FEMINISMO Y CAMPESINISMO, UN ENCUENTRO INTELECTUAL POSTERGADO

“Cuál es el futuro del capitalismo” es el título de un Seminario internacional realizado en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM en octubre de 2018 y de un libro publicado posteriormente. Y el tema no podía ser más pertinente: la exploración de los retos políticos e intelectuales que plantea un capitalismo crepuscular que precisamente por ser declinante está resultando particularmente agresivo. 

Si bien esperanzado por nuestra compartida adhesión a los movimientos populares, el tono de las intervenciones del Seminario fue más bien lúgubre pues en su fase terminal el orden del gran dinero se hace cada vez más violento al tiempo que las derechas se radicalizan y avanzan en gran parte del mundo. 

La nota de optimismo: el triunfo electoral de López Obrador cuatro meses antes de la realización del Seminario, quizá por su cercanía no pudo apreciarse en todo su valor. Trascendencia que se mostró con el paso de los meses cuando gracias a los triunfos electorales de la izquierda en Argentina y Bolivia y más tarde en Colombia, Chile, Honduras, Perú y Brasil quedó claro que la llegada de López Obrador al gobierno de México era un parteaguas que señalaba el inicio del segundo ciclo progresista en Nuestra América. Y con ello la confirmación de que nuestro subcontinente es el laboratorio de la revolución mundial, el ámbito donde desde hace 25 años se ensayan salidas de izquierda al neoliberalismo mientras que en el resto del mundo avanza la derecha.

De esto sin embargo se habló poco en el Seminario y a propuesta de los coordinadores, Raúl Ornelas y Daniel Inclán los debates se centraron en cuestiones igualmente trascendentes, pero más generales: las líneas de fuerza de la superación del capitalismo entendida como cambio civilizatorio.

Gustavo Esteva, buen amigo a quien poco después se llevaría la covid-19, nos habló de lo que él entendía por poscapitalismo, Ana Esther Ceceña y Margara Millán abundaron sobre la crisis sistémica. Gonzalo Fernández abordó en su ponencia los retos que plantea la creciente virulencia del sistema. 

Por su parte Silvia Federici se explayó en sus temas mayores: la situación de la mujer en el capitalismo y el carácter de las luchas feministas, mientras que yo me ocupé de los míos: la condición de los campesinos en el capitalismo y el carácter de las luchas agrarias. 

Sin soslayar la importancia de los temas tratados por los otros participantes, desde el mirador en que yo me ubico lo más provocador del Seminario fue el encuentro de la temática de Silvia y mi temática; la convergencia en un mismo espacio y ahora en un mismo libro de la reflexión sobre las mujeres y la reflexión sobre los campesinos. Un encuentro largamente esperado que como explicaré, yo buscaba desde hace más de medio siglo.

Mujeres y campesinos dos grandes grupos sociales que la modernidad capitalista, pero también los críticos de la modernidad capitalista, ubicaron en la marginalidad pues pensaban que su trabajo no es productivo sino reproductivo, no es asalariado sino doméstico, no es un verdadero trabajo sino un qué hacer, una labor que no produce valor ni plusvalía de modo que en el mundo de la acumulación en que vivimos resulta irrelevante. 

La explotación capitalista se ejerce sobre los proletarios que son los trabajadores propiamente dichos. Y son los proletarios por tanto los designados para hacer la revolución y subvertir el sistema, las mujeres que se ocupan de quehaceres domésticos, los campesinos de producción familiar y todos aquellos que siendo laborantes no son asalariados son quizá la mayor parte de la humanidad, pero histórica y políticamente no cuentan son irrelevantes. Eso se dijo por mucho tiempo.

El ascenso del nuevo movimiento feminista en Europa y en Estados Unidos durante los años setenta del siglo pasado y el ascenso del movimiento campesino en América Latina y otras periferias por los mismos años, representaron un reto político e intelectual para las izquierdas y en particular para el marxismo, pues su activismo y su capacidad de desestabilizar al régimen era mayor que la del proletariado, y sin embargo las mujeres domésticas y los campesinos pequeños son sectores no asalariados y según la ortodoxia, sin potencial revolucionario, potencial que solo tendrán cuando unas y otros se proletaricen.

Ahí estaban las mujeres y los campesinos luchando en calles, carreteras y plazas ¿Pero por qué son tan fuertes y aguerridas sus luchas si a diferencia de los obreros ellos y ellas son quizá oprimidos, pero no explotados? ¿O será que sí son explotados?  

Las feministas de los países centrales y los campesinistas de los países periféricos aceptamos el reto intelectual que suponía nuestro compromiso político. Y los que éramos marxistas buscamos el modo de colar a los trabajadores no asalariados en la crítica de la economía política de Carlos Marx que hasta entonces no admitía más que a los proletarios. 

En el feminismo fue Mariarosa Della Costa quien, en El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, texto de 1972, planteó por primera vez de manera rigurosa que el trabajo doméstico es productivo y que el valor por él generado se incorpora a la valorización del capital, de modo que las mujeres, sean o no asalariadas, en tanto que trabajadoras domésticas son explotadas.   

Por la brecha abierta por Della Costa otras feministas afines al marxismo continúan la labor revisionista. En 1981 Verónica Bennholdt Thompsen escribe Producción de subsistencia y reproducción extendida, en 1986 María Mies publica un texto demoledor de cerca de 500 páginas: Patriarcado y acumulación capitalista a escala mundial, y hace 20 años, en 2004, nuestra compañera en el Seminario y en el libro, Silvia Federici entrega a la imprenta otro clásico Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Textos estos gracias a los cuales la mitad femenina del mundo entraba pisando fuerte en la acumulación de capital como trabajadora doméstica, fuera o no asalariada.

Verónica señala “la similitud estructural existente entre las relaciones de producción del ama de casa occidental y las de los campesinos de subsistencia en Asia, África y América Latina”, pero María reconoce que “el debate sobre el trabajo doméstico que tuvo lugar entre 1973 y 1979… no incluyó el trabajo realizado por los campesinos ni los pequeños productores de mercancías”.

Quizá ellas, Mariarosa Della Costa, Verónica Benholdt Thompsen, María Mies, Silvia Federici y las demás teóricas del feminismo marxista europeo no se ocuparon entonces del trabajo familiar campesino pese a su reconocida similitud con el trabajo doméstico femenino. Pero quienes participábamos en el movimiento campesino de las periferias sí lo hicimos. 

Y aquí la historia se vuelve personal pues en 1979 yo publiqué La explotación del trabajo campesino por el capital. El texto escrito siete años después del de Della Costa, pero siete años antes que el de Mies, se ocupa precisamente de las mediaciones económicas a través de las cuales el trabajo de los campesinos y en general de los pequeños productores directos se incorpora a la acumulación capitalista… exactamente de la misma manera como el capital se apropia del trabajo doméstico femenino. 

A fines de los años setenta del pasado siglo tuve la oportunidad de estar con María y Verónica -que conocía México-, en la universidad alemana de Bielefeld. Ahí hablamos de la ausencia del trabajo no asalariado en la teoría marxiana del valor, a la que ellas llamaban teoría del “falor”, y calificaban de patriarcal. Yen Bielefeld coincidimos en la necesidad teórica y política de reivindicarlo… Pero ellas siguieron en su feminismo y yo en mi campesinismo. El encuentro no se dio entonces ni en los años posteriores.

Silvia Federici, que ha trabajado con mujeres campesinas en África y en el libro Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas sostiene que “Las mujeres son las agricultoras de subsistencia del planeta y producen la mayor parte de los alimentos”, ha ido vinculando el feminismo con el campesinismo, por lo que su presencia en el Seminario representó para mí el encuentro tan esperado. 

Un encuentro no solo con ella sino con el pensamiento que desde la lucha de las mujeres reivindica el valor económico del trabajo doméstico, como desde la lucha de los campesinos yo y otros reivindicamos el valor económico del trabajo del pequeño agricultor. Por eso mi ponencia en el Seminario, que hoy está en el libro, se llama De labores invisibles y rebeldías excéntricas. Y pone juntas a las amas de casa y a los agricultores domésticos. Tarea no tanto teórica como práctica pues hoy en que tenemos en el mundo un nuevo ascenso de la lucha feminista y un nuevo ascenso del movimiento campesino e indígena sería muy pertinente que sus excéntricas rebeldías confluyeran. 

En los tiempos que corren es común denunciar la opresión de clase, de etnia, de género y de edad; los críticos del sistema cuestionamos airadamente la desigualdad económica y social, la creciente separación entre pobres y ricos. Pero hablamos poco de la explotación. Hablamos poco de cómo la riqueza creada por el trabajo –asalariado o no– fluye hacia el capital. Y al no reconocer la explotación y dilucidar sus mecanismos corremos el riesgo de sobrestimar las posibilidades de la igualación redistributiva o de una menos injusta división social y familiar del trabajo. Plausible búsqueda de la equidad que sin embargo resulta epidérmica si soslaya la explotación. 

Lo de hoy es denunciar que el capitalismo explota a la naturaleza. Y es verdad, pero el capitalismo también explota a los seres humanos y reconocerlo es fundamental. El capitalismo nos explota a todos: a los obreros pero también a los campesinos, a las mujeres trabajadoras domésticas, a los niños, a los ancianos que participamos de esta invisibilizada labor.

Si admitimos que la creciente desigualdad entre el 99% y el 1% es la injusticia mayor de nuestro tiempo, si admitimos que esta abismal desigualdad resulta de la operación del sistema capitalista que transfiere al capital la riqueza creada por el trabajo, operación a la que llamamos explotación y que debe ser combatida si en verdad queremos reducir la desigualdad. Si admitimos todo esto tendremos que reconocer que no hay tarea teórico política más importante que visibilizar el enorme aporte que hacen a la riqueza social y a la acumulación capitalista los trabajos no asalariados considerados domésticos, reproductivos, auto consuntivos de las mujeres amas de casa, los campesinos, los artesanos, los viejos y los niños. María Mies escribió que “dos tercios del trabajo mundial lo realizan mujeres” si agregamos a los demás laborantes no asalariados hablaríamos de las tres cuartas partes. Reivindiquemos su quehacer.

NOTA

*  Leído por el autor en la presentación del libro Cuál es el futuro del capitalismo.