EUROPA EN CRISIS
Europa se encuentra en una crisis que parece no tener fin. La misma palabra crisis, que remite a un fenómeno de ruptura y de corta duración, resulta de hecho inadecuada para describir lo que aparece como un cambio estructural de la economía y la sociedad; años de recesión, aumento de la desocupación y de la desigualdad, el riesgo concreto de un colapso del euro y del proyecto mismo de la Unión Europea.
Si el conjunto del viejo continente aparece en grandes dificultades, los mayores problemas trascurren en los países del sur. Según las instituciones europeas, el motivo es simple: en el pasado esos países habrían vivido por encima de sus posibilidades, en particular en lo que respecta al gasto público: demasiado welfare, pensiones elevadas, ineficiencia y corrupción, con el consiguiente déficit y exceso de deuda. En la actualidad no existe alternativa a los planes de austeridad: recortar el gasto público para volver a poner en orden los balances y disminuir la deuda y el déficit.
En la misma dirección, las empresas deben volverse más competitivas, de tal modo que exporten más y contribuir así al mejoramiento de las finanzas públicas. Aún más, ya sea para disminuir el gasto o la deuda, ya sea para expandir la economía, es necesario acelerar las privatizaciones: meter en el mercado ya sean las propiedades inmobiliarias o las empresas bajo control o con participación estatal para generar ingresos o para explotar la mayor eficiencia económica del mercado.
Recortes al gasto público, planes de austeridad, competitividad para relanzar las exportaciones y privatizaciones. Es ésta la receta propuesta, o mejor dicho impuesta por la llamada troika (Comisión Europea, Banca Central Europea y FMI) que guía las decisiones de política económica en Europa, sobre todo en los países del sur del continente, acusados de entorpecer la economía respecto a un norte conducido por Alemania, ejemplo de alta productividad, superávit comercial empujado por la exportación y finanzas públicas bajo control. El objetivo es entonces el de inspirarse y seguir el modelo alemán, más aún evitar que exista una Europa a dos velocidades, en la que los países de la periferia se encuentran con economías siempre más débiles y desequilibrios cada vez más fuertes poniendo en riesgo la moneda única si no es que a todo el proyecto de la Unión Europea.
¿ES CULPA DE LAS FINANZAS PÚBLICAS?
Buscamos entender qué tan fundadas están esas visiones y qué tanto las soluciones pueden ser eficaces, a partir del hecho de que algunos países tendrían las cuentas fuera de control a causa de un exceso de welfare y gasto público. Italia es el caso más flagrante, con una relación entre la deuda y el PIB que ha superado el 30%, en contra del compromiso suscrito por todos por todos los estados de mantenerlo alrededor del 60% (llamados parámetros de Maastricht). Es verdad que Italia siempre ha tenido una deuda alta, pero es también verdadero que de un valor muy por encima del 120% alrededor de la mitad de los años 90, la relación deuda/PIB ha disminuido constantemente, hasta arribar al 105% en 2008. De golpe, la tendencia se invierte a finales del 2008, con una relación que comienza a volver a subir. No solo en Italia sino en todos los países occidentales, no solo en Europa sino también en los Estados Unidos, la tendencia es análoga: deuda/PIB casi constante por algunas décadas y, de improviso, un aumento después del 2008. Una tendencia como ésta no tiene nada que ver con un presunto “exceso de welfare”, o con países que “viven por encima de sus posibilidades”. El motivo es la crisis de las finanzas privadas, no las finanzas públicas: la explosión de la burbuja de los subprime y la consecuente recesión, mientras los Estados deben endeudarse para salvar a las mismas bancas que son responsables de la crisis.
LOS PLANES DE AUSTERIDAD
Pero olvidemos por un momento que la crisis ha sido causada por una gigantesca economía financiera privada fuera de control, y no por el gasto público, y admitamos que sean los Estados los que de deban volver a poner en orden las cuentas públicas. ¿Los planes de austeridad funcionan para disminuir la relación deuda/PIB? Analicemos esta relación. Si se recorta el gasto público a paridad de ingresos disminuye el déficit y por tanto tiende a mejorar —o por lo menos a empeorar menos— la deuda pública. Existe no obstante una dificultad: recortar el gasto público implica menos inversión, menos dinero para los empleados públicos, menos servicios, es decir, una disminución del PIB. Así, en la relación deuda/PIB, cuando por una parte los planes de austeridad hacen caer el numerador, de la otra parte cae también el denominador.
Y bien, según los estudios más recientes del propio FMI, destacado miembro de la troika, en la mayoría de los casos recortar el gasto público disminuye el PIB más rápidamente que la deuda. La relación continúa empeorando. Los planes de austeridad no son devastadores solo desde un punto de vista social, sino que son nocivos también desde el punto de vista macroeconómico. Incluso sin grandes análisis teóricos, probablemente habría sido suficiente ver lo que está sucediendo en todos los países que en estos años han debido aceptar las medidas de austeridad. De Italia a España y hasta la golpeada Grecia, no solo la desocupación aumentó rápidamente, no solo se han alcanzado niveles de pobreza y desigualdad intolerables, sino que incluso el objetivo principal de alcanzar, es decir, el ajuste de las cuentas públicas, está resultando un fracaso, y la relación entre la deuda y el PIB continua empeorando.
EL MANTRA DE LA COMPETITIVIDAD
En síntesis, el diagnóstico está completamente equivocado: el problema no son las finanzas públicas sino las privadas. E incluso si el diagnóstico fuera acertado, el remedio sería de cualquier modo el equivocado: la austeridad no funciona. Pero entonces, ¿es posible que los tecnócratas europeos sean tan miopes? El problema no está en el análisis sino en la perspectiva económica. Una perspectiva según la cual el problema no está en la desigualdad o en el colapso del consumo y de la demanda, sino en la necesidad de aumentar y mejorar la oferta. Es la visión liberal y mercantilista que domina el pensamiento económico europeo: recortamos el gasto público, los impuestos, los salarios y los derechos de las y los trabajadores de modo tal que hacemos a las empresas europeas más competitivas. Esto llevará por un lado a atraer más inversiones y, por otro, a exportar más, lo que sucesivamente llevará al aumento del PIB y, finalmente, del empleo. Competitividad significa ganar la competencia internacional y salir así del actual estancamiento.
Un primer problema es que si todos adoptan la misma teoría según la cual el que más exporta gana, teniendo la Tierra dimensiones finitas, o alguno encuentra el modo de exportar a Marte o evidentemente si alquien “gana” otros deben “perder”. Segundo, la misma cuestión se repite a escala europea: gran parte del comercio en la UE se da entre países europeos, lo que quiere decir que si alguno exporta más, otros deben importar más o lanzarse a la misma carrera. Se esfuma la idea misma de “Unión” Europea, y es sustituida por una “Competencia” Europea en la que cada país intenta superar al país vecino. Tercero, y el elemento más preocupante, esta competencia es de hecho una carrera hacia el abismo: quien mejor desmantela los derechos de las y los trabajadores gana, al menos hasta que otro país no reduce las leyes de protección al ambiente para producir a más bajo costo, hasta que otro país se transforma en un paraíso fiscal para atraer capitales, y así sucesivamente. Una carrera hacia el abismo en materia social, ambiental, fiscal y monetaria.
En otros términos, el peso total de una crisis causada por el colapso del gigantesco casino financiero privado es descargado sobre las y los trabajadores y sobre las clases sociales más débiles. Los primeros pagan ya sea con el desmantelamiento de derechos y protecciones o en términos de menores salarios, ambos sacrificios al dios de la competitividad. Las capas más débiles de la población sufren los recortes y la privatización del Walfare, de la salud a la educación, de las pensiones a los servicios del agua y otros más, esto es, una disminución neta de sus ingresos indirectos. Quien no tiene ninguna responsabilidad por el colapso de la crisis y, sin embargo, quien ha pagado el precio más alto se encuentra una vez más pagando los costos.
DOS EUROPAS ENFRENTADAS
No solo. Recortes salariales, desocupación y recesión significan el colapso del consumo y por tanto de la inflación, lo que en la visión de la troika sería también un efecto positivo pues debería permitir a los países más débiles que habrían “vivido por encima de sus propias posibilidades” reducir el desequilibrio respecto a los países más fuertes. En los hechos, tales políticas se han traducido en un colapso de la demanda interna que no ha sido compensado por un aumento de las exportaciones. Diversos estados están en deflación, mientras que la caída del PIB no se detiene, lo que conduce a una caída de los ingresos fiscales y un ulterior empeoramiento de la relación deuda/PIB. Un empeoramiento que justifica ulteriores medidas de austeridad y restricciones siempre más rigurosas impuestas por Europa a los países más débiles, en un espiral que aparentemente no tiene fin.
Existen al menos dos Europas enfrentadas, pero no hablamos de un centro reunido en torno a Alemania y de una periferia en dificultades. Hablamos de dos visiones económicas y sociales incompatibles. La primera fundada en la austeridad, las privatizaciones y la flexibilidad (léase precariedad y pérdida de derechos) en el mundo del trabajo, todo en nombre de la competitividad. La segunda, que ve al contrario la necesidad de oprimir el acelerador hacia una Europa social, fiscal y de derechos que sepa equilibrar a la Europa de los capitales y financiera. Que pide un plan de inversiones a largo plazo para la creación de empleos en sectores clave para el futuro: la reconversión ecológica de la economía, la movilidad sustentable, la eficiencia energética, la investigación y la educación. Para la creación de una Unión y de una cooperación entre estados, no de una competencia desesperada a escala europea e internacional.
Actualmente, sin embargo, la primera perspectiva la que es hegemónica, no solo en las fuerzas políticas abiertamente liberales, sino incluso antes en buena parte de los gobiernos que se definen progresistas o de centro-izquierda. Invertir tal relación de fuerzas significa reconstruir el imaginario de la crisis y el lenguaje construido en estos años y que hoy es dominante. Es necesario mostrar lo descabellado de esa ruta, y la necesidad y la urgencia de rediseñar desde las bases la arquitectura y la política europea. Un trabajo largo, pero el único capaz de salvar a la Unión Europea del callejón sin salida al que ella misma se ha enfilado.
*Presidente Fundación Banca Etica, Italia
Traducción del italiano:
Teresa Rodríguez de la Vega Cuellar