Wolfgang Haug, profesor de la Universidad Libre de Berlín, publicó en 1974 Vorlesungen zur einführung ins Kapital, fruto de sus lecciones ahí sobre la obra de Marx. En 1978, el libro fue traducido al español (no el texto de 1974, sino la revisión de 1976) por Gustau Muñoz, en la editorial Materiales, de Barcelona. La traducción actual, realizada por el propio Haug y Santiago Vollmer, es el mismo texto, de nuevo revisado y ampliado en 2005. Con Neue vorlesungen zur einführung ins Kapital (Nuevas lecciones de introducción a El capital), 2006, y Das Kapital lesen-aber wie, 2013 (Leer El capital, pero ¿cómo?), 2013, constituye una trilogía que Haug dedica a la obra de Marx.
El autor estudia desde hace años a Marx, y sus publicaciones abarcan un considerable número de trabajos sobre él, además de dirigir la veterana revista Das Argument, de coordinar el gigantesco Historisch-kritisches wörterbuch des marxismus (Diccionario histórico crítico del marxismo, 10 tomos hasta hoy) y de ser miembro fundador del Inkrit (Institut für Kritische Theorie). La de Haug es por tanto una voz de gran audiencia en Europa y el resto del mundo. Ojalá llegue a ver publicado el Diccionario por entero. Pero hablemos de estas Lecciones.
No espere el interesado encontrarse con una guía de lectura donde se resuma o sintetice El capital. Haug intenta mostrar que el comienzo de esta obra, tal como lo presenta Marx, es el adecuado y necesario, es el requerido por la crítica de la economía política. Infinidad de veces este comienzo ha sido tachado de embrollo hegeliano y otras tantas se le ha considerado un arranque por evitar para no desanimarse desde las primeras páginas e ir, en cambio, al capítulo v o al de la “acumulación originaria”. En realidad, las 12 lecciones de que consta el libro de Haug se centran en este comienzo de El capital; con ello da a entender que los conceptos establecidos por Marx para abordar el análisis del capitalismo llevan al fondo, no a las apariencias, al mundo invertido en que se mueve la economía burguesa o, más exactamente, el mundo invertido en que esta economía se impone en las conciencias como algo natural, como la ley de la gravedad.
En este análisis, donde Haug combina rigor y claridad, el lector se encuentra con el concepto de forma (la forma de valor, la forma relativa, la forma equivalente) contrapuesto al de materia, en términos usados, desde Aristóteles, la escolástica y el propio Kant, como distinciones primordiales. La forma es lo subjetivo y activo, lo que modela materia pasiva, informe o amorfa. Miguel Ángel da forma al mármol, y lo convierte en Moisés.
Considero adecuado y oportuno el acento que Haug pone en la labor del sujeto, en el trabajo intelectual exigido del lector para comprender los conceptos usados por Marx, los que le permiten mostrar la diferencia entre lo ilusorio, la apariencia y lo real. Así se desvela el misterio del valor, que no es una propiedad física de la mercancía, sino una cualidad de la que ella es portadora en cuanto modelada por el trabajo. Y así puede entenderse lo que llama Marx fetichismo de las mercancías.
Haug reconoce que hoy la lectura de El capital no es un fenómeno de masas, como sí en 1968. Pero “la única escuela absolutamente imprescindible en que puede formarse ese pensamiento, aunque no basta por sí sola, es la lectura de la economía política de Marx” (página 31). Conviene subrayar esto porque si es cierto que Haug analiza El capital como obra escrita y corre por tanto el peligro de hacer exégesis teológica marxista, esto es, de convertirlo en libro sagrado donde encontrar el camino de la salvación, también lo es que subraya desde el primer momento que se trata de aprender de Marx, pero no considerado como el faro que ilumina por sí mismo, sino como un maestro que ayuda a entender el mundo en que vivimos, el del capitalismo, incontables veces evolucionado, pero capitalismo al cabo. Entenderlo no es lo mismo que transformarlo, pero lo primero resulta imprescindible para lo segundo.
Tal vez por eso, por la insuficiencia que supondría quedarse simplemente en la teoría, indica Haug en el prólogo a la edición de 1976 que añade la recomendación de estudiar, además de la forma de valor, la historia del capitalismo y la historia del movimiento obrero. El Marx revolucionario, el de la praxis en el sentido de las Tesis sobre Feuerbach o de Gramsci y Sánchez Vázquez, tiene escasa presencia en este libro, donde praxis se usa con frecuencia, aunque en el sentido de “lo que se hace”, la “práctica habitual”. Pero, como señalé, se trata de lo que aquí ha querido acentuar el autor. En el libro Das Kapital lesen-aber wie recalca mucho más la praxis en sentido de Gramsci. Es traductor suyo al alemán.
La manera en que comienza Marx El capital, con la mercancía, es la adecuada y necesaria, pues si empezara con el análisis del trabajo, por ejemplo, quedaría sin explicar qué es el “valor” y la “valorización del valor”. Cita en este sentido el texto siguiente de los Grundrisse: “Es tan imposible pasar directamente del trabajo al capital como pasar directamente de las diversas razas humanas al banquero o de la naturaleza a la máquina de vapor” (página 57). La dificultad reside aquí en que hay que operar con conceptos, con la abstracción. Haug insiste en el esfuerzo exigido para asimilar “abstracción”, “determinación”, “valor de uso”, “valor de cambio”. Se trata de leer con lupa el texto de Marx a partir de lo que todo mundo sabe, no de un conocimiento de especialistas. El texto de Marx, interpretado por nosotros, nos lleva a entender la realidad en que vivimos: el mundo de las mercancías. Y al explicar o desarrollar el concepto de mercancía, con sus determinaciones de valor de uso y valor de cambio, llegamos a la diferencia entre ambas. Conceptos y determinaciones son las herramientas que “tienen como finalidad comprender primariamente no la cosa sino la teoría científica” de la ésta (página 91). Por ello propone Haug hallar las determinaciones no prescindibles en el concepto. Tomemos, por ejemplo, la mercancía. Si en ella dejamos fuera el valor de cambio, desaparece la mercancía como tal. Se trata por tanto de explicar o desarrollar lo implícito en el concepto. Y así el sujeto, cada miembro de la sociedad, llega por sí solo, desde el lugar común, desde el saber común, a un examen donde se pone a prueba lo implícito en el concepto, obligando a éste a desplegarse. Alguien podría objetar que con este “desarrollo” nos quedamos en el mundo del pensamiento. Quizá por ello observa Haug en nota: “Como ya le ocurrió a Lenin, me dejé seducir por la ambigüedad de la palabra desarrollo tomándola en serio conceptualmente. La relación de la ‘exposición en desarrollo’ que ‘en tanto verdadera deducción es al mismo tiempo movimiento demostrativo’, con el desarrollo (evolución) de la cosa misma es mucho más complicada y discontinua de lo que sugiere la formulación de Lenin, según la cual, además, todo lo que sigue está ya contenido en el germen” (página 100).
Y es que el proceder de Marx en El capital, como Haug lo va mostrando hermenéuticamente, consiste en ir desplegando los conceptos elementales con que opera la economía, sobre todo los de valor de uso y valor de cambio. El trabajo no tiene valor, pero produce valor. Dado que produce un valor de uso, genera, además de algo útil, valor. De igual manera, el trabajo concreto, el del carpintero, produce una cosa útil, concreta, mientras el tornero o el sastre producen otra, de manera que, por un lado, tenemos el trabajo útil concreto y, por otro, el trabajo humano abstracto o general. La diversidad de valores de uso y su intercambio como mercancías supone la división del trabajo. Haug añade a la lección 7 un interesante excurso sobre la división del trabajo y el de índole abstracta.
Falta ahora analizar la forma de valor. “Valor” y “valor de cambio” no es lo mismo. Cambiar a por b significa que el valor de a se expresa en b. En el vocabulario de Marx, a es la forma relativa de valor; y b, la equivalente. Por este camino llegamos a las diferencias entre tales formas y, finalmente, al equivalente general, el dinero. Éste es el fetiche por excelencia. El fetichismo de la mercancía oculta, en el modo de producción capitalista y en las conciencias de los sujetos inmersos en él, que cuando se intercambian mercancías se intercambia trabajo humano objetivado. Los que intercambian no lo saben, pero lo hacen. Otra cuestión es si hay acuerdo en la venta de la fuerza de trabajo y, por tanto, voluntariedad. Si capitalista y obrero son sujetos humanos que han llegado a un acuerdo libremente sobre el salario, ¿en qué consiste la explotación? Se trata, sí, de un acto de libertad formal, pero los millones de acuerdos de este tipo resultan no de una planificación consciente y racional sino del descontrol. Esto hace que los productores estén gobernados por las “cosas”, en lugar de controlar y gobernar ellos. En la lección 11 desarrolla Haug el tema, el hombre sometido a la fuerza de las cosas como inversión de la relación sujeto-objeto. ¿No es curioso que Marx, quien tanto esfuerzo dedica a mostrar el capitalismo como un sistema económico donde los individuos no controlan su funcionamiento, sino que son gobernados por las “cosas”, sea acusado con frecuencia de promover el gobierno de las “cosas” por ser materialista?
Haug recalca que la crítica de la economía política como tarea científica no se inició con Marx, sino que éste partió de los resultados alcanzados por la economía clásica, la de Petty, Smith, Ricardo. Marx debe a esta escuela la teoría del valor-trabajo, aunque él la reformule críticamente. Al realizar esta crítica señala el campo de batalla en que consiste dicha tarea científica. La investigación no se encuentra aquí con hechos y teorías abordables desde una barrera neutral, desde un terreno de nadie, sino que todos vivimos inmersos en un cruce de intereses privados que dificultan sobre manera ser investigador en verdad independiente o libre. Hablando de Marx ¿qué es lo específicamente crítico de su teoría? En primer lugar, haberla abordado con valentía suficiente para no temer a las “furias del interés privado” (página 202). Pero esto es sólo una condición. Lo de verdad específico consiste, por un lado, en “dilucidar conceptualmente la dinámica de la formación, la conexión del actuar y de sus efectos, y las tendencias del desarrollo de la realidad socioeconómica con sus ‘manifestaciones’ principales” y, por otro, en “derivar también sus formas objetivas de pensar o categorías concibiéndolas a la vez en su parcialidad condicionada social y estructuralmente” (página 203). Así ve Haug unidos en la crítica de Marx la génesis de las categorías y leyes con que opera la estructura capitalista y la lógica de su funcionamiento. (En Das Kapital lesen-aber wie desarrolla Haug mucho más el tema.) La diferencia de la crítica marxiana respecto a la anterior la expone así el propio Marx: “Todos los economistas incurren en la misma falta: en vez de considerar la plusvalía puramente en cuanto tal, la consideran a través de las formas específicas de la ganancia y la renta de la tierra. Más adelante, en el capítulo iii, donde se analiza la forma muy transfigurada que la plusvalía adopta como ganancia, veremos a qué errores teóricos conduce necesariamente esa interpretación” (página 205).
De ahí que Marx haya insistido tanto en la forma valor, la cual lo ha llevado a desvelar el potencial creativo de la fuerza de trabajo, la mercancía como núcleo aglutinador de la estructura capitalista y el capital como resultado de ella. Haug justifica así que la forma valor se halle en el centro de sus Lecciones sobre El capital. Quizá se presta así poca atención a los importantes desarrollos con que Marx construye su crítica y, sobre todo, poca atención al sentido revolucionario de éstos. En Marx, la crítica es siempre un misil anticapitalista. Pero, sin duda, Haug, con criterio filosófico-pedagógico, ha querido resaltar los elementos conceptuales básicos con que opera Marx y el sentido en que los emplea. ¿Acaso no hay acuerdo en que El capital es una obra difícil de leer y que ayudar a su interpretación representa una necesidad nunca suficientemente agradecida?
Sin duda, estamos ante una introducción que no simplifica la obra de Marx, sino que muestra cuánto ha aprendido de Hegel, aunque sea para distanciarse de su idealismo. Especialmente se aprende en este libro que los conceptos, las categorías con que analizamos la realidad, no están ahí como frutos maduros que uno coge del árbol como de pasada, sin fijarse mucho en ellos, sino que los conceptos, muy al contrario, tienen que ser elaborados y asumidos con esfuerzo intelectual. Creo que esto constituye la mejor aportación del libro, y no es poco.
Haug, Wolfgang Fritz. Lecciones de introducción a la lectura de El capital, Barcelona, Laertes, 2016, 218 páginas.