DEL SPOT A LA CRÍTICA

¿POR QUÉ SON IMPOSIBLES LOS SALARIOS JUSTOS?

ocombate 201. Verborrea en medio minuto

La breve secuencia, de apenas medio minuto, se inicia con lo que parece ser un puente peatonal que cruza una avenida, presumiblemente, de una colonia “clasemediera” del Distrito Federal. “México no va por el camino correcto…”, dice una voz en off, “está herido por la violencia, manchado por la corrupción, detenido por la economía…” e inmediatamente aparece a cuadro un “joven” ataviado con un parco traje negro, camisa blanca, corbata azul y lentes, un güerito de la Del Valle (sic), dirían algunos, quien sentencia, mientras esboza una mueca que parece ser una sonrisa: “Necesitamos cambiar el rumbo con nuevas ideas: aumentemos el salario mínimo, es lo justo. Metamos a los corruptos a la cárcel con el nuevo sistema anticorrupción…”. La escena continúa mientras sigue caminando por calles arboladas flanqueadas por blancos y aparentemente nuevos condominios (¿fruto de alguna nueva especulación inmobiliaria en cierta delegación que lleva el nombre del Benemérito de las Américas?). Sigue espetando en una evidente reiteración y sobreactuada exaltación: “…cambiemos el rumbo con nuevas ideas y que nadie nos diga que no se puede… ¡Claro que podemos!.. ¿A poco no?” La enjundiosa palabrería llega a su final cuando otra voz en off nos informa que el joven güerito de la Del Valle es Ricardo Anaya, presidente nacional del PAN1 e inmediatamente aparece el logo del “blanquiazul” con un aura de luz como recién bajado del cielo.

Este y otro tipo de “spots” bombardean a la ciudadanía hasta el franco hartazgo por todos los medios de comunicación posibles e imaginables —como sabemos el caso del Partido Verde (que el único verde que le interesa es el de los dólares), alcanza niveles extremos e ilegales—, todo lo cual no hace sino aumentar el abstencionismo en algunos casos y, en otros, la indignación ciudadana. Y es que, por ejemplo, en el caso concreto que aquí presentamos, el cinismo (en su sentido negativo2) y la desfachatez alcanzan niveles lacerantes e intolerables (Zizek). Es cínico porque este “joven y renovado político” desde una posición privilegiada condena sin ruborizarse la situación de crisis nacional que la elite a la que él mismo representa ayudó a generar, solapar y profundizar (¿acaso ya se nos olvidó que fue en el sexenio de Fox en el que se dejó “escapar” al Chapo, o que fue el gobierno de Calderón, todos ellos panistas, el que inició de manera abierta la “guerra contra el narco”?). Es de una desfachatez desmesurada pues, sin vergüenza alguna, fue este “güerito panista” quien,  siendo diputado en la LXII legislatura, defendió a capa y a espada (eso sí “con mucho respeto”) cada una de las tropelías del gobierno de Calderón, fue él quien, “abanderando” la supuesta reforma anticorrupción, fue evidenciado a través de una grabación telefónica pidiendo moches (sic) monetarios para su campaña3. Pero, lo que más indigna de la propaganda panista es que de la boca de su otrora máximo dirigente, parecen quererse deslindar de todo el desastre nacional producido durante los 12 años de panismo —y que no parece tocar fondo aún en lo que va del actual sexenio—, como si ellos acabasen de llegar y se encontraran con este desastre hecho en su “ausencia” por sus cómplices del partido del tricolor. Por supuesto, todo ello deleznable, empero, la cosa no termina allí.

2. La base

Desde nuestro mirador podríamos decir que este discurso no puede convencer a nadie: salta por todos lados su enorme incongruencia, desfachatez y cinismo. Y sin embargo lo continúan haciendo; estos “políticos” se atreven, aun así, a salir a las calles y presentarse en espacios públicos, incluso cuando el descrédito los sigue en cada esquina. Entonces, el verdadero reto —pensamos nosotros— tendría que proyectarse en el sentido de explicar no su cinismo y su descrédito, los cuales son más que evidentes, sino cuáles son las condiciones, necesarias y suficientes, que permiten que éstos sean posibles. Es decir, ¿qué ocurre en nuestra sociedad para que las “casas blancas”, los “conflictos de interés”, los “viajes presidenciales familiares” y los escándalos de corrupción de toda índole sean evidenciados ante toda la opinión pública (en ese sentido las redes sociales son implacables) y al mismo tiempo sean tolerados al permanecer en la total impunidad?

Ya en pleno siglo xix Karl Marx se percataba del enorme descrédito en el que la “clase política” de su momento se encontraba pues aquella, al igual que ésta, se movía de escándalo en escándalo, “de pugnas entre ellos que hacían, en algunos casos, sacar a relucir sus trapos sucios” (Marx: 1966: 355); escándalos que, según Marx, más allá de dar pie “para nuevas revoluciones”, solo podían producirse, es decir, solo podían ser posibles, “porque la base de las relaciones [sociales] es, de momento, tan segura y, cosa que la reacción ignora, tan burguesa4 (1966: 353).

De tal manera que “las casas blancas” o los discursos demagogos de los “jóvenes panistas” (o de cualquier otro partido) son posibles porque la base sobre la que se paran es tan burguesa que no se puede contener, estrellándose sobre ella la mayoría de los intentos por tirarla, “lo mismo que toda la indignación moral y todas las apasionadas proclamas de los demócratas” (1966: 353). Pues no solo la “reacción” ignora la naturaleza de clase de la base que posibilita su existencia sino que, añadiríamos nosotros, también lo ignora en gran medida el propio “sector progresista” que intenta enfrentársele. Para tumbarla, diría tal vez Marx, se requiere algo más que una crisis de credibilidad y una rotunda indignación,  lo que se requiere es una crisis de un tipo muy distinto: “Una nueva revolución sólo podrá surgir como consecuencia de una nueva crisis…” (Marx: 353). Habría que apuntar, entonces, hacia la construcción de esa nueva crisis.

3. El encubrimiento

Este discurso de mercadotecnia política (pagada con el erario público, nada barata por lo demás) que pretende proponer “nuevas ideas” y que apela, desde un ethos realista5 (Bolívar Echeverría) a soluciones para nuestros problemas nacionales, donde lo único que hace falta es “que le echemos ganas”, esconde y descubre, al mismo tiempo, la ideología dominante  de la elite —o más bien de esta lumpenburguesía, para usar un término de A. Gunder Frank— encumbrada hoy en nuestro país y que se ha adueñado del aparato del Estado mexicano. En efecto, desde el sentido común Anaya llama a “cambiar el rumbo”, al proponer un nuevo sistema anticorrupción (que tendría que empezar con ponerlo tras la rejas a él y a todos sus superiores) y al proponer un aumento al salario mínimo, porque, dice, es “lo justo” (¡!). Detengámonos sobre esta última nueva idea con la siguiente pregunta que no es, como veremos, para nada inocente: ¿es posible, de manera efectiva un salario mínimo justo? De no ser así, ¿qué es lo que encubre la propuesta de “este joven panista”?

4. El salario

Para poder contestar dicha pregunta debemos, por el momento, dejar de lado el calificativo de “mínimo” y plantarnos al mismo tiempo otra interrogante un tanto más sustantiva: ¿qué es el salario?

En  primera instancia veamos qué es lo que nos puede decir un “economista convencional”, de esos que siguen la llamada “síntesis neoclásica” o “neoliberal” y se forman en las universidades del centro para después entrar a trabajar en el sector público de los países del sur (como Luis Videgaray, por solo mencionar un ilustre ejemplo), y que con mucha seguridad es uno de aquellos que asesora a “políticos” como Anaya: el salario, nos diría, “es la remuneración que el factor trabajo recibe, en términos monetarios, por su participación en una economía”.

Es decir, el salario es tan solo una tajada del pastel que reciben los trabajadores por haber contribuido en una economía de mercado. Las otras partes serían: la ganancia (interés o beneficio) y la renta de la tierra. La primera sería otorgada a los empresarios (que no capitalistas, esa palabra está llena de implicaciones políticas e ideológicas que nada tienen que ver con el hecho económico como tal: podría acotar nuestro economista), por haber puesto sus inversiones, instalaciones, tecnología y capital. La segunda sería otorgada a todos los poseedores de bienes inmuebles (que no “terratenientes”, pues está llena de ideología despectiva), por haber puesto sus bienes a disposición de una economía. Lo que tendríamos sería la remuneración a los tres factores de la producción: tierra, trabajo y capital. Como puede verse, cada uno de ellos puso algo para que la sociedad funcione y, a cambio de esa aportación, obtuvo su remuneración correspondiente (Parkin, 2006). Así, la magnitud de la ganancia que va para los emprendedores es su remuneración por haber corrido el ¡enorme riesgo! de haber invertido en la sociedad, dándole trabajo a los ciudadanos que de otra manera hubiesen quedado desempleados. Por su parte, la magnitud de la renta estaría dada por la plusvalía (¡que no la de Marx!), la cual solo puede aumentar pues dicen que “la tierra no se devalúa” (sic); mientras que el salario estaría determinado por el grado de destreza, preparación, nivel de entrega y dedicación que cada trabajador puede demostrar en el concierto del mercado laboral. Puede seguirse de ello que, aquellos que no tienen buenos salarios, es porque no se han preparado lo suficiente. De esta manera cada quien tendría la justa remuneración por su aporte a la economía de mercado. Así, el salario no solo es justo, sino que todo el sistema económico es perfecto pues a través de la renta, el salario y la ganancia el mercado logra distribuir eficientemente los recursos de una economía. Si por alguna razón externa el mercado no puede lograr esa  justa distribución se debe a supuestas fallas o externalidades (como la corrupción, podría decirnos Anaya). Por eso necesitamos políticos como él, que implementen nuevos “sistemas anticorrupción”, que restablezcan el carácter justo del salario, podría concluir nuestro flamante economista convencional.

ocombate 215. La Simple humanité

Por su parte, un economista crítico podría explicarnos que el salario, al igual que cualquier otra categoría económica, esconde una relación social, es decir, una determinada forma bajo la cual se lleva a cabo esa actividad económica en la cual “el trabajo participa”. En ese sentido, el salario no es una justa remuneración por la participación del trabajo en la producción social sino que el salario es una reducción del trabajador a su simple humanité (Marx, 2004: 47).  Marx, desde el remoto año de 1844, había demostrado que el salario no es igual al trabajo, que no es, como los propios trabajadores creen, una remuneración por su trabajo, pues éste es, por decirlo de alguna manera, siempre algo más que su salario. Éste autor demostró (a partir de los avances que había logrado la economía política clásica de Sismondi, W. Petty,  A. Smith y D. Ricardo), cómo es que en realidad, toda la riqueza social, que está expresada en la fórmula trinitaria del salario, la renta y la ganancia era en realidad producida por el trabajo. En efecto, la ganancia no sería el producto del “carácter emprendedor del empresario”, sino el producto mismo del trabajo, asimismo tampoco la renta de la tierra, el usufructo y posesión de una “plusvalía inmobiliaria”, sino también el producto del trabajo, en consecuencia el salario sería también producto del trabajo, más no el trabajo mismo. En realidad este estaría conformado, en una sociedad dominada por el capital, por la totalidad de los salarios, las rentas y las ganancias. Así que ¿cómo es posible que el trabajo que es el que produce toda la riqueza social solo obtenga como remuneración (para utilizar un término de la economía convencional), tan solo una parte alícuota del producto total de su trabajo, es decir, el salario? Visto así y de manera sumamente sucinta, está muy lejos de ser “algo justo”.

Por lo tanto, para Marx el salario es una reducción de los hombres que trabajan a su simple humanidad (simple humanité), ya que éste estaría compuesto tan solo de los bienes y servicios, en términos de valores de uso, necesarios y suficientes, para que el poseedor de lo que Marx llamará la fuerza de trabajo recuperase su energía vital perdida en la jornada laboral, con el único fin de que estuviese lista para ser gastada en una nueva jornada de trabajo. Así, el salario reduciría a un nivel de animalidad a los hombres que trabajan al darles tan solo lo que necesitan para sobrevivir, así como a una vaca solo se le da el alimento necesario para que continúe siendo vaca, y al caballo se le da la cebada necesaria para que continúe siendo caballo, y nada más.

El Marx  de 1844 demostró, además, cómo es que el interés de los asalariados coincide con los intereses de la sociedad, en tanto que son éstos los que producen toda la riqueza objetiva que le permite a la sociedad desarrollarse, pero mientras ésta permanezca bajo el dominio del capital y sus personeros (es decir, los capitalistas y sus “políticos”), los intereses de la sociedad están en contra de los intereses de los trabajadores asalariados, de allí que sea este tipo de sociedad la que establece, por ejemplo, la idea un salario mínimo. De modo que para éste Marx habría algo así como una sociedad-contra-salario (Marx, 2004: 47-65), que empujaría de manera inevitable hacía la precarización relativa de la vida cotidiana de los sujetos que trabajan.

De allí que un economista crítico pueda contestar a nuestra primera pregunta con un rotundo no. No puede haber salarios justos, pues éstos, por definición, son el resultado de un acto inmoral e inhumano que tiene su fundamento en un hecho social que se llama explotación (¡uy!.. otra vez esta palabra nada popular entre los pensadores y economistas de arriba). En efecto, que al trabajador se le pague con tan solo una parte de su trabajo en forma de salario es algo más que un robo, se llama explotación. Ello implicaría, a su vez, que tampoco pueden existir salarios dignos, pues más allá de la cuantía que se reciba, en términos nominales, e incluso en términos reales y del nivel de vida (“alto” o “bajo”) que con ese salario percibido se pueda lograr, el ser explotado es algo que atenta contra la dignidad del género humano. De allí que Marx sostenga la idea de que el salario es la medida histórico-moral de su tiempo.

Ello quiere decir que el nivel del salario, en un momento determinado, sería como una especie de termómetro que nos indicaría cuál es el valor que dicha sociedad le otorga a la humidad, reducida a una simple humanité. No nos es difícil decir, dada la barbarie que impera en nuestra sociedad actual, que la medida histórico-moral de nuestro tiempo está por los suelos, de allí —en parte— que politiqueros como los del PAN, PRI, PRD, etc., puedan ir y venir con discursos demagógicos y gocen de plena impunidad.

Ello nos lleva a pensar que no bastará con indignarse y desmontar el carácter cínico de sus dichos pues, como hemos apuntado más arriba, la base sobre la que actúan es “toda burguesa”, por lo que no será con una condena moral, por más que ésta se encuentre basada en una postura crítica, como lograremos echarla abajo. Antes bien, tendríamos que preguntarnos, una vez más, ¿qué es lo que permite que esa “base burguesa” siga en pie? Pensamos que intentar responder esa pregunta puede ir en el sentido de recordar, una vez más (después de todo, todo olvido es una enajenación), que la forma salario es una gran arma en la lucha de clases, pues tiene un gran poder mistificador sobre los dominados modernos, poder que tiene el efecto de ocultar ante los ojos de toda la sociedad el carácter injusto, indigno e inhumano del trabajo asalariado. Mientras éste exista, los spots de los “Anayas”, por decir lo menos, nos seguirán turbando, persiguiendo e indignando, pero lamentablemente nada más… por ahora.


1 O al menos era “presidente del PAN” hasta hace bien poco, cuando Gustavo Madero Muñoz, quién de hecho había sido su predecesor, recuperó de manera “intempestiva” la dirección de ese partido el 20 de enero del año en curso, sin ningún remilgo por parte de Anaya y sin llamar a elecciones de sus afiliados. Y sin embargo, el mismo spot sigue circulando ¡Qué manera de combatir la corrupción! Véase: La Jornada, 20 de enero 2015: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/01/20/madero-regresa-a-la-dirigencia-del-pan-y-anaya-como-coordinador-de-la-diputados-8710.html (consultado 8 marzo 2013)
2 El sentido positivo del cinismo, que estaría ligado aquellas sectas post-aristotélicas del IV a.n.e.c., conocidas como las “sectas del perro”, que negaban los valores acartonados de una civilización en crisis, poco o nada tienen que ver con la desfachatez que aquí estamos tratando de comentar. Al respecto de la secta de los cínicos véase la obra del helenista García Gual (1998).
3 El otro protagonista del “audio-escándalo” es Miguel Ángel Yunes actualmente panista y expriista de vieja data, a quién se le ha relacionada con varios casos de corrupción. http://www.unomasuno.com.mx/exhiben-posible-audio-de-moches-de-ricardo-anaya/ (consultado 8 de marzo 2015)
4 Cursivas nuestras.
5 El ethos realista, según Bolívar Echeverría, es aquel que vive dentro de la modernidad capitalista, asumiendo las dinámicas sociales impuestas por el capital, como algo normal y natural a través de las cuales se puede alcanzar, de manera única, el éxito y el reconocimiento social. El ethos realista es la manera en que se despliega la famosa “cultura de los emprendedores”, de “aquellos que quieren un país ganador” y no mediocre lleno de “proles” (sic).

Bibliografía

García Gual, C. (1998). La secta del perro. Vidas de los filósofos cínicos. España: Alianza
Marx, K. (1966). Escritos económicos varios. México: Grijalbo.
Marx, K. (2004). Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Argentina: Colihue.