Por Gerardo de la Fuente Lora y Jaime Ortega Reyna
En el marco del coloquio internacional “50 años de Lire le Capital”, el profesor Étienne Balibar visitó México; Memoria lo entrevistó.
Balibar fue un elemento destacado de la intelectualidad francesa formada alrededor de la figura de Louis Althusser. En los últimos años ha dedicado gran parte de su labor a reconstruir las formas de la concepción de ciudadanía a la luz de los conflictos que la sociedad gala enfrenta.
Gerardo de la Fuente Lora (GFL): En México hay 80 mil muertos, 22 mil desaparecidos, millones de pobres y 2 fraudes electorales. La pregunta es ésta: ¿En ese marco se aplica la filosofía política clásica, la que versa sobre la democracia y la ciudadanía, esa que tú estudias?
Étienne Balibar (ÉB): Es una pregunta perversa. Si contesto “sí”, sueno ridículo. Si respondo “no”, he de explicar. En principio, no hay una filosofía política clásica sino un problema político. Se tiene una primera limitación que debe tenerse en cuenta; hablamos implícitamente de “filosofía” en la tradición occidental, y naturalmente la idea de “política” (polis) tiene raíces cuyas ideas son occidentales; una limitación obvia. Pero la respuesta de principio es ésta: hay un problema político con tensiones y conflictos internos. Esas nociones, como ciudadanía y las otras, no tienen una definición fija y única; suponen apuestas en tales conflictos. Naturalmente, estoy de acuerdo en que las condiciones en que nos encontramos a escala local, países y naciones es un marco clásico; no van a desaparecer y perder toda significación de un día para otro, mas hay que estar conscientes de que desde el momento en que planteamos las cuestiones en México, tienen lugar tales fenómenos de violencia extrema o se encuentran situaciones de extrema desigualdad. Hablamos ya de política nacional, de economía nacional, un marco clásico que hay que cuestionar. Lo que digo es formal: desde el momento en que nos dimos cuenta de que las condiciones de vida, de pensamiento e interacción y la forma misma de los conflictos sociales a escalas local y global probablemente se han transformado, hasta el punto en que estamos en otra sociedad, con sus rasgos capitalistas clásicos. Es evidente que para hacer filosofía política hoy hay que inventar otra filosofía política. La cuestión es también que las nociones referidas son insuficientes y deben deconstruirse. Para acabar con el tema de la ciudadanía: he publicado diversos libros, algunos ya traducidos a diversas lenguas, donde me esfuerzo en hacer la deconstrucción y la reconstrucción. Es un empeño parcial, no contiene todo. Hay que desarrollar la ciudadanía.
La razón principal estriba en que hay elementos biográficos e históricos importantes de este punto de la ciudadanía, incluso para volver a la lectura de toda la tradición de deconstrucción de Aristóteles, a Maquiavelo, a Spinoza, a Marx mismo. Todo esto empezó con un aspecto limitado, pero importante en el cuadro europeo, francés, a inicios de la década de 1980: el doble hecho de que los movimientos reivindicatorios de los inmigrantes, como los 13 millones de mexicanos en Estados Unidos, africanos en Francia, que luchaban para vindicar e imponer sus derechos humanos, pero también sociales e incluso políticos en un sentido general. Usaban la categoría de ciudadanía en un modo explícito. Existieron naturalmente entre nosotros los marxistas o los posmarxistas, quienes dijeron: “No hay que usar la terminología burguesa, no sirve; hay que decir que éstos son los proletarios, y desarrollar un movimiento de esa naturaleza”. Claro que son proletarios, pero el lenguaje con que lanzan sus reivindicaciones era el de la ciudadanía. Ello significaba la ampliación del concepto de ciudadanía y un cuestionamiento de la ecuación central que rige el funcionamiento de nuestras instituciones modernas en el centro (en el sistema-mundo). La ecuación era ciudadanía-nacionalidad, como sinonimia.
Por esa razón empezamos más o menos todos a releer no sólo a Marx sino a Arendt (el vínculo entre ellos es Rosa Luxemburgo), el famoso capítulo sobre la crisis del Estado-nación y la noción de derecho a tener derechos. Se hizo clara la posibilidad de establecer una relación muy directa entre las reivindicaciones de los movimientos de inmigrantes y la noción de derecho a los derechos. Era lo que peleaban. Todo ello produjo una problemática de relectura crítica de deconstrucción de la tradición de la filosofía política, y de reconstrucción, ampliación y hasta subversión. Tal relectura se basaba no en consideraciones especulativas sino en el encuentro con un problema real. Nuevamente, no digo que es el todo del problema. Del mismo modo, las nociones de lucha de clases y de antagonismo son clásicas. Marx las tomó de una tradición de reflexión de conflicto entre pobres y ricos en la historia. Lo que vale la pena para la ciudadanía vale para la lucha de clases.
GFL: No he leído que te refieras a la noción de estado de excepción…
ÉB: Entre los libros muy brillantes que Agamben ha publicado en el último periodo, presentados como capítulos de la gigantesca obra intitulada Homo sacer, es una gran empresa filosófica. El último que ha sido publicado comienzo a leerlo en italiano: se llama El uso de los cuerpos. Entre todos ellos hay uno que me parece, es un juicio personal, más convincente: el Estado de excepción, un éxito. Sabemos que para simplificar detrás de su teorización hay una genealogía filosófica interesante. Dejemos de lado las fuentes foucaultianas; hay que mencionar la referencia al famoso pasaje de las Tesis sobre el concepto de historia, donde Benjamin dice que el estado de excepción se ha hecho normalidad. Él pensaba el nazismo, y detrás de esa formulación de Benjamin viene la problemática de Carl Schmitt. Como otros, he comenzado a leerlo y estudiarlo, y tratar de entender en circunstancias actuales la problemática de la soberanía como él la pensaba. Un paréntesis acerca de cómo fue atacado por los filósofos franceses: quienes habían convertido a Karl Marx en Carl Schmitt, gente muy peligrosa para la democracia. Fue divertido para mí que el libro escrito en 1976 sobre la dictadura del proletariado para defenderla sea completamente schimittiano, y hay razones múltiples. Schmitt había aprendido de la Revolución Rusa. Para dejar lo anecdótico, para ejemplificar, tal vez lo que quiera referir Agamben sea el problema de la generalización del estado de excepción, la suspensión de ciertas garantías y la desaparición de condiciones sociológicas de funcionamiento del Estado liberal clásico. La razón de todo ello no es que el principio de soberanía se reafirme con toda su capacidad clásica de organizar el campo político; es casi exactamente lo opuesto. Estamos viviendo un momento de disolución de estas formas clásicas, con la consecuencia natural de que hay, en mi terminología, cuadros de seudosoberanía que se afirman a escala mundial. El principal es el que podemos llamar el “mercado financiero global”, que no es una entidad política pero tiene aspectos de soberanía en el sentido schimittiano, justamente porque es un poder que se encuentra por arriba de la ley y la institución. Y hay fenómenos de otro tipo, mas no quiero hacer discursos especulativos. Entre el surgimiento de este tipo de seudosoberanía por encima de las instituciones estatales de la legalidad y, por el otro lado, los fenómenos de descomposición de la normalidad social, incluso las mismas formas de mantenimiento de la opresión, tiene que haber una especie de correspondencia en este sentido.
Jaime Ortega Reyna: ¿Cómo ve las transformaciones en Grecia con Syriza?
ÉB: Las perspectivas inmediatas son malas y peligrosas. La elección de Syriza para dirigir el Estado griego fue inmediatamente percibida por otra cuasi soberanía, la Troika, la cara visible de la estructura de poder que rige la política europea. Hay tensiones y problemas que no se resuelven directamente, pero se tiene una estructura de poder preparada durante años. Había un conflicto por distintas concepciones de Europa, esencialmente después de la reunificación alemana y la integración de la Europa del centro-este. La relación de fuerza se modificó por completo. Estábamos también entrando en el momento de aceleración de la globalización, y Europa sirvió como correa de transmisión. Se preparó un cambio de estructuras de poder, y la crisis de 2008 fue la ocasión para que la estructura de poder se cristalizara. Esto no significa que cualquier posibilidad de resistencia o transformación esté acabada; eso puede llamarse de diversas formas. Jürgen Habermas ha desempeñado un papel positivo; lo llama en su estilo alemán “federalismo ejecutivo posdemocrático”. Hablé en un artículo, con lenguaje gramsciano, de la “revolución desde arriba”. Es una preventiva, o una contrarrevolución. La estructura de poder creó la Troika como órgano de imposición a escala europea, empezando por Grecia, Portugal, Irlanda. Cuando Syriza fue elegida, la reacción fue muy clara: hay que aplastarla de inmediato. El banco central anunció que las posibilidades de empréstito de las bancas griegas estaban cerradas; y empezó la famosa negociación, aún inconclusa. Los griegos luchan, y el objetivo es absolutamente claro: aplastar, o bien, forzar al gobierno griego de Syriza a dimitir. O mejor aún, que se sometan y aceptan la política de la Troika. Las elecciones españolas son en realidad la fecha importante. Hay que demostrar que la alternativa es imposible antes que otros países, en especial España, sigan. Syriza está coaccionada para renunciar a su programa. Resulta claro que para Podemos será difícil vencer, pero si los griegos son aplastados se volverá más difícil.
La situación es difícil, y no soy optimista. Con otros naturalmente, escribimos textos de apoyo y estamos convencidos de la necesidad de abrir la posibilidad de una alternativa en Europa. En este momento se plantea el comportamiento de la socialdemocracia europea, alemana y francesa ya en el poder; aceptaron completamente la política de austeridad, y no quieren apoyar a Syriza. Eso da más dificultad. Soy duro, pero lo digo: cierta fracción de la extrema izquierda europea, con la que tuvimos controversias cuando escribí que había que comprender la estrategia de Tsipras, grita inmediatamente “traición”. Kouvelakis y otros escribieron textos furiosos contra los “eurófilos” Balibar y otros. Mi respuesta es que esa extrema izquierda tiene un objetivo, o quizás dos: primero, hacer una demostración de principios, diciendo “uno trata de hacer compromisos con el poder existente y llega al fracaso”. Pero hay otra intención que me llena de rabia: esos señores son antieuropeos. No sólo creen que la Europa neoliberal, y en eso tiene razón, no es la opción, pero no creen en Europa en ninguna forma. Son nacionalistas, soberanistas de izquierda, como los hay de derecha. Tienen el mismo lenguaje que ellos, y ven a Putin como la última posibilidad de resistencia al neoliberalismo. Y para ellos, Grecia no es un instrumento para avanzar. Lo digo en modo provocativo.