¿Quién habría pensado que los docentes, quienes a menudo no se consideran a sí mismos trabajadores, podrían proveer la resistencia global más extendida y sostenida al asalto contra la labor capitalista? De Chicago a México y hasta Reino Unido, los sindicatos magisteriales están comprometidos en una batalla militante, cara a cara con las elites gobernantes que hacen de la educación un mercado y toman el control ideológico de la enseñanza. ¿Por qué ocupan dichas agrupaciones gremiales un lugar tan destacado en las noticias? ¿Por qué son atacadas?
La densidad y el alcance de estos sindicatos son parte de las razones. Los profesores de las escuelas públicas forman el mayor segmento de trabajadores del sector público, y más de la mitad de los empleados públicos sindicalizados, alrededor de 70 por ciento de los sindicatos, tanto de la Asociación Nacional de Educación como de la Federación Americana de Estudiantes (NEA y AFT, por sus siglas en inglés). Ninguna otra ocupación en Estados Unidos puede reclamar su densidad sindical y presencia nacional –ni las de construcción, las automotrices, de acereros, de salud pública ni los empleados federales.
Sin embargo, los sindicatos magisteriales desafían las ortodoxias de la izquierda sobre la lucha de la clase trabajadora –esa imagen mental del (hombre) trabajador de la producción–. La enseñanza es un “empleo de mujeres” y los sindicalizados son abrumadoramente de sexo femenino. Los docentes no producen nada. Se den cuenta o no, están involucrados en lo que la socióloga Raewyn Connell describe como labor socialmente transformadora, pues educan a la siguiente generación y forman a la sociedad. Pero los sindicatos magisteriales son ahora clave para la supervivencia y el resurgimiento del trabajo porque tienen algo que los otros sindicatos (y el resto de la clase trabajadora) no: una organización basada en miembros que esencialmente desempeñan la misma función, en casi todas las comunidades, tanto en Estados Unidos como alrededor del mundo.
El asalto a los sindicatos magisteriales y a las competencias de las profesoras y los profesores y su atención (el género es un elemento clave en el ataque) deben verse a la luz de la educación como el último sector de la economía público y que está sindicalizado. La educación es reestructurada en un proyecto global para “comercializar” la docencia, usando la retórica de la “modernización” y “poniendo a los estudiantes primero”. Alrededor del mundo vemos la misma huella de la reforma, que incluye la privatización y la pérdida de vigilancia democrática; el uso de exámenes estandarizados para controlar lo que se enseña y convertir a los docentes en personal de libre contratación individual; aumentando los costos para los “usuarios” mientras que, simultáneamente, se limita el acceso.
Los sindicatos magisteriales bloquean el camino para que el proyecto se lleve a cabo. Ello explica las campañas, bien financiadas y dirigidas con esmero, para debilitarlos o destruirlos, deslegitimarlos y eliminar el derecho a la negociación colectiva o desfondar lo que pueden tratar con la parte patronal. La respuesta ha sido tardía en Estados Unidos, pero finalmente ya sucede. Vemos desarrollos importantes aquí y en el plano internacional, alentados por las magníficas luchas de los docentes de Chicago, Illinois, dirigidos por la Unión de Profesores de Chicago, que apuntan a la construcción de un movimiento social con organizaciones gremiales democráticas que laboran en colaboración con los padres, la comunidad y otros agrupaciones análogas en las luchas por la justicia social, como la vigente por el aumento del salario mínimo.
Además, ocurren importantes cambios en los sindicatos magisteriales europeos, especialmente en Reino Unido. La próxima huelga nacional de las mayores organizaciones gremiales británicas, a la que pueden unirse otras militantes de empleados públicos, debe mirarse con cuidado. La Unión Nacional de Profesores (NUT, por sus siglas en inglés), una de las que irá a huelga, cambia conscientemente la manera en que proyecta sus demandas, integrándolas en su visión de la educación pública y establece alianzas en el terreno con los padres y los estudiantes.
También vemos mayor cooperación internacional entre los sindicatos magisteriales promovida por un ex presidente de la nut, quien mantiene un sitio web donde hace la crónica de las luchas globales de los profesores y que próximamente lanzará una colaboración de investigación para académicos y activistas a fin de compartir información y análisis. La colaboración depende en buena medida del desarrollo de conexiones personales entre líderes y activistas; así que la presencia del presidente de la NUT en la reunión de reformadores sindicalistas de Estados Unidos, celebrada en Chicago a mediados de agosto, es una señal prometedora. En las Américas, el Comité Trinacional para la Defensa de la Educación Pública (Trinational Commitee to Defend Public Education) está uniendo a los sindicatos magisteriales, además del trabajo de las agrupaciones latinoamericanas análogas que colaboran con la Federación de Profesores de la Columbia Británica (BCTF, por sus siglas en inglés). Estas redes no son nuevas (la BCTF también ayudó a los reformadores de la Unión de Profesores de Chicago en los inicios de su movimiento), pero se hacen más formales. Aun así, las luchas en marcha en África y Asia por los derechos más básicos de los docentes, como recibir salario, merecen mucho más apoyo del que reciben por los sindicatos del Norte global. Un problema mayor por señalar es la conservación del dominio absoluto que la AFT y la NEA ejercen sobre la Internacional de Educación, la confederación internacional de los sindicatos magisteriales.
La violencia desatada contra esas organizaciones cuando luchan es imponente en su alcance e intensidad. Los profesores son encarcelados, asesinados, y despedidos. Hasta el momento, fuera de Chicago, aquéllas, y en esto incluyo a muchos sindicalistas reformadores que las quieren más militantes, no han entendido a cabalidad que las luchas sindicales no pueden librarse sólo por beneficios económicos y que las agrupaciones deben ser reconstruidos a nivel de las escuelas. Cambiar las caras de la cúpula, como ha ocurrido en Washington, DC, no es una estrategia viable por sí misma, pues la transformación debería ser una apertura para activistas que traigan un mensaje diferente.
Las demandas tradicionales de los sindicatos deben insertarse en una visión, en un programa para la enseñanza pública que reconozca la injusticia y la desigualdad del pasado. No podemos regresar a los años sesenta, cuando la aft se organizó con el lema “los profesores quieren lo que los niños necesitan”, como se sugiere algunas veces. El resurgimiento de este sindicalismo en esa década tenía un defecto fatal desde el inicio porque nunca reconoció el racismo sistemático y la desigualdad en las estructuras y las prácticas escolares. Más aún, el debilitamiento de dichas agrupaciones por el neoliberalismo ha estado acompañado de una significativa victoria ideológica. Sus peticiones por un salario profesional y pensiones no tienen la misma resonancia política de hace 40 años, cuando los trabajadores ganaban más y no habían estado expuestos a una omnipresente propaganda contra los empleados públicos.
Con todos sus defectos, los sindicatos magisteriales se mantienen como el oponente más estable y en potencia idóneo frente al proyecto global que busca causar estragos en las escuelas. Para tener éxito, los sindicatos necesitan encontrar maneras de hacer retroceder las restricciones impuestas en los contratos, pues no atienden muchas de las necesidades más importantes de los niños y de las obligaciones profesionales de los docentes. La aprobación del “Núcleo Común” por la AFT y la NEA, un currículo nacional desarrollado y promulgado por las mismas elites poderosas que han impuesto los exámenes estandarizados, ha minado la confianza y saboteado alianzas cruciales para la formación de un nuevo movimiento. Lo mismo aplica sobre la aceptación de ambos sindicatos de dinero de la Fundación Gates, una de las más culpables de usar la filantropía de riesgo para hacer que la educación sirva a los intereses de las corporaciones transnacionales.
Este Día del Trabajo marca la fecha en que muchos niños en el país comienzan un nuevo año escolar. Es el tiempo que profesores y alumnos reciben con emoción teñida ligeramente de ansiedad respecto a lo que les depara. Muchos de los primeros no pueden dormir la noche anterior al inicio de clases. Siempre me aseguro de tener ropa nueva para usarla ese día –incluso en mi año 41 como docente–. Sin embargo, los ataques políticos contra los maestros, el debilitamiento de los sindicatos y la imposición de las evaluaciones conectadas a los puntajes obtenidos por los alumnos en las pruebas estandarizadas, estropean el inicio de este ciclo lectivo. Aunque se involucraron en la docencia porque aman a los sujetos a quienes enseñan, los catedráticos deben entender ahora que son trabajadores y necesitan sindicatos fuertes y democráticos. Deben abrir las puertas de las aulas y enfrentar el proyecto global que se propone destruir los ideales que los llevaron a ellas y las condiciones laborales que les permitieron hacer de la docencia una carrera.
Como muchos lectores saben, celebrar el Día del Trabajo el primer lunes de septiembre se decidió en la década de 1880, cuando los sindicatos estadounidenses separaron el movimiento de trabajadores de las luchas de la clase obrera a escala internacional, que lo celebran el 1 de mayo.
Propongo por tanto a los profesores y a quienes apoyan la educación pública, libre y de calidad para todos los niños que disfrutemos de este Día del Trabajo como unas vacaciones bien merecidas y hagamos del 1 de mayo la jornada en que celebremos y renovemos la promesa de la solidaridad internacional de los trabajadores, más necesaria ahora que nunca, para el futuro de los infantes.
Traducción de Fernando Luna
* Publicado en la revista Jacobin, https://goo.gl/gTiAQO.