MILITANTES DE LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA EN MÉXICO

En las décadas de 1920 y 1930 llegaron a México personajes eminentes de la izquierda latinoamericana. La lista de estos referentes incluye al peruano Víctor Raúl Haya de la Torre que fundó en 1924 la Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra) y también a Julio Antonio Mella que instituyó el Partido Socialista Popular de Cuba en 1925. Quizá estos son dos de los próceres de quienes conocemos más detalles de su paso por México, por la reverberación de sus querellas para la izquierda continental entre revolucionarios y reformistas. La llegada al país de estos actores centrales sucedió a un mismo tiempo que diversos militantes de izquierda del continente, principalmente estudiantes, se acercaron a la Ciudad de México. El autor presenta cerca de 200 biografías breves en una de las secciones finales del libro que aquí se comenta. La mirada a este segundo plano de militantes en cuanto a fama permitió al autor dimensionar la politización de los actores a partir del estudio de los espacios de sociabilidad. 

Los argumentos de este libro se apoyan en evidencia que el autor recuperó de distintos Archivos y repositorios documentales en México, Chile, Estados Unidos y Cuba. Esto resulta importante para la narrativa que muestra porque permite contrastar miradas de estos personajes en la Ciudad de México. De tal manera que, por ejemplo, Militantes de la izquierda latinoamericana en México reconstruye la diversidad de personalidades, formas de vida, grado de involucramiento y difusión de ideas de jóvenes comprometidos con la militancia, pero que llevaban a un mismo tiempo una vida bohemia.

Para empezar, es necesario señalar el contexto político de México pues existía el imaginario en América Latina de que la revolución hecha gobierno era un proceso que debía ser visto de cerca. Algunas de las políticas mexicanas sirvieron para reforzar esta idea. Así es como cobra sentido la afirmación de que el muralismo era un actor político (p. 48). Recordemos que, con el final del conflicto armado de la década previa, el grupo triunfante de la Revolución conocido como los sonorenses construyó instituciones de alcance nacional y que, incluso, se proyectaron a nivel internacional. En esta clave puede interpretarse el ejemplo del intelectual José Vasconcelos, quien creó la Secretaría de la Educación Pública y, de esta forma, posibilitó la celebración en México de reuniones estudiantiles internacionales. Además, el antiimperialismo frente a los Estados Unidos por parte de los militantes de izquierda también ayuda a entender la intención de estos personajes de dirigirse a México a pesar de las dificultades de infraestructura en comunicaciones y transportes en el continente.

De la lectura del libro se desprende que debido a las largas travesías que implicaba llegar a México desde los países del cono sur, e incluso de los países centroamericanos, aquellas personas que llegaron durante este periodo lo hicieron de forma premeditada. Por su parte, los gobiernos mexicanos adoptaron una postura ambivalente, pues la política de recepción a los inmigrados iba de la mano de una vigilancia por parte de los nacientes servicios de inteligencia mexicanos. Es decir, la solidaridad y hospitalidad del gobierno mexicano también involucraron la vigilancia de sus actividades en México (Cap. 2). Me detengo en esta última idea pues los militantes de izquierda que se tratan en el libro fueron objeto de espionaje y elaboración de múltiples informes por parte agencias estatales y privadas. Del primer grupo, además del gobierno mexicano también existen reportes de las burocracias de Estados Unidos, de los países de origen y, en cuanto al segundo grupo, el ejemplo más claro es el del seguimiento a venezolanos que las empresas petroleras auspiciaron como mecanismo para salvaguardar sus inversiones en aquel país.

Los estudiantes son los principales actores de la historia que nos presenta el autor y les dedica el tercer capítulo de la obra. Es relevante destacar el perfil social, que contrasta con los espacios de sociabilidad de campesinos y obreros. Así, las aulas universitarias favorecen que estudiantes y profesores tengan un acceso al mundo de las letras, los periódicos y la escritura de columnas. Dicho de otra manera, se trata de hacer política mediante discusiones, reuniones y la edición de impresos, como los periódicos, las revistas, los panfletos, los volantes y los boletines. Por otro lado, la impronta de la juventud resulta interesante para ponderar el papel que tienen las fiestas, las tertulias y el baile como espacios para el estrechamiento de lazos personales mediante la discusión de ideas, frustraciones, ideales, planes y proyectos. Se trata de vidas de jóvenes latinoamericanos que llegaron a la Ciudad de México y que dividieron su tiempo entre el estudio, el esparcimiento y la militancia política. El uso del tiempo para cada una de estas actividades era contrastante, por supuesto, y el libro permite observar que existían militantes ocasionales y también personas dedicadas casi de tiempo completo a la actividad política.

La valoración atinada de que la politización ocurre en distintos espacios de sociabilidad no excluye del análisis que la actividad principal de estos militantes era hacer la revolución a la distancia (cap. 5). Con este objetivo “el escrito, el libro, la revista, el panfleto, el periódico, la carta, la conferencia, el afiche se transformaron en mecanismos para buscar el derrocamiento de las dictaduras que los perseguían” (191). Un aspecto importante para destacar es el ingenio y la capacidad política de estos actores. Sobre esto, el libro permite entrever que, a pesar de las dificultades en las comunicaciones o la vigilancia de oficinas estatales, los militantes de izquierda echaron mano de ingeniosas técnicas para hacer llegar sus mensajes. Así, la circulación de impresos se facilitaba cuando, por ejemplo, en la portada hacían alusión a productos y mercancías que no tenían relación con las actividades de la militancia, como lo hicieron los apristas en Perú al distribuir un folleto denominado bálsamo y con la intención de que no fueran requisados por las autoridades. Incluso, como sucedió entre los brasileños, los cantos y la música servían para facilitar la transmisión de los mensajes, en este caso de boca en boca. 

Finalmente, el autor muestra que se trata de un periodo de construcción de lo que significaba la militancia de izquierda. Así, las fronteras entre anarquismo y comunismo, por ejemplo, podían ser difusas. De tal forma que era posible observar casos de anarquistas que se convertían al comunismo para luego estar en las filas del socialismo o incluso al partido institucional. La obra también apunta que la conjunción del exilio y el pasar de los años propiciaron la definición de posturas ideológicas más rígidas y, por ende, de mayor dificultad de reconciliación. En este sentido, la lectura del libro puede interesar a quienes busquen indagar por los orígenes de las fisuras y disputas en las izquierdas latinoamericanas. Recupero aquí la idea de que tales querellas estaban vinculadas a los valores de los actores, pero que estos llevaban la impronta de las prácticas políticas. Y todavía más: estas disputas ideológicas (entre reformistas y revolucionarios) pueden ser ponderadas a partir de una lectura de las condiciones concretas de hacer política y el apoyo del gobierno mexicano. Estas posturas estaban atravesadas por la cercanía que los militantes tenían con actores e intelectuales en México, y en última instancia con el estado posrevolucionario que podía facilitar desde la práctica política misma en territorio nacional y también recursos. Los actores de esta historia, nos muestra el autor, demostraron una gran sensibilidad por los tiempos de la política mexicana.


Sebastián Rivera Mir, Militantes de la izquierda latinoamericana en México, 1920-1934. Prácticas políticas, redes y conspiraciones, México: El Colegio de México, Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático, 2018. 488p.