Las operaciones militares para asesinar a Emiliano Zapata comenzaron en 1911, inmediatamente después que se organizara el Ejército Libertador. Ese año hubo cuatro intentos fallidos que muestran desde el inicio cuáles fueron las fuerzas y las estrategias empleadas contra la revolución campesina de México.
Primero fue una emboscada que montó el ejército federal en Jojutla –el 28 de abril de 1911– con apoyo de Ambrosio Figueroa y Guillermo García Aragón, maderistas. Estos últimos pusieron el ingrediente del engaño necesario para llevar a Zapata a la trampa. Hicieron creer que perpetrarían un ataque conjunto sobre Jojutla. Pero, antes de emprenderlo, el general en jefe del Ejército Libertador recibió información de cómo estaban dispuestas las fuerzas federales y maderistas en Jojutla. Figueroa acampó cerca de la ciudad sin ser atacado, mientras que la artillería y las ametralladoras porfiristas se hallaban concentradas en la zona donde los zapatistas iniciarían el asalto. En esta ocasión y en otras posteriores, el trabajo de información de los insurgentes salvó la vida de Zapata.
Ambrosio Figueroa, cacique de Huitzuco, Guerrero, tenía relaciones estrechas con las haciendas de Jojutla, en especial con los hermanos Felipe y Tomás Ruiz de Velasco. Desde ese campo, la oligarquía, se gestó el arreglo entre Figueroa y el porfirismo. La iniciativa vino de Guillermo de Landa y Escandón, senador porfirista en dos ocasiones, gobernador del Distrito Federal y sobrino del general Pablo Escandón, hacendado y gobernador de Morelos. El acuerdo con Ambrosio Figueroa se realizó a través del teniente coronel Fausto Beltrán, quien estuviese al mando de la emboscada en Jojutla. Para los maderistas, el principal resultado fue que Porfirio Díaz designase a Francisco Figueroa –hermano de Ambrosio– como gobernador provisional de Guerrero.
Luego que falló la primera emboscada para asesinar a Emiliano Zapata, los porfiristas trataron de someterlo con ofrecimientos económicos. La respuesta del jefe insurrecto fue la ofensiva: el ataque y la toma de Cuautla. Pero, además, Zapata escribió una carta, publicada el 10 de mayo de 1911: “Es necesario que desechen esa farsa ridícula, que los hace tan indignos y despreciables y que tuvieran más tacto para tratar con gente honrada […]. Me he levantado, no por enriquecerme, sino para defender y cumplir ese sacrosanto deber que tiene el pueblo mexicano honrado, y estoy dispuesto a morir a la hora que sea”.1
El jefe del Ejército Libertador identificó así los campos del enfrentamiento social: por un lado, el pueblo mexicano honrado; por otro, el enriquecimiento y la farsa ridícula de los indignos y despreciables.
Así, desde las primeras semanas de la multitud insurrecta quedó la marca imborrable en la memoria que guardamos de Emiliano Zapata como símbolo de la dignidad y la honradez en las luchas del pueblo trabajador mexicano.
Las fuerzas de la oligarquía
Al día siguiente de la toma de Cuautla, el maderismo y el porfirismo llegaron a un arreglo en Ciudad Juárez. El secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, quedó como presidente provisional; fue abogado, diputado y embajador porfirista en Brasil, Argentina, Uruguay, Bélgica, Holanda y Estados Unidos.
Después, en febrero de 1913, León de la Barra apoyaría el golpe de Estado contra Madero y nuevamente sería secretario de Relaciones Exteriores. El día posterior al asesinato de Madero y Pino Suárez, en Lecumberri, el canciller huertista arguyó –ante el embajador de Estados Unidos– que su gobierno había trasladado a Madero y Pino Suárez a la penitenciaría porque ahí estarían más cómodos que en Palacio Nacional, y más seguros (tal cual). Así consta en el archivo del Departamento de Estado.2 Durante su presidencia provisional se realizaron otros dos intentos de asesinar a Emiliano Zapata.
A la caída de Porfirio Díaz, Emiliano Zapata se reunió con Francisco I. Madero el 8 de junio de 1911 en la Ciudad de México. “En atención de los servicios que ha prestado usted a la revolución –dijo Madero–, voy a procurar [que] se le gratifique convenientemente de manera que pueda adquirir un buen rancho”. El jefe insurrecto le respondió enojado: “No entré en la revolución para hacerme hacendado; si valgo algo, es por la confianza que en mí han depositado los campesinos”.3
Entonces se puso en marcha la siguiente operación. Si los rebeldes no se doblegaban con ofrecimientos, había que matarlos. Éste es un procedimiento fundamental del poder: la corrupción y el asesinato, el exterminio político moral y el físico para acabar con las luchas del pueblo trabajador.
En julio de ese año, un contingente zapatista asistió a la ciudad de Puebla para recibir a Madero, y se instaló en la plaza de toros. El campamento daba el aspecto de una feria, relataron dos testigos: “Niños, mujeres y ancianos, por centenares, se encontraban unos durmiendo y otros entonando canciones populares”. La noche del 12 de julio de 1911, el ejército federal atacó a los zapatistas: el fuego de fusilería que vomitaban las ametralladoras y los cañonazos, que disparaban a 150 metros, masacraron a las familias y a los insurrectos.4
A la mañana siguiente, Madero arribó a Puebla y visitó el cuartel del Carmen, frente a la plaza de toros. Allí felicitó a los asesinos “por su lealtad y disciplina”, y los exhortó a obrar siempre así, pues era necesario fortalecer al gobierno. Además, pidió al presidente provisional que ascendiese al coronel homicida, Aureliano Blanquet, al grado de general.5
Y se montó la emboscada. Cuando Madero se enteró de que Zapata hacía preparativos para atacar a Blanquet, Francisco Vázquez Gómez –candidato maderista a la Vicepresidencia, en 1910– envió un telegrama copiado en papel membretado del Estado Mayor de la Presidencia de la República: “Urge saber si Zapata no se ha movido para esta capital [Puebla], vigilando sus movimientos y dándome aviso; listos federales de confianza por si se ofrece movilizarlos repentinamente; urge orden de que entreguen al general [federal] Agustín del Pozo $20 000 hoy mismo, situación seria”.6
Enseguida, Victoriano Huerta inició la ocupación militar de Morelos, con apoyo de tropas maderistas de Veracruz, Hidalgo, Puebla, Oaxaca y Guerrero. En el primer contingente de estas fuerzas irregulares, el mando estuvo a cargo de Cándido Aguilar, después gobernador carrancista de Veracruz, secretario de Relaciones Exteriores y yerno de Venustiano Carranza. Ambrosio Figueroa fue designado gobernador y comandante militar de Morelos por iniciativa de Francisco I. Madero, quien escribió al cacique: “Espero que su patriotismo aceptará esa invitación y nos pondrá en su lugar a Zapata, que ya no lo aguantamos”.7
Victoriano Huerta hizo la campaña militar “sin consideración alguna” y así lo comunicó a Francisco León de la Barra. El País informó que el capitán Girard Sturtevant, agregado militar de la embajada de Estados Unidos, formaba parte del Estado Mayor del general Victoriano Huerta. Según información oficial, ese capitán enviaba sus informes a la División de Inteligencia Militar de Estados Unidos.8 A su vez, por aquellos días, David E. Thompson, embajador saliente de ese país, visitó al gobernador Ambrosio Figueroa y tuvo “frases cariñosas” para él. En 1906, Thompson promovió la persecución de los magonistas y la represión de los mineros de Cananea. También logró que el imperio controlara el agua de riego del río Colorado, en territorio mexicano.
El 25 de agosto, Tomás Ruiz de Velasco escribió al presidente de la República, Francisco León de la Barra: “Ayer regresó [Ambrosio] Figueroa, quebró buen número [de rebeldes…] Zapata en Jojutla […] ¿habrá modo de eliminarlo?”9
El presidente provisional trabajaba con ese objetivo. El 31 de agosto informó a Huerta: “Telegrafíame Zapata de Ayala diciéndome que sólo tiene una pequeña escolta. Comunícolo a usted para que conozca el punto de donde me telegrafía […] puede usted proceder con libertad de acuerdo con [Ambrosio] Figueroa y [Gabriel] Hernández”. Huerta se dirigió de inmediato a Villa de Ayala y atacó la población durante una hora. Pero Zapata ya no estaba ahí. Entonces informó al presidente que enviaría sin demora una columna para apoyar al figueroista Federico Morales, quien combatía a Emiliano Zapata en Chinameca. León de la Barra le insistió: “Puede usted proceder con libertad”.10
Ahí, en Chinameca, ocurrió el nuevo intento de asesinar a Zapata. El general insurgente Próspero García Aguirre relató que, llegando a la hacienda, los rebeldes pidieron permiso para jugar unos toros; dos días llevaron a cabo eso, y el administrador de la hacienda llamó por teléfono a Cuautla para delatarlos.
“Zapata estaba comiendo en la casa de Santiago Posada cuando le llegó el parte de que el gobierno lo sitiaba. Salió en su caballo y, ya en el obrador, se quedó parado con quince hombres que lo rodeaban armados. Y el gobierno ya venía, cuatrocientos hombres armados sobre él. Se apeó del caballo, metió mano al rifle y empezó a tirar. Montó en el caballo, se revolvió con unos y salió. Salió con dos y él, tres. Se fue pa’l cerro”.11
Al terminar su periodo provisional, Francisco León de la Barra dio un informe al Congreso: “El problema del desarme y la dispersión de las fuerzas revolucionarias [en Morelos] fue mayor que en otras partes del país”, pues los zapatistas “adoptaron una actitud insumisa”. Luego, señaló oposiciones significativas del pensamiento oligárquico. En un campo, Victoriano Huerta, un “jefe de prestigio”; en el otro, Emiliano Zapata, “el jefe del movimiento sedicioso que se hizo popular entre las clases incultas del Estado por ofrecimientos de repartición de las tierras, sin tener en cuenta los derechos de propiedad”;12 es decir, el “derecho” de los usurpadores de tierras, montes y aguas, desde la época de Hernán Cortés.
El general en jefe Emiliano Zapata: “¿Cómo se hizo la conquista de México? Por medio de las armas. ¿Cómo se apoderaron de las grandes posesiones de tierras los conquistadores, que es la inmensa propiedad agraria que por más de cuatro siglos se ha transmitido a diversas propiedades? Por medio de las armas. Pues por medio de las armas debemos hacer porque vuelvan a sus legítimos dueños, víctimas de la usurpación”.13
Villa de Ayala
Las operaciones militares más elaboradas para asesinar a Emiliano Zapata ocurrieron en Villa de Ayala y Chinameca, en noviembre de 1911 y abril de 1919; es decir, durante los gobiernos de Francisco I. Madero y Venustiano Carranza. El rasgo distintivo en ambos casos fue que fijaron a Zapata en un lugar por medio del engaño y lo atacaron con un poder de fuego considerable.
El 6 de noviembre de 1911, Madero llegó a la Presidencia, tras unas elecciones donde obtuvo menos de 20 mil votos, en un país de 15 millones de habitantes. Ese día comenzó la operación militar contra Zapata. Fuertes contingentes del ejército federal y tropas de Ambrosio Figueroa se concentraron en Cuautla. Al mismo tiempo arribó el licenciado Gabriel Robles Domínguez –con una misión secreta del gobierno, se dijo.
La primera etapa de la operación consistió en hacer creer que Robles Domínguez negociaría un acuerdo con Zapata y que Ambrosio Figueroa sería removido como gobernador de Morelos. Mientras tanto, las tropas del gobierno hicieron exploraciones alrededor de Villa de Ayala, donde se sostenían las conversaciones.
El 13 de noviembre, el cerco militar sobre Emiliano Zapata ya estaba dispuesto, con artillería pesada y ligera, ametralladoras y una emboscada a cargo de Federico Morales, por si Zapata lograba escapar.
Entonces, Robles Domínguez envió un mensaje al general en jefe del Ejército Libertador. Le comunicó que estaba sitiado y que tenía sólo una hora para rendirse al gobierno. Pero el jefe de los insumisos no se rindió.
Después de las 15:00 horas, en Cuautla se escucharon las primeras detonaciones de cañón. Por la noche se observó el resplandor rojizo causado por las explosiones de artillería pesada. Parte del cerro del Aguacate, donde los zapatistas se agruparon, estaba en llamas.
Ese día, Robles Domínguez declaró a la prensa: “Madero, viéndose obligado a demostrar que puede reprimir la rebeldía, ha ordenado que se obre enérgicamente […] Madero ha determinado tomar enérgicas y activas medidas para eliminar a Zapata y a sus seguidores”. En esa emboscada murieron muchos revolucionarios, y El País lo festejó así con un encabezado en primera plana: “Los cadáveres de los zapatistas fueron un festín para los buitres”.14
Emiliano Zapata, Otilio Montaño y Eufemio Zapata, con sus tropas, rompieron el cerco y se dirigieron a las montañas del sur. Pocos días después, el ejército insurgente proclamó ahí el Plan de Ayala, “para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la patria de las dictaduras que nos imponen”.
Artículo 1o. […] “declaramos al susodicho Francisco I. Madero inepto para realizar las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la voluntad del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades, a fin de complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan, y desde hoy comenzamos a continuar la revolución principiada por él hasta conseguir el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen”.15
A su vez, el gobierno de Madero respondió con una ley de suspensión de las garantías constitucionales en territorio zapatista (Morelos, Guerrero y Tlaxcala, así como distritos de Puebla y el estado de México). Estableció la pena de muerte sin proceso judicial hasta por tirar piedras a las vías del tren a fin de acabar con una sublevación que –dijo– había tomado la forma de “comunismo agrario”.16 Con esa ley dio inicio una nueva etapa de la guerra contra la revolución campesina de México, el ataque masivo contra la población civil.
Santa María Ahuacatitlán, Morelos, 9 de febrero de 1912. Los zapatistas se atrincheraron en los cerros y los tecorrales, donde resistieron el ataque de la artillería federal. “El tiroteo había terminado cuando, repentinamente, se levantó una densa nube de humo y luego inmensas llamas”, escribió el reportero Leopoldo Zea. Las fuerzas del gobierno prendieron fuego a las casas. Mujeres, niños y ancianos de la población salieron de sus hogares, y lanzaban gritos de sufrimiento. En ese momento, los combatientes zapatistas abandonaron sus trincheras y avanzaron hacia su pueblo incendiado. En sus rostros “se pintaba la rabia, la desesperación y la venganza […]. El incendio volvía ciegos y desesperados a los rebeldes. Mostráronse valientes como nunca bajo nutrida fusilería, sembrando el camino de cadáveres cuando descendían para llegar al pueblo, buscando sus hogares que desaparecían”.17 El combate se generalizó en una extensión de dos kilómetros y la artillería reanudó sus disparos. La ferocidad y la cobardía del gobierno revoloteaban. Finalmente, los zapatistas retomaron el control de Santa María Ahuacatitlán. A las 19:00 horas terminó el ataque. La tropa del gobierno, venteando petróleo y aguardiente, regresó a Cuernavaca, desde donde podía observarse el resplandor de la inmensa hoguera.
Ésa fue la primera acción militar del gobierno maderista contra la población civil. La estrategia militar genocida sería continuada por el usurpador Victoriano Huerta y, sobre todo, con fuerte apoyo militar de Estados Unidos, por el gobierno de Venustiano Carranza.
Chinameca
El general Pablo González expresó abiertamente el racismo de la guerra carrancista de exterminio: Emiliano Zapata “tenía que caer por el ineludible imperio de la ley biológica que condena a los seres inferiores y deformes, y que hará siempre triunfar a la civilización sobre la barbarie, a la cultura sobre el salvajismo, a la humanidad sobre la bestialidad”. Para el jefe de la guerra genocida en el sur, Zapata fue “la encarnación de la más estúpida barbarie”, tuvo una “vida miserable y vulgar, y por su cretinismo congénito, por su absoluta inferioridad mental […] fue simplemente un bandolero, un criminal, un azote maldito de su propia tierra natal”.18
Ese manifiesto carrancista –dirigido al pueblo de Morelos y suscrito en Cuautla el 16 de abril de 1919– tuvo otro ingrediente discursivo. Pablo González designó reiteradamente a Zapata como “caudillo”, cinco veces en tres páginas. En vida nadie lo llamó así, ni sus compañeros ni los enemigos. Ahí, en ese manifiesto racista, está el origen de la denominación “caudillo”. El propósito contrarrevolucionario de tal estrategia discursiva fue señalado en el mismo documento: “Desaparecido Zapata, el zapatismo ha muerto”.
En el mismo documento se aprecian aspectos estratégicos de la operación militar. La jefatura carrancista consideró la dificultad que representaba el método guerrillero de los insurrectos, si bien no dijo lo principal que es el apoyo del pueblo: eludían el combate regular, operaban en movimiento continuo, con información de calidad y conocimiento del terreno. Emiliano Zapata, “siempre desconfiado y alerta”, era “invisible e inalcanzable”. Por eso había sobrevivido a las operaciones previas para asesinarlo.
Entonces, indica ese manifiesto, era indispensable realizar una “labor especial” contra Zapata, basada en el engaño y la sorpresa para “acorralarlo como una fiera”. En consecuencia, Pablo González resolvió “aprovechar la oportunidad” que “ofrecía el mismo cabecilla para asestarle un golpe mortal”.
En efecto, hubo una grieta en la política rebelde. En noviembre de 1916, poco antes de triunfar sobre la primera invasión carrancista en Morelos, la jefatura del Ejército Libertador estableció un órgano consultivo del cuartel general, cuya misión fue propagar los principios de la revolución y procurar la unificación de los insurgentes del país. Meses después comenzaron los enfrentamientos y las sublevaciones en el ejército carrancista. El 12 de mayo de 1917, Emiliano Zapata encomendó a Gildardo Magaña la tarea de acercarse a esos grupos, pues “usted, desde el principio, ha llevado la conducción de este asunto”.19
Magaña privilegió el objetivo de lograr un arreglo precisamente con Pablo González, y con eso abrió la grieta que utilizaría el asesino en 1919. Tres meses antes de la emboscada de Chinameca, Pablo González intentó una operación de exterminio mayor. Indicó a Magaña que estaba dispuesto a tratar todo lo relativo a la unificación con el zapatismo: engaño. Que, mientras se verificaban las conferencias, “todos los grupos revolucionarios” podían concentrarse en algún lugar de Morelos, donde tendrían “toda clase de garantías”: trampa mortal que no fructificó.20
En esas condiciones, la necesidad de aprovechar la grieta era imperiosa para el gobierno, y sobrevino la operación especial que ultimó a Emiliano Zapata. La última operación tuvo una secuencia específica de embustes: a) filtrar información falsa acerca de un supuesto conflicto entre Pablo González y Jesús Guajardo; b) establecer una relación constante Guajardo-Zapata por correspondencia; c) simular un ataque de Guajardo a la guarnición carrancista en Jonacatepec; d) prometer tropa, municiones, víveres e información militar; d) finalmente, el elemento decisivo del engaño ocurrió el 9 de abril, cuando Guajardo fusiló a 59 soldados de Victorino Bárcenas, ex zapatista, integrante del regimiento al mando de Guajardo mismo.
Emiliano Zapata, por su parte, adoptó contramedidas: desde el 2 de abril colocó al coronel Feliciano Palacios –zapatista de Villa de Ayala– en el cuartel de Guajardo y exigió el castigo inmediato de Victorino Bárcenas. La primera medida falló, pues se hizo con el conocimiento de Guajardo y éste pudo ocultar su verdadero propósito. La segunda se derrumbó con el fusilamiento de los 59 soldados. Eso fue decisivo, y el general en jefe del Ejército Libertador quedó expuesto por completo.
Un día después, las tropas del 50 regimiento y una fracción del 66 regimiento carrancista ejecutaron la emboscada en Chinameca. Los soldados de Guajardo, preparados en las alturas, en el llano, en la barranca, en todas partes, cerca de mil, descargaron sus fusiles. La sorpresa fue terrible. Nuestro inolvidable general Zapata cayó para no levantarse más, escribió ese día el mayor Salvador Reyes Avilés.21
Venustiano Carranza premió a Guajardo con 50 mil pesos y su ascenso al grado de general.
***
¿Y no decidieron licenciarse?
Pues por mi parte no, señorita. Pero mis compañeros sí se licenciaron.
¿Y usted por qué no se licenció si ya la mayoría había dejado las armas?
Pues porque dije que nunca me iba a rendir. Que mejor aventaba las carabinas. Pero ser rendido nunca.
¿Qué pensaba usted hacer?
Pues nada [llora]. Es triste que esté uno con… Agarra uno a Emiliano Zapata… se voltea uno solito… Pues mejor muerto, que ser rendido.
Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez,
San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Ejército Libertador22
Aunque humildes, pero honrados. Esa bandera llevamos, y con ella, digo a mis hijos, acabamos porque es lo mejor.
Teniente coronel de caballería Simón Román Alcalá,
Juchitepec, México, Ejército Libertador23.
NOTAS
1 “Carta de Emiliano Zapata a Fausto Beltrán”, en El País, México, 10 de mayo de 1911.
2 El embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, al secretario de Estado, Philander C. Knox, México, 23 de febrero de 1913. Foreign Relations of the United States, 812.00/6322.
3 Conversación citada por Gildardo Magaña en Emiliano Zapata y el agrarismo en México, INEHRM, México, 1985, tomo I, páginas 160-161.
4 Testimonio escrito del doctor Guillermo Gaona Salazar y el ingeniero Gustavo Gaona, en Francisco Vázquez Gómez, Memorias políticas (1909-1913), Universidad Iberoamericana-El Caballito, México, 1982, pág. 326.
5 Ídem.
6 Telegrama de Francisco Vázquez Gómez al ministro de Gobernación, copiado en papel membretado del jefe del Estado Mayor de la Presidencia de la República, Puebla, 15 de julio de 1911. Fondo Gildardo Magaña (FGM) 27, 1, 180 (clasificación antigua).
7 Francisco Madero a Ambrosio Figueroa, México, Distrito Federal, 9 de agosto de 1911, en Gildardo Magaña, obra citada, página 265.
8 Véase René de la Pedraja, Wars of Latin America, 1899-1941, McFarland, Londres, 2006, página 450.
9 Tomás Ruiz de Velasco a Francisco León de la Barra, México, 25 de agosto de 1911, FGM, 1, 3R, 480.
10 Telegramas entre el presidente provisional Francisco León de la Barra y el general Victoriano Huerta, México, 31 de agosto y 1 de septiembre de 1911. “Informe de Victoriano Huerta a la Secretaría de Guerra y Marina (documentos)”, en El País, 5 y 6 de noviembre de 1911.
11 General Próspero García Aguirre, Ejército Libertador. Entrevista realizada por Laura Espejel y Salvador Rueda en Tlatenchi, Jojutla, Morelos, el 16 de agosto de 1975. Proyecto de Historia Oral, INAH.
12 “Informe del presidente provisional Francisco León de la Barra al Congreso”, en El País, 5 de noviembre de 1911.
13 Carta del general Emiliano Zapata a Gildardo Magaña, Campamento Revolucionario, octubre de 1913, Fondo Genovevo de la O 17, 2, 34.
14 Declaraciones de Gabriel Robles Domínguez a la prensa, Cuautla, Morelos, 13 de noviembre, en El Imparcial y The Mexican Herald, México, 14 de noviembre de 1911. Nota de El País, 16 de noviembre de 1911.
15 Plan de Ayala, 25 de noviembre de 1911, en Emiliano Zapata. Antología, Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda, INEHRM, México, 1988, página 114.
16 Ley de Suspensión de las Garantías Constitucionales, en Nueva Era, México, 11 y 12 de enero de 1912.
17 “Entre un mar de llamas se batieron en Santa María”, Leopoldo Zea, corresponsal viajero, en El Imparcial, 10 de febrero de 1912.
18 Manifiesto del general Pablo González a los habitantes de Cuautla, 16 de abril de 1919. Archivo del general Manuel Willars González, jefe del Estado Mayor de Pablo González, CEHM, LXVIII-1, 2896, 21, 1.
19 Emiliano Zapata a Gildardo Magaña, Tlaltizapán, Morelos, 12 de mayo de 1917. Fondo Emiliano Zapata 13, 14, 1.
20 Carta del coronel carrancista Eduardo Reyes (mensajero de Pablo González) a Gildardo Magaña, Atlixco, Puebla, 10 de enero de 1919. FGM 30, 24, 423.
21 Mayor Salvador Reyes Avilés a Gildardo Magaña, Ejército Libertador. Campamento revolucionario en Sauces, Morelos, 10 de abril de 1919. FGM 30, 36, 580.
22 Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez, Ejército Libertador. Entrevista realizada por Laura Espejel en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Distrito Federal, el 10 de agosto de 1973. PHO, INAH.
23 Teniente coronel de caballería Simón Román Alcalá, Ejército Libertador. Entrevista realizada por Alicia Olivera de Bonfil en Juchitepec, México, el 13 de octubre de 1974. PHO, INAH.