CRÓNICA DE UN DERRUMBE

El libro de Enrique Semo aborda uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia que nos ha tocado vivir: el derrumbe de un conjunto de regímenes que configuraban el bloque socialista entre 1989 y 1991, lo cual constituyó también el colapso de un proceso abierto en 1917 con la revolución de octubre en Rusia y representó la esperanza de un cambio histórico. Este proceso contiene un sinnúmero de enseñanzas que tendrán que ser consideradas por todos quienes deseamos la transformación de la sociedad capitalista en una más justa.

Muchos de nosotros nacimos y crecimos en medio de la lucha universal entre los sistemas capitalista y socialista, enarbolados por dos bloques que combatían en todos los campos: el deporte, la ideología, la literatura, el arte, la política e incluso la guerra fría o caliente. Muchos tomamos partido y defendimos el sistema socialista, igual que una serie de valores como el combate del imperialismo estadounidense, de la posibilidad de una guerra nuclear, del racismo o de la criminal intervención en Vietnam y muchas batallas más.

La lucha entre los sistemas formó parte de nuestra existencia. Y si bien no éramos ciegos frente a los problemas internos que fueron surgiendo, como el trágico asesinato de los revolucionarios por Stalin, las contradicciones suscitadas entre China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), las diferencias planteadas por húngaros, polacos, checos y yugoslavos en la construcción del socialismo y otros fenómenos más, seguíamos considerando que dicho sistema implicaba beneficios culturales, económicos, deportivos, de salud y otros, como Semo indica en su nuevo prólogo.

La Primavera de Praga reveló la necesidad de reformas y la resistencia del Estado a incorporarlas, al grado de que se recurrió a los tanques del Pacto de Varsovia para impedirlas. En el “socialismo real” se requerían cambios profundos para que el sistema pudiera corregir sus problemas internos y asimilar la revolución científico-técnica en marcha. Ya en la década de 1980, tanto en Europa como en América Latina, y México en particular, se habían iniciado los debates sobre la naturaleza de los Estados socialistas. Betelheim había dicho que se trataba de un capitalismo de Estado; Mandel, que la burocracia había secuestrado el aparato del Estado, desarrollado la tesis de Trotsky sobre el Estado obrero degenarado; Althusser se había opuesto al estalinismo y Rudolf Bahro hablaba de la necesidad de dar importancia a la democracia y la ecología, mientras que Suslov sostenía que era el socialismo que habían podido construir frente a quienes soñaban lo imposible.

Empero, resulta que de 1989 a 1991 ocurrió uno de los fenómenos históricos más impresionantes y sorpresivos: el derrumbe de los regímenes del Este y la URSS, iniciando con la caída simbólica del Muro de Berlín. Sobrevinieron entonces la conmoción y la desorientación. La izquierda se convirtió para unos en derecha y viceversa. El capitalismo proclamó a todos los vientos el supuesto “fin de la historia” y el triunfo del capitalismo y de la “democracia”. Recuerdo que en un coloquio organizado por Octavio Paz para celebrar la muerte del socialismo dijo que “no podía haber democracia sin economía de mercado”, y el escritor chileno Jorge Edwads le respondió con una voz que parecía pedir perdón al poeta por la osadía: “Pero Octavio, en Chile hay economía de mercado y no democracia”. En efecto, el poeta había olvidado que a la democracia chilena la habían bañado en sangre en nombre de la economía de mercado.

El derrumbe de los regímenes de Europa del Este y la URSS requería, por la izquierda, un análisis objetivo que permitiera una explicación de lo ocurrido. Sin embargo, aquí, en México, gran parte de la izquierda quedó inmensamente golpeada y paralizada. Se presentó entonces un fenómeno curioso: intelectuales connotados por su anterior definición marxista, comunista y aun maoísta se presentaron en mesas redondas para hacer su “mea culpa” y anunciar su conversión al liberalismo y, en algunos casos, aún más: al neoliberalismo. Muchos de ellos, astutos, sabían que vendría un largo proceso de crisis, por lo cual renunciaron al marxismo y se convirtieron al posmodernismo; quienes no lo hicieron cerraron revistas como Cuadernos Políticos, de importante papel en el desarrollo teórico del marxismo en Latinoamérica.

Además, importantes militantes socialistas ya no continuaron el trabajo político en dicha orientación y aceptaron ceder sus identidades al nacionalismo o a la socialdemocracia. Pocos persistieron y buscaron una explicación de lo que ocurría, como pasó con Juan Brom, Pablo González Casanova, Adolfo Sánchez Vázquez, Enrique Semo y algunos cuantos más.

El caso de Semo es particular. Se trata de un historiador que conoció a fondo los regímenes socialistas y que publica en su libro una serie de testimonios directos de ese conmocionante proceso. Estuvo allí en el periodo cuando ocurrían los hechos. En su obra se recogen informaciones, entrevistas y cronologías, pero también ofrece una interpretación de las causas del derrumbe y una valoración. En su nueva introducción se concentra en tres hipótesis que no le parecen plausibles:

Primera, el comunismo no podía funcionar y por ello se derrumbó. Esto lo dijeron Von Mises en 1922 y, recientemente, Katherine Verdery. Desde luego, habría que haber advertido a Von Mises que la sociedad comunista jamás ha existido y que, por tanto, tampoco cabía referir que no funciona.

Segunda, los problemas derivan de la contrarrevolución burocrática. Ésta es la tesis bien conocida de Trotsky y desarrollada posteriormente por Ernest Mandel.

Y tercera, falta de democracia y sobrecentralización del sistema político, que es en parte la explicación de Sánchez Vázquez, aunque no es mencionado por su nombre.

Semo dice: “No creemos que estas conjeturas puedan encontrar sustento en los hechos como causas del derrumbe”.

Inicia entonces la argumentación. Dice que el sistema resistió todo: el asedio de 18 países en un principio, los efectos de la primera guerra y de la guerra civil, la colectivización forzosa, la transformación industrial, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría… Sin embargo, la “economía estaba sumida en una especie de estancamiento” que exigía una reforma. Ésta la emprendió Gorbachov, quien cometió errores graves. Aquí estoy plenamente de acuerdo con Enrique, y quiero destacar no sólo la equivocada puesta en marcha de la perestroika sino el enorme error cometido al abrir los medios de comunicación a los historiadores mediante la glasnost que se dedicaron a demoler, uno a uno, todos los mitos que sostenían el sistema soviético sin ofrecer una alternativa.

En un libro publicado en 1994, Más allá del derrumbe, pretendí ofrecer mi explicación de lo ocurrido. Ahí analizo la posición de Gorbachov frente a Washington: acepta en forma gratuita “que América Latina era proveedora de materias primas de Estados Unidos y que la URSS no osaría modificar eso”; es decir, aceptaba el saqueo, la explotación y la dependencia a que han sido sometidos nuestros países con una falta de sensibilidad social y política y traicionando las luchas históricas de los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Lo mismo hizo al apoyar a esa nación en su ataque contra Sadam Husein como dice Semo.

La consecuencia de esa política entreguista frente al poder consistió en que Gorbachov fuera recibido como héroe en Estados Unidos. Enrique Semo dice: “La causa inmediata de la muerte del sistema fue la disolución de la Unión Soviética y el campo socialista”, resultado de una cadena de sucesos iniciados por Gorbachov en 1985. Y agrega una serie de errores cometidos por el dirigente soviético en Polonia, la República Democrática Alemana y Hungría. Refiere: “Reconozco que los errores de Gorbachov y las medidas autoritarias y económicamente desastrosas de Yeltsin arropadas por Estados Unidos y los órganos financieros internacionales no son sino parte de la historia. Muchos factores estructurales de larga duración dificultaron la reforma de la URSS, pero estamos ante uno de esos casos en que los líderes del momento jugaron un papel decisivo” (página 12). Estamos frente a uno de los problemas importantes de teoría de la historia: la posible influencia de ciertos individuos que tienen el poder en virtud de una serie de precedentes que lo permiten.

Semo afirma: “Estamos convencidos de que el derrumbe de la URSS pudo ser evitado y que el sistema soviético podía ser reformado”.

En esto último estoy de acuerdo con su afirmación, pero creo que debe darse peso también a lo que Semo llama “los factores estructurales de larga duración y que dificultaron la reforma”.

Antes del derrumbe y después de él, muchos investigadores expusieron una serie de tesis sobre la naturaleza de aquella sociedad y las causas de su derrumbe. Empezaré con Marx mismo, quien estudió a fondo la situación de Rusia y que en la carta a Vera Zasulich, ante la pregunta de si los populistas rusos deberían plantearse el salto de la comuna al socialismo o si tenían que pasar por el capitalismo, respondió que sí le parecía posible (8 de marzo de 1881), pero agregó en el prólogo de la edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista que la revolución rusa no podría triunfar si no era acompañada por el movimiento revolucionario europeo.

Como sabemos, la terrible reacción ante la revolución de octubre fueron tanto el surgimiento del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania como la Segunda Guerra Mundial, que arrojó sólo para la URSS 20 millones de muertos. Por tal motivo, considero que si bien el pueblo soviético resistió todos los procesos dolorosos a que fue sometido, encontró un conjunto de dificultades para lograr una sociedad plenamente socialista. Aquí hallamos una serie de aspectos objetivos como la enorme desigualdad económica, política y cultural entre los países que formaron la URSS (véase Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia) y los factores subjetivos como la muerte de Lenin y su sustitución por Stalin, quien se convirtió en un verdadero dictador, configuró una nomenclatura que controló el poder del partido, del Estado y del ejército, y se mantuvo tras el término de la Segunda Guerra e impidió a toda costa cualquier reforma.

Tras la muerte de Stalin, Jrushov buscó un cambio: denunció sus crímenes en el informe secreto al vigésimo Congreso y permitió denuncias como las novelas de Solzhenitsin. Sin embargo, ese verano duró poco, y otra vez el grupo neoestalinista tomó el poder. A mi juicio, que los intelectuales, científicos, artistas y filósofos no tuvieran libertad para expresar sus puntos de vista influye en la falta de retroalimentación crítica desde abajo.

Se impidió entonces la libertad de crítica y se imposibilitaron todas las reformas, como ocurrió en Checoslovaquia en 1968.

Por otro lado, la URSS también cayó en el garlito tendido por Reagan de la llamada en forma hollywoodense “Guerra de las galaxias”, que obligaron a gastar enormes cantidades de dinero para competir en ese terreno, lo cual produjo gran deterioro de los servicios. Creo que Semo tiene razón en colocar como agente causante del derrumbe a la equivocada estrategia seguida por Gorbachov. Sin embargo, el escenario con que se encontró había sido preparado desde muchas décadas antes.

Hay además otras hipótesis sobre las causas del derrumbe bien conocidas por Semo y sobre las que sería interesante escuchar su opinión, como la de Adam Schaff, quien consideró que la estructura económica era socialista pero la superestructura era autoritaria; o la de Sánchez Vázquez, quien dijo que “el socialismo real era una formación social específica poscapitalista que bloquea el tránsito a un auténtico socialismo”. Recordemos que para Sánchez Vázquez, faltó la construcción de una democracia auténtica; y para Milos Nikolic,  en la URSS se dio un proceso de modernización autoritario revestido de la ideología socialista.

Retomo la idea inicial. En México vivimos de forma apasionada la lucha entre los dos sistemas, y más cuando sobrevino la revolución cubana, posible no sólo por el heroísmo de quienes la llevaron a cabo sino, también, por la enorme habilidad e inteligencia de Fidel Castro para moverse en el escenario mundial, aunque la isla no habría subsistido sin el apoyo de la URSS y del bloque socialista. Sin embargo, en México no estábamos preparados para semejante golpe, pues a nivel de base no se debatió con suficiente libertad ideológica el problema.

Hoy, después de 35 años de neoliberalismo devastador del país, la izquierda debe retomar estos temas, analizarlos seriamente y buscar una alternativa, es decir, un nuevo paradigma emancipatorio que haga un ajuste de cuentas con el pasado y ofrezca salidas a la situación en que vivimos. Para ello tenemos libros como el que hoy presentamos.

Semo, Enrique, (1991). Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del este. Nueva edición: 2017, Ed. Itaca, 288 páginas.