SERGIO PITOL, LA FUGA DE EL MAGO

En cierta reunión, una mujer de mediana edad se me acercó por la izquierda y me preguntó algo. No escucho bien de ese lado, y le contesté alguna incoherencia que la hizo pensar que no le prestaba atención, así que con mayor volumen inquirió por mi nombre. Mientras contestaba con mi apellido, como suelo hacer, recordé que a Sergio Pitol le ocurría lo mismo: “Debo confesar que soy sordo del oído izquierdo. Y eso me produce alteraciones anímicas que, en los peores momentos, pueden confundirse con la memez y la demencia. Si en una reunión social, sobre todo en una comida, el comensal de mi izquierda resulta un parlanchín por naturaleza, ya estoy perdido. Respondo mal, por intuición, al azar; abundo en imprecisiones, en disparates, hasta que poco a poco el interlocutor va distanciándose, harto de repetir preguntas y oír respuestas que poco o nada tienen que ver con ellas. Eso me produce inhibiciones impresionantes, y una vez inhibido, tenso o temeroso no soy ya responsable de mi comportamiento”, dijo en el Arte de la fuga.

Por alguna razón tal vez más cercana a mi identificación de este tipo de sucesos que a un análisis profundo, siempre he pensado que la literatura de Pitol nace de esa circunstancia. Me imagino a El Mago tratando de entender lo que el interlocutor dice y cómo apenas si distingue alguna que otra palabra al vuelo. La toma entonces y con ella realiza dos acciones: contesta mal y sin ganas, desesperado porque sabe que sus respuestas son sinsentidos, pero también comienza a imaginar. A esa frase en vuelo da una vuelta y luego otra, la transforma; en la mente la convierte en literatura y, entonces, la escritura por la escritura misma, ese gran personaje de todas sus novelas, sus cuentos, se transforma en una historia.

Así nace la escritura de El Mago

A duras penas logré entender que el nombre de quien me preguntaba era Edith. En un acto de soberana grosería hacia un señor que gustoso comía a mi derecha, me volteé hacia ella, algo que suele provocar varias acciones: por ejemplo, si es mujer, que piense que coqueto. Ello sucede sobre todo en situaciones de mucho ruido, como aquélla, pues debo acercar en exceso la oreja izquierda a su boca, lo que se convierte en un acto de extrema privacidad, pero del todo inadecuado para dos desconocidos. Para mi suerte, la comida era un acto en honor de Sergio Pitol, quien nos abandonó el pasado 12 de abril, tras muchos años de incertidumbre sobre su salud, lo cual es mejor dejar por completo de lado, por respeto no sólo al gran escritor sino a la literatura mexicana y la humanidad en general.

Edith dijo un buen lugar común:

–Sus libros autobiográficos son maravillosos, pero los cuentos me parecen sosos, sin vida. Llenos de inocencia.

Así perdí por completo mi interés en lo que me decía, pues se notaba a leguas que en su vida se había acercado a los cuentos de El Mago o, tal vez –pensándolo mejor–, sí lo había hecho, pero también leyó El arte de la fuga y El mago de Viena, donde Pitol mismo desdeña sus primeros trabajos.

Lo anterior es sin duda más la visión de un padre demasiado exigente que pide a sus hijos ser los mejores en todas las actividades. Es como el progenitor del pianista, de apenas 11 años, en cuyo recital no liga dos semicorcheas y sólo él y la profesora de piano lo notan, pero todos los asistentes se admiran de la soltura y la limpieza de cada nota.

No, Edith no pudo haber leído “Victorio Ferri cuenta un cuento” y decir sandeces como aquélla, permisibles sólo al autor mismo, pues en boca suya las autocríticas se vuelven líneas de lectura, guiños hechos para comprender mejor lo logrado y lo no logrado. Por ejemplo, del mismo cuento, Carlos Monsiváis, su gran amigo, decía que es tenso, con escenarios asfixiantes y donde los personajes eligen el secreto sobre la revelación. ¿Acaso un análisis así resulta factible acerca de un texto inocente?

Edith estuvo de acuerdo a medias. Así que me explayé sobre las etapas de la escritura pitoliana.

–¡Bah! No puede catalogarse su trabajo –me dijo con otro hermoso lugar común lleno de verdad.

Cierto: la obra de El Mago es una y, a lo largo de los años, en especial con el trabajo autobiográfico, se encargó de entreverar todo. La crítica especializada suele establecer dos etapas: la que incluye sus primeros Tiempo cercado, Infierno de todos, Los climas y No hay tal lugar; y la que va desde El tañido de la flauta hasta La vida conyugal, pasando por Asimetría, Nocturno de Bujara, Cementerio de tordos, Juegos florales, El desfile del amor, Domar a la divina garza, Vals de Mefisto y La casa de la tribu, lo cual incluye la trilogía carnavalesca. Hay una posible tercera y última, donde caben El arte de la fuga, El mago de Viena y El viaje, que terminaron reunidos en un único tomo, Trilogía de la memoria.

En este aspecto, y sin que la mujer preguntara, me extendí sobre la trilogía del carnaval, la expresión más perfecta –a mi parecer– de la unión entre la literatura y la teoría literaria. Para lograrlo, Pitol, el gran mago, tomó de Bajtín La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, y lo transformó en arte –aun cuando, claro, para algunos Bajtín mismo ya es arte–. Por si ello no basta, en estos libros logramos comprender al verdadero protagonista de Pitol: el lenguaje. Para Monsiváis, por ejemplo, en Domar a la divina garza el personaje más verdadero es “el lenguaje crispado, extenuante, torrencial”.

Para desgracia de este artículo, pues las preguntas de Edith me llevaban a una estructura bastante aceptable, el señor de la izquierda me pidió la sal. Al pasársela, la mujer dijo algo, pero como ya le había solicitado varias veces que repitiera las palabras y empezaba a verme cual demente, hablé sobre lo que me pareció lógica prosecución: la vida de Pitol.

Su vida, creo que le dije, no puede ser más que vislumbrada. Como con cualquier persona, cabe seguir sus rastros y hacer una biografía medianamente justa, mas éste sería un actuar mediano con Pitol. ¡Él ya nos contó sus andanzas! Pero claro, como todo en él, con un acercamiento oblicuo, velado, arístico.

Tal vez la forma más sencilla de acercarnos es mediante sus personajes, en los que se incluye Sergio Pitol mismo. La temática abordada por El Mago en gran parte de su obra versa sobre mexicanos en el extranjero que sufren alguna crisis, y quién mejor que él para reflejar esos apuros de los paisanos en otros lares. Sus peripecias en Varsovia, Budapest, Praga, Barcelona son el ejemplo más claro de ello.

Entonces, Edith preguntó: ¿Sus novelas autobiográficas son novelas o no? Menuda interrogante, digna de tesis de maestría. Le dije que, de entrada, en sus textos no se distingue la realidad de la ficción. Están mezcladas con tal laboriosidad que ni quienes vivieron los acontecimientos referidos por él están seguros de lo ocurrido en verdad. Pitol se coloca como alteridad, pero no una patente, pues tampoco se discierne quién es en cuál momento. Enrique Vila-Matas cuenta, por ejemplo, que Pitol le hizo creer que tenía en su casa al hijo de Lenin; y Monsiváis, que transformó a dos periodistas en detectives literarios y Liliana, el personaje de El arte de la fuga y de El mago de Viena, resultó existente, contra la creencia de los amigos.

A lo anterior podemos agregar otra dicotomía: ¿sus novelas no son en realidad libros de ensayos disfrazados de narrativa?

Quienes sufren sordera unilateral saben que ésta supone también una ventaja, pues nos permite tener una escucha selectiva, mas por desgracia sí alcancé a oír cuando la mujer dijo: “Lástima que dedicó demasiado tiempo de su vida a traducir lo que hicieron otros y no a escribir”. Me contuve de marcharme o por lo menos darle la espalda; sólo le expliqué que El Mago mismo narró que gracias a esas traducciones aprendió a escribir. Así descubrió los entresijos de cada autor, sus trucos, sus artilugios, sus magias. Incluso, como ejercicios de escritura, probaba hacerlo como ellos, luego soltaba en el momento preciso ese estilo para tomar el propio. Además, ¿qué sería de nuestras lecturas si no tuviéramos sus traducciones de Conrad, James, Bassani, Vittorini, Pilniak, entre muchos otros, sin dejar de lado por supuesto a Witold Gombrowicz, una de sus grandes influencias?

La mujer comenzó a hablar sobre los últimos años de Pitol, de los dimes y diretes, su fortuna o falta de ella, de quién se quedaría con la herencia. Entonces me di cuenta de que no comprendió nada de lo expresado, pues la realidad de ese escritor, la de su mente, la de sus palabras, esa realidad ficcional, o esa ficción tan real es la única importante, la que me hace pensar que este artículo debió llamarse “Sergio Pitol, el mago de la fuga” y no “Sergio Pitol, la fuga de El Mago”.