LA RESTAURACIÓN AVANZA, LA RUPTURA TAMBIÉN

Lo fundamental es no dejarse engañar por los hechos, ahora menos que nunca. La clave sigue siendo la lucha –dura, cruel y larga, muy larga– entre la enésima restauración borbónica y la antigua y siempre derrotada ruptura democrática, en un país que –es bueno subrayarlo– vive una “crisis existencial” como régimen, Estado y sociedad. Hablar de España al margen de su condición periférica, subalterna y dependiente de la Unión Europea es negarse a entender lo que nos pasa y, sobre todo, las tendencias de fondo de un conjunto de problemas que dramáticamente se anudan y que nos sitúan ante una encrucijada histórica de grandes dimensiones.

La ruptura del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es ejemplar y hasta modélica. Pone de manifiesto con mucha precisión, hace visibles las estructuras de poder dominantes, su funcionamiento concreto, su distribución y, más importante, los límites de la autonomía de lo político. Las crisis siempre desvelan lo que la normalidad oculta. Lo primero que aparece con claridad es que el bipartidismo ha sido y es la esencia de este régimen, su núcleo duro; para decirlo con más precisión: un modo de organizar el poder político que impide, bloquea cualquier proyecto que vaya más allá de lo permitido por quienes mandan y no se presentan a las elecciones. El juego ha sido de eficacia inaudita: una derecha siempre más a la derecha, siempre más patrimonialista y reaccionaria, siempre más corrupta; y una izquierda cada vez menos de izquierda, cada vez más ligada al poder y con vínculos cada vez más débiles con su tradición y base social. El PSOE ha sido el “partido del régimen” precisamente por su capacidad para obtener un amplio consenso social e impedir el surgimiento de una alternativa –sistema electoral mediante– a su izquierda.

Otro aspecto que la crisis pone al descubierto es el enorme control que los poderes fácticos tienen sobre los partidos dominantes. En la época de bonanza, tal control se ha acentuado, los grandes partidos se han “cartelizado”, han perdido sustancia social, militancia, y se han ido convirtiendo en una parte más del aparato del Estado. La tendencia dominante es hacia la homogenización político-programática y a su progresiva conversión en una clase política cerrada y cada vez más autorreferencial. Aquí, como en casi todas partes, las fuerzas políticas están de acuerdo en lo fundamental y divergen en lo accesorio. En puridad, el partido de oposición decae y la diferenciación se busca en la “política espectáculo”, en la personalización y los recurrentes escándalos. La corrupción es parte fundamental del modelo, el medio favorito que usan los grupos de poder económicos para controlar a la representación popular.

La crisis económica, la ruptura del pacto social y las políticas de austeridad propiciaron el surgimiento de una masiva protesta indignada y, más allá, no fue automático, el surgimiento de Podemos y, posteriormente, de Unidos Podemos (UP) como tercera fuerza política del país. La crisis del bipartidismo ha sido la manifestación más evidente del agotamiento de un régimen. Como he insistido muchas veces, nada de lo que ocurre en la política del país se explica sin los 5 millones de votos, 71 diputados y 21 senadores de UP. La crisis que vive hoy el psoe no se entendería sin este dato fundamental.

Aquí tampoco deberíamos confundirnos demasiado. La diferencia fundamental de Pedro Sánchez con sus barones y, sobre todo, con su baronesa tenía que ver con la estrategia más adecuada para afrontar el desafío de up. Nunca estuvo sobre la mesa un gobierno real del psoe de Pedro Sánchez con Unidos Podemos. Cuando digo nunca, es nunca. El otrora secretario general del PSOE tuvo claro desde siempre que si los socialistas querían seguir siendo el partido del régimen, había que neutralizar, dividir y aislar electoralmente a UP. Para ello era necesario polarizarse fuertemente con el gobierno del Partido Popular (PP), marcar nítidamente un papel de oposición de izquierdas y buscar, desde un pacto claro y diáfano con Ciudadanos, el apoyo externo de UP.

Sánchez siempre supo que un pacto con Rivera programáticamente era imposible de aceptar por UP. La clave radicaba en culpabilizar al partido de Pablo Iglesias de la continuidad del gobierno del UP y de la posible convocatoria de unas nuevas elecciones generales. Otro problema, no menos significativo, fue que, en defensa de esta estrategia, el secretario general del PSOE se fue autonomizando de los grupos de interés dominantes en su organización y, lo que resultaba más importante, de los poderes fácticos económicos y mediáticos La disyuntiva real, al final, fue entre los que querían facilitar el gobierno del PP y quienes estaban dispuestos a arriesgarse en unas nuevas elecciones generales. Sánchez nada tenía que perder ya y jugó con audacia las cartas disponibles, con algún otro farol por medio. El final es conocido: una alianza pública, visible, diáfana, entre una parte de la dirección socialista encabezada por Susana Díaz y los que mandan y no se presentan a las elecciones para destituir al secretario general del PSOE. Hablar del golpe de Estado no supone exageración alguna y dice mucho sobre la pérdida de autonomía real de la política (de los partidos, de las instituciones, de los poderes constitucionales) frente al inmenso poder del capital financiero-monopolista. El sábado pasado se demostró que el viejo partido socialista es una fuerza política intervenida, sin control real sobre su destino y dependiente de poderes esencialmente autoritarios.

Parece claro que Rajoy conseguirá su investidura y que se abre una etapa política nueva, sin antecedente en nuestro sistema político. La clave es, a mi juicio, que UP ha salido entero y reforzado del envite y que el sistema no ha conseguido anularlo ni dividirlo. El PSOE se enfrenta a una etapa muy complicada. Debemos tener claro algo: igual que los poderes fácticos han sido capaces de destituir a Pedro Sánchez, van a intentar levantar de nuevo al psoe. La trama política, económica y mediática que ha trabajado contra la dirección del PSOE ahora dedicará todo tipo de medios para impedir que UP se convierta en la oposición real a la derecha y a sus políticas.

Las fuerzas de la restauración han ganado una batalla política de importancia. Han impuesto sus criterios y controlarán con firmeza un proceso que se les iba de las manos. El instrumento ha sido como siempre la parte más ligada a los poderes fácticos del PSOE. Es la línea delgada y mortal que va de Felipe González a Susana Díaz, pasando por los Rubalcaba, los Bono; es decir, parte de las clases dominantes del país. Esta victoria puede ser pírrica. El coste de la operación ha sido debilitar al PSOE, romper con una parte sustancial de la militancia, aparecer como la otra cara del régimen del PP. UP tiene otra vez una oportunidad para convertir la brecha en un nuevo espacio político donde quepan los grandes cambios que el país necesita.

En este momento, el decisivo es el factor tiempo. up está en condiciones, en los próximos meses, de seguir disputando la hegemonía al PSOE. El tipo de oposición será fundamental. La definiría como una oposición para la alternativa. No se trata de volver al turnismo de siempre, a la simple alternancia. Hay que ir más lejos, construir una opción de gobierno, de Estado y de sociedad que rompa con las políticas neoliberales, defienda la soberanía popular y devuelva al pueblo su poder constituyente.