La lucha de las mujeres mexicanas se encuentra en este momento con la oportunidad histórica de alcanzar por fin que una mujer esté al frente del máximo puesto de dirección política y social de nuestro país. Con dicho suceso sería posible cumplir muchas de las demandas históricas perseguidas por las mujeres mexicanas, además de darle continuidad al giro de la lógica destructiva que durante más de treinta años golpeó al pueblo de México. El giro hacia un país más justo que encarna la Cuarta Transformación. Emanados de un movimiento popular que obtuvo el triunfo en 2018, los gobiernos de la Cuarta Transformación y de la Ciudad de México tienen un compromiso real con que las mujeres vivan una vida libre de violencia y verdaderamente justa y equitativa. Sin embargo, los medios de comunicación masivos, así como el manejo tendencioso de noticias y rumores mediante las redes sociales, intentan continuamente hacer aparecer ante la opinión pública que no hay ningún cambio, que todo sigue igual a como eran durante el periodo neoliberal. Los defensores del neoliberalismo y sus agencias quisieran que la población creyese que las ruinas, la pobreza y el desgarramiento del tejido social provocados por casi cuarenta años de férrea aplicación de medidas antipopulares e injustas son producto de esta transformación; desean que se piense que la violencia desatada por la corrupción, la pauperización, las armas y la guerra que generaron por todo el país tiene una historia reciente; asimismo exhiben a la violencia contra las mujeres como un fenómeno que surgió de la nada y que su aumento exponencial es reciente, cuando en realidad surgió con ferocidad durante los gobiernos neoliberales, que la dejaron crecer sin inmutarse mientras glorificaban el lenguaje y la perspectiva de género.
Para su desgracia, la vasta mayoría de la población tenemos memoria y sabemos la verdad. No obstante, el flagelo de la violencia contra las mujeres es muy complejo, más aún el caso extremo de ésta: el feminicidio. La cantidad de víctimas es espeluznante y el daño que ha causado a toda la sociedad es inmenso, pero sobre todo a los hijos, a las familias, a los allegados más cercanos a ellas. Es comprensible la indignación y desesperación que provoca el hecho de su permanencia. Su combate es igual de complejo y está aunado a una larga serie de abusos en contra de las mujeres mexicanas que es necesario ver y analizar para poder erradicarlos. Igualmente importante es comprender que estas agresiones contra las mujeres crecieron dentro de una lógica de violencia generalizada, que durante el largo periodo neoliberal se centraron, por momentos, en diferentes poblaciones (indígenas, luchadores sociales, estudiantes, periodistas, inmigrantes) o la población en general, como sucedió durante la “guerra contra el narcotráfico”. Los abusos contra las mujeres se insertan dentro del mismo objetivo que las demás medidas que caracterizaron al neoliberalismo: concentrar la riqueza de nuestro país en poquísimas manos mediante la explotación del trabajo de la mayoría. De modo que acrecentar las diferencias entre los sexos no hizo más que justificar y normalizar en el interior de la sociedad, de las familias y las comunidades la política jerárquica neoliberal. Se buscó con ello naturalizar los beneficios que unos cuantos obtenían gracias a políticas sesgadas como asignaciones directas; venta de paraestatales a precios bajísimos y con crédito; nepotismo, influyentismo y amiguismo; subrogación de los servicios que el Estado prestaba a manos de particulares (no pocas veces familiares de los gobernantes); becas e inversión en tecnología para grandes consorcios y trasnacionales, y toda una larga lista de medidas corruptas que se escondían detrás del discurso de la meritocracia. Sobre todo hicieron creer que los grandes problemas sociales como la pobreza, la marginación, la discriminación, la violencia, el desempleo, el sexismo y demás eran resultado de las decisiones individuales o mero trato entre las personas, es decir, fruto de lo que la gente hacía o dejaba de hacer, y no que provenían de políticas económicas, sociales y culturales encaminadas a beneficiar a los grandes capitales.
La lógica excluyente neoliberal y el trabajo femenino
A partir del decenio de 1980 se instauró en nuestro país el modelo económico y político neoliberal, siguiendo con ello a los regímenes conservadores inglés (la administración de Margaret Thatcher, a partir de 1979) y su versión estadounidense (el gobierno de Ronald Reagan, en 1981). Aunque el neoliberalismo ya había dado sus primeros pasos mediante la imposición que las funestas dictaduras del sur de nuestro continente llevaron a cabo en los años setenta en Chile, Uruguay, Perú y Argentina[1]. Dicho modelo se caracterizó por una serie de medidas económicas, políticas y sociales enfocadas en la disminución de la intervención del Estado mexicano en la economía. Este paquete de reformas incluía la privatización de las empresas estatales, el desmantelamiento de las capacidades del Estado, la flexibilidad de los derechos laborales, la redirección o eliminación de subsidios y la liberalización comercial, entre otras.
Tras casi cuarenta años de neoliberalismo, los y las trabajadoras mexicanas fueron los más afectados pues las relaciones salariales sufrieron de una serie de perjuicios como la formación de sueldos con un tope salarial permanente, la disminución de salarios y de prestaciones mediante la subcontratación ilegal así como la flexibilización del proceso y las condiciones de trabajo.[2] Es más, se puede afirmar que las políticas económicas neoliberales se caracterizaron por ser profundamente anti-laborales: hubo un tremendo deterioro de los salarios; la clase trabajadora perdió derechos laborales ganados tras décadas de luchas, la vasta mayoría de la población mexicana vio reducidos sus ingresos, la tasa de empleos informales y la migración por causas económicas creció de forma vertiginosa mientras la riqueza se concentraba en unas cuantas manos, llevando al país a un desequilibrio económico extremo resultado de una lógica cada vez más excluyente.
En este escenario de debacle económica para la amplia mayoría de la población, una enorme cantidad de mujeres mexicanas se empobreció, su nivel de desempleo y subempleo aumentó escandalosamente y, para muchas, el autoempleo se convirtió en la única salida. A todo ello se sumó que durante este periodo hubo un aumento exponencial de la agresión y abuso en contra de las mujeres; de hecho es durante el periodo neoliberal que aparece el fenómeno más extremo de la violencia de género: el feminicidio.
Efectivamente, existen diversos estudios que revelan un sesgo del neoliberalismo en contra de las mujeres,[3] es decir que las medidas económicas neoliberales tuvieron un impacto diferenciado en la población femenina, sobre todo la trabajadora y ya de por sí precarizada. Así, las reformas implementadas con este modelo económico agudizaron una de las mayores y más comunes desigualdades: la inequidad económica entre los sexos, común en todo el planeta, pues ellas perciben menos que sus congéneres a nivel mundial aunque realizan más trabajo doméstico gratuito que ellos; se enfrentan a tasas de desempleo más altas, además de que son las primeras en ser despedidas cuando hay recortes de personal; al haber dedicado tanto tiempo a las labores reproductivas, reciben una jubilación peor o no reciben ninguna, por todo ello son más pobres y en general tienen considerablemente menos propiedades que los hombres.[4]
En este contexto de por sí desigual e injusto para las mujeres, el modelo neoliberal actuó de forma depredadora en contra de su fuerza de trabajo tanto en el ámbito de la producción (las labores por las que se recibe un salario o ingreso) como en el de la reproducción (los trabajos generalmente no retribuidos o gratuitos). De ahí que a pesar de que la tasa de participación de las mujeres en empleos remunerados ha tenido un ascenso continuo desde fines del siglo pasado, pues la participación de las mujeres en trabajos remunerados es más del doble, pasando del 19% en 1970 a 44% en el 2018, las mujeres mexicanas no han alcanzado un nivel de desarrollo y seguridad económica acorde con este repunte. Cabe entonces preguntarnos ¿por qué si las mujeres mexicanas fueron aumentando su participación en el trabajo remunerado durante la etapa neoliberal, esto no encontró eco en su bienestar ni en su autonomía económica? Enlistamos a continuación algunas de las variadas formas como el neoliberalismo afectó de forma sesgada a las mujeres.
Aumento de la brecha salarial
La brecha salarial es un concepto usado por especialistas para hacer notar una diferencia entre los salarios y los ingresos que perciben las personas según su sexo. Se refiere a una serie de medidas ocultas o disimuladas para pagar menos por el trabajo hecho por las mujeres. Al decir de los principales organismos internacionales relacionados con estos factores, esta disparidad podrá ser subsanada a nivel mundial, en al menos 170 años. Así de profundo es el abismo que separa económicamente a las mujeres de los hombres.
Este desfase no es producto del régimen neoliberal, sino de la forma de reproducción social capitalista, pero al ser el neoliberalismo la etapa última y la modalidad extrema de dicho capitalismo, del mismo modo son de extremas sus consecuencias; esto se ha hecho patente en la afectación de la vida de muchas mujeres. Efectivamente, según la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia (Conavim), “la brecha salarial entre géneros es uno de los tres aspectos más importantes de la desigualdad de género, junto con el reparto desigual del trabajo no remunerado y la violencia contra las mujeres”[5].
Sin embargo, la brecha salarial no es algo fácil de observar pues, la Constitución mexicana “establece con toda claridad el principio de que a trabajo igual salario igual […] en el artículo 123, apartado A, fracción VII, se señala que ‘para trabajo igual debe corresponder salario igual, sin tener en cuenta sexo ni nacionalidad’”[6]. Y aunque eso dice nuestra Carta Magna, según datos del Instituto Mexicano del Seguro Social, por ejemplo, la diferencia salarial por género superó el 12%8 en febrero de 2019. Esta disparidad en los ingresos de las personas por su sexo no es fácil de notar pues comúnmente se disimula de diversos modos: dando peores empleos a las mujeres que a los hombres; otorgándoles horarios reducidos o parciales o trabajos que son menos valorados social o económicamente e impidiendo soterradamente que las mujeres asciendan de puesto; a este último fenómeno se conoce como “techo de cristal”.
Industria maquiladora, una nueva forma de explotación del trabajo femenino
El trabajo intensivo para el ensamble, o también llamado trabajo maquilador, es una actividad productiva que data desde los años sesenta en México pero que se incrementó con las medidas económicas de incentivación de la inversión extranjera propias del neoliberalismo en los años ochenta y alcanzó su apogeo con el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) en los noventa. La expansión de la industria maquiladora en México tuvo, sin lugar a dudas, un impacto en la feminización de la fuerza de trabajo en nuestro país. Pero este aumento en la contratación de mujeres, sobre todo jóvenes, en la industria maquiladora significó para éstas un empleo mal pagado, con tecnología precaria y malas condiciones de trabajo: “Al final de la década de 1980, el gobierno mexicano amplió la gama de programas que permitían actividades exportadoras mediante la diversificación de las formas legales para la inversión transnacional. […] Estas primeras transformaciones en la maquila posibilitaron la contratación de mujeres en condiciones flexibles y contexto de alta desregulación laboral”[7]
El trabajo en las maquiladoras representó para las mujeres el doble rasero de las políticas económicas neoliberales hacia éstas, pues por un lado significó un aumento en sus posibilidades de ingresar al mercado laboral, pero por el otro, la población femenina fue utilizada como fuerza laboral más y mejor explotable al someterlas a ritmos extenuantes de trabajo, baja remuneración, inestabilidad y flexibilidad en los empleos y una masiva contratación de mujeres jóvenes entre los 14 y los 24 años de edad, sobre todo al principio de la expansión de esta industria. De tal forma, se consideró el trabajo femenino en las maquiladoras como “de segunda clase y de bajo valor económico […] un trabajo femenino no calificado, débil, marginal, temporal y como parte del ejército industrial de reserva. Lo que en gran medida reflejó el discurso de los empresarios sobre las mujeres de la maquila como ‘muchas, bonitas y baratas’”.
Esta sobreexplotación laboral, así como su extensión en el país, como la forma específica en que se desarrolló el trabajo manufacturero femenino, convirtió a las maquiladoras en lugares de trabajo que producían “trabajadoras desechables”.
Desregulación y flexibilización de las relaciones laborales y discurso de la conciliación de vida familiar y vida laboral
Otra grave consecuencia de este modelo económico fue el profundo deterioro de las condiciones laborales y la vida en general de la clase trabajadora. La tendencia neoliberal a la reglamentación desfavorable para esta población a través de la flexibilización laboral, la precarización de las condiciones de trabajo, el decrecimiento del empleo, el debilitamiento sindical y la informalidad tuvo sus especificidades respecto a las mujeres trabajadoras y no fue exclusivo de la industria maquiladora. Dicha polivalencia o flexibilización laboral tuvo un uso extendido durante el neoliberalismo y fue una medida patronal para amortiguar el peso de los recortes de personal pero sin mellar la ganancia; con ella el personal que conservaba su puesto se veía sometido a varias funciones. En el caso de las mujeres, esta multiplicidad de funciones se relacionaba de forma casi invariable con labores “feminizadas”. Por mencionar un ejemplo emblemático, en 1990, con la privatización de Telmex hubo un proyecto de reubicación de las operadoras telefónicas; a partir de tal medida se podía suponer que “muchas de esas trabajadoras pasarían a desempeñarse en los servicios de comedor, de guardería y en servicios administrativos de apoyo”[8].
Además de la flexibilización salarial y el sexismo, otra de las medidas neoliberales que se llevaron a cabo fue la “conciliación del trabajo con la familia”, un discurso que aparentemente procura la equidad de género pero que en realidad servía para que las mujeres aceptaran la pérdida de sus derechos laborales y acrecentaran sus tareas en el ámbito del trabajo reproductivo. La política de “Conciliación Vida Laboral/Vida Familiar para lograr la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral”, sin embargo, lejos de impulsar una distribución equitativa de las labores domésticas y de cuidado co-responsabilizando al Estado, al mercado y a la sociedad, empezando por los otros miembros de las familias, para que las mujeres ejercieran plenamente sus derechos laborales, permitió que muchas mujeres aceptaran la reducción de su horario laboral, con la pérdida de derechos y la reducción de salario correspondiente, pues se hizo parecer como una reforma que mediaba entre los ámbitos productivos y reproductivos, cuando en la práctica consistió en una forma más de explotación del trabajo de las mujeres.
Desmantelamiento del Estado Bienestar y la sobrecarga del trabajo doméstico y labores del cuidado
A partir de la década de los 80, con la disminución del Estado mexicano y el recorte al presupuesto de la inversión pública en infraestructura social, se incrementó el trabajo no retribuido realizado por mujeres y se profundizó la división sexual del trabajo; esto afectó de diversas formas el desenvolvimiento, continuidad y ascenso en las labores productivas que éstas venían realizando. Una de las consecuencias de este retiro del Estado fue dejar a las mujeres la mayor parte de la carga del trabajo reproductivo, es decir, de limpieza del hogar; administración de los recursos; preparación de alimentos; cuidado de niños, ancianos y otros miembros de la familia enfermos o discapacitados, sin que por estas actividades percibieran ninguna remuneración y sin que éstas fueran distribuidas con la pareja, lo que dificultó e incluso impidió el desarrollo personal y profesional equitativo.
La carga desproporcionada de estas actividades ha limitado el tiempo de las mujeres y conllevado un desbalance en sus decisiones laborales. Desde que se implementaron dichas reformas muchísimas mujeres desconocen el tiempo libre pues dedican la mayor parte de su tiempo a las tres jornadas laborales: la formal, la doméstica y la de cuidados.
En promedio, por poner un ejemplo, en 2019, las mujeres mexicanas trabajaban 59.5 horas a la semana, distribuidas de la siguiente forma: 37.9 horas trabajo para el mercado, 39.7 horas trabajo no remunerado en los hogares y 5.6 horas en producción de bienes para uso exclusivo de los hogares. Por su parte, los hombres mexicanos trabajaban un total de 53.3 horas a la semana divididas así: 47.7 horas para el mercado, 15.2 horas trabajo no remunerado en los hogares y 6.6 horas producción de bienes para uso exclusivo de los hogares. Como es visible, las mujeres no sólo trabajan más horas, sino que la inequidad respecto al trabajo no retribuido entre los sexos es mucho mayor que el que existe en el caso del trabajo pagado. Si esto se compara con las cifras arrojadas por la Encuesta Nacional sobre Trabajo, Aportaciones y Uso del Tiempo, se aprecia una diferencia de 2 horas más de ocupaciones para la mujer, lo que supone un aumento del 50%16 en tan sólo 20 años.
Por otro lado, este sensible incremento de las labores reproductivas de las mujeres era producto del recorte que recayó en las espaldas de las mujeres, al gasto que el Estado ejercía en materia de salud, educación y cuidados como una forma de ayudar al gasto familiar, al no tener que pagar por dichos servicios. Esto llevó a una parte importante de las trabajadoras a aceptar las medidas de conciliación entre la vida laboral y la vida familiar buscando con ello tener más tiempo a costa de las pérdidas económicas y de derechos que esta “conciliación” significaba, o a renunciar a sus trabajos para volver a dedicarse por entero a las labores reproductivas, o bien a buscar trabajos informales que les permitieran llevar a cabo las labores de cuidados. Esto se registra en la diferencia notable entre la población sin ingresos según el sexo, pues “de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2018), la población sin ingresos propios fue de 13.8 millones (82.5% correspondió a mujeres y el resto a hombres). El porcentaje por sexo entre la población con 15 años y más muestra que el 36.6% de las mujeres no cuenta con ingresos propios, mientras que es sólo del 6.3% para los hombres.”[9]
Esta vuelta al entorno de lo privado y pérdida de la autonomía económica dejó a gran número de mujeres en medio de un contexto de desvalorización y violencia, pues sus opciones de poner límites o freno a la posible agresión de la pareja u otros hombres de la familia disminuyen al no contar con los recursos suficientes para huir de un ambiente violento.
Introducción de microfinanzas: la inclusión financiera de las mujeres
Como se puede deducir de lo ya expuesto, otra de las consecuencias de las políticas económicas neoliberales fue el abaratamiento de la fuerza de trabajo femenina y la cada vez mayor precarización de las mujeres o la también llamada feminización de la pobreza. Para escapar de esto, una de las medidas que las mujeres tomaron para conseguir ingresos fue y ha sido el autoempleo, el cual fue “apoyado” a través del acceso diferenciado (es decir, sólo para mujeres) a microcréditos bajo el discurso de la inclusión financiera con perspectiva de género o, también, el empoderamiento económico de las mujeres mediante préstamos diferenciados. Las microfinanzas no son solamente un ejemplo paradigmático de las formas neoliberales de reproducir y acumular capital mediante la pobreza, puesto que sirvieron de intermediarias entre el Estado y la población pauperizada, sino que, además, este modelo de negocio promovió un entorno de precariedad y violencia para las mujeres mexicanas por las siguientes razones: estos servicios que utilizaban el discurso de género para conseguir capital público sin embargo otorgaban el crédito con condiciones desfavorables y altos costos (casi siempre los más altos del mercado) para las mujeres más empobrecidas. Por otro lado, en vez de reducir la inequidad para las mujeres con estos créditos se convertían en una pesadilla pues el acoso para el pago es insufrible, por lo que muchas de ellas acudían a otra microfinanciera por una nuevo préstamo para pagar el anterior, lo que da como resultado una cadena de sobreendeudamiento.
Otra de las consecuencias funestas del negocio de las microfinanzas es que el diseño de la mayoría de estos créditos se basa en los financiamientos grupales, que se conforman generalmente por mujeres con lazos de parentesco o de amistad, ello significa que si una de ellas no pagaba, las otras tendrían que hacerlo, lo que ocasionaba el peligro del rompimiento de redes solidarias. Además, al ser financiamientos dirigidos a mujeres, éstas se veían expuestas a diversas violencias por parte de sus parejas por estar excluidos de estos préstamos, por lo que las agredían, insultaban o bien en no pocas ocasiones obligarlas a servirles de prestanombres para conseguir dichos crédito y después dejarles a ellas la deuda. De esta forma “disfrazada” de ayuda y “empoderamiento” a las mujeres los regímenes neoliberales que gobernaron México entre 1982 y hasta 2018 encontraron en las políticas económicas diferenciadas hacia la población femenina una enorme fuente de riqueza en la fuerza de trabajo de las mujeres, pero también, por su fácil conversión en población excedentaria de la fuerza de trabajo, como un ejército de reserva que ayudó mantener los bajos costos salariales mientras desarrollaba trabajo gratuito y fortalecía la informalidad.
* Publicamos un fragmento del ensayo “Agenda para una vida digna y de bienestar para las mujeres”, en homenaje a nuestra colega, camarada y amiga Lissette Silva Lazcano. Filósofa de formación y marxista por convicción, Lissette fue una decidida militante del movimiento de transformación participando de numerosos esfuerzos colaborativos dentro del Movimiento de Regeneración Nacional como del Instituto Nacional de Formación Política. Desde 2020 se incorporó al comité editorial de Memoria, donde siempre destacó por su activa participación. Su repentina partida en marzo de 2024 dejó un vacío profundo en numerosos espacios políticos, entre ellos nuestra publicación. Sea este un homenaje inicial a su labor intelectual y su inquebrantable voluntad política. Publicado en el libro Ideas para continuar la 4T.
[1] Véase Sergio Cámara y Abelardo Mariña, “Neoliberalismo, TLCAN y precarización laboral en México y Estados Unidos”, en Hemisferio Izquierdo.
[2] Véase Víctor Soria, Saldos perversos del neoliberalismo, p. 26
[3] Véase Ana Alicia Solís de Alba, Mujer y neoliberalismo: el sexismo en México; Jules Falquet, Pax neoliberalia. Perspectivas feministas sobre la reorganización global de la violencia; Nancy Fraser, “El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia”, en New Left Review, núm. 56, y Silvia Federici, Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas.
[4] Véase Mercedes D’Alessandro, Economía feminista: cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour).
[5] Conavim, “Brecha salarial, una de las grandes barreras para la igualdad de género”
[6] Gaceta del Senado, 17 de octubre de 2022.
[7] María Eugenia de la O Martínez, “Geografía del trabajo femenino en las maquiladoras de México”, en Papeles de Población, núm. 56.
[8] Véase Ana Alicia Solís y Max Ortega, Neoliberalismo y contrarreforma de la legislación laboral (1982-2013).
[9] Instituto Nacional de las Mujeres, Boletín, año 6, núm. 1.