EL MARXISMO DE ANDRÉ GORZ

El título parece una provocación. ¿Gorz no había dicho “Adiós al marxismo” en 1980?1 Tal parece ser la opinión de muchos de sus partidarios o adversarios. Por contraste, para un observador inteligente, distante aunque no desprovisto de simpatía como Alain Touraine, en 1993: “André Gorz es el más verdaderamente marxista de los pensadores europeos y también –¿vale recordarlo?– el más imaginativo y el más antidoctrinario. Con él, el marxismo tiene la fuerza liberadora que tenía en… Marx cuando éste criticaba el jacobinismo francés o la derecha hegeliana”. El filósofo Arno Münster, eminente gorziano, constata, simultáneamente, su distancia y adhesión persistente al marxismo: “Pese al escepticismo que muestra por lo que concierne el concepto central de la sociología marxista, Gorz continúa, después de la publicación de Adiós al proletariado, razonando y pensando en el marco de la mayoría de los otros conceptos clave de la teoría marxista, en la perspectiva de llevar a cabo una síntesis entre la ecología política y una crítica de la economía política purgada de sus dogmas”. Finalmente, Françoise Gollain, otra importante gorziana, resume así su itinerario: “Contra la tradición marxista dominante y numerosos escritos del mismo Marx, por una parte, y contra una ecología que conserva el statu quo, por el otro, intentó inspirarse en el Marx humanista, antiproductivista y libertario, pensador del advenimiento de una sociedad de la asociación”. Sin duda, el Gorz de los decenios 1960 o 1970 se situaba en el campo del marxismo, uno existencialista, cercano a Sartre, quien proclamara en Cuestiones de método que “el marxismo es el horizonte insuperable de nuestro tiempo”.

En el periodo 1968-70, Gorz tiende hacia un izquierdismo tercermundista que, según su biógrafo Willy Gianinazzi, “se puede fácilmente asociar en Francia a las posiciones neotrotskistas de la Juventud Comunista Revolucionaria” de Daniel Bensaïd. Es muy cercano personal e intelectualmente a Ernest Mandel, el economista y principal dirigente de la Cuarta Internacional. Gorz estudiaba y citaba a menudo su famoso Tratado de economía marxista al tiempo que publicaba sus artículos en Les Temps Modernes.

Entre sus amigos cercanos encontramos el politólogo Jean-Marie Vincent, autor de trabajos sobre la Escuela de Frankfurt, militante del PSU2 en la década de 1960 y de la Liga Comunista Revolucionaria en la de 1970. Gorz entabla relación entonces con Herbert Marcuse, el gran filósofo marxista heterodoxo con quien mantiene diálogo constante. Ahora bien, ¿en qué medida el autor de Adiós al proletariado (1980) rompe definitivamente con todas las ideas marxistas? El principal interesado puede darnos la repuesta más pertinente a esta pregunta. He aquí lo que encontramos en una entrevista con Marc Robert, publicada en Ecorev’ en 2005: “Adiós no era una crítica del comunismo. Al contrario, atacaba a los maoístas, a su culto primitivista de un proletariado mítico (…). Es también una crítica acerba a la socialdemocratización del capitalismo a la cual se había reducido el marxismo vulgar, así como de la glorificación del trabajo asalariado”.

No es menos cierto que Gorz, al rechazar la centralidad de la lucha de clases y el papel emancipador del proletariado, se distanciaba de dos tesis fundamentales del marxismo –y no solamente en sus formas maoísta o social-demócrata–. En su libro de 1980 intentó sustituir a la clase obrera por la “no clase de los no trabajadores”… Hipótesis azarosa que parece abandonar posteriormente, pero sin volver al proletariado.

En una entrevista con interlocutores brasileños en 2005 llega a afirmar incluso que “trabajo y capital son fundamentalmente cómplices por su antagonismo en la medida en que ‘ganar dinero’ es su objetivo determinante”. Gorz parece reducir aquí el punto de vista de los trabajadores al sindicalismo corporativista más obtuso… Sin embargo, en 1983, en Les chemins du paradis3 desarrollaba una visión mucho más matizada de ese antagonismo: “El capitalismo es un antihumanismo por reducirlo todo a categorías económicas (…) Las reivindicaciones obreras, las más fundamentales y las más radicales, han sido combates contra la lógica económica, contra la concepción utilitaria, mercantil, cuantitativa del trabajo y de la riqueza”. Si continúa por interesarse por el potencial subversivo de los precarios y de los excluidos, encontramos en el mismo texto de 2005 la idea, esencial a mi juicio, de la convergencia entre los que tienen y los que no un trabajo: la estrategia de dominación del capital, escribe, consiste en “impedir que los trabajadores y los desempleados se unan para exigir otra repartición del trabajo y de la riqueza socialmente producida”.

En todo caso, resulta evidente que la apropiación del marxismo por Gorz es selectiva. Si se quiere hablar de un marxismo de Gorz –o, si se prefiere, de una adhesión al pensamiento de Marx y de algunos marxistas heterodoxos, de Marcuse a Robert Kurz– es fundamentalmente a propósito de dos cuestiones –a decir verdad, esenciales– situadas en el corazón de su compromiso ecológico o, para retomar el término utilizado por Françoise Gollain, ecosocialista: el anticapitalismo y la alternativa comunista como civilización del tiempo liberado. Intentemos analizar ambos momentos, refiriéndonos a la colección Ecológica, que reúne textos de diferentes periodos y constituye una suerte de testamento político-teórico de André Gorz.

El anticapitalismo

Como observa justamente Willy Gianinazzi, la crítica marxiana del capital “permanece irremplazable: Gorz no deja de apoyarse en ella”. Esta crítica gorziana del modo de producción capitalista, lejos de ablandarse, parece radicalizarse cada vez más a partir de 1980, especialmente en relación con su reflexión sobre la ecología. Por ejemplo, en la entrevista citada con Marc Robert observa: “La ecología sólo posee una carga crítica y ética si las devastaciones de la Tierra, la destrucción de las bases naturales de la vida, son entendidas como consecuencias de un modo de producción que exige la maximización de los rendimientos y recurre al uso de técnicas que violan los equilibrios biológicos”. Inversamente, la ecología política con su teoría crítica de las necesidades “conduce en cambio a profundizar y a radicalizar la crítica del capitalismo”. En su análisis crítico de los daños ecológicos del capitalismo, Gorz se refiere directamente a algunos pasajes de El capital. Por ejemplo, en la entrevista con los brasileños de Unisinos (2005) señala: “Desde el punto de vista ecológico, la aceleración de la rotación del capital excluye todo lo que disminuye en lo inmediato la ganancia. La expansión continua de la producción industrial implica por consiguiente un despojo acelerado de los recursos naturales. La necesidad de expansión ilimitada del capital lo conduce a buscar la abolición de la naturaleza y de los recursos naturales para reemplazarlos por productos fabricados, vendidos con ganancia (…) Lo que Marx escribía hace 140 años en el primer libro de El capital tiene una sorprendente actualidad”. Sigue el célebre pasaje de éste donde Marx constata que “cada progreso de la agricultura capitalista es una progreso no sólo en el arte de explotar al trabajador sino, también, en el de expoliar el suelo; cada progreso en el arte de acrecentar su fertilidad por un tiempo constituye un progreso en la ruina de sus recursos duraderos de fertilidad”.

Curiosamente, hay pocas críticas de Gorz a los límites de la reflexión ecológica de Marx. Tampoco hace suyos los ataques de numerosos ecologistas (Alain Lipietz, entre otros) contra el presupuesto “prometeísta” de Marx: la idea de la dominación o “conquista” de la naturaleza. No parece interesarse por el debate sobre los adelantos y las contradicciones de Marx y Engels en la relación con la naturaleza, debate que entretuvo a los ecomarxistas estadounidenses desde la década de 1980. Aparentemente no conoce los trabajos de James O’Connor y Joel Kovel, redactores de la revista Capitalism, Nature and Socialism o en el decenio de 2000, de John Bellamy Foster y Paul Burkett, de la Monthly Review.

La crítica del capitalismo y la urgencia de salir de ese sistema destructivo adquieren una nueva dimensión con el cambio climático. En uno de sus últimos escritos también publicado en Ecorev’, “La sortie du capitalisme a déjà comencé” (2017),4  Gorz insiste: “La cuestión de la salida del capitalismo nunca fue de tanta actualidad. Se plantea en términos y con una urgencia de una radicalidad nueva”. Rechazando las ilusiones de la ecología social-liberal en un capitalismo verde, Gorz integra una visión resueltamente anticapitalista del decrecimiento y plantea la necesidad de un cambio civilizatorio radical a la luz de la crisis climática: “Es imposible evitar una catástrofe climática sin romper radicalmente con los métodos y la lógica económica que lleva a ello desde 150 años. (…) El decrecimiento es por tanto un imperativo de supervivencia. Empero, supone otra economía, otro estilo de vida, otra civilización, otras relaciones sociales”.

Pero hay otro aspecto del análisis gorziano del capital más cercano a algunos escritos de Marx: el optimismo tecnológico… Por ejemplo, Marx afirma en El capital i: “la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Ésta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista (…) La producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso [de la naturaleza].” Personalmente, en mi calidad de ecomarxista, rechazo ese tipo de razonamiento… No sólo porque las “fatalidades” no existen en la historia social sino, también, porque el capitalismo no es mera “envoltura”: determina la naturaleza misma de la producción y de las fuerzas productivas.

Ahora bien, encontramos el argumento de Marx en Gorz en una forma modificada, a la luz de los cambios tecnológicos contemporáneos (la informática, internet…). Parece convencido de que, gracias a los software libres, “la propiedad privada de los medios de producción y, por ende, el monopolio de la oferta se vuelven progresivamente imposibles (…). Se trata aquí de una ruptura que mina el capitalismo en su base”; de la misma manera, “el capitalismo trabaja a su propia extinción, sin quererlo, al desarrollar las herramientas de una especie de artesanado high tech”. En resumen, como señala Willy Gianinazzi, el software libre nutrió “las más utópicas e infundadas esperanzas de Gorz”.

Françoise Gollain se distancia también de este optimismo tecnológico: constata con acuidad su afinidad con algunos análisis de Marx: “La aseveración según la cual ‘el capitalismo trabaja, sin quererlo, a su propia extinción’ lleva la huella innegable de la concepción marxista del papel revolucionario de la evolución de la estructura de la producción”.

Felizmente, Gorz escapa a ese fatalismo optimista; es decir, la creencia en una autodestrucción del capitalismo, compartida en gran medida por Robert Kurz y los teóricos de la crítica del valor, gracias a su humanismo marxista sartriano alérgico a los determinismos y sediento de libertad. Por ejemplo, en Métamorphoses du travail (1988), se emancipa claramente de cualquier automatismo de ese tipo:

No seremos liberados por un determinismo material y sin nuestro consentimiento. El potencial de liberación que un proceso contiene se concreta sólo si los hombres se lo apropian para liberarse.

La otra corrección aportada por Gorz es, como F. Gollain observa, la toma de conciencia de la ambivalencia estructural de las nuevas tecnologías, como la microelectrónica, que pueden servir ora a la hipercentralización ora a la autogestión. Sin adherir a la tecnofobia de algunos ecologistas, Gorz no está menos persuadido de que “el socialismo no vale más que el capitalismo si no cambia de herramientas”. En una entrevista con Marx Robert retoma esta fórmula ya presente en Ecologie et politique (edición de 1978), explicándola de esta manera (refiriéndose otra vez a los Grundrisse): si “la clase obrera (…) se apoderase de los medios de producción del capitalismo sin cambiarlos radicalmente acabaría por reproducir (como sucedió en los países sovietizados) el mismo sistema de dominación” –y, añadimos, el mismo sistema de destrucción del ambiente.

El comunismo, civilización del tiempo liberado

Gorz está en deuda con Marx no sólo por su crítica del capitalismo sino también por su concepción de este otro modo de producción, de esta otra civilización que reclama: socialismo (o comunismo). En Adiós al proletariado, su libro aparentemente más alejado del marxismo, escribe: “Sólo el socialismo –es decir, una manera de producir liberada del imperativo de la ganancia máxima, administrada en el interés de todos y por todos los que concurren a su producción– puede darse el lujo de buscar la mayor satisfacción al menor costo posible. Únicamente el socialismo puede romper con la lógica de la ganancia máxima y reemplazarla por el buen sentido común económico: el máximo de satisfacción con el mínimo de gasto (…) La utilización del término socialismo resulta por cierto, aquí, inadecuado. Habría que hablar preferentemente de comunismo (…)”. Para seguir algunas líneas más adelante: “La idea misma de substituir la búsqueda de ‘más’ y ‘mejor’ por la búsqueda de valores extraeconómicos y no mercantiles es ajena a la sociedad capitalista. Es empero esencial al comunismo (…)” En términos ecológicos, significa: sólo el socialismo/comunismo puede sobrepasar el productivismo y consumerismo que conducen a la destrucción del ambiente natural. Claro está: el comunismo de Gorz no es el comunismo de los países del llamado socialismo real”, pero una suerte ecocomunismo de un nuevo tipo.

El significado humano y ecológico del comunismo es una civilización del tiempo liberado. Con ello Gorz se refiere a un célebre pasaje del volumen III de El capital: “El reino de la libertad comienza donde acaba el trabajo determinado por la necesidad y los fines exteriores: se sitúa fuera de la esfera de la producción material, por la naturaleza misma de las cosas (…). La libertad en este ámbito puede consistir sólo en esto: el ser humano socializado (vergesellschafte Mensch), los productores asociados, regulan racionalmente este metabolismo (Stoffwechsel) con la naturaleza, sometiéndolo a su control colectivo, en vez de ser dominados por él como si fuera un poder ciego; lo hacen con los esfuerzos más reducidos posibles, en las condiciones más dignas de su naturaleza humana y las más adecuadas a esta naturaleza.

Más allá de este reino comienza el desarrollo de las potencias del ser humano, que es a sí mismo su fin, el verdadero reino de la libertad, pero que florece sólo apoyándose en este reino de la necesidad. La reducción de la jornada de trabajo es la condición fundamental.

Gorz traduce este enfoque en términos ecológicos en varios de sus escritos; por ejemplo, escribe en un artículo para la revista Actuel Marx en 1992: “El sentido fundamental de una política eco social (…) consiste en establecer políticamente la correlación entre menos trabajo y consumo, por una parte, y mayor autonomía y seguridad existenciales; por la otra, para cada uno y cada una. Dicho de otro modo: se trata de garantizar institucionalmente que una reducción general del tiempo de trabajo abra (…) una vida libre, más relajada y rica para todos los individuos”.

Gorz suele referirse también a un pasaje de los Grundrisse donde Marx proclama: “El libre desarrollo de las individualidades y (…) la reducción a un mínimo del trabajo necesario de la sociedad (se vuelven el objetivo de la producción), a lo que corresponde entonces el desarrollo artístico, científico, etcétera, de los individuos (…). La medida de la riqueza ya no es entonces el tiempo de trabajo sino el tiempo libre”.

Respecto a ese pasaje y otros similares de los Grundrisse, Gorz escribe en un texto de 2001: “Considerar el desarrollo de las facultades humanas como creación de riqueza supone ya abandonar una concepción mercantil-utilitaria-economista de la riqueza. Tomar el desarrollo humano como un fin en sí mismo, que vale por sí, independientemente de su utilidad económica inmediata”.

Esa ruptura con la concepción capitalista de la riqueza constituye para Gorz un paso esencial hacia una nueva civilización ecológica, más allá del productivismo y el consumismo. En el ensayo significativamente intitulado Bâtir la civilisation du temps libéré,5 publicado en 1993, Gorz aboga por “una sociedad donde la riqueza se medirá por el tiempo liberado de trabajo, por el tiempo disponible para las actividades que llevan su sentido y fin en sí mismas y se confunden con la realización de la vida”. El argumento está inspirado directamente por los escritos de Marx, aun cuando Gorz le otorga una dimensión nueva, socioecológica, no necesariamente presente en el autor de los Grundrisse.

No hay que confundir desde luego ese tiempo liberado, o tiempo autodeterminado fuera del trabajo, con el “ocio” que el sistema capitalista otorga al trabajador para regenerar su fuerza laboral.

En el pasaje citado de El capital (libro III), Marx hace referencia a los “productores asociados [que] regulan racionalmente este metabolismo con la naturaleza, sometiéndolo a su control colectivo”, donde se sugiere la idea de la planificación socialista de la esfera del trabajo necesario. El concepto de planificación –como lo encontramos en sus artículos sobre la Yugoslavia o en Estrategia obrera y neocapitalismo (1964)– que tiende a desaparecer de los escritos de Gorz después de 1980 aparece, formulado en términos explícitamente marxianos, en Adiós al proletariado; el mismo pasaje es repetido (y reformulado) en Ecológica: “La esfera de la necesidad, y por tanto del tiempo de trabajo socialmente necesario, sólo puede ser reducido al mínimo por medio de una coordinación y una regulación tan eficaces como sean posibles de los flujos y de los stocks; es decir, por una planificación multiplicada (articolata) (…). La única función de un Estado comunista es gestionar la esfera de la necesidad (también la de las necesidades socializadas) de tal manera que no deje de encogerse y de volver disponibles espacios crecientes de autonomía”.

Para concluir: ¿era Gorz marxista? Si consideramos que hay “mil marxismos”, según la hermosa formulación de André Tosel, ¿no podría imaginarse un “marxismo gorziano”? No lo creo. Para comenzar, después de 1980, el propio Gorz no se reconocería en semejante definición. Me parece más justo y apropiado hablar de una presencia del marxismo en su pensamiento, que podríamos caracterizar como un socialismo ecológico −un ecosocialismo, como lo designan los gorzianos Amo Münster y F. Gollain−, inspirado en Marx y algunos marxistas heterodoxos en su crítica de la sociedad (capitalista) existente, así como en su formulación de un proyecto de sociedad (socialista) alternativa.

Como lo sugiere el título de este artículo, hay marxismo en Gorz, y su obra, una de las más importantes en la ecología crítica del siglo XX, no es comprensible sin esta dimensión.

Traducción de Matari Pierre


1 André Gorz, Adiós al marxismo. Más allá del socialismo, El Viejo Topo, Barcelona, 1981.

2 Partido Socialista Unificado, fundado en abril de 1960 y disuelto en noviembre de 1989. Políticamente situado entre los Partidos Socialista y Comunista, el PSU pretendió encarnar una “segunda izquierda”. Congregó militantes e intelectuales anticolonialistas, promotores de la autogestión, muchos de éstos críticos de la urss provenientes del trotskismo o del maoísmo [nota del traductor].

3 Los caminos del paraíso.

4 “La salida del capitalismo ha empezado”.

5 “Construir la civilización del tiempo liberado”.

Publicado en MEMORIA 264