EL CAPITAL: UNA LECTURA POLÍTICA

El título del artículo carece de originalidad; como denominación, parece una rapsodia de los nombres de varios libros y artículos que quisieron, en diferentes épocas y latitudes, vincular la crítica de la economía política con la política en cuanto tal o latu sensu.1 El asunto era de vital importancia porque Marx mismo buscó siempre amalgamar la teoría con la praxis, el diagnóstico de la sociedad moderna con su transformación consciente. La teoría de la explotación se quedaría en el aire sin una de la revolución y ésta, por supuesto, debía por necesidad ser política en toda su extensión.

El asunto, sin embargo, estaba lejos de ser sencillo, pues en la obra de Marx no había un texto similar a El capital que pudiera situar las directrices de la práctica revolucionaria. Había, sí, indicaciones políticas aquí y allá, sobre todo en los escritos periodísticos y folletos programáticos, pero en cuanto al tratamiento riguroso, científico, sistemático y fundamentado, de la política y el Estado, apenas un lugar esbozado en los varios planes de redacción de El capital.2

Así, los marxistas tuvieron que subsanar esta carencia a través de teorías políticas de diferentes procedencias y consistencias y sus correspondientes conclusiones prácticas, según las épocas y las circunstancias. Fueron célebres los desacuerdos y debates al respecto.

No es simplificar demasiado afirmar que las versiones del marxismo se explican por las interpretaciones acerca de la política y, en particular, del lugar y el papel del Estado en la sociedad burguesa y en un posible proceso de transformación socialista. Lenin y los bolcheviques, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Bernstein, los austromarxistas, Gramsci…, representaron posiciones distintas precisamente en lo relativo al sentido y significado de la revolución en cuanto hecho político definitorio.

La instauración del régimen de Stalin fue en sí misma un fenómeno político crucial para mantener vivo el interés, a manera de enigma, de la cuestión de lo político y el Estado. Desde la posición política de León Trotsky, pero ciertamente más allá de él, comenzaron los cuestionamientos acerca de lo que en verdad había significado la Revolución de Octubre y las razones por las cuales la “dictadura del proletariado” se concretaba en un régimen tan alejado de los escenarios imaginarios trazados cuando se pensó en la “emancipación humana” y en el paso de la prehistoria a la historia propiamente dicha.

No, los acontecimientos no habían marchado por esa ruta sino que se configuraba un nuevo sistema de opresión y dominio, ahora en nombre del socialismo y, peor aún, del propio Marx. No es exagerado decir que este enigma marcó el interés teórico del marxismo y sus rupturas, así como también del liberalismo de la segunda posguerra.

¿Y si Karl Popper tenía razón? ¿Y si el origen de esta situación no era Stalin y su malhadada perspectiva política, así como su voluntad de traición, sino algo más profundo y complejo? ¿Y si todo se debía a la “dialéctica de la Ilustración” y, entonces, al proyecto en sí mismo contradictorio de la modernidad?

Dentro el marxismo trotskista comenzaron importantes cuestionamientos que indagaron no sólo la naturaleza de la URSS sino, también, la obra misma de Marx en su tratamiento sobre lo político. Destacaron en este sentido los desarrollos de la tendencia Johnson-Forest (pseudónimos de C.L.R. James y Raya Dunayevskaya, y de la revista Socialismo o Barbarie, con Cornelius Castoriadis y Claude Lefort a la cabeza. Pero hubo otras vetas críticas.

La década de 1970 fue especialmente prolija en las propuestas de llenar el vacío de una teoría política que completara la crítica de la economía política. Por ejemplo, en 1975 la revista teórica del Partido Socialista Italiano (Mondoperario) publicó el célebre artículo de Norberto Bobbio “¿Existe una doctrina marxista del Estado?”, lo cual generó un interesante debate en distintas publicaciones socialistas y marxistas.3

Rossana Rossanda relata: “En noviembre de 1977, en la reunión de Venecia Poder y oposición en las sociedades posrevolucionarias, Louis Althusser afirmó que no hay en Marx una teoría del Estado. En marzo, Il Manifesto propuso a Althusser que profundizara en esta cuestión dejada en suspenso en Venecia, teniendo en cuenta de manera particular la discusión en marcha en la izquierda italiana, y especialmente el debate que había tenido lugar en Mondoperario, la entrevista de Giuliano Amato con Pietro Ingrao, y los últimos escritos de Biagio de Giovanni publicados en Rinascita”.4

En otras latitudes, asociadas con otras corrientes de los estudios marxistas y de la lucha socialista, en 1978, John Holloway y Sol Picciotto publicaron una compilación de artículos ejemplares del “Debate alemán”: State and capital. A marxist debate. Mencionar los títulos de algunos de estos textos puede ayudan a entender el núcleo de las contribuciones. Destacaron los artículos de Wolfgang Müller y Christel Neussüss, “La ilusión del Welfare-State y las contradicciones entre trabajo asalariado y capital”; Elmar Altvater, “Algunos problemas del intervencionismo estatal”; Helmut Reichelt, “Algunos comentarios sobre el ensayo de Flatow y Huisken ‘Sobre el problema de la derivación del Estado burgués’”; de Joachim Hirsch, “El aparato de Estado y la reproducción social: elementos de una teoría del Estado burgués”; de Berhnard Blanke, Ulrich Jürgens y Hans Kastendiek, “Sobre la discusión marxista actual en torno del análisis de la forma y función del Estado burgués”; de Heide Gerstenberger, “Conflicto de clase, competencia y funciones del Estado”; y Claudia von Braunnmühl, “Sobre el análisis del Estado-nación burgués en el contexto del mercado mundial”.5  Este debate marxista sobre el Estado se interrumpió, pero dejó una estela importante de reflexiones en torno de temas cruciales.

De todos modos predominó la aceptación de la teoría marxiana del capitalismo en cuanto descripción, más o menos adecuada, de los hechos económicos, y, a partir de ahí, del lugar y papel del Estado en la reproducción del capital. El Estado social keynesiano había supuesto una reconsideración respecto a la vieja fórmula marxista según la cual el Estado era el instrumento de la clase dominante para imponer sus intereses particulares en cuanto interés general y su visión del mundo a toda la sociedad. Muchas obras y autores desfilaron lanzando sus interpretaciones acerca de la política y el Estado, pero las huellas del economicismo o, en el otro extremo, del voluntarismo revolucionario eran indelebles.

Salvo lúcidas excepciones, predominó la separación entre economía y política como supuesto de la teorización, y entonces, se traslucía el famoso “Prólogo a la Contribución de la crítica de la economía política” de 1859, en cuanto a las metáforas de “estructura” económica y “superestructura” política, jurídica, religiosa e ideológica en general.6

De todos modos, las teorizaciones referidas dejaron varios cabos sueltos que es necesario recuperar, y ahora (en la conmemoración de los 150 años de la primera edición del tomo I de El capital) es buen momento para hacerlo.

Por tanto, en este breve escrito se refieren algunos elementos que permitan comprender de otra manera la contribución de Marx al pensamiento político, lo cual podría significar retomar un modo peculiar de interpretar la sociedad moderna como totalidad con momentos diferenciados, pero complementarios, contradictorios ciertamente, que devienen y se transforman más allá de la voluntad inmediata de los individuos particulares. Esta interpretación ha de recurrir al idealismo alemán –de donde proviene gran parte del razonamiento crítico de Marx, en lo epistemológico y lo ético–, y a algunos autores en particular inspiradores y sugerentes (aunque quizá no tan conocidos como Eugen Pashukanis, Alfred Sohn-Rethel, Isaak Illich Rubin y Helmut Reichelt).7

1. La separación entre “economía” y “política”. De acuerdo con la crítica de Hegel a Kant, el entendimiento separa los fenómenos. Este paso que da el pensamiento es necesario, pero no basta para comprender el fundamento, la naturaleza o la esencia y los fines de los hechos y procesos del mundo. Éstos, al ser comprendidos, son reconstruidos por la vía del pensamiento, única vía específicamente humana de comprender la realidad. Desde esas condiciones de unificación de lo prima facie separado, “economía” y “política” son manifestaciones históricas fenomenológicas de las relaciones sociales.

2. La Crítica de la economía política en su conjunto es eso: una crítica en sentido kantiano, y de un discurso: “Para dejarlo en claro de una vez, digamos que entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde William Petty, ha investigado la conexión interna de las relaciones de producción burguesas, por oposición a la economía vulgar, que no hace más que deambular en forma estéril en torno de la conexión aparente, preocupándose sólo de ofrecer una explicación obvia de los fenómenos que podríamos llamar más bastos y rumiando, para el uso doméstico de la burguesía, el material suministrado hace tiempo por la economía científica”. (dk, I:99).

La economía política es entonces considerada por Marx como un discurso científico, pero susceptible de ser pasado por el tribunal de la razón. Y lo hace Marx al menos desde 1843 ininterrumpidamente y sin ruptura epistemológica. Los temas de la alienación, la cosificación y el fetichismo, si bien poseen importantes resonancias literarias, forman parte de la columna vertebral de la crítica del pensador al corpus teórico tomado como objeto.

3. La crítica es entonces lógica, para lo cual se requiere superar el formalismo kantiano. Pero superarlo no quiere decir negarlo sino, antes bien, asumirlo en todo lo que puede aportar para entender la relación entre los objetos empíricos materiales y las formas mentales que están en la base de la acción humana. El formalismo kantiano permite a Marx establecer las condiciones trascendentales de posibilidad para percibir y entender la naturaleza de las cosas materiales en su superficialidad empírica fenoménica, y desde ahí, advertir que esas cosas son “en sí” relaciones entre seres humanos. La forma social, entonces, se convierte en una gran contribución de Marx al pensamiento en general, desde la filosofía hasta la política. La forma social es una relación social estructurada desde un nivel trascendental (más allá de lo empírico inmediato), donde se imprime la diferentia especifica, o esencia al pensamiento y, por tanto a la voluntad y el comportamiento de los seres humanos de carne y hueso concretos. Así, la mercancía es una forma social, como el dinero y el propio capital. El trabajo, la fuerza de trabajo, el plusvalor, son categorías que atrapan los momentos de generación y reproducción de la forma valor, la cual queda puesta como fundamento relacional de la totalidad del capital.

Con todo, el formalismo kantiano resulta muy útil a Marx, pero se requiere también ahora realizar la superación del entendimiento; esto es, de la separación forma/contenido para lograr la unidad conceptual: la unidad racional comprendida lógica y ontológicamente. De ahí, el recurso a Hegel no nada más en la forma de exposición sino en el razonamiento que permite a Marx detectar las deficiencias argumentativas de la economía política.

Ahí donde esa ciencia se queda pasmada, evidencia una contradicción simple, emite una falacia o enuncia tautologías. El pensamiento de Hegel permite ahí salir del atolladero, pues ayuda a revelar que cuando existe una disonancia, anomalía o excepción, nos hallamos frente a un proceso de contradicción constitutiva necesaria. La mercancía deviene dinero, pero éste no es sino una mercancía excepcional.

La misma lógica aplica cuando Marx encuentra la mercancía más peculiar de todas, la de la fuerza de trabajo, que se convierte en la clave de bóveda de la generación del plusvalor, y éste se revela como la base de la comprensión del valor mismo y, por tanto, del capital en su conjunto y totalidad.

En efecto, la mercancía fuerza de trabajo resulta inseparable del ser humano que la porta, y su compraventa implica una relación social de dominación, de obligación necesaria de obedecer como condición para garantizar la subsistencia.

La fuerza de trabajo es una abstracción que entra en el universo de equivalentes tasados en dinero, en precios, en flujos monetarios. Todo el sistema social descansa en la abstracción; y si esto es así, entonces sí la realidad del capital está primordialmente en el pensamiento y desde ahí es arrojado en el mundo práctico. Los precios y las ganancias, las formas de medición de la rentabilidad y los beneficios, se revelan como ficciones que en última instancia significan, nada más y nada menos, que poder y autoridad, mando despótico, dictadura en una palabra, de las fórmulas abstractas sobre la materialidad, la realidad y la corporalidad de los seres humanos.

Desde esta recuperación de la dialéctica hegeliana, Marx argumenta que el “capital” es otro nombre del trabajo, que no puede ser comprado ni vendido, pues representa fuente del valor, pero él mismo carece de valor. Otra vez, la excepción constitutiva. El trabajo es una categoría moderna y antes de Marx había sido elevada a soporte ético de la justificación y legitimación de la propiedad por John Locke primero y Adam Smith después. Está lejos de ser una casualidad el nexo que estos dos pensadores liberales establecieron entre la naturaleza humana, la moralidad basada en el trabajo y la racionalidad de la sociedad de los propietarios privados.

Nótese también que para Marx el capital es el nombre invertido del trabajo en su despliegue externo, extraño, alienado y contradictorio pero necesario. Mercancía, dinero, capital no son entonces sólo categorías económicas; su tratamiento desde una perspectiva filosófica fuerte las revela como formas de manifestación captadas por el discurso económico, pero reelaboradas por la crítica de Marx como formas modernas de la existencia humana.

Así, la sociedad moderna sigue siendo la del trabajo, pero alienado, cosificado y fetichizado en las formas económicas de expresión. De la unidad troncal llamada forma valor en tanto “forma social” se despliegan las ramificaciones múltiples y complejas de la reproducción de la totalidad como si fuera un sistema solamente económico.

La relación de valor, la forma social, desde una perspectiva clásica enraizada en la antigüedad grecolatina, es ya política por el simple hecho de suponer un vínculo entre los seres humanos mediado por el universo simbólico, por el lenguaje. Se trata, sin embargo, de una política en sentido amplio que abarca la deliberación acerca de las formas y los contenidos de la vida en común, pero condicionada por la necesidad, por la amenaza y el riesgo que corre la reproducción de la vida misma.

En definitiva, se trata de una política que distribuye cargas y productos desde la inestabilidad, inseguridad y finitud de la condición humana misma. Ésta es la política del capital, que se hace mundo, deviene forma imperio y de ahí regresa a las formas ficcionales de las “economías” y las “instituciones políticas” nacionales.

Se mantiene aquí la separación entre la economía como espacio no político y la política en tanto entorno expresamente institucionalizado y encomendado para ser la arena de los acuerdos liberales, democráticos y republicanos.

4. Ésas serían las líneas fundamentales de una teoría política implícita en El capital de Marx. Desde ese horizonte de comprensión ha sido posible situar a Marx como un clásico de la política con Maquiavelo, Hobbes, Locke, Spinoza, Rousseau, Kant y Hegel. Pero eso no representa lo importante. Mayor relevancia posee valorar su explicación de la política institucionalizada en los vínculos de dominación implicados en las relaciones necesarias que son motivo del discurso económico, pero que no son económicas sino antropológico-políticas.

En efecto, las relaciones de poder entre seres humanos y sus expresiones cosificadas y fetichizadas se hallan en el centro de atención de Marx. A partir de ahí se entiende que el capital (en cuanto trabajo atravesado por las relaciones de poder) tiene su propia política, y su presentación como espacio no-político es de hecho una mistificación necesaria, pues si fuera directa e inmediatamente político estaría sujeto a la deliberación, decisión y ejecución racionales y mediadas por la palabra, por las instancias ciudadanas, lo cual podría implicar que se introdujeran otros criterios (y no sólo la ganancia) para planear la producción de bienes y servicios.

Mientras siga imperando la ganancia como fundamento, esencia y telos, del orden social, será indispensable la existencia de un espacio específicamente político que condense de manera institucional la participación de los ciudadanos en las decisiones que los afectan.

De esa manera, parecería como si lo político y el capital fueran realmente dos modos diferentes de la existencia social. Y esta apariencia ha dado pie a dos reduccionismos, el politicista y el economicista.

El capital presentado como espacio no político oculta su funcionamiento esencialmente político de tipo oligárquico, autocrático y despótico que, en sentido estricto, sería no político, pues se trataría de la típica relación de mando como la habida entre el amo y el esclavo; es decir, mando no propio de seres humanos.8


1 Sólo como ejemplo: Harry Cleaver, Una lectura política de El capital, México, Fondo de Cultura Económica, 1985. La edición original de 1979 se intitulaba Reading Capital politically; Biagio de Giovanni, La teoría política de las clases en El capital, México, Siglo xxi, 1984; David Fernbach, Marx: una lectura política, México, era, Serie Popular, 1979; John M. Maguire, Marx y su teoría de la política, México, Fondo de Cultura Económica, 1984. La edición original es de 1978: Marx’s theory of politics.

2 El tercer plan, que data de diciembre de 1857, boceta un orden que empalma la investigación y la exposición teniendo como guía el silogismo hegeliano: el capital en general, su particularización y sus existencias concretas y singulares. Sólo después de colmar este concepto vendría el tratamiento de la propiedad de la tierra y luego del trabajo asalariado y las clases sociales. Y ahora sí: el Estado (“Estado y sociedad burguesa, los impuestos, la existencia de las clases improductivas, la deuda pública, la población, el Estado volcado al exterior, la moneda internacional… Por último, el mercado mundial”). K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política 1857-1858 (Grundrisse), México, Siglo xxi, 1987, páginas 203-204. De aquí se desprende que, en efecto, Marx ve al capital como la fuerza articuladora de la sociedad burguesa; y el Estado, cual una entidad externa dominada poco a poco por la lógica mercantil capitalista.

3 aa. vv. ¿Existe una teoría marxista del Estado?, México, Universidad Autónoma de Puebla, 1978, página 9.

4 aa. vv. Discutir el Estado. Posiciones frente a una tesis de Louis Althusser, México, Folios Ediciones, 1982.

5 Recientemente, Alberto Bonnet y Adirán Piva han puesto a disposición en español ese debate y le han agregado las reflexiones actuales sobre él de John Holloway y Joachim Hirsch: Estado y capital. El debate alemán sobre la derivación del Estado, Buenos Aires Argentina, 2017. Libro digital disponible en herramienta.com.ar

6 Karl Marx, Zur kritik der politischen ökonomie, Berlin, Dietz Verlag, 1972, página 15.

7 E. B. Pashukanis, La teoría general del derecho y el marxismo, México, Grijalbo, 1976; A. Sohn-Rethel, Trabajo manual y trabajo intelectual. Crítica de la epistemología, Colombia, El Viejo Topo, 1979; I. I. Rubin, Ensayos sobre la teoría marxista del valor, México, Siglo xxi-Cuadernos de Pasado y Presente 53, 1982; H. Reichelt, Zur logischen struktur des kapitalbegriffs bei Karl Marx, Frankfurt-Wien, Europäische Verlagsanstalt, 1970.

8 Véase Gerardo Ávalos Tenorio/Joachim Hirsch, La política del Capital, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2008, páginas 77 y siguientes.

Publicado en MEMORIA 264