas, entre quienes destacan Luis Ariosto, Pilar Ruiz, Francisca Abelló, Gisela Olguín, Rita Guidarelli, Pilar Calveiro, David Escalante, Mariana Estrada, Haydeé García, Rodrigo Wesche, Jorge Rodríguez y Bernardo Cortés fue un elemento fundamental para que este diálogo se diera con interés y responsabilidad, en el espíritu de aportar ideas y no de descalificar la necesidad de una reflexión sobre la importancia de la ética para lograr la transformación del país que busca el actual gobierno.
En la primera sesión del 6 de abril, numerada como la cero, Enrique Dussel, José Gandarilla y Silvana Rabinovich explicaron el sentido ético de dichos diálogos, y se nos propuso una dinámica heterónoma que pedía que las intervenciones del público presente en las sesiones (que fueron en formato zoom como nos obliga la situación epidémica) no superaran los tres minutos, con el fin de que todos tuvieran oportunidad de hablar y escuchar a los otros. Esto es, se trataba de un diálogo en el que era más importante la escucha que dar a conocer las posturas personales de manera monológica, en razón de que dificulta la disposición a aprender de los demás, en el uso honesto y respetuoso de la palabra.
Asimismo, en la elección de los expositores se dio voz no sólo a quienes tuvieran un reconocimiento social en su trabajo como activistas o como intelectuales, pues se evitó a toda costa la concepción neoliberal de que el uso de la palabra es propiedad de los “expertos”. Esto permitió que fueran escuchados, tanto quienes habían experimentado alguna injusticia como quienes trabajaban en contra de ella en sus respectivos campos de acción política o académica. Esta visión fue consecuente hasta en términos generacionales, pues los niños tuvieron oportunidad de exponer sus críticas y sugerencias a la guía que, por cierto, fueron sumamente interesantes, pues de ahí surgió la espléndida idea de adaptar la GE al formato de comic. También la participación en esa misma sesión, de la maestra y abuela, Pilar Gutiérrez, fue una gran aportación sobre cuestiones pedagógicas muy útiles para el uso de la guía en las escuelas. Fue una experiencia enriquecedora, no sólo por todo lo que aprendimos ahí de otros, sino también debido a que sirvió como una puesta en práctica de las bases filosóficas de las que partían los diálogos. Otro aspecto a destacar fue el que se contara con lecturas que ampliaban los horizontes de la discusión con textos interesantes y poco conocidos como El maestro ignorante[2] de Jacques Rancière, que recupera el libro de Joseph Jacotot, Lengua materna. Enseñanza universal[3], escrito en 1818, donde se propone la tesis revolucionaria de que todas las inteligencias son iguales y, en consecuencia, que no necesitamos que nos sea enseñado nada, pues, así como aprendemos a hablar sin que nadie nos enseñe, somos capaces de aprender cualquier cosa por sí mismos. La escuela vendría a ser, entonces, una institución creada para impedir que se desarrolle esa capacidad natural, al convencernos de que otros -los que saben-deben enseñarnos lo que no sabemos, cancelando así cualquier posibilidad de que el conocimiento constituya un acto libertario y, por el contrario, se convierta en uno jerárquico y opresor.
No quisiera dejar de lado la importancia que tuvo la participación de compañeros indígenas, como David Escalante, que es maya, quien planteó la necesarísima traducción de la GE, no sólo como tarea lingüística, sino considerando las diferencias culturales que, no sólo deben ser respetadas, sino que debemos apreciarlas como ventanas que nos permiten abrir la mirada y seguir reflexionando sobre nuestros valores y la idea del bien común, a partir de la visión del mundo indígena.
Además de estas reuniones, los diálogos dieron lugar a la propuesta de realizar un lexicón, una tarea en la que participamos varios de los que asistimos a las sesiones del diálogo crítico de la GE, con el propósito de contribuir a esa lectura abierta de un documento que ha sido muy cuestionado, tanto por una izquierda que se opone a la GE por considerarla parte de una concepción moralista y retrógrada de la transformación del país[4], como por una derecha que calificó despectivamente a López Obrador, desde antes de ganar las elecciones, como un político con una actitud “mesiánica”.
Me parece importante recordar que se trata de una valoración semejante a la que tuvo también la Cartilla moral de Alfonso Reyes en 1992, cuando Ernesto Zedillo, siendo Secretario de Educación Pública, intentó ponerla en circulación como parte de los materiales “para los Programas Emergentes de Actualización del Maestro y de Reformulación de Contenidos y Materiales Educativos”[5], con un tiraje de 700,000 ejemplares que no pudieron distribuirse, debido al rechazo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), que lo consideró un texto “moralista, anacrónico y fuera de contexto”[6] , que atentaba contra la laicidad del Estado mexicano por la consideración que hacía Reyes de que la civilización occidental se funda en la moral cristiana. El debate resulta interesante para hacer memoria histórica, pues para García Cantú esta actitud representaba un agravio a la cultura nacional, que demostraba “el estado de barbarie de gran parte del profesorado y el inequívoco salvajismo de su dirección sindical.”[7] También participaron en esta polémica, entre otros, Margarita Michelena y Miguel Ángel Granados Chapa. Michelena apoyaba a García Cantú, y planteaba que se trataba de un texto imprescindible para “la formación moral de los individuos y la salud espiritual del pueblo y la nación”, en tanto el país se encontraba en la peligrosa situación “de no saber distinguir entre el bien y el mal”[8], causa fundamental de su condición de subdesarrollo. Por su parte, Granados Chapa acusó de irresponsabilidad el no haber consultado al SNTE antes y así haber evitado el desperdicio de dinero en una impresión que tendría que destruirse y consideraba también, igual que el sindicato, que el texto de Reyes tenía un carácter religioso.
Inquietudes semejantes se dieron en los diálogos críticos de la GE. Por ejemplo, se cuestionó la aparición de un término como ‘redención’ que se calificó como propio de la religión, y se propuso que fuera sustituido por otro. Ante ello, Silvana Rabinovich consideró atinadamente que era necesario liberar a esas palabras “secuestradas” por sentidos que se imponen a través de los discursos hegemónicos. Palabras como ‘mesiánico’ o ‘redención’ cobran significados nuevos en este momento histórico, cuya fuerza política se encuentra en la posibilidad que abren de entender la justicia más allá de la esfera de la ley, para ubicarla en un pasado que no se olvida y se hace parte del presente que anuncia un nuevo futuro, en el sentido en que lo entiende también Walter Benjamin. Y es que ninguna palabra tiene un significado correcto per se, de donde se desprendería que los otros son anómalos o anacrónicos, pues, de ser así, sería imposible la poesía, es decir, la creación de sentido. Y sí, es verdad que tiene algo de arrebato poético querer liberar a las palabras, pero, ¿acaso no son la ética y la estética una misma cosa?
En ese espíritu, me interesa debatir el concepto de ética, ya que en la presentación de la GE se traslapan los conceptos de ética y moral que bien vale la pena distinguirlos. Empezaré por referirme al uso coloquial de los términos, puesto que ese es el que tendrán en mente la mayoría de los lectores. A primera vista, resulta claro que es más común el uso del término ‘moral’, que el de ‘ética’, para referirse a una conducta correcta o a una buena conducta. Cuando hablamos de conducta necesariamente nos referimos aquí a un comportamiento social, puesto que es sancionado socialmente e incluso judicialmente. En ese sentido, la Cartilla moral de Alfonso Reyes -que precedió a la GE para la formulación de una Constitución moral- tuvo un título más próximo al entendimiento general de lo que una sociedad considera un comportamiento correcto, que se concreta en un conjunto de indicaciones puntuales sobre qué normas deben ser obedecidas. Ese es el sentido de la frase mexicana: “te leyeron la cartilla”, cuando eres reprendido por tus padres. Una guía sobre el buen proceder es más benévola porque sólo aspira a orientar y, por lo tanto, debe renunciar a un carácter prescriptivo. La principal dificultad para lograrlo, aunque se enuncie esta intención, está en la expresión lingüística, pues los puntos que trata la GE tienen un carácter normativo que se legitima en su universalidad, convirtiéndolos así en preceptos, abiertos a debate, pero principios que se consideran incuestionables y que, como señaló Pilar Calveiro, se materializan en la elección de la expresión en segunda persona, que los aproxima más a la forma de una cartilla moral que a la de una guía ética. Concluyo, entonces, que ética y moral se consideran como expresiones equivalentes en la GE (igual que lo hizo Alfonso Reyes[9]), lo cual se confirma cuando revisamos la constelación de términos que son usados en la GE para referirse a la esfera de la corrección ética/moral. Como puede verse en el resumen de la presentación de la GE con que inicié este escrito, aparecen relacionados los valores, los principios y las normas éticas sin que se distingan con claridad unos de otros, y se presentan como posibilitadores de conductas morales aceptables para todos, debilitándose así la importancia de la responsabilidad personal como fundamento de lo ético. Quiero decir con ello que es incuestionable que yo podría decidir no respetar una norma, asumiendo las consecuencias de mi decisión, porque la habría tomado de acuerdo con un principio ético. No es difícil encontrar ejemplos emblemáticos de esta postura política pero quizá el más relevante aquí sea el de López Obrador, cuando mandó al diablo las instituciones del Estado en 2006. En algunas sesiones se señaló esta condición inestable de la ley, que puede ser justa o injusta de acuerdo con las condiciones históricas en que se aplica, de modo tal que no se podría exigir la obligación universal de obediencia ciega a la ley (como plantea la GE), puesto que, desde un punto de vista ético, debiera mejor considerarse un criterio sujeto a la discusión permanente sobre aquello que sea lo justo y aquello que sea lo injusto, en el marco de una responsabilidad heterónoma que apunta a concebir la ética como formadora de “nosotridad”; un concepto que propuso Lenkersdorf para la gramática del Tojolabal[10] y que se funda en una visión del mundo comunitaria, contraria a la de las lenguas occidentales que es egocéntrica, y que explica el hecho de que en esta lengua maya se asuma la falta que alguien comete como responsabilidad de todos, a través de la expresión gramaticalmente correcta: “uno de nosotros cometimos un delito”.
La importancia de la visión del mundo indígena para la construcción de un sentido comunitario de la ética, puede verse desde la publicación de la Cartilla moral de Reyes, por parte del Instituto Nacional Indigenista en 1959, que fue la única edición de gran tiraje que se distribuyó y que Reyes pudo ver con gran satisfacción poco antes de morir. Fue en Oxchuc, en los Altos de Chiapas, donde el maestro Agapito Núñez Tom la usó con los indígenas de La Libertad, que se habían liberado de la condición de siervos, y que antes de construir una iglesia o una casa de gobierno, construyeron “un lugar para que los hombres y las mujeres hablen.”[11]
Para entender mejor el traslape conceptual entre lo moral y lo ético, me referiré ahora a la etimología de la palabra ‘ética’ en griego, en tanto muestra que el origen de ‘moral’ y ‘ética’ como palabras hermanas que suelen identificarse, es fruto de un gazapo etimológico que atribuye el mismo significado a dos palabras distintas gráficamente; puesto que, si bien la palabra ‘ética’ viene del término griego ethos, existe uno que se escribe con eta y otro con épsilon; el primero se refiere al carácter de una persona, a su manera de ser; mientras que, el segundo, apunta al hábito o la costumbre, como metáfora de su significado literal, que nombra el corral donde se guardan animales. López Aranguren[12] afirma que la primera metáfora que surgió de ese segundo término fue la de “morada”, por lo que el significado se amplió a las reglas de la convivencia común ligadas con un lugar que se habita y que fue el sentido que tomó en latín el término moralis (de mos, moris, “costumbre”), que se vincula con el concepto político de la civitasromana. La palabra ‘ética’, como muchas palabras de origen griego, pasó al español como un término culto, en este caso, filosófico. Sin embargo, sí existe un lazo entre la ética y la moral -que no significa que sean lo mismo-, y que tiene que ver con el hecho de que, lo que forma el ethos personal, es decir, el carácter, se nutre de las experiencias vividas en el seno de la vida social como formadoras de una personalidad. Esto quiere decir que la conciencia máxima de pertenencia a una comunidad es el impulso a cambiar las condiciones de todos, buscar el bien común y renunciar al beneficio propio, y no la obediencia de unas reglas que normalmente han sido formuladas de arriba hacia abajo, puesto que los pobres están sometidos a condiciones de vida que los obligan a ser inmorales para sobrevivir. Como señaló Zenia Yébenes en la cuarta sesión, el mejor ejemplo de ello son los inmigrantes ilegales que huyen de la miseria y la muerte, sin horizonte posible de una vida digna, y son perseguidos por los aparatos legales como delincuentes.
Corolario: Soy de la idea de que la ética es una práctica dialógica y reflexiva sobre lo que es o no apropiado hacer en ciertas circunstancias, por lo que la forma de su discurso es el del cuestionamiento y no el de la obediencia y sus certezas. En ese sentido, la GE es necesaria como detonadora de un diálogo permanente que, desde mi punto de vista, pudiera potencializarse si, en lugar de estar redactada en enunciados asertivos en segunda persona, se formulara en forma de preguntas que abrieran camino a la construcción de una cultura política que invitara a pensar juntos en una posible vida en común que nos beneficie a todos, y no en el convencimiento de ciertas certezas a las que se les atribuye un carácter civilizatorio.
Por esa razón, estoy convencida de que ha sido un gran paso lo sucedido en los diálogos críticos de la GE, puesto que lo que se llevó a cabo fue una lectura ética que no moral, de unos preceptos que necesariamente están sujetos a discusión, al igual que los significados de las palabras, que siempre pueden circular por nuevos caminos y cobrar nuevos sentidos o recuperar los antiguos, a menos que estén secuestradas y no puedan cumplir su cometido de nombrar y renombrar, que es una práctica fundamental para el ejercicio del pensamiento crítico que busca transformar la realidad.
[1] Todos los énfasis son míos para destacar los conceptos éticos o morales, a los que haré referencia más adelante.
[2] Jacques Rancière. El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007.
[3] Joseph Jacotot. Lengua materna. Enseñanza universal, Cactus, Buenos Aires, 2008.
[4] Por ejemplo, Javier Sicilia (“Las contradicciones de una Constitución Moral”, Proceso 2186, 26/09/2018) y Luis Hernández (“La cuarta transformación”, La Jornada, 26/06/2018) han considerado que no es una moralidad instituida desde el Estado lo que él país necesita, sino una transformación económica contraria a los intereses del gran capital.
[5] Alfonso Reyes. Cartilla moral, Edición y prólogo de Javier Garciadiego, El Colegio Nacional, Opúsculos, México, 2019. Prólogo, p. 29.
[6] Ibidem.
[7] Ibid, p. 30.
[8] Ibid, p. 32.
[9] Dice Alfonso Reyes en la Lección I: “El hombre debe educarse para el bien. Esta educación, y las doctrinas que en ella se inspira constituyen la moral o ética”, p. 72.
[10] Carlos Lenkersdorf. La semántica del tojolabal y su cosmovisión, IIFL, UNAM, 2006 (Colección de bolsillo, 27). Este fue otro de los textos incluidos en la bibliografía de nuestros diálogos críticos.
[11] Cartilla moral, p. 139. Véase también: Laurent Corbeil, “El Instituto Nacional Indigenista en el municipio de Oxchuc, 1951-1971”, LiminaR vol. 11, no. 1, San Cristóbal las Casas, enero-junio, 2013.
[12] José Luis López Aranguren. Ética, Alianza Editorial, Madrid, 1979.