Después del gobierno socialista de François Hollande (2012-2017) la izquierda francesa ha vivido en una suerte de animación suspendida. El triunfo apabullante del centrismo neoliberal de Emmanuel Macron y sus disputas internas parecían condenar a sus partidos y organizaciones a la irrelevancia. Incluso la energía proveniente de las protestas de los “chalecos amarillos” tenía la pinta de un recuerdo luego del encierro forzado por las medidas sanitarias contra la epidemia de COVID. Con un electorado cada vez más escorado a la derecha, con las fuerzas de Marine Le Pen por fin aceptadas dentro de la normalidad política, los desgastados batallones del progresismo francés parecían destinados a ser comparsas de un “frente republicano” para detener a la extrema derecha y poco más.
Sin embargo, como salido de las páginas de la introducción de Asterix, donde un pequeño núcleo de irreductibles galos resiste ahora y siempre al invasor, los populistas de izquierda de la Francia Insumisa con Jean-Luc Mélenchon a la cabeza realizaron una campaña en la primera vuelta que por poco los cuela en la disputa por la presidencia. En un tributo a su terquedad, la polémica figura de Mélenchon convocó a la unidad de las izquierdas, luego de haber rehusado iniciativas similares antes de la elección que pretendían ignorar su peso político. Ahora, un Partido Socialista reducido a fuerza testimonial, con su peor votación luego de su reconstitución a finales de los años setentas, se sentó a negociar con la organización proveniente de una de sus disidencias. Lo hizo luego de que los ecologistas hubieran pactado una alianza con los insumisos y en medio de las criticas de varios líderes regionales que veían en esa unión una renuncia a las políticas liberales de la socialdemocracia. Aún así, la unión de izquierdas prosperó y se amplió con la inclusión de los restos del Partido Comunista, reticente a repetir la experiencia de competir bajo el liderazgo de Mélenchon. Solamente el trotskismo francés, del Nuevo Partido Anti-Capitalista, quedó fuera del intento unitario de convertir a Mélenchon en primer ministro, pues después de las negociaciones con las otras fuerzas de izquierda no quedaba mucho que ofrecer en una competencia en la que se intentaba maximizar las posibilidades de constituir una mayoría opositora a Macron.
El resultado de las apresuradas negociaciones fue revigorizar a la izquierda francesa y por momentos levantar la esperanza de detener las reformas de Macron. Y sin embargo, las tensiones y contradicciones de una coalición que reunía casi todo el espectro de la izquierda francesa eran inocultables. Sobre todo porque la disputa política francesa tiene como telón de fondo la tensión por el lugar de Francia en la Unión Europea; no hay que olvidar que los insumisos mantienen una postura de rechazo al control europeo sobre la política económica y social, mientras que Socialistas y ecologistas son partidarios de una Unión más fuerte. Además, si bien las facultades del legislativo francés y del Primer ministro proveniente de sus filas no incluyen la política exterior, el tema de la guerra en Ucrania siempre estuvo presente. A pesar de que Mélenchon, cómo prácticamente todas las fuerzas políticas francesas, condenó la intervención rusa, eso no detuvo a sus adversarios de acusarlo de cercanía con Putin. Aún así, la izquierda de la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (NUPES) logró cambiar la conversación pública hasta entonces dominada por el ascenso de la derecha de Marine Le Pen y el deterioro de la imagen presidencial de Emmanuel Macron.
Las esperanzas de las izquierdas residía en la capacidad de los insumisos de atraer al electorado jóven que hasta entonces se abstenía de participar, así como la incorporación de los votantes nuevos de las zonas marginales (banlieues), algo que en la campaña presidencial parecía que estaba sucediendo. Sin embargo, los resultados de la segunda vuelta legislativa mostraron una serie de electorados inamovibles y un aumento de la abstención. Por primera vez, la derecha de Le Pen tradujo su fuerza de las elecciones presidenciales en votos de las legislativas, para alcanzar 88 diputados frente a los 7 que contaba anteriormente. El partido en el gobierno y sus aliados perdieron la mayoría absoluta al conseguir 245 diputados, lejos de los 289 necesarios para avanzar sus reformas y muy lejos de los 350 que tenía después de los comicios de 2017. Por su parte, las izquierdas de la NUPES avanzaron significativamente al transformarse en la mayor fuerza opositora con 131 diputados (72 Francia Insumisa, 26 Partido Socialista, 23 ecologistas y 12 el Partido Comunista).
El futuro de las izquierdas francesas es incierto. Las divisiones entre su ala radical populista, los restos del otrora hegemónico Partido Comunista Francés y la socialdemocracia liberal de ecologistas y socialistas no auguran una continuidad de la NUPES en la Asamblea Nacional. De momento, cada grupo conservará su independencia en la legislatura. En conjunto, los resultados confirman el predominio electoral de las derechas (62 % de los votos), que sin embargo, encontrá mayores dificultades de pasar medidas como el aumento de la edad de retiro de 62 a 65 años. También este resultado parece señalar la continuidad de la hegemonía de los insumisos dentro de las izquierdas, así como el derrumbe del socialismo liberal dentro y fuera del Partido Socialista, un clavo más en el ataúd de la “tercera vía” de finales de siglo. Queda por verse si los insumisos lograrán mantener y ampliar su influencia dentro de la población diversa del “pueblo” francés, evitando que la derecha siga monopolizando el debate con discusiones sobre el significado de la nación o temores sobre la migración. En ese escenario, la Francia Insumisa y el resto de las izquierdas tienen por delante un largo combate contra las amenazas de la reforma neoliberal y la normalización de la extrema derecha. Veremos si la promesa de “otro mundo posible” de los insumisos pervive en los difíciles años que se augurán para Francia, Europa y el mundo.