LAS ANTINOMIAS DE LA CONCIENCIA DE CLASE DE CUELLO BLANCO

“The petty underlings of the business world,
the poor office clerks, who are often the worst
exploited of proletarians, but who, because they
are allowed to wear white collar and to work
in an office with the boss, regard themselves
as members of the capitalist class”

(Upton Sinclair, The brass check.
A study of American journalism, 1919)

La transformación del trabajo de administración de empresa determina la morfología de una fracción de las clases medias: los trabajadores de cuello blanco; categoría que subsume a oficinistas, supervisores, gerentes y, de manera general, a los empleados no directamente vinculados a la fabricación de bienes y servicios.1 Las implicaciones políticas de la extensión de los cuellos blancos, una mutación sociológica que va aparejada a las metamorfosis del capitalismo, suscitaron dramáticas discusiones en los partidos de izquierda desde finales del siglo XIX.2 Para Rudolf Hilferding, pionero del análisis de la gerencia en el capitalismo monopolista, la separación de la dirección de la propiedad de la empresa “convierte a la dirección en función especial de trabajadores y empleados mejor pagados. Al mismo tiempo, los puestos más altos se convierten en empleos influyentes y bien dotados que parecen estar abiertos a todos. De esta forma, se despierta en todo empleado (venciendo su sentimiento de solidaridad) el interés por el ascenso, el impulso por el avance, que se forma en toda jerarquía. Cada cual espera superar al otro y elevarse por encima de la situación semi-proletaria hasta alcanzar los ingresos capitalistas […] Inicialmente, los empleados no ven más que esta armonía de intereses, y, como todo empleo, se les presenta como el tránsito a una posición superior, no se sienten tan interesados en la lucha por su contrato de trabajo como en la lucha del capital por la ampliación de sus sectores de influencia”.3 En ese sentido, el capitalismo monopolista arrojó al cuello blanco al corazón del debate sobre la evolución de la estructura social. Y, como era usual en el siglo XX, las tendencias perceptibles en los Estados Unidos indicaban su porvenir a las demás sociedades.

Una clase-apoyo del poder político en el capitalismo de la posguerra

Desde las décadas de los treinta del siglo pasado, la sociología norteamericana celebró en la “revolución gerencial” el canto de cisne de las perspectivas revolucionarias para la lucha de clases.4 Las funciones desempeñadas por los cuellos blancos en la organización, administración y dirección de las corporaciones abrían paso a reformulaciones de la problemática de la pertenencia de clase de los miembros de esos estratos intermedios aunque fuesen trabajadores asalariados. Con la separación de la gerencia de la propiedad del capital, el antagonismo entre trabajadores y propietarios de los medios de producción era reemplazado por relaciones tripartitas entre propietarios-accionistas, obreros de cuello azul y empleados de cuello blanco a cargo de la dirección y administración de la producción. De tal suerte que, el problema del grado de autonomía de estos últimos balizó las discusiones sobre el papel político de las nuevas clases medias o nueva pequeña burguesía –como los sociólogos norteamericanos y los marxistas designaban respectivamente a esas categorías en rápida extensión.5

Pero los trabajadores de cuello blanco no diferían solamente del resto de la masa asalariada en razón de su lugar y estatuto en las relaciones económicas. A diferencia de los operarios, sus luchas y reivindicaciones no se estructuraban en torno a la explotación. Asimismo, su consistencia como conjunto social no se veía amenazada por la pauperización, la competencia y la concentración de la propiedad que merodean recurrentemente sobre las condiciones de existencia de la pequeña burguesía urbana y rural tradicional.6 Sus funciones en las empresas, su calificación, su estabilidad laboral, su arribismo y deseo de distinción permitieron a los cuellos blancos acceder a niveles de consumo y de crédito que los colocaron a la vanguardia del desarrollo de los patrones de consumo de masa. Por todo lo anterior, su conciencia política oscila, durante la posguerra, entre un apoyo a los sindicatos y partidos moderados (conservadores o reformistas), por una parte, y una marcada indiferencia política, por otra parte. Wright Mills consideraba el problema de la siguiente manera en Estados Unidos: “No son radicales, ni liberales, ni conservadores, ni reaccionarios; Son inaccionarios. Si aceptamos la definición griega del idiota como un hombre privatizado, entonces debemos concluir que la ciudadanía estadounidense está ahora en gran parte compuesta de idiotas”.7

Lo cierto es que la conciencia de los trabajadores de cuello blanco fue esencial en la inclinación de las clases medias como clase-apoyo8 del capitalismo de la posguerra, independientemente de las tradiciones políticas nacionales. Desde esa perspectiva, la historia de las inversiones extranjeras de las corporaciones estadounidenses inaugura la historia de la globalización de los modelos de management, de los patrones de consumo, de las formas culturales e ideológicas de los trabajadores cuello blanco. En el Tercer mundo, la extensión de los trabajadores de cuello blanco figura con frecuencia como una meta de primera importancia en los programas de modernización y de fomento al desarrollo. Más que un amortiguador de las abismales distancias sociales, los posibles efectos políticos de la extensión de ese grupo social son considerados como antídotos a la ambivalencia de las pequeñas burguesías tradicionales en los enfrentamientos políticos de las clases.9

Si la cuestión del cuello blanco condensó las polémicas en torno a la polarización y formas de la lucha de clases en el capitalismo monopolista hasta la década de los setenta, la financiarización de la economía acarreó profundas transformaciones en la situación y formas de conciencia política de este grupo nuclear de las clases medias.

Neoliberalismo y ambivalencia política de los trabajadores de cuello blanco 

Para los cuellos blancos, la fase contemporánea del capitalismo significa primeramente el fin de sus ilusiones de autonomía como organizadores de la producción. La liberalización y globalización financieras destruyeron las condiciones que regían, desde la posguerra, las relaciones entre propietarios-accionistas, por un lado, y gestores del capital y diferentes categorías de cuello blanco, por el otro. Ello se materializó en la generalización de gobiernos corporativos enteramente sometidos a las exigencias de propietarios-accionistas ávidos. La reproducción de las condiciones y mecanismos de dominación de las clases capitalistas rentistas implica nuevas formas de adiestramiento de los trabajadores de cuello blanco y especialmente de las categorías asociadas a la dirección empresarial. Una cantidad creciente de estudios señala cómo las formas organizacionales, culturales e ideológicas asociadas al management corporativo contemporáneo favorecen la interiorización de nuevas formas de sujeción.10 De la misma manera la transformación de las modalidades de remuneración de los directivos y ejecutivos –indexación de parte de sus ingresos al valor bursátil de las empresas– consolidó una alianza entre las clases capitalistas-accionistas y las capas superiores o aristocracia de cuello blanco; una mancomunidad que, para algunos, nuclea los bloques de poder contemporáneos.

El sometimiento del cuello blanco se apoya objetivamente en la mayor competencia que resulta de la masificación de las diversas categorías de profesionales así como en los cambios tecnológicos que abren la vía a reestructuraciones del conjunto de las condiciones del trabajo administrativo y gerencial. Los métodos de producción posfordistas y las nuevas tecnologías de la información y comunicación (ntic) han acelerado la desvalorización del trabajo administrativo.11 Sus consecuencias de fondo balizan las perspectivas y aspiraciones de los cuellos blancos en un horizonte de mediano plazo: conversión de las tareas administrativas en “taylorismo asistido por computadoras”; renovación y fomento de modalidades despóticas de control sobre el trabajo en todos los momentos del ciclo del capital no vinculados a la fabricación stricto sensu;12 ensanchamiento de las brechas salariales entre categorías de cuello blanco y entre miembros de una misma categoría; reducción de los efectivos de cuello blanco (white collar downsizing) y eliminación de ciertas funciones en las grandes corporaciones a partir de finales de los 1980. Todo lo anterior cataliza un doble proceso de fraccionamiento de la composición de los trabajadores de cuello blanco y de desgarramiento de su conciencia de clase. De ahí las balizas y antinomias que condicionan el comportamiento político de individuos prisioneros de representaciones reificadas –como bien lo presintió Upton Sinclair– y aferrados a patrones de consumo distintivos y alienantes.

El nivel de vida y de consumo no solamente estructuró las discusiones sobre las antinomias de la conciencia política y la alienación del cuello blanco.13 Fue la matriz de diversas tesis sobre la absorción de todas las clases sociales y el debilitamiento de la conciencia de clase;14 controversias que remontan al menos a las consideraciones de Marx, Engels y Lenin sobre las capas mejor remuneradas de los trabajadores de cuello azul o aristocracia obrera. Los indicadores sobre el nivel consumo y de crédito al consumo integran hoy las “definiciones” oficiales de las clases medias efectuadas por los institutos a cargo de la producción de estadísticas económicas y sociales. En México, por ejemplo, el clasemediero promedio del inegi –trabajador no manual y ocupado en una tarea de carácter gerencial o de supervisor– reembolsa en promedio 1600 pesos mensuales al banco. De manera general, las variaciones de las perspectivas de consumo de los trabajadores de cuello blanco constituyen un termómetro indirecto de las oscilaciones políticas en amplios sectores de las clases medias. En las condiciones del capitalismo financiarizado, el endeudamiento de los trabajadores de cuello blanco pesa mucho más que antes en la determinación de la conciencia política.

Si bien el endeudamiento de las clases medias ha estado en el centro de las reacciones durante las crisis recientes, sigue operando empero como cadena de oro de las clases trabajadoras al capital. He aquí el alcance y límite de uno de los principales temas políticamente movilizadores en las crisis contemporáneas: las denuncias de los enfrentamientos entre hogares endeudados, por un lado, y las instituciones financieras, por otro lado. Este ha sido el denominador común de las propagandas de los partidos y candidatos electoralmente exitosos tanto en Estados Unidos como en Europa desde el inicio de la crisis del 2008. Obama y el partido demócrata resucitaron el lema de “Main St. vs Wall St.”; una oposición alegórica que designa, en la tradición política norteamericana, el antagonismo entre las masas laboriosas endeudadas y las instituciones acreedoras y rentistas.15 Desde la izquierda o desde la extrema derecha, la crítica más o menos radical al parasitismo de las finanzas ha sido también el leitmotiv de las fuerzas políticas que se alzaron con la crisis. Ello concuerda con la forma general que preside a la toma de conciencia de las contradicciones del capitalismo contemporáneo: la oposición entre deudores y acreedores. Dicho antagonismo tiene el mérito de poner en relieve las formas más crudas de la paradoja de la miseria en la opulencia. No obstante, merma la crítica de las contradicciones del capitalismo actual.  Si la noción de “populismo” significa algo, entonces hay que explicar su proliferación a partir de este antagonismo que preside a las tomas de conciencia de la lucha de clases en el capitalismo financiarizado.

Pero más esencialmente, la ambivalencia política de los trabajadores de cuello blanco está arraigada a la especificidad de la toma de conciencia de la degradación de sus condiciones de trabajo y de vida. Como lo muestra una película reciente de Costa-Gavras (La corporación), la subjetividad política del cuello blanco es presa, por un lado, de sus aspiraciones materiales y de distinción y, por otro lado, del fin de las perspectivas de estabilidad de empleo, del látigo del desempleo,  de la amenaza del trabajo precario y de la presión del darwinismo social que activa  el estrés de la competencia.

En ese sentido, las últimas décadas registran una progresión del sentimiento de pertenencia de los cuellos blancos a la clase de los trabajadores asalariados. Lo atestiguan las crecientes participaciones de amplios sectores de trabajadores de cuello blanco en movilizaciones sindicales y políticas desde la década de los noventa. Empero este acercamiento va de la mano de un creciente recelo hacia otras categorías sociales intermedias. Es por ejemplo el caso de las relaciones entre los cuellos blancos y los funcionarios del Estado que gozan de una mayor seguridad de empleo; una diferencia que condiciona la manera en que los primeros adquieren consciencia de la degradación de su situación laboral. Esta oposición entre empleados públicos y los cuellos blancos de las corporaciones se ha convertido en un lugar común que las burguesías y la gran prensa liberal aúpan sabiamente para azuzar las divisiones de algunos movimientos sociales y/o justificar reformas laborales regresivas en el sector público. Si el neoliberalismo colocó a los trabajadores de cuello blanco en la imposibilidad de mantener una posición independiente en el conflicto entre trabajo asalariado y capital, ello no ha conducido necesariamente a una mayor solidaridad de clase. La exacerbación de los antagonismos entre fracciones de las clases medias constituye una característica de primera importancia en la dinámica real de las clases en la actualidad.


1 Esta noción elástica y originalmente peyorativa apareció en los Estados Unidos al final de la Primera Guerra Mundial bajo la pluma del escritor socialista Upton Sinclair. Hasta el cese de su uso oficial por el Bureau of Labor Statistic en 1970, la categoría designaba a “profesionales, técnicos, gerentes y administradores, excepto a trabajadores de granjas, de ventas, trabajadores clericales y afines”.

2 Las cuestiones de la pertenencia de clase y del comportamiento político de los trabajadores de cuello blanco permitirían clasificar las tesis marxistas que se enfrentaron en ese terreno desde la publicación de Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899) de Eduard Bernstein, el primer socialista en sacar conclusiones reformistas de la extensión de esa capa de las clases medias en los albores del capitalismo monopolista.

3 Rudolf Hilferding, El Capital financiero, Instituto cubano del libro, La Habana, 1971.

4 Expresión lanzada por el sociólogo James Burnham en 1941.

5 El 23% de los efectivos del sector industrial estadounidense no estaba vinculado a las tareas de producción en 1950. La misma categoría representaba el 47% en 1988.

6 Pequeños y medianos comerciantes, emprendedores, artesanos, granjeros independientes y, de manera general, los representantes de la pequeña producción y propiedad.

7 Charles Wright Mills, White Collar: The American Middle Classes, Oxford University Press, 2002. Este aspecto del análisis de Wright Mills no ha sido desmentido sesenta años después. Si limitamos la política a su única dimensión electoral, los resultados de las últimas elecciones en los EE.UU. confirman esos comportamientos: una tasa de abstención superior al 45%; una repartición casi perfecta de los votos de los trabajadores de ingresos medios y altos entre los dos grandes partidos.

8 En el sentido de Poulantzas.

9 La historia social de América latina entre finales del siglo XIX y la posguerra concentra las grandes irrupciones de sectores de las pequeñas burguesías tradicionales como protagonistas de movimientos que reivindican la concretización de democracias políticas y cierto reformismo social. Las coyunturas de la Gran Depresión y de la guerra marcaron la culminación del activismo de las alas jacobinas, nacionalistas y anti-imperialistas de esos movimientos. Fue el caso de las fuerzas que apoyaban los reformismos radicales de Antonio Guiteras Holmes y Francisco José Múgica en la Cuba post machado y el México cardenista, respectivamente. La misma fuerza social animó los movimientos que apoyaron a los gobiernos de Isaías Medina Angarita en Venezuela, Jacobo Arbenz Guzmán en Guatemala o Getúlio Vargas en Brasil.

10 Gaëtan Flocco, Des dominants très dominés. Pourquoi les cadres acceptent leur servitude, Raison d`agir, Paris, 2015.

11 Confirmando parcialmente una tesis defendida por Harry Braverman en su estudio clásico Trabajo y capitalismo monopolista, Nuestro Tiempo, México, 1983.

12 En Trabajo y sujeción: El dispositivo de poder en las fábricas de lenguaje, estudio de una agudeza extra-ordinaria sobre la génesis y evolución de las formas de dominación del trabajo, Natalia Radetich ofrece una anatomía de nuevas formas del “poder disciplinario” a partir del análisis de un sector que condensa la lógica del management de la producción y de la venta de las corporaciones en el capitalismo actual: la industria de los call centers en México.

13 Una problemática condensada en la novela Las cosas de George Pérec publicada en 1965.

14 Luc Boltanski y Eve Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, Gallimard, Paris, 1999.

15 La expresión era popular en los años previos a la crisis de 1929 y durante el New Deal.

16 En particular, oculta discusiones profundizadas sobre: las nuevas condiciones de explotación de los trabajadores en un mundo cada vez más rico materialmente; las expresiones contemporáneas de la contradicción entre el carácter social de la producción, por un lado, y la forma privada de su apropiación, por el otro.

Referencias

Bernstein, Eduard: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, Siglo XXI, México, 1982.

Boltanski, Luc y Chiapello, Eve: Le nouvel esprit du capitalisme, Gallimard, Paris, 1999.

Braverman, Harry: Trabajo y capitalismo monopolista, Nuestro Tiempo, México, 1983.

Burnham, James: The Managerial Revolution: What is Happening in the World, Praeger, 1972.

Flocco, Gaëtan: Des dominants très dominés. Pourquoi les cadres acceptent leur servitude, Raison d`agir, Paris, 2015.

Hilferding, Rudolf El Capital financiero, Instituto cubano del libro, La Habana, 1971.

INEGI, “Cuantificación de las clases medias en México. Un ejercicio exploratorio” (2010).

http://www.inegi.org.mx/inegi/contenidos/investigacion/Experimentales/Clase_media/doc/clase_media_resumen.pdf

Pérec, George: Las cosas, Anagrama, Barcelona, 2001.

Radetich, Natalia: Trabajo y sujeción: El dispositivo de poder en las fábricas de lenguaje, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-I), 2015.

Sinclair, Upton: The brass check. A study of American journalism, University of Illinois, 2002.

Wright Mills, Charles: White Collar: The American Middle Classes, Oxford University Press, 2002.