(RE)COMENCEMOS A NOMBRAR A LENIN

Ni en la naturaleza ni en la historia se producen milagros, pero todo viraje brusco de la historia, incluida cualquier revolución, ofrece un contenido tan rico, desarrolla combinaciones tan inesperadas y originales de formas de lucha y de correlación de las fuerzas en pugna, que muchas cosas pueden parecer milagrosas a la mente del filisteo.

V. I. Lenin, Cartas desde lejos (marzo, 1917)

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El de Lenin sigue siendo un nombre condenado. En las recurrentes crisis del capitalismo, sucede de vez en cuando que el mainstream económico burgués “redescubra” a Marx y lo celebre como profético científico social —obviamente borrando la carga subversiva de su pensamiento—. No sería posible lo mismo con Lenin. Su trabajo teórico, aun extraordinariamente rico y articulado, no se puede separar de una acción partidista que destruyó las bases sociales y políticas del zarismo en Rusia y que, materialmente, inscribió en el imaginario de millones de explotados y explotadas en todo el mundo la posibilidad de una revolución comunista victoriosa. No hay apología en estas palabras, no se trata de recuperar una “inocencia” de Lenin en tanto a lo que sucedió en la Unión Soviética después de su muerte, ni en cuanto a sus propias elecciones en los años siguientes a octubre de 1917. Lenin fue muchas cosas, pero seguramente no un “inocente”. En todo caso, su nombre queda atado a una revolución comunista victoriosa, la peor pesadilla de la burguesía. Esto lo admitía Víctor Serge, perseguido por el estalinismo, pero quien había sido muy cercano a Lenin, mientras contemplaba a la multitud de vencidos que huían de Europa a finales de la década de 1930: “supimos ganar, no hay que olvidarlo”, escribió en sus memorias.[1]

No hay, entonces, un “Lenin Renaissance” (renacimiento de Lenin). Con actitud provocadora, Slavoj Žižek ha insertado a Lenin en algunos debates contemporáneos, mezclando motivos de cultura popular contemporánea con variaciones sobre temas lacanianos.[2] Sin embargo, su provocación no parece haber logrado grandes resultados, más allá de algunos momentos en los cuales se ha reanudado un debate, no particularmente memorable, sobre el “partido” que se desarrolló en Estados Unidos poco después del movimiento “Occupy”.[3] En el mismo pensamiento de Žižek no faltan intuiciones felices, por ejemplo, sobre las cuestiones de la “verdad” y del “paso a la acción” en Lenin, pero están a menudo subordinadas a una sustantiva apología de la figura de la autoridad y del Estado. Además, si miramos los estudios históricos dedicados a Lenin, el centenario de la Revolución de Octubre fue la ocasión para volver a impulsar lecturas que siguen el rastro de las teorías del “totalitarismo” y de la continuidad entre el “terror rojo” durante la guerra civil y el estalinismo.[4] Son pocos los trabajos serios e innovadores dedicados específicamente a Lenin fuera de esa perspectiva. La biografía intelectual escrita por Tamás Krausz se puede mencionar como un raro ejemplo.[5]

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En estas circunstancias, la reedición italiana del libro de Toni Negri sobre Lenin ofrece una oportunidad para regresar a los escritos del gran revolucionario bolchevique y una invitación a las nuevas generaciones de militantes a leerlos con la misma irreverencia que caracteriza a las páginas que siguen. A unos pocos meses de la muerte de Lenin, Vladímir Mayakovski advertía sobre el riesgo de que “las procesiones / el mausoleo / y los homenajes, / reemplacen la sencillez de Lenin”.[6] Esto es, efectivamente lo que aconteció, y no sólo en la Unión Soviética. En general, el “marxismo-leninismo” ha ido adquiriendo rasgos a veces terribles, otras veces grotescos, en muchas partes del mundo, incluida la Italia de los años en los cuales Negri escribía La fábrica de la estrategia. La ortodoxia pregonada por los protectores de Lenin podía efectivamente encontrar cómo anclarse en su prosa y en la intransigencia con la cual llevaba a cabo sus batallas de partido; aun así, Lenin miraba siempre los movimientos de masas e intentaba anticipar su orientación. Frecuentemente, este aspecto fundamentalmente dialéctico de la política de Lenin ha sido borrado en los desarrollos sucesivos del marxismo-leninismo, reducido por momentos a máquina de dominio y, por otros, a una ritualidad tan sectaria como minoritaria. Arrancar los escritos de Lenin de estos desarrollos era uno de los objetivos de Negri en La fábrica de la estrategiaPara regresar a la imagen propuesta por Isaac Babel en Caballería roja (1926), se trataba de volver a seguir “la curva misteriosa que describe la línea recta de Lenin” sin certeza alguna en cuanto a los arribos.

El título del primer capítulo del libro, “Lenin y nuestra generación”, incluye una indicación metodológica fundamental: la lectura que propone Negri se ancla en el trasfondo de las grandes luchas obreras de los años sesenta en Italia y en otros lugares del mundo, sobre todo en el 68, época que planteó problemáticas y reveló subjetividades claramente distantes de las que habitaban la política de Lenin. El choque entre esa política y un contexto material profundamente renovado por la lucha de clases actúa como motivación esencial de una confrontación con Lenin que las mallas de la ortodoxia no pueden atrapar. Negri tampoco tenía el objetivo de trazar y explicar a lectores y lectoras “lo que realmente dijo Lenin”, según el estilo de una exégesis que lo consideraría un “autor” entre otros.

Lo que sí se retoma de los escritos y de la acción de Lenin, para aplicarlo en la lectura de sus propios textos, es su insistencia sobre la discontinuidad, sobre las rupturas que pautan al desarrollo capitalista y la política de clase. Esto aplica, por ejemplo, para la obra juvenil El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899), de la cual Negri extrapola una noción de la tendencia que permite a Lenin romper con el debate populista socialdemócrata, anticipando la centralidad política de la fábrica. También aplica a la teoría de la organización propuesta en ¿Qué hacer? (1902), a sus intervenciones en los años de la Gran Guerra y a la polémica en contra de los “viejos bolcheviques” después de la Revolución de febrero de 1917. Recientemente, repensando La fábrica de la estrategia, Negri dijo que en ese libro consideraba a Lenin como “un prototipo metódico”.[7] Su método no podía sino construirse con base a esos criterios de discontinuidad y ruptura que guían el análisis y la política del mismo Lenin, profundizados en la soledad del exilio en Suiza durante la guerra a través de una lucha cuerpo a cuerpo con la Ciencia de la lógica de Hegel, a la cual Negri dedica paginas muy eficaces, tal vez porque las escribió en un periodo en el cual estaba gestando su personal despido de la dialéctica.

El libro surge de un curso universitario que dio Negri en el ciclo 1972/1973 en la Universidad de Padua. El flujo y estilo del texto reproducen el ritmo de la palabra oral pronunciada durante las clases, como sucedió también con otro gran libro que el autor publicó en 1979, Marx más allá de Marx: Cuaderno de trabajo sobre los Grundrisse. (Madrid: Akal, 2001). Cabe recalcar que La fábrica de la estrategia se publicó en 1977, en el marco de una coyuntura política completamente transformada. En pocas palabras, el libro aparece enteramente pensado desde la militancia de Negri en el grupo Potere operaio (“Poder obrero”), mientras se publica cuatro años después de la disolución del grupo y durante el auge de la experiencia de la Autonomía obrera organizada. Si ya en el transcurso de 1972-1973 se proponía como tema fundamental la ruptura entre la realidad histórica en la cual actuaba Lenin y el periodo sucesivo al 68, en 1977, este abismo se había duplicado por la gran discontinuidad producida por las luchas de los años setenta.

Ya en 1969, en un artículo escrito para el tercer número de la revista Potere Operaio, Negri retomó la crítica leninista del “tradeunionismo” para proponer la necesidad material de la organización política revolucionaria. Esta última no sería un “hecho de la conciencia”, sino una necesidad del todo material. El artículo se titulaba “Comencemos a nombrar a Lenin” y anticipaba algunos temas de La fábrica de la estrategia, en donde, entre otras cosas, es evidente el posicionamiento crítico de Negri frente a las organizaciones armadas que daban sus primeros pasos mientras él daba su curso.[8] Escrito bajo el impulso de la gran revuelta obrera de Corso Traiano en Torino, en el julio de 1969, el artículo de Negri señalaba una perspectiva política que apuntaba a una actualización de la teoría y práctica leninistas de la insurrección en las condiciones de plena madurez de la producción industrial de masas. En los años siguientes, el mismo desarrollo de las luchas obreras cuestionaría esa perspectiva, determinado por la distensión social de la producción (lo que Negri describiría como la transición de “un obrero masa a un obrero social”), una profunda transformación de las figuras de la subjetividad y de las prácticas de la insurgencia proletaria. Así, en 1977, desafiaba a las y los lectores de La fábrica de la estrategia a que encarnaran la política de Lenin en un terreno que no solamente era del todo diferente a la Rusia de principios de siglo, también de la Italia en la cual Negri había impartido su curso universitario.

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De cuáles rupturas y discontinuidades se deba hacer cargo la lectura de este libro hoy, en el momento en el que lo proponemos a una nueva generación de activistas, es fácil imaginarlo. Desde luego, la traducción al inglés, publicada en 2014 por Arianna Bove, debió provocar otros desconciertos en la lectura y en la interpretación del texto.[9] Quisiera proponer algunas consideraciones preliminares sobre cómo se podrían retomar y hacer actuar las indicaciones de Lenin hoy en día, en la política de las luchas y de los movimientos, siguiendo el método de la discontinuidad delineado por Negri y haciendo referencia a la lectura propuesta en La fábrica de la estrategia. Haré hincapié en tres cuestiones clásicas del pensamiento leninista, es decir, la organización, el imperialismo y la relación entre Estado y revolución. Finalmente, discutiré por separado una problemática interna a esa relación, la cual me parece muy importante para nuestros tiempos, es decir la “transición”.

Comencemos entonces a nombrar a Lenin, es decir, a hablar de la organización. Tómese la lectura más difundida del modelo de partido propuesto por Lenin en ¿Qué hacer?: una vanguardia separada de la clase, formada por “revolucionarios de profesión”, quienes, desde el exterior, llevan la necesaria “conciencia” a las masas. Aparentemente, no hay nada más distante de las exigencias de nuestro presente, caracterizado por movimientos como el feminismo y el antirracismo, los cuales proponen y exaltan un caleidoscopio de diferencias, un tejido articulado de prácticas de libertad. Sin embargo, ante una segunda mirada, las cosas son bastante más complejas. Frecuentemente, se nos ha olvidado que Lenin formuló su propuesta de organización en una situación del todo peculiar, es decir, frente a la necesidad de luchar en contra de la autocracia zarista y en presencia de una composición de clase en la cual el obrero industrial (“profesional”) era una figura minoritaria, de la cual cabía afirmar la hegemonía política. “Ningún otro partido socialista del mundo ha tenido que afrontar tareas nacionales como las que tiene planteadas la socialdemocracia rusa”, escribe Lenin en el primer capítulo de ¿Qué hacer?[10] Negri pone en evidencia estos aspectos, y hace hincapié en el tema de la relación entre partido y “espontaneidad”, una cuestión fundamental en el debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo.

Claro está, Lenin critica “ese culto a la espontaneidad, es decir, a lo que existe ‘en el momento actual’” e identifica en el “tradeunionismo” una política corporativa que defiende meramente a los “obreros de una dada categoría”, una deriva en la dinámica espontánea de demanda de las luchas.[11] Sin embargo, la acción de vanguardia del partido no es nada si no es capaz de conectarse con la espontaneidad de las masas, exaltándola y al mismo tiempo orientándola. Esto lo entendió con admirable síntesis Georg Lukács en un ensayo de 1924: “el partido dirigente del proletariado sólo puede cumplir su misión si va siempre un paso por delante de las masas en lucha, para mostrarles el camino. Pero él se encuentra más adelante siempre de un solo paso, para seguir siendo el líder de su lucha”.[12] Por otra parte, la dialéctica entre expansión de la espontaneidad y acción de partido había sido claramente expresada por Lenin en ¿Qué hacer?[13] Negri fuerza conscientemente este movimiento dialéctico y, abarcando la entera curva de desarrollo de la política de Lenin, formula los términos de una paradoja: “Lenin de la espontaneidad a la espontaneidad”. El partido, en otras palabras, nace del interior de la espontaneidad de las masas, para disciplinarla y orientarla según los intereses generales de clase, adoptando una forma decididamente rígida en la formulación de ¿Qué hacer?, para luego abrirse en la dirección de una renovada expansión de la espontaneidad a la altura de las revoluciones de 1905 y 1917.

Crucial en esta perspectiva de Lenin es la relación entre partido y soviet, sobre la cual Negri continúa su reflexión, enriqueciéndola y matizándola en las décadas siguientes a la publicación de La fábrica de la estrategia.[14] “No existe esperanza proletaria”, escribe en este libro, “que no comprenda conscientemente un comportamiento sovietista”. Obviamente, la relación entre partido (y después Estado proletario) y soviet es un problema de gran complejidad tanto desde el punto de vista histórico como teórico. Negri fuerza la solución una vez más, midiendo una experiencia política gestada en “una situación histórica determinada” contra “nuestras necesidades” contemporáneas. Aquí emerge una perspectiva que reclama una fidelidad metódica hacia Lenin, una discontinuidad fundamental. Según Negri, el soviet vive en las luchas como principio interno a una composición de la clase obrera ya del todo transformada. Continúa siendo, como para Lenin, un polo del “dualismo de poder”, pero este último —lejos de definir una situación excepcional que deba resolverse a través de la insurrección— es ahora impuesto por el desarrollo tumultuoso de la lucha de clase hacia “las mismas estructuras constitucionales” y “se define como situación histórica en general”. Lo que resulta profundamente transformado para Negri es la relación entre lucha económica y lucha política, mientras que es en las propias masas donde, con una inversión del “trayecto leninista”, se “implanta” la estrategia.

He aquí delineados los términos de la apuesta política de Negri desde el principio de la década de 1970: era desde el interior de la nueva composición de clase que el acertijo de la relación entre partido y espontaneidad debía encontrar su solución. El elemento de la unificación de las luchas vivía en el interior de los comportamientos y de las luchas obreras, y al partido le incumbía articular una táctica capaz de exaltarlo y de garantizar su eficacia. Ya se dijo que la situación se mostraba muy diferente en el momento en el que La fábrica de la estrategia se publicó en 1977. Se puede decir que en el movimiento italiano de ese año la relación entre partido y espontaneidad (para continuar con los términos de Lenin) se presentó como dividida, y la misma historia de la Autonomía obrera organizada ha sido, en última instancia, caracterizada por la imposibilidad de volver a componerla.[15] Pero ¿qué decir de la situación actual, en la cual el elemento potencial de riqueza de una composición del trabajo vivo profundamente heterogénea continúa traduciéndose en una fragmentación de las luchas, que no pocas veces recuerda al tradeunionismo de Lenin? ¿Sigue teniendo sentido acercarse a Lenin por medio de la experiencia de la lectura de Negri de antaño para activistas comprometidos con movimiento feministas, ecologistas o antirracistas? Evidentemente, creo que a estas preguntas corresponde una respuesta positiva y que, cuanto menos los problemas planteados en el centro de la política de Lenin continúan interpelándonos, desafiándonos a buscar nuevas soluciones.

Cómo pensar la relación entre movimientos de masas y acción de minoría es, en particular, una cuestión que se presenta continuamente, y no sólo en Italia, para la acción política. Estamos convencidos de que los movimientos y las luchas son las que producen las condiciones de la innovación política y del avance sobre el terreno de la transformación radical de lo existente. Sin embargo, debemos reconocer que la unificación de las luchas, su disposición en un horizonte global y su duración en el tiempo no gozan de garantías internas. Sobre este punto, Lenin sigue desafiándonos. Claro está, su teoría del partido parece hoy aún más lejana de lo que le pudo haber parecido a Negri a principios de 1970; cuestiones de democracia, articulación e interseccionalidad son imprescindibles para practicar en forma eficaz la relación entre política de minoría (militancia) y “espontaneidad”. Aun así, revisado adecuadamente a la luz de un siglo de luchas, el problema de Lenin sigue siendo nuestro problema. Se trata, al mismo tiempo, del problema de la organización y del poder, de un poder colectivo que hay que construir y ejercer para destruir las bases de la explotación y construir una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales. En este sentido, en continuidad con la perspectiva de Negri antes mencionada, muchas y muchos de nosotros hemos retomado en los últimos años la reflexión sobre el dualismo del poder y contrapoder, términos en los que, aunque sólo sea para despedirnos, la comparación con Lenin es ineludible.[16] Más adelante, volveré brevemente sobre este punto.

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En el gran debate sobre el imperialismo de las primeras dos décadas del siglo XX, el cual involucró tanto a teóricos liberales como John A. Hobson y a marxistas como Rudolf Hilferding y Rosa Luxemburgo, la posición de Lenin se distinguió por la claridad de las tesis presentadas y sus implicaciones directamente políticas. En particular, también en este tenor, se hace hincapié en la discontinuidad, ya anunciada por los procesos de reorganización del capitalismo en curso desde la década de 1890. En la incipiente crisis de la hegemonía británica, Alemania y Estados Unidos lideran un proceso de concentración de la producción, mediante la “combinación” de diferentes ramas de la industria en una sola empresa, dando lugar a la formación de monopolios y oligopolios. El resultado es una profunda transformación del modo de producción capitalista: “el viejo capitalismo”, escribe Lenin en su “ensayo popular” sobre el imperialismo (1916), “el capitalismo de la libre competencia, con su regulador indispensable, la Bolsa, pasa a la historia. Su lugar lo ocupa un nuevo capitalismo, que tiene los rasgos evidentes de algo transitorio, una mezcla de libre competencia y monopolio”[17]. La contradicción marxiana entre la socialización de la producción y la persistente apropiación privada de los productos y de la riqueza se vuelve aún más violenta. El dominio del capital se articula así necesariamente a nivel político, y si “en lugar de los capitalistas separados, surge un único capitalista colectivo”,[18] éste se aferra y se suelda a los procesos de concentración del poder en manos del Estado, asumiendo características nacionales. Al mismo tiempo, la nueva función de los bancos promueve una financiarización del capitalismo industrial y contribuye a empujar a los “capitalistas colectivos”, organizados con base nacional hacia la expansión espacial de sus operaciones y el conflicto imperialista.

Para Negri, la lectura de Lenin es “absolutamente correcta y adecuada a la realidad” de su tiempo, en particular en cuanto a la Gran Guerra. Aun así, Negri está impartiendo su curso mientras se acerca la victoria de la guerra del pueblo en Vietnam, y mientras las luchas antimperialistas aumentan en muchas partes del mundo. La redefinición del concepto de imperialismo es una urgencia política y teórica, sobre la que en esos mismos años está trabajando, en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Padua, Luciano Ferrari Bravo.[19] Por eso, añade Negri en La fábrica de la estrategia, “hoy El imperialismo de Lenin es una obra que encuentra grandes limitaciones”. Es una afirmación que muchos años después se convertirá en una de las tesis fundamentales de Imperio (2000), el libro en coautoría con Michael Hardt en el cual se hace referencia a la intensidad de la crítica de Lenin al concepto político de imperialismo, y se le presenta como a alguien que “fue capaz de anticipar la transición a una nueva fase del capital que iba más allá del imperialismo mismo”.[20] No es éste el lugar para examinar la precisión de esta afirmación sobre la base de un análisis de los textos de Lenin. Más bien, vale la pena señalar que la tesis del fin del imperialismo se presenta hoy como problemática en una coyuntura en la cual la guerra de Ucrania parece manifestar más bien la presencia renovada de una pluralidad de imperialismos que compiten entre sí. Aun así, sigue siendo cierto que, como escribe Negri en La fábrica de la estrategia, el capital ha sido capaz de superar “dialécticamente” algunas de las contradicciones identificadas por Lenin; en particular, la denominación nacional de “capitalistas colectivos” ha sido profundamente cuestionada por los acontecimientos de las últimas décadas. Es con estos desarrollos que la renovación de la teoría del imperialismo debe hoy ser confrontada.[21]

Si renunciamos a tratar de encontrar una correspondencia literal entre su análisis del imperialismo y la situación contemporánea, Lenin sigue acompañándonos en este camino de necesaria renovación teórica. Una vez más, Lenin indica un principio esencial de método en sus escritos de los años de la Gran Guerra. Como señala Negri, su análisis del imperialismo está enteramente empeñado en fundar “ese pasaje dialéctico que es el pasaje insurreccional”, es decir, la necesidad y la posibilidad de la revolución obrera, la cual Lenin afirma enérgicamente desde el comienzo de la guerra. La “transformación de la guerra imperialista en guerra civil” es la consigna que formula Lenin ya en septiembre de 1914, mientras el entusiasmo nacionalista parece impregnar a las masas de toda Europa y la socialdemocracia alemana vota a favor de los créditos de guerra, seguida pronto por los partidos de otros países.[22] La táctica de Lenin, tan dúctil como siempre en aquellos años, se articula enteramente en torno a esta consigna, a menudo defendida en soledad dentro de su propio partido. “Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y nuestras tareas inmediatas a las características específicas de cada situación dada”, leemos en las Cartas desde lejos (marzo de 1917).[23] Y si al principio de la guerra Lenin todavía escribe que “es deber del proletariado de Rusia completar la revolución democrático-burguesa en Rusia con el fin de encender la revolución socialista en Europa”,[24] el desarrollo de la guerra y el proceso revolucionario iniciado en febrero de 1917 lo llevan a acelerar la política bolchevique, poniendo al orden del día la insurrección y la revolución proletaria.

No es el caso profundizar en la política de Lenin durante los años de la guerra, su incesante polémica con el “chovinismo social” en Rusia y Europa y su compromiso con la construcción de una Tercera Internacional. Se encontrarán muchas referencias a estos temas en el libro de Negri.[25] Me parece más relevante subrayar que en el análisis de Lenin de la guerra imperialista se revelan cambios de poder globales que se convierten en factores internos en la reformulación de la política comunista en Rusia y en la perspectiva internacional. Subyacente al replanteamiento de la cuestión nacional, por ejemplo, está sin duda la necesidad de luchar contra el nacionalismo “panruso”; pero también existe la conciencia de las crecientes luchas anticoloniales que hacen de la política comunista una política necesariamente global, desplazando el centro de gravedad europeo de gran parte del marxismo contemporáneo a él. Este último, escribe Lenin a finales de 1915, lee el movimiento de liberación nacional desde la perspectiva de la experiencia europea, donde “pertenece al pasado”; y no mira “hacia Oriente, Asia y África, hacia las colonias donde este movimiento pertenece al presente y al porvenir. Basta con citar a la India, China, Persia, Egipto”.[26]

En general, la guerra imperialista confunde las escalas geográficas y desestabiliza las fronteras que habían posibilitado una paz europea basada en la dominación en las colonias, “a través de guerras continuas, incesantes, ininterrumpidas, guerras que nosotros los europeos no consideramos como tales, ya que con demasiada frecuencia se parecen más bien a matanzas salvajes, al exterminio de poblaciones indefensas”; la guerra revela un mundo nuevo y, en la inmensa catástrofe de la destrucción de cuerpos y materiales, abre perspectivas revolucionarias sin precedentes.[27] Aun tomando en cuenta que se trata de una situación completamente diferente, esta lección sigue siendo extremadamente relevante para nosotros en una coyuntura caracterizada por cambios tan tumultuosos como los que Lenin presenció en la distribución del poder y de la riqueza en todo el mundo. La articulación entre la “geopolítica” y las luchas sociales vuelve a ser crucial, en una perspectiva de replanteamiento del internacionalismo, la cual ciertamente no puede remitir a las soluciones de Lenin, pero sí vuelve a plantear un problema fundamental de su política comunista. Y podemos repetir, con el líder bolchevique, que aquí también la necesidad de innovación es radical: de nada nos sirve “el argumento de la rutina, de la inercia, del letargo”, considerando que “queremos rehacer el mundo”.[28]

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“A quienes me preguntan cuál libro pueda introducirles mejor al marxismo”, escribe Negri en 2022, “les respondo: El Estado y la revolución de Vladimir Ilich Lenin”.[29] El análisis de este texto ocupa un tercio de La fábrica de la estrategia, y se ubica dentro del gran laboratorio de investigación, abierto por Negri desde principios de 1960, sobre las transformaciones del Estado capitalista.[30] Quien imparte el curso de 1972/1973 es todavía un profesor de Doctrina del Estado, aunque al Estado lo defina como “una impostura que hay que destruir”, en particular cuando en 1970 explica las razones por las cuales no incluyó la entrada “Estado” en el volumen sobre “Estado y Política” que editó para la Enciclopedia Feltrinelli Fischer.[31] Unos años más tarde, apoyará la “maliciosa observación” de Norberto Bobbio sobre la inexistencia de una doctrina marxista del Estado, confirmándola en cuanto al reformismo y al “movimiento obrero oficial”. Y, aun así, la vuelca en un “desafío dirigido a la construcción, para la transición comunista por parte de esta clase trabajadora, de una teoría de la destrucción del Estado”.[32] El Estado y la revolución de Lenin es sin duda el antecedente y el manifiesto imprescindible de esta teoría.

Cabe precisar algunas cuestiones. Este Estado a destruir, el cual no se merece ni una entrada en una enciclopedia que la titula, es estudiado por Negri con pasión, rigor y radicalidad verdaderamente formidables. Cimentándose con los debates jurídicos (en particular los de Alemania) de la segunda parte del siglo XX en torno a temas como derechos laborales, Constitución y partidos, el profesor paduano anticipa transformaciones y “deformaciones” del Estado que se manifestarían plenamente sólo mucho tiempo después.[33] La confrontación con diferentes corrientes de la teoría marxista del Estado, por ejemplo, en torno al tema fundamental del gasto público, arroja luz sobre la nueva figura productiva del capital y la intensificación de los antagonismos que la atraviesan en la coyuntura de los años setenta. Negri vuelve a leer a Pashukanis, el autor de La teoría general del derecho y marxismo (1924) para matizar la perspectiva y las apuestas de una crítica marxista del derecho a la altura de los nuevos tiempos en los cuales escribe y actúa.[34] Pero entonces, ¿qué es el Estado? Precisamente en La fábrica de la estrategia, comentando el libro de Lenin, Negri propone una definición tan sintética como precisa: “el Estado se representa como forma específica de la síntesis de organización y mando: los dos aspectos son irrenunciables dondequiera que se extiendan, dondequiera y comoquiera que determinen su síntesis”.

Debajo de una estructura que puede parecer “escolástica” en cuanto al comentario puntual a los textos de Marx y Engels, El Estado y la revolución se basa, según Negri, en la lúcida comprensión de esta naturaleza del Estado. Claro está, Lenin exaspera la cuestión del mando cuando escribe que “según Marx el Estado es de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases ”.[35] Sin duda, como observa Negri, hay un elemento de rigidez en esta exasperación, la cual configura el poder como “un absoluto no dialéctico, no dialectizable”, pero ésta es funcional al proyecto comunista de extinción del Estado, el cual apunta a separar mando y organización, rompiendo con la máquina represiva y liberando los elementos de organización internos a una nueva constelación de fuerzas y una nueva configuración política de la cooperación social y productiva. No sorprende en este sentido que Lenin indique en la correspondencia, basándose en los acontecimientos contemporáneos a él, el ejemplo paradigmático de un “mecanismo de gestión social” que se puede arrancar del Estado capitalista para hacerlo funcionar como modelo de empresa socialista. “Organizar toda la economía nacional como lo está el correo”, escribe Lenin para señalar “el Estado que necesitamos y la base económica sobre la que debe descansar” en el proceso de transición hacia el comunismo “bajo el control y la dirección del proletariado armado”.[36] La extinción del Estado que comenzó con la ruptura revolucionaria es necesariamente caracterizada por la invención de nuevas formas institucionales de organización y gobierno de la vida asociada. Comenta Negri en 2022: “destruir al Estado y reconstruir un conjunto de instituciones que permitan una vida libre se vuelve una tarea a desarrollar en común. Terminando la lectura de El Estado y la revolución, nuestros cuerpos se comprometen con esa tarea”.[37]

Escrito entre julio y septiembre de 1917, cuando Lenin es obligado a la clandestinidad por el fracaso del primer intento bolchevique de insurrección, El Estado y la revolución es un texto completamente orientado hacia la acción, el cual queda inacabado por el precipitar de esta última con la victoria de octubre. Desde luego, es “más placentero vivir la experiencia de la revolución que escribir acerca de ella”, escribe Lenin en la posdata de la primera edición.[38] Son palabras famosas, incluso memorables. No obstante, ellas no deben esconder el hecho de que El Estado y la revolución no sólo es un libro inconcluso, sino sobre todo desprovisto de un capítulo fundamental que formaba parte del plan original de la obra: el séptimo, dedicado a “La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917”. En La fábrica de la estrategia, Negri insiste, justamente, sobre esta cuestión: desacoplado de su arraigo en el proceso de “emergencia del sujeto revolucionario como tal”, del pragmatismo histórico que determina su eficacia, el discurso de Lenin se ha prestado a lecturas que han meramente relevado su “carácter doctrinario”. Por ello, una vez más, “leer El Estado y la revolución significará también tomar distancia”, es decir, comprobar y renovar el proyecto comunista de extinción del Estado frente a una nueva composición de clase, una nueva fase de desarrollo capitalista y de correspondientes “mecanismos de gestión social” dentro de los cuales hay que buscar el equivalente funcional de los correos leninistas. El análisis de Negri es valioso para estructurar estas preguntas, las cuales hoy necesitan de una reformulación que abarque también los debates en torno a la relación potencial entre digitalización y planificación socialista.[39]

Por supuesto, a más de un siglo de la Revolución de Octubre (y 50 años después del curso que impartió Negri en Padua), El Estado y la revolución plantea también otros problemas, a partir de aquél de democracia y “libertad” que Rosa Luxemburgo formuló de manera original ya al año siguiente de la toma del poder por parte de los bolcheviques: “el sofocamiento de la vida pública bloquea la fuente de experiencia política y la prosecución del desarrollo”.[40] Luxemburgo, escribiendo en la prisión de Breslau, donde fue detenida por su oposición a la guerra, se ubicaba decididamente dentro del proceso revolucionario en marcha en Rusia, destacando críticamente un problema fundamental, es decir, el riesgo de que la “dictadura del proletariado” terminara apagando la energía política (la movilización y presencia de las masas en el espacio público) de la cual dependía el futuro de la revolución. ¿Se puede encontrar en El Estado y la revolución una semilla de este problema? Enzo Traverso señala cómo en ese libro Lenin piensa en “los órganos de la dictadura proletaria como meramente ejecutivos”, apoyándose para el resto en el modelo saint-simoniano de “la administración de las cosas”.[41] “Registro y control”, escribe Lenin en el capítulo quinto: “he aquí lo principal, lo que hace falta para ‘ponerse a punto’ y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. En ella, todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que no es otra cosa que los obreros armados”.[42] En última instancia, se trata de una paradoja: Lenin, el teórico marxista más intensamente político de la historia, paradójicamente, piensa en la transición (socialismo), sus formas institucionales y sus personajes subyacentes a través de un modelo administrativo. Es sobre este terreno que la definición del dualismo de poder que mencionamos anteriormente, su distensión en el tiempo y su arraigo en los espacios apuntan a intervenir, multiplicando las rupturas constituidas de todo proceso revolucionario y arrojando las bases para la continuidad de la acción y de la transformación política. “La extinción del Estado”, escribe Negri, es un “trabajo de construcción de otro poder”,[43] el cual no puede de ninguna manera reducirse a administración o tecnocracia, sacrificando los soviets por la electrificación o sus equivalentes contemporáneos, para recordar un célebre eslogan lanzado por Lenin en 1920 (“el socialismo es igual a soviets más electrificación”).

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Nombré la transición, tema central de El Estado y la revolución, en el cual se abarca y reformula la teoría de la “dictadura del proletariado”. Negri, quien interviene en los debates históricos de los años setenta sobre la transición del capitalismo, no parece apreciar particularmente aquel término, definiéndolo “ambiguo”[44]. En La fábrica de la estrategia, la entera problemática de la transición, en particular en cuanto al asumir la dictadura proletaria y del socialismo como estadio preliminar, parece decididamente redimensionada por la pregunta de si “cualquier proyecto de revolución realista no deba ya ponerse en el terreno del comunismo”, entendido este último según una palabra clave de la época, como “programa mínimo”. Me parece que, al respecto, hoy en día las cosas son bien diferentes y que retomar el tema de la transición sobre la base, por ejemplo, de las aún limitadas y contradictorias experiencias de los gobiernos “progresistas” latinoamericanos de los últimos años sea de gran utilidad, también para matizar el significado que atribuimos a una perspectiva de lucha anticapitalista. El arraigo de la relación social del capital demanda una política que lo enfrente en esta misma duración temporal de la cual hablamos relativamente al dualismo del poder. La experiencia de Lenin se revela aquí, una vez más, valiosa.

Lo que se dijo sobre las formas ejecutivas y administrativas de gobierno de la transición adquiere su pleno significado bajo la luz de la convicción de Lenin, evidente en El Estado y la revolución, que esta última iba a ser breve, sí caracterizada por el pleno ejercicio de la violencia revolucionaria (¡los bolcheviques no iban a repetir los errores de los comuneros parisinos!), pero fundamentalmente lineal. Negri acierta en esta cuestión, hablando tanto para Marx como para Lenin de una “excesiva unilateralidad y unilinealidad de la tendencia descrita”. Una vez más, mirando los desarrollos de la situación posrevolucionaria en Rusia, nos encontramos frente a una peculiaridad absoluta: la intervención de potencias extranjeras y el gigantesco drama de la guerra civil. No obstante, Lenin se percata de que, incluso independientemente de estas circunstancias, la transición tiende a prolongarse y descomponerse en una serie de “nuevos periodos de transición”. En su dura polémica con Trotsky sobre el rol de los sindicatos en el curso de los trabajos preparatorios para el X Congreso del Partido Comunista Unión Soviética (bolchevique), en marzo 1921, Lenin afirma que “estamos viviendo un periodo de transición en un periodo de transición.”[45] Lo que resulta es una exigencia que casi quisiéramos definir maquiavélica de “cómo abordar a las masas, de cómo ganárselas, de cómo vincularse a ellas”, volviendo a promover la acción política del partido y reconociendo, en contra de Trotsky, la necesaria autonomía de los sindicatos obreros.[46]

Aquí se esboza, apenas con alusiones y de manera fragmentaria, un modelo de gobierno de la política de la transición muy diferente al que se vio en El Estado y la revolución. Me pregunto si para nuestras necesidades de hoy —las cuales, cabe recalcarlo una vez más, son completamente diferentes a las de Lenin a principios de la década de 1920— podría ser útil conectar este modelo con la NEP, la nueva política económica lanzada por Lenin en 1921, decretando el fin del “comunismo de guerra”. Fundada en el reconocimiento del papel del libre mercado y, por tanto, de un papel de las fuerzas y relaciones capitalistas, las cuales hay que dirigir hacia el desarrollo del socialismo a través de su regulación estatal (un “capitalismo de Estado”), la NEP ha sido fuertemente cuestionada por la izquierda, como una “retrocesión” del proceso revolucionario. Aquí apenas se puede esbozar otra posible lectura, la cual requeriría de mucha más amplitud e investigación histórica.[47] Independientemente de su realización, en la perspectiva de Lenin, la NEP reconoce un dualismo esencial en la estructura económica posrevolucionaria y organiza en torno a este dualismo las condiciones del conflicto político para doblegar la persistente relación del capital hacia un desarrollo que determine su ruptura. El elemento dominante es la “correlación de fuerzas”, escribe Lenin, “y se decide por la lucha”.[48] El libro al que ustedes se acercan a leer, La fábrica de la estrategia, anticipa esta lectura, definiendo la NEP como “el intento de volver a actuar una dinámica de lucha de clases para el desarrollo, es decir por la determinación de la transición entre el socialismo y el comunismo”. Se trata de una indicación para actualizar y desarrollar, frente a problemas radicalmente nuevos, entre otros, la relación entre desarrollo y justicia climática. En todo caso, me parece una forma realista para repensar el tema de la transición y recalificar el significado de la lucha anticapitalista.

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Creo que ahora se entenderá que, volver a nombrar a Lenin, significa volver a nombrar algunos problemas, medir nuestra distancia de las soluciones que él nos propuso con relación a nuestras necesidades y abrir laboratorios de investigación y experimentación práctica que no pueden encontrar en el dirigente revolucionario bolchevique alguna garantía de éxito. Cabe recalcar que los problemas que aquí intentamos esbozar en torno a los temas de la organización, el imperialismo, la relación entre Estado y revolución y la transición siguen formando parte de nuestros problemas. Acercarse a ellos leyendo a Lenin ofrece, entre otras cosas, una oportunidad para rescatar la experiencia de la primera revolución comunista victoriosa en la historia, rescatándola de las tragedias que pautaron su historia después de su muerte en 1924. La fábrica de la estrategia representa una excelente invitación a esa lectura, poniendo en escena el encuentro y desencuentro entre dos épocas de la lucha de clases y dos formas diferentes de pensar la revolución. Entre las muchas cosas que le debemos a Toni Negri, este libro —el cual le podría parecer inactual a algunos— es cierto que no es la menos significativa.


[1] V. Serge, Diarios de un revolucionario, 1936-1947 [1951], México, UACM-BUAP, 2022.

[2] Véase, en particular, S. Žižek, Repetir Lenin, Madrid, Akal, 2004.

[3] Véase, por ejemplo, J. Dean, Crowds and Party, London – New York, Verso, 2016.

[4] Las muchas referencias a Lenin de Enzo Traverso representan una importante excepción. Véase E. Traverso, Revolución: Una historia intelectual, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2022.

[5] T. Krausz, Reconstructing Lenin: An Intellectual Biography, Nueva York, Monthly Review Press, 2015.

[6] V. Mayakovski, Vladímir Ilich Lenin [1925], traductor A. Herraiz, El Perro y la Rana, 2017, p. 29.

[7] T. Negri, Historia de un comunista, Madrid, Traficantes de Sueños, 2018, p. 398.

[8] Véase “Cominciamo a dire Lenin”, en Potere operaio, I (1969), 3 (2-9 de octubre), p. 3.

[9] Véase A. Negri, Factory of Strategy: Thirty-Three Lessons on Lenin, translated by A. Bove, New York, Columbia University Press, 2014.

[10] V. I. Lenin, Obras, tomo II (1902-1905), Moscú, Progreso, 1973, p. 11.

[11] Ibid., pp. 9 y 20.

[12] G. Lukács, Lenin. Teoria e prassi nella personalità di un rivoluzionario [1924], Torino, Einaudi, 1970, p. 42. Traducción desde la versión italiana.

[13] “Cuanto más crece la lucha espontánea de las masas, cuanto más amplio se hace el movimiento, tanto mayor, incomparablemente mayor, es el imperativo de elevar con rapidez la conciencia de la labor teórica, política y orgánica de la socialdemocracia” (Obras, Tomo II, p. 23).

[14] Véase en particular A. Negri, El poder constituyente: Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Madrid, Traficantes de Sueños, 2015, pp. 344-372; Id., “Soviet: Within and Beyond the ‘Short Century’”, en South Atlantic Quarterly, 116(4), 2017, pp. 835-849.

[15] Véase en este sentido el importante trabajo de M. Hardt, The Subversive Seventies, New York, Oxford University Press, 2023; particularmente el capítulo 10. El libro de Hardt permite, entre otras cosas, ubicar los años setenta italianos en una dimensión global de desarrollo de las luchas y los movimientos de esa década.

[16] Véase, por ejemplo, M. Hardt y S. Mezzadra, “October! To Commemorate the Future”, en South Atlantic Quarterly, 116(4), 2017, pp. 649-668; y S. Mezzadra y B. Neilson, The Politics of Operations. Excavating Contemporary Capitalism, Durham, NC – London, Duke University Press, 2019, cap. 6. También se puede considerar el Cuaderno de Euronomade sobre el “Contrapoder”.

[17] V. I. Lenin, “L’imperialismo, fase suprema del capitalismo” (1917), in Id., Opere scelte, cit., vol. II, p. 478 [“El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, Obras completas, tomo XXIII, Madrid, Akal, 1977, p. 338].

[18] Ibid., p. 474.

[19] Véase L. Ferrari Bravo (comp.), Imperialismo e classe operaia multinazionale, Milano, Feltrinelli, 1975, y sobre todo, la fundamental introducción del editor (“Vecchie e nuove questioni nella teoria dell’imperialismo”, ibid., pp. 7-67). Sobre la figura, véase el apasionado “homenaje” de A. Negri, Luciano Ferrari Bravo. Ritratto di un cattivo maestro, con alcuni cenni sulla sua epoca, Roma, Manifesto Libri, 2003.

[20] M. Hardt y A. Negri, Impero. Il nuovo ordine della globalizzazione [2000], Milano, Rizzoli, 2002, p. 220.

[21] He analizado este conjunto de cuestiones en un libro con Brett Neilson, The Rest and the West. Capital and Power in a Multipolar World, de próxima publicación en Verso. Para un adelanto de algunos temas del libro, véase nuestro artículo “Mutazioni del capitalismo globale: un’analisi congiunturale”, en Alternative per il socialismo, 69(2023), pp. 35-43.

[22] Cfr. V. I. Lenin, “La guerra y la socialdemocracia de Rusia”, Sobre el Internacionalismo Proletario, Progreso, 1975, p. 94.

[23] V. I. Lenin, “Cartas desde lejos”, Obras completas, tomo XXIII, Moscú, Progreso, 1957.

[24] Ibid., pp. 33-34.

[25] Véase también el capítulo cuarto de T. Krausz, cit.

[26] V. I. Lenin, “El proletariado revolucionario y el derecho de las naciones a la autodeterminación” [1915], Obras completas, tomo XXIII, Moscú, Progreso, 1957, pp. 39 y ss.

[27] V. I. Lenin, “La guerra e la rivoluzione” (1917), in Id., Opere scelte, cit., vol. IV, p. 141. De modo análogo, Rosa Luxemburgo escribió dos años antes: “por vez primera hoy las feroces bestias, liberadas por la Europa capitalista contra todo el mundo, de repente irrumpieron en el centro de Europa” (R. Luxemburg, “El folleto Junius: la crisis de la socialdemocracia” [1915], en Obras escogidas, 2018, p. 247 ss.).

[28] V. I. “Lenin, I compiti del proletariato nella nostra rivoluzione” (1917), in Id., Opere scelte, cit., vol. IV, p. 84.

[29] A. Negri, “Prefazione”, en V. I. Lenin, Stato e rivoluzione. La dottrina marxista dello Stato e i compiti del proletariato nella rivoluzione (1917), Milano, Pigreco, 2022, p. 7.

[30] Véase A. Negri, La forma-Estado, Madrid, Akal, 2003.

[31] A. Negri, “Introduzione”, en Scienze Politiche 1 (Stato e politica), Enciclopedia Feltrinelli Fischer, Milano, Feltrinelli, 1970, p. 10.

[32] A. Negri, La forma-Estado, cit., p. 287.

[33] Uso el término “degeneraciones” inspirándome en el trabajo de P. Schiera, Lo Stato moderno: origini e degenerazioni, Bologna, CLUEB, 2004. Schiera se ha relacionado muchas veces con el trabajo de Negri: véase, entre otros, “Tra costituzione e storia costituzionale: la crisi dello Stato”, en F. Jannetti (ed.), Immagini del politico. Catastrofe e nascita dell’identità, Roma, Savelli, 1981, pp. 20-48.

[34] Hay referencias abreviadas a algunos de los temas tratados en A. Negri, La forma-Estado, cit.

[35] V.I. Lenin, El Estado y la revolución, Fundación Federico Engels, Madrid, 1997, p. 29.

[36] Ibid., p 73.

[37] A. Negri, “Prefazione”, en V. I. Lenin, Stato e rivoluzione, cit., p. 8.

[38] V. I. Lenin, El Estado y la revolución, cit., p. 143.

[39] Véase, por ejemplo, E. Morozov, “Digital Socialism? The Calculation Debate in the Age of Big Data”, en New Left Review, 116/117, March-June 2019, pp. 33-67.

[40] R. Luxemburgo, La revolución rusa: un examen crítico, Caracas, El perro y la Rana, 2017, p. 62.

[41] E. Traverso, cit., p. 158.

[42] V. I. Lenin, El Estado y la revolución, cit., p. 121. Cursivas en el original.

[43] A. Negri, “Prefazione”, en V. I. Lenin, Stato e rivoluzione, cit., p. 13.

[44] Cfr. A. Negri, Del obrero-masa al obrero social: Entrevista sobre el obrerismo a cargo de Paolo Pozzi y Roberta Tommasini, Madrid, Anagrama, 1980, p. 116. En cuanto a la transición al capitalismo, véase, en particular, A. Negri, “Manifattura e ideologia”, en P. Schiera (ed.), Manifattura, società borghese, ideologia, Roma, Savelli, 1978. Muy importante también el libro de Negri sobre Descartes (Descartes politico, o della ragionevole ideologia, Milano, Feltrinelli, 1970), el cual será reeditado pronto por Manifesto Libri con una presentación de Marco Assennato.

[45] V. I. Lenin, “Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores de Trotsky”, en Obras completas, tomo XI (1920-1921), Progreso, Moscú, 1973, p. 143.

[46] Ibid., p. 138. Sobre esta polémica entre Lenin y Trotsky (quien insistía sobre el hecho de que, después de la revolución, los sindicatos ya no tenían un antagonista frente a quien defender la clase obrera y que, por lo tanto, debían transformarse en órganos del Estado) es fundamental leer a C. L. R. James, You Don’t Play With RevolutionThe Montreal Lectures, D. Austin (ed.), Oakland, CA and Edinburgh, AK Press, 2009, pp. 161-213.

[47] Un punto de partida lo ofrece el libro de M. Cacciari y P. Perulli, Piano economico e composizione di classe. Il dibattito sull’industrializzazione e lo scontro politico durante la NEP, Milano, Feltrinelli, 1975.

[48] V. I. Lenin, “Sobre el impuesto en especie”, Obras completas, tomo XII (1921-1923), Moscú, Progreso, p. 35.