EL ZÓCALO ROJO DE 1982: LA AURORA DE LA IZQUIERDA ELECTORAL MEXICANA

El Zócalo rojo del sábado 26 de junio de 1982 construyó un imaginario tan inesperado como inédito. El Partido Socialista Unificado de México (PSUM), heredero directo del Partido Comunista de México (PCM) -en realidad prácticamente el mismo, con otro nombre-, se mostró capaz de llenar la principal plaza del País como no lo había hecho ningún partido opositor en un acto de cierre de campaña. La conclusión era obvia: la izquierda socialista era o al menos podría ser competitiva, un partido de masas que podría disputarle el poder al Partido Revolucionario Institucional. Es cierto que el resultado electoral no fue del todo extraordinario: apenas el 3.49% de la votación. Pero la imagen del Zócalo rojo, con decenas de miles apoyando electoralmente a un partido socialista, se interpretó como la posibilidad de tener al fin una organización capaz de conducir el ánimo de izquierda de la sociedad mexicana que parecía aniquilado por el carácter represivo con el que el régimen priista enfrentó a todo lo que se mostrara de tal orientación política, fuera de la izquierda dominada por el propio gobierno (como el Partido Popular Socialista). 

Ahora bien, a cuarenta años de aquel acontecimiento, vale la pena preguntarnos: ¿cuáles fueron las aportaciones que aquella campaña encabezada por Arnoldo Martínez Verdugo realizó para la articulación de la democracia mexicana? ¿Es simplemente una anécdota o de alguna manera contribuyó a cambiar el derrotero electoral de la izquierda mexicana? Como trataremos de demostrar, aquella campaña, aquel Zócalo rojo, bien pueden interpretarse simbólicamente como el despertar electoral de la izquierda socialista, y consecuentemente, tal paso permite comprender mejo su relación con la otra izquierda, la nacionalista, con la cual convergerá en 1988, contribuyendo así inequívocamente a la revolución democrática que entonces apenas comenzaba. 

1. La izquierda cardenista y la izquierda socialista

El cardenismo constituye la síntesis más acabada del complejo espectro ideológico que conformó la Revolución Mexicana. Constituyó el gobierno revolucionario con mayor autoridad moral y política al conjugar las demandas agrarias con las de los trabajadores, particularmente los petroleros y ferrocarrileros, además de articular una política antimperialista, antifascista, soberana, que lo hizo enfrentarse lo mismo al régimen de Franco que al de Hitler, Mussolini y Stalin, así como a la oligarquía petrolera internacional. Así pues, cuando se habla, de un gobierno de izquierda en México, el referente fundamental es justo el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Hay que decir también que el cardenismo en nada modificó la que quizá es la más notoria carencia del sistema político surgido de la Revolución y que paradójicamente fue de alguna manera su primera demanda: el sufragio efectivo. Las elecciones presidenciales de 1940, por hablar de la más significativa, tuvo serias acusaciones de fraude. No obstante, la política popular del cardenismo, su vocación de tutelar y organizar los sectores trabajadores y campesinos, es decir, el corporativismo, consiguió asignarle al régimen un consenso mayoritario que de alguna manera hacía tolerable la falta de democracia, sin que ello menoscabe el carácter autoritario del modelo. 

Ahora bien, fue justamente la izquierda cardenista la que entendió que la izquierda socialista era un complemento necesario para la articulación del Estado posrevolucionario. Bien podemos señalar que la educación socialista es la prueba más evidente de ello. En efecto, la XXXV Legislatura de la Cámara de Diputados, elegida ya con el sello de la orientación cardenista, aunque un poco antes del inicio del gobierno del General Cárdenas, aprobó el 8 de octubre de 1934 el dictamen que modificaba el artículo 3 de la Constitución para consagrar el carácter socialista de la educación:  “La educación que imparta el Estado será socialista, y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del Universo y de la vida social”. Era la respuesta del Estado para prevenir en un futuro un conflicto como el de la Guerra Cristera desarrollada en la década pasada. Se asumía así una noción de progreso incardinada con la filosofía de la historia marxista, pues se juzgaba que en ella había herramientas que no proporcionaba explícitamente el nacionalismo revolucionario. El entonces presidente, Abelardo L. Rodríguez manifestó su distancia con la modificación, y todo hace pensar que tampoco era del agrado de Plutarco Elías Calles, como puede inferirse tras una declaración expuesta en su exilio en Los Ángeles, hacia 1936: “Yo no estoy de acuerdo con las presentes tendencias comunistas en México. No temo a las nuevas ideas, pero no creo que los principios sustentados por el presente gobierno son aplicables a mi país” (Tibol, 2016). El llamado Jefe Máximo no parece haber tenido el control total de la situación en los gobiernos que le sucedieron, como suele creerse, y el asunto de la educación parece ser de aquellos hilos que no pudo mover. Fue pues el gobierno de Cárdenas el encargado de instaurar y defender la educación socialista, que claramente no era un consenso en el Partido Nacional Revolucionario (1929-1938), pero que lo sería en su sucesor, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) (1938-1946). Cárdenas tuvo que atajar las críticas que inevitablemente generaba tan disruptivo proyecto, particularmente en un país que había vivido la Guerra Cristera en la década anterior y se había rearticulado en algunas regiones del País, incluida Michoacán, la tierra del General (Guerra, 2005). Pero el Presidente nunca pensó en dar marcha atrás y, por el contrario, defendió las bondades de su proyecto educativo: 

Es mentira que la enseñanza socialista sea agente de disolución de los hogares y mentira también que ella pervierta a los hijos y los aparte de los padres. La Educación Socialista prepara al niño para que sepa cumplir, cuando hombre, con sus deberes de solidaridad dentro de un espíritu fraternal para sus compañeros de clase. La Escuela Socialista hará hombres más fuertes, más conscientes de sus responsabilidades y más dotados para actuar dentro de una organización social justa y un medio económico de acelerada evolución. Por lo demás, ni el Gobierno ni los maestros socialistas se ocupan de atacar las creencias religiosas (Tibol, 2016).

Los niños, pues, conjugarían los principios de la Revolución Mexicana con los del socialismo, y podrían aceptar las creencias religiosas, pero lejos del “fanatismo” con el que calificaban las actitudes observadas en el movimiento cristero. La educación socialista sería entonces un ingrediente necesario para garantizar a futuro las conquistas revolucionarias. En concordancia, el PCM no dudó en apoyar al gobierno cardenista.

Fue tras esa lógica que el conocido académico de formación marxista, Vicente Lombardo Toledano, fue llamado a colaborar con el cardenismo. Lombardo había tenido una célebre polémica con Antonio Caso en 1933 en torno a la orientación filosófica que debía tener la Universidad Nacional Autónoma de México en el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos. Lombardo pugnó porque tal institución adoptara como guía de orientación la filosofía marxista, mientras que Antonio Caso defendió la libertad de cátedra. El Congreso votó mayoritariamente por la propuesta de Lombardo, pero eso desencadenó un conflicto entre la población universitaria, y bajo la tutela de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, fue tomada la Rectoría y renunció su titular Roberto Medellín (Guevara, 1990: 42). Le sucedería en el cargo nada menos que Manuel Gómez Morín, quien seis años después fundaría el Partido (de) Acción Nacional (PAN).

No es extraño entonces Lombardo fuera designado como el primer secretario general de la Confederación de Trabajadores de México en 1936, teniendo como función principal la organización de la clase obrera. El lema identitario que eligió para la central era por demás representativo de su pensamiento: Por una sociedad sin clases. No era pues, el objetivo fundacional, como suele pesarse, la absorción de los intereses del proletariado por parte del Estado, sino la conducción de la lucha de clases que algún día llevaría al socialismo. Nuevamente puede observarse la complementariedad entre los principios del nacionalismo revolucionario de orientación cardenista y los del socialismo, que entonces forjaron una izquierda de hondas raíces populares y con probada capacidad de ejercicio del gobierno. 

2. La proscripción de las izquierdas

El orden mundial surgido a raíz de la Segunda Guerra Mundial hacía inviable la profundización del modelo cardenista. Quizá el primero en verlo fue el propio General Cárdenas, quien, para sorpresa de muchos, apoyó como candidato de su partido al moderado Manuel Ávila Camacho en vez de Francisco J. Múgica, el hombre ideológicamente más cercano a él. El ambiente bélico de entonces, el ingreso de México a la conflagración a partir de 1942, y primordialmente, el nuevo orden mundial surgido al finalizar el conflicto en 1945, significaron un cambio de rumbo también en el derrotero político nacional marcado en el pasado inmediato. La división del mundo en dos grandes bloques, el liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el de los Estados Unidos, no parecía dejar mucho margen de elección en América Latina y en particular en un país como México. Al menos eso fue lo que se entendió en las altas esferas del gobierno de Ávila Camacho, que de manera casi inmediata promovió la reforma constitucional con la que se ponía término a la educación socialista, en diciembre de mismo año, convirtiéndola así en la primera víctima de la Guerra Fría. En esa lógica, en enero de 1946, el partido en el poder adquirió la denominación de Partido Revolucionario Institucional (PRI) para sustituir la del PRM, acuñada apenas el sexenio anterior. Pero no fue, por supuesto, sólo un cambio de nombre. El PRI se convirtió en lo que podemos llamar Partido dominante durante la Guerra Fría (1946-1988), una institución pragmática que se someterá al bloque estadounidense y cuyo objetivo implícito, inconfesable, será desmantelar paulatinamente la política desarrollada por el nacionalismo revolucionario, particularmente en su expresión más radical, es decir, el cardenismo, en aras de un Estado benefactor dependiente, de corte neocolonial (Ruiz, 2019: 158-162). La evocación del pasado revolucionario será fundamentalmente parte de un discurso legitimador, pero a todas luces demagógico, parte de la doble moral del régimen que entonces iniciaba.

Podemos decir entonces que el PRI no sólo nunca fue un partido de izquierda, sino que el principio político que lo fundó demandaba justamente impedir que ésta accediera de nuevo al poder político. Así pues, el PRI nació no como continuidad del PRM, sino como su contraparte. En los hechos será enemigo de la izquierda cardenista, y sobre todo, de la izquierda socialista. Todos sus presidentes que fungieron en este periodo manifestaron en mayor o menor medida su celo anticomunista. El propio Miguel Alemán (1946-1952) creó la Dirección Federal de Seguridad (1947-1985), una policía con funciones de espionaje que tuvo entre sus principales objetivos perseguir el activismo de la izquierda socialista. De hecho, los archivos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) demostraron que Adolfo López Mateos (1958-1964), Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverría (1970-1976) colaboraron en forma secreta para tal institución (Ruiz, 2019: 159). 

La primera gran expresión electoral del celo antagónico del PRI hacia la izquierda mexicana se dio en los comicios de 1952. En el momento previo, un año antes, el PCM fue despojado de su registro. Ya para ese momento era claro que el PRI no era representativo de la izquierda cardenista, por lo que uno de sus hombres cercanos de General, Miguel Henríquez Guzmán, se separó de dicho partido y se postuló a la presidencia por la Federación de Partidos del Pueblo de México, organización en la que militaban el veterano zapatista Genovevo de la O y Francisco J. Múgica, aun cuando no contó con el apoyo explícito de Cárdenas (Estrada, 2011). Como era de esperarse, las elecciones estuvieron, plagadas de irregularidades, por lo que se convocó a una protesta en la Alameda el 7 de julio, la cual fue reprimida de manera brutal. Carlos Monsiváis lo consideró “uno de los menos documentados y más oscurecidos de nuestra historia reciente” y le pareció verosímil que los muertos fueran alrededor de 500,[1] lo que la convertiría en una matanza de dimensiones incluso peores que el 2 de octubre del 68. La Masacre de la Alameda fue simplemente la demostración inicial del carácter anti-democrático, anti-izquierdista, proestadounidense, neocolonial del PRI. Siguiendo tal derrotero puede explicarse la represión al movimiento magisterial de 1958, a la huelga de los ferrocarrileros de 1958-59, el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo y su familia en 1962, la represión a los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971 y la Guerra Sucia contra las guerrillas y sus bases de apoyo emprendida a partir de los años sesenta, solamente por citar los ejemplos más representativos. 

El General Cárdenas reconoció de alguna manera el carácter conservador que caracterizaba al PRI, como puede verse en el activismo que desarrolló a partir del triunfo de la Revolución Cubana, la cual apoyó explícitamente incluso con su presencia en la isla junto al propio Fidel Castro. El gobierno de López Mateos, si bien es recordado por su rechazo a la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos, también debería serlo por su postura ambivalente ante la invasión mercenaria promovida por el gobierno estadounidense en Playa Girón, en 1961, donde hoy sabemos aceptó cooperar en el abastecimiento de combustible (Ruiz, 2019: 160). Lázaro Cárdenas decidió actuar por su cuenta y llamó a la formación de Movimiento de Liberación Nacional, donde convergieron entre otros personalidades como el diputado constituyente y antiguo colaborador Heriberto Jara, el líder magisterial Othón Salazar y jóvenes políticos como Cuauhtémoc Cárdenas y Heberto Castillo. Aunque el Movimiento fue disuelto hacia 1967, era la confesión de que era necesario construir una organización de izquierda que se opusiera al régimen instaurado por el PRI, siendo el propio General Cárdenas su autor intelectual.

El carácter represivo de los gobiernos priistas tuvo su expresión más cruda en los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverria (1970-1976), donde la persecución, desaparición y asesinatos propios de la Guerra Sucia parecían buscar la extinción de toda oposición de izquierda. Fue en ese ambiente que se dieron las elecciones presidenciales de 1976. En ellas, tras un conflicto interno, el PAN no presentó candidato a la presidencia, mientras que el PRI y sus partidos satélites de entonces (el Partido Popular Socialista y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana) postularon a José López Portillo, quien no tuvo competidor formal. Como el propio expresidente ironizó años más tarde, con que solamente su mamá hubiera votado por él, habría ganado la elección.[2] Hubo, no obstante, un candidato no registrado que al menos no hizo tan insípido el proceso electoral. Valentín Campa, uno de los líderes ferrocarrileros apresado en 1959 y liberado hasta 1970, fue el candidato del PCM, entonces sin registro, obteniendo una votación cuya cifra suele calcularse en alrededor de un millón de votos.[3] Fueron esos dos hechos, una contienda vacía, sin siquiera un candidato comparsa, y la posibilidad de darle registro a un partido como el PCM, las que hicieron que el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles promoviera una nueva legislación que desembocó en la Reforma política de 1977. Con ella al menos se les abría paso a partidos opositores para la competencia formal, en condiciones ciertamente inequitativas, es decir, no democráticas. Reyes Heroles no parece haber compartido la saña anticomunista del priismo dominante, acaso porque en su juventud militó en el PRM e incluso fungió como secretario de Heriberto Jara.[4] El registro del PCM era una apuesta hasta cierto punto arriesgada, pero seguramente el secretario evaluó que la fuerza de dicho partido no le daría posiciones mayores y, en cambio, podría contribuir para otorgarle al régimen una legitimidad al menos aparentemente democrática, de la cual carecía. De cualquier forma, se inauguraba entonces un capítulo inédito para la izquierda electoral de México. 

El sueño del Zócalo rojo

Las elecciones de 1982 serían las primeras en las que podría contender un candidato de izquierda bajo el dominio del PRI, un partido dominante por ser un partido de Estado y tener, entre otras cosas, el manejo de casi la totalidad de los medios de comunicación y por supuesto, el control absoluto del proceso electoral. Era iluso pensar que la izquierda pudiera ganar esos comicios y se corría el riesgo de hacer simplemente el papel de comparsa para obsequiarle al candidato del PRI una legitimidad que no pudo conseguir en las elecciones pasadas. El objetivo principal no era entonces ciertamente ganar las elecciones, sino construir en el imaginario electoral una opción de izquierda que no se tenía desde el gobierno de Lázaro Cárdenas, con la enorme diferencia de que el General llegó a la presidencia por un partido creado por el propio régimen, no desde la oposición. El arquitecto de la estrategia sería Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del PCM desde 1963 y diputado en funciones desde 1979, entonces la figura más representativa de la institución. En su larga conducción al frente del partido destaca su abierta oposición a la invasión de la URSS a Checoslovaquia, dejando claro con ello su distancia respecto al socialismo soviético y su simpatía por el llamado socialismo de rostro humano del presidente checo Alexander Dubcek.[5] Siguiendo esa lógica, en 1977 firmó una declaración conjunta con el Partido Comunista Francés donde señalan que la lucha electoral es el instrumento más adecuado para conseguir sus objetivos (Illades, 2017: 126), dejando así de lado la necesidad de la lucha armada como medio privilegiado para el acceso al poder.

En un terreno paralelo se encontraba el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de filiación trotskista, que postuló como candidata a la presidencia a Rosario Ibarra de Piedra, la primera mujer con esa responsabilidad. Ya para entonces ella era una figura referencial en la denuncia de las atrocidades del régimen priista cometidas principalmente en los sexenios anteriores, en especial por los desaparecidos durante la persecución contra los militantes de diferentes movimientos de izquierda propios de la Guerra sucia. La denuncia de tal política, un auténtico terrorismo de Estado, fue de alguna manera el principal objetivo de la campaña de Rosario Ibarra tanto en el 82 como en el 88, y bien podemos decir que fueron del todo exitosas, pues ese rostro de barbarie ejercida por los gobiernos priistas fue exhibido como nunca antes, y hoy ninguna caracterización del régimen priista puede omitir tal componente. 

Ambos presentaban objetivos complementarios, pero diferentes. El otro partido de izquierda que despuntaba era el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), bajo el liderazgo del prestigiado ingeniero Heberto Castillo, quien trabajó de cerca con Lázaro Cárdenas y era considerado entonces su principal heredero político. El PMT defendía un socialismo inspirado en la circunstancia mexicana y primordialmente bajo los principios políticos del cardenismo (Illades, 2017: 124). En 1981 le fue negado el registro por segunda ocasión, y en consecuencia Heberto Castillo propuso al PCM y a otras organizaciones de izquierda sin gran militancia -el Partido del Pueblo Mexicano (PPM), el Partido Socialista Revolucionario (PSR) y el Movimiento de Acción y Unidad Socialista (MAUS)- la posibilidad de fusionarse en un solo partido para enfrentar el proceso electoral del año siguiente (Santiago, 1987: 149). El planteamiento tuvo una recepción positiva en todos los casos, por lo que comenzaron de inmediato las pláticas para la articulación del proceso unitario. En la declaración de principios conjunta signada el 15 de agosto se acordó inequívocamente el carácter socialista de la organización: “El partido revolucionario por el que nos orientamos, que guiará su acción por la teoría del socialismo científico, será instrumento de lucha de la clase la clase obrera y del pueblo trabajador […] Será un partido de masas y sus dirigentes serán electos democráticamente” (Santiago, 1987: 151). El entusiasmo que despertó el acuerdo político inicial provocó que se adhiriera el Movimiento de Acción Política, organización de cierta relevancia por tener intelectuales como Rolando Cordera, Arnaldo Córdova y José Woldenberg. No obstante, pronto el PMT mostró su desacuerdo sobre algunos elementos programáticos que se fueron proponiendo, como la forma de elección de la dirección, el número de miembros del Comité Nacional, el nombre del partido, y el símbolo. Buscaba la representación proporcional en los cargos directivos (eso le daría una mayor presencia debido a su número de militantes), que el nombre fuera Partido Obrero Revolucionario de México y el símbolo un martillo con un machete y nopales. La discrepancia puede parecer intrascendente, pero no lo es, pues revela la raíz nacionalista considerada primordial por el PMT. Rechazaron el nombre de Partido Socialista Unificado de México (PSUM) y el símbolo de la hoz y el martillo, acordado por las otras cinco organizaciones, declarando que eso era en realidad sólo un cambio de nombre del PCM. El escándalo no fue menor, porque incluso el propio PCM ya había acordado apoyar la candidatura presidencial de Heberto Castillo (Santiago 1987: 155). El caso fue que el PMT decidió no integrarse al nuevo partido, lo cual sin duda fue un golpe importante y paradójico, pues ellos mismos habían sido los iniciadores de la propuesta. 

En consecuencia, los cinco partidos fusionados eligieron por candidato a la presidencia a Arnoldo Martínez Verdugo, un convencido del socialismo democrático. La idea de ser un partido de izquierda unificada le dio una mayor proyección, a pesar de que corrió paralelamente a la candidatura de Rosario Ibarra de Piedra, del PRT, y del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), dirigido por el antiguo líder estudiantil michoacano Rafael Aguilar Talamantes, que presentó a un candidato a Cándido Díaz Cerecedo, quien operó sin mayor relevancia. El PSUM hizo una campaña que poco a poco fue cobrando importancia, particularmente en la Ciudad de México, donde encontró un apoyo amplio entre los universitarios, además del respaldo de intelectuales destacados como Carlos Monsiváis, Carlos Pereyra, Miguel Ángel Granados Chapa y buena parte de los líderes del movimiento estudiantil del 68, 

Pero sin duda, la nota más importante de su campaña fue el cierre, aquel sábado 26 de junio. Bien puede decirse, que rebasó las expectativas más optimistas. Paulatinamente, la plancha del Zócalo se fue poblando de banderas rojas con la hoz y el martillo. Llegaron miles, decenas de miles, como no pasaba con un movimiento opositor desde el 68. Como no había pasado jamás con un partido opositor, y menos, con una oposición de izquierda. “Zócalo rojo, Zócalo rojo”, coreaban los asistentes. Era una emoción inédita. La alternativa socialista al fin parecía convertirse en realidad. Todo indicaba que había nacido, al fin, al menos la simiente de un partido de masas con la capacidad para desafiar a un régimen de un partido que había perseguido tal ideología desde que se fundó, en 1946. La emoción del Zócalo rojo hizo pasar a segundo plano un dato nada alentador:  la votación final que consiguió Arnoldo fue de 821,993 votos,[6] lejos del millón que se le adjudica a Campa en el 76, y todavía más distante de su peso porcentual, al conquistar el 3.49%, por un aproximado 6% que debió tener el antiguo líder ferrocarrilero. La importancia de la campaña, y, sobre todo, del Zócalo rojo, fue, pues, fundamentalmente simbólica. La imagen de esa plaza llena sería un aliciente, un signo de que había seguir por la vía unitaria. De que, mas pronto que tarde, habría uno, dos, tres, muchos Zócalos, muchas plazas llenas de un pueblo participativo, con un pensamiento de izquierda, capaz de llegar al poder con un partido con los méritos suficientes para construir ser su representante y construir así, al fin, una democracia auténtica. 

Conclusiones

1. La izquierda mexicana del siglo XX tiene en el cardenismo su referente fundamental. Se articuló entonces una política reivindicaciones populares que buscaban hacerle frente a la concentración del poder económico articulado por el capitalismo dependiente de “puertas abiertas” (Hobsbawm 1998: 65-82) propia del porfiriato, una de las razones inequívocas que provocaron el levantamiento revolucionario. El gobierno del General Cárdenas vislumbró la necesidad de conjugar los principios del nacionalismo revolucionario con los del socialismo como una forma de hacer frente a la explotación propia del modelo económico dominante. 

2. El surgimiento del PRI en 1946 no representa la continuidad, sino la ruptura con el cardenismo, que se tradujo en un desmantelamiento paulatino de las conquistas revolucionarias. Eso explica la necesidad de construir una izquierda partidaria capaz de disputar el poder al partido en el poder. En ese sentido, es pertinente trazar una línea de continuidad entre la oposición de Henríquez Guzmán en el 52, el Movimiento de Liberación Nacional de Lázaro Cárdenas en el 61, y las candidaturas de Valentín Campa en el 76 y Arnoldo Martínez Verdugo en el 82.

3. El PSUM consiguió presentarse en el 82 como el partido más representativo de la izquierda que al fin podía enfrentarse de manera oficial al régimen del PRI. Aunque numéricamente el resultado electoral no fue particularmente exitoso, cualitativamente consiguió insertar en el imaginario político mexicano la necesidad de darle un lugar a la izquierda partidista como una alternativa legítima para acceder al poder político. El Zócalo rojo, la plaza principal del País pletórica de simpatizantes del candidato socialista, apuntaló la percepción de que era posible construir un partido representativo de los sectores populares como no existía desde el inicio de la posguerra.

4. La campaña de 1982 dejó abierta también la tarea de proseguir en la articulación de la unidad de la izquierda, en específico, de los hondos principios del nacionalismo revolucionario y los del socialismo, como ocurrió en el sexenio cardenista. La fusión del PMT con el PSUM en 1987 para dar paso al Partido Mexicano Socialista (PMS) fue claramente una respuesta a ello. No obstante, surgió entonces de manera paralela el movimiento emanado por la Corriente Democrática desprendida del PRI bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas. Cuando el candidato del PMS, Heberto Castillo, declinó su candidatura en favor de Cárdenas, lo hizo en el entendido de que la insurgencia popular desatada era justamente la misma que su partido buscaba, arraigada en el antiguo cardenismo. Sobre esa base es que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) (1989-2012) consiguió ser al fin ese partido de masas que la izquierda había ensoñado. Se terminaron así los “partidos-capillita”, como los llamó el propio Heberto, construidos a partir de la pureza ideológica. El rápido crecimiento de Morena (2011) se explica justo por haber sabido capitalizar tal impulso. En consecuencia, los liderazgos de Cárdenas y López Obrador no deben explicarse sobre la base de su “carisma”, como suele hacerse siguiendo la teoría weberiana. Son la expresión de una demanda popular arraigada que los construyó como portadores de las demandas populares clausuradas por la política neoliberal. Pero en la consolidación de un partido construido desde las bases, que ya no necesite de los grandes liderazgos, sin duda hay todavía mucho por hacer. 


Bibliografía

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Guevara Niebla, Gilberto, La rosa de los cambios. Breve historia de la UNAM, México, Cal y Arena, 1990.

Hobsbawm, Eric, La era del imperio, 1875-1914, Buenos Aires, Crítica, 1998.

Illades, Carlos, El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México, México, Océano, 2017.

Ruiz Sotelo, Mario, “Morena: la izquierda y la consolidación de la democracia”, en Argumentos. Estudios críticos de la sociedad No. 89, enero-abril 2019, México, UAM Xochimilco.

Santiago, Javier, PMT: la difícil historia, México, Editorial Posada, 1987.

Fuentes electrónicas

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Tibol, Raquel, “La educación socialista en México: 1933-1945”, Movimiento por la IV República, en https://gobiernolegitimobj.blogspot.com/2011/01/la-educacion-socialista-en-mexico-1933.html. Consultado el 26 de junio de 2022.

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Consultado el 3 de julio de 2022.

Wikipedia, “Jesús Reyes Heroles”, 

https://es.wikipedia.org/wiki/Jes%C3%BAs_Reyes_Heroles. Consultado el 30 de junio de 2022.


[1] Centro Liberal Henríquez Guzmán, “El día siguiente de las elecciones… de 1952”, 17 de agosto de 2006, http://ceneslibertadhenriquez.blogspot.com/2006/08/el-dia-siguiente-de-las-elecciones-de.html. Consultado el 29 de junio de 2022. 

[2] “José López Portillo: el presidente apostador”, Clío TV, https://www.youtube.com/watch?v=Md9H8SKvGes&t=198s. Consultado el 30 de junio de 2022.

[3] No se computaron exactamente los votos de Campa, sino conjuntamente los votos nulos y los de los candidatos no registrados, dando un total de 1,143,934 votos, 6.5% del total. Dado que el candidato del PCM fue el único que hizo campaña como no registrado es que se entiende que debió tener alrededor de un millón de votos. Fuente: “Elecciones federales de México de 1976”, en Wikipedia,

 https://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_federales_de_M%C3%A9xico_de_1976#cite_note-13. Consultado el 30 de junio de 2022.

[4] “Jesús Reyes Heroles”, en Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Jes%C3%BAs_Reyes_Heroles. Consultado el 30 de junio de 2022.

[5] “Historia es presente. Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo”, Canal Once, 25 de noviembre de 2019, https://www.youtube.com/watch?v=SMzDp7MakOU. Consultado el 30 de junio de 2022.

[6] “Elecciones federales de México de 1982”, Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_federales_de_M%C3%A9xico_de_1982

Consultado el 3 de julio de 2022.