VOLVER A MARX Y ESCRIBIR CON ÉL

Bolívar Echeverría, El discurso crítico de Marx, Era, 1986.

No ha habido otro discurso teórico en el último siglo y medio con el impacto en el proceso social que, es fácil advertir, tiene el discurso teórico de Marx. Se ha generado en este lapso una literatura incomparablemente más abundante en torno a este discurso que respecto a cualquier otro. Como es de esperar en un caso así, la abrumadora mayoría de esa literatura está constituida por reiteraciones, textos de divulgación, aplicaciones más o menos felices a situaciones concretas y una interminable discusión escolástica sobre “lo que verdaderamente dijo Marx”. El de Marx es, sin embargo, un discurso inconcluso (como lo es, por definición, cualquier discurso teórico) y, a pesar de ello, sólo una mínima porción de la literatura marxista emprende la problemática tarea de desarrollar hasta ulteriores conclusiones ese discurso. Para decirlo con palabras de Bolívar Echeverría (BE): “la única lectura adecuada que se puede hacer de la obra de Marx es la que, al asumir esta problematicidad, se convierte necesariamente en un coescribirla. Leer a Marx resulta así, llevando las cosas al extremo, emprender la tarea paradójica de escribir junto con él su propia obra”. Pues bien, el texto de BE forma parte del reducido conjunto de lecturas que en este sentido estricto se han hecho de la obra de Marx en el mundo entero.

Aunque tal vez debiera procurar aquí así fuera un esquemático intento de fundamentar esta afirmación, opto por el intento, no menos esquemático, de problematizar tanto su lectura como la leída por él. La posibilidad de ésta (y otras problematizaciones factibles) descansa en el hecho de que, como escribe BE, “hay muchos marxismos… porque hay varios sujetos homónimos llamados Marx: varios esbozos divergentes de forma que la sustancia Marx tiene por sí misma y que coexisten conflictivamente tratando de ser cada uno de ellos el que tiene la clave y representa la verdad de los otros”. Su lectura muestra, sin embargo, que la sustancia Marx adopta una forma fundamental; a saber: la del autor de la crítica de la economía política. Esta forma exhibe mayores títulos para presentarse como la clave que contiene la verdad de las otras formas. Así, puede convenirse con BE en que “el proyecto del discurso crítico comunista incluía en 1844 la necesidad de abordar todo el conjunto de los comportamientos prácticos y discursivos de la sociedad; desde entonces, la crítica de la economía política fue considerada siempre por Marx como una de las vetas del discurso crítico, aunque, eso sí, como la más básica y elemental de todas, y por tanto como la de más urgente realización”.

Persona empírica y sujeto teórico

Es un acierto sugerente la fórmula utilizada por BE cuando distingue la persona empírica llamada Marx y el sujeto teórico que se expresa a través de esa persona: “Al hablar de Marx como el autor de la crítica de la economía política hacemos referencia a un sujeto que necesariamente rebasa la persona cotidiana, empiristamente biografiable de Marx: nos referimos al sujeto teórico en su momento de más extraordinaria creatividad, sujeto que solía ‘visitar’ con frecuencia a la persona Marx pero que no es idéntico a ella”. Introduce esta distinción para hacer notar que lo dicho por Marx sobre diversas cuestiones (el problema nacional por ejemplo) no necesariamente coincide con lo que al respecto puede decirse desde la perspectiva de ese sujeto teórico, que yo preferiría denominar lugar teórico; es decir, desde la perspectiva de la línea discursiva de la crítica de la economía política. Pero a BE tal distinción le sirve para su propósito de coescribir la obra de Marx precisamente en los términos de la mencionada línea discursiva, mientras que podría plantearse, por el contrario, que tal línea discursiva (la crítica de la economía política) no puede ser el lugar teórico privilegiado para hablar de los temas que, en definitiva, preocupan al discurso socialista.

En efecto, como anota el propio BE, “el objeto último de interés del discurso comunista es sin duda la vida política del sujeto social en su mundo objetivo: la historia de las formas de la vida social. El motivo de su existencia como discurso es la necesidad de hablar sobre esa capacidad exclusiva de la sociedad humana que es la de determinar la forma de su existencia”. Si la vida política es el objeto último de interés del discurso socialista, cabe preguntar por el peso específico que, en definitiva, tiene la crítica de la economía política para satisfacer ese interés. Pudiera parecer que se trata de un falso problema y que la función de esta línea discursiva es precisamente “abrir el terreno para que sea posible el discurso comunista como crítica de la vida política y cultural de la sociedad capitalista”.

Sin embargo, aunque esta posibilidad abstracta está efectivamente contenida en la crítica de la economía política, en los hechos no cumple tanto con la función de abrir ese terreno como de clausurarlo. Hay una notoria insuficiencia en el tratamiento de la vida política y cultural que asume como lugar teórico privilegiado la crítica de la economía política. No se trata de una insuficiencia debido al carácter inconcluso del discurso teórico en cuestión, sino de una insuficiencia originada en el hecho mismo de que el lugar teórico eficaz para el desarrollo del discurso crítico formulado por Marx opera, al mismo tiempo, como lugar teórico poco pertinente para el despliegue del discurso crítico de la vida política y cultural.

La presencia de lo político

Apunto, pues, a una insuficiencia de sentido contrario a la señalada por BE en referencia al conocido prólogo de 1859. En el excelente texto que cierra el libro se indica que la insuficiencia del Prólogo radica en “la utilización de la oposición tradicional entre economía y política”, sin advertir “la necesidad de pensar la presencia de lo político en la infraestructura”. En El capital se habría producido “el descubrimiento de que lo político, aun en su forma capitalista enajenada, es el carácter fundamental de la infraestructura”. Esta presencia de lo político en la infraestructura es consecuencia del conflicto “entre la tendencia básica del funcionamiento del proceso de trabajo moderno y la tendencia superpuesta, proveniente de la organización que deforma pero vuelve posible tal funcionamiento: la tendencia a la valorización del valor, es decir, la explotación de los obreros”.

No pretendo negar la presencia, así caracterizada, de lo político en la infraestructura ni la significación extraordinaria del descubrimiento (impensable desde un lugar teórico distinto de la crítica de la economía política) de este fenómeno. Lo que pretendo es defender la idea de que precisamente el descubrimiento de esa presencia de lo político en la infraestructura sirve, en un doble movimiento, para ocultar toda otra presencia de lo político. Por consiguiente, pretendo defender la idea de que la insuficiencia más alarmante de este discurso crítico radica en su incapacidad para ver los mecanismos sustanciales en la constitución de lo político. Las consecuencias de esa incapacidad son múltiples.

Así, por ejemplo, BE se refiere en el prefacio de su libro a una autoafirmación teórico-práctica que formula en los siguientes términos: la afirmación de que la base social de la triada marxismo-izquierda-comunismo “existe de hecho y coincide aproximadamente con lo que el discurso sociológico llama ‘clase obrera industrial”’. Y líneas más adelante agrega: “La clase obrera industrial, al mismo tiempo que ha dejado de ser la portadora del proyecto comunista de una contrahistoria contemporánea, ha perdido también la capacidad de ofrecer un plano homogéneo de acción a los demás sujetos de la rebeldía, y de ser así su representante”.

En mi opinión, estamos frente a un equívoco resultante de lo dicho: la clase obrera no ha dejado de ser portadora de tal proyecto sino que nunca lo fue; es decir, en ninguna circunstancia la clase obrera constituye de por sí un sujeto revolucionario. La creencia contraria sólo tiene sentido en la convicción de que lo político se conforma en la infraestructura. No se trata, pues, de que la clase obrera haya perdido la capacidad de ofrecer un plano homogéneo de acción a los movimientos sociales anticapitalistas sino que jamás tuvo esa capacidad como algo inherente de manera necesaria a su ubicación infraestructural.

Ahora bien, la presencia de lo político en la infraestructura no es consecuencia sólo del conflicto mencionado sino de su peculiar manera de resolverlo; es decir, las propias condiciones de producción capitalista, escribe BE, “disponen de un mecanismo especial con el que organizan las fuerzas productivas modernas; es el mecanismo del mercado de la fuerza de trabajo. En él se entabla la relación de explotación entre los dos tipos desiguales de individuos sociales”; o sea, propietarios de medios de producción y propietarios de la mercancía fuerza de trabajo, pero “se entabla, sin embargo, como relación de intercambio de equivalentes entre individuos sociales iguales”.

Así pues, el mecanismo mercantil transforma la relación de desigualdad en relación de igualdad. Pero ¿cuál es el alcance de esta tesis de Marx rigurosamente formulada por BE? Al parecer, la presencia de lo político en la infraestructura adopta en las condiciones de producción capitalista una modalidad específica: “La paralización o suspensión de la capacidad del sujeto social… de autodeterminarse, de orientar la forma de su propia socialidad”. Es, pues, una presencia despolitizadora del sujeto social. Esta conclusión es muy discutible porque sobrestima el peso de una tendencia que en realidad opera junto a otras en sentido opuesto. Así, por ejemplo, cuando BE escribe “el modo en que viven los hombres en la sociedad capitalista no lo definen ellos sino el ‘mundo de las mercancías capitalistas’; su politicidad es un ‘sujeto cósico’, el valor que se valoriza”, uno está tentado a pensar que, después de todo, los hombres viven en las sociedades capitalistas realmente existentes de diversas formas y ello, entre otras cosas, porque la lógica del capital no es la única lógica que define sus modos de vida. La constitución de lo político fuera de la infraestructura es decisiva al respecto.

Las interconexiones posibles

Es difícil mantener esta objeción con fuerza porque el texto introduce matices significativos, como la idea de la que suspensión de la politicidad del sujeto social “no implica la desaparición, el aniquilamiento o la cancelación definitiva de la misma”. Se alude al hecho de “en todos los niveles y todas las zonas de las fuerzas productivo-consuntivas se afirman espontáneamente formas de vida social anticapitalistas que revelan la vitalidad profunda de la sustancia nacional”. Pero, en definitiva, el texto carga las tintas en la otra dirección y, por ello, aparecen formulaciones como ésta: “Los objetos mercantiles introducen la única interconexión posible en entre los propietarios privados; son el único nexo real que llega a establecerse entre individuos que son de por sí constitutivamente sociales y que se hallan sin embargo en situación de asocialidad”.

En mi opinión, no es sostenible que los objetos mercantiles sean la única interconexión posible y el único nexo real; una mayor atención a lo político fuera de la infraestructura permitiría advertir innumerables otras interconexiones y nexos. Después de todo, aun si en efecto “la función que constituye la esencia de la superestructura política e ideológica en la sociedad capitalista” es llevar a cabo la “conversión” o “transfiguración” de las relaciones de desigualdad en relaciones de igualdad, la institucionalidad política e ideológica de las sociedades capitalistas desempeña varias otras funciones inclusive contrarias a esa esencial.

Podrían discutirse varias otras cuestiones, precisamente porque el texto obliga a pensar en la radicalidad propia del discurso de Marx. Uno no puede sino agradecer que BE imponga esa obligación a sus lectores.

Publicado en La Jornada, el sábado 25 de abril de 1987.