EL PAÍS DEL DOLOR

A finales de marzo de 2011, ante el asesinato de siete jóvenes en Cuernavaca, Morelos, se desató la indignación, y miles salieron a las calles en todo el país. Durante varios meses, las víctimas exigieron justicia y, encabezadas por el poeta Javier Sicilia, se organizaron en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD). Se trató de la primera expresión masiva y nacional contra la violencia extendida desde las postrimerías de 2006 por todo el país. El MPJD implicó un cambio en la sensibilidad que en la propia izquierda se tenía de la violencia y la tragedia humanitaria en que, desde entonces, estamos envueltos. Por ello sorprende lo poco escrito sobre él.

El libro de Jesús Suaste El país del dolor. Historia del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad constituye sin duda un primer paso en la narración de los acontecimientos y la reconstrucción crítica de tan importante expresión.

Notablemente bien escrito, el ensayo busca documentar los acontecimientos, pero también desarrollar una reflexión crítica de uno de sus participantes. Lo primero es caracterizar el movimiento. Para el autor, el MPJD es “el signo de una era de lucha social en México, una edad de la resistencia” (Suaste, 2017: 21). Desde entonces, las expresiones sociales deben plantearse como uno de sus ejes principales luchar por la justicia y enfrentar la violencia. La pregunta que dejó planteada el movimiento sigue vigente: “¿qué puede (hacer) la ciudadanía organizada en contra de una maquinaria económica y criminal despiadada, de un Estado carcomido por su ineptitud para frenar la violencia y su capacidad para propagarla?” (Suaste, 2017: 23).

El ensayo no está pensado desde la academia ni la sociología de los movimientos sociales. Al narrar los acontecimientos, el autor privilegia siempre transmitir la sensibilidad de las víctimas y la emergencia de miles de ciudadanos que, en medio de la tragedia, se organizaban y movilizaban. En ese sentido, no se aplican de manera mecánica los conceptos clásicos de la sociología de la acción colectiva ni hay un intento por situar al MPJD en sus taxonomías. Aun así, Jesús Suaste identifica el MPJD como un movimiento que, en el sentido planteado por Ranciere, implicó una “reconfiguración de lo sensible”, donde quienes nunca eran considerados sujetos (las víctimas) irrumpieran en la política. De igual modo, retoma los conceptos de Massimo Modonesi para identificar cómo el movimiento de víctimas se desenvolvió en una tensión constante entre la subalternalidad (las víctimas cual sujeto subordinado, peticionario ante las instancias gubernamentales), el antagonismo (con las movilizaciones y la impugnación del régimen) y la autonomía (el intento de construir espacios propios para enfrentar la catástrofe).

Con esa mirada el autor divide las grandes etapas del movimiento.

La primera fase ocurre entre el 28 de marzo y el 8 de mayo de 2011. Ante la tragedia, la indignación se extiende por todo el país; y Javier Sicilia, padre de uno de los jóvenes asesinados, simboliza la voz de las víctimas. En torno a él se agrupa un movimiento heterogéneo, que incluye a activistas estudiantiles, sindicatos, familiares de víctimas, artistas y grupos religiosos. El autor señala bien las contradicciones que ya desde ese momento están presentes en el movimiento: mientras unos buscan la desmilitarización y la impugnación del régimen, otros simplemente ansían justicia, que el Estado se haga cargo de sus responsabilidades. Por lo pronto, todos coinciden en una consigna simple: “¡Estamos hasta la madre!”

La segunda etapa se da con la Caravana del Consuelo que, entre el 8 de mayo y el 10 de junio de 2011, recorrió todo el centro y el norte del país hasta llegar a Ciudad Juárez, Chihuahua. Su descripción está llena de anécdotas que dan cuenta de la experiencia colectiva, algunas divertidas, como la de cierto personaje que cada mañana tocaba su caracol para saludar a la Madre Tierra, pero sólo generaba desesperación entre los desmañanados caravaneros. También los momentos más terribles, con los testimonios de las víctimas de la violencia en las urbes y los pueblos por donde pasó el contingente.

Más allá de sus objetivos políticos, la caravana fue un momento de expresión de ese dolor y sensibilización para los integrantes y quienes seguían por los medios de comunicación el recorrido.

Sin embargo, la etapa concluyó con la división del movimiento. En Juárez se firmó el Pacto Ciudadano, que debía ser el espacio para generar un consenso, pero terminó en lo contrario, con la polarización y la fragmentación. Suaste señala la incapacidad del MPJD para llegar a acuerdos con instrumentos democráticos. Más allá del liderazgo hipercentralizado de Javier Sicilia, fue imposible generar procesos de deliberación y llegar a consensos que satisficieran a todas las partes. Por el contrario, se firmaron acuerdos largos, con cuantiosos puntos, poco discutidos y analizados.

El tema de la “desmilitarización” y el “juicio político a Felipe Calderón” dividió el movimiento. Para muchos activistas estudiantiles y algunas organizaciones de Ciudad Juárez, la desmilitarización debía ser inmediata; en cambio, al modo de ver de otro sector, se trataba de un proceso de largo plazo, donde no podía tomarse una decisión sin considerar la situación vulnerable de muchas comunidades frente al crimen organizado. Para Javier Sicilia, suponía una contradicción llamar a un diálogo con el gobierno mientras se exigía también su destitución con un juicio político.

Al final, el disenso se resolvió de la peor manera: una fracción reivindicaba el Pacto de Ciudad Juárez; y otra, encabezada por Sicilia, desconocía los acuerdos. Aquí debe destacarse la reflexión crítica de Jesús Suaste, quien no oculta las limitaciones del MPJD sino que las señala e ironiza sobre ellas.

La tercera etapa del movimiento está marcada por los diálogos con el gobierno de Felipe Calderón: primero, el 23 de junio; y, después, el 14 de octubre. Ahí, más allá de los gestos de Javier Sicilia (los besos que tanto fueron cuestionados) o el cinismo de Calderón, el autor destaca un problema básico del colectivo de víctimas: su relación con el Estado mexicano. Éstas –dice Suaste– “conceden a las autoridades el favor de la no confrontación”, en espera de que “se lo devuelvan como respuesta empática”. El respeto de la investidura presidencial “es también el indicador de la degradación en que el Estado pone a la víctima, obligada a exigir sus derechos bajo la forma del trato delicado, la petición que no quisiera importunar” (Suaste, 2017: 116).

Al final, el diálogo planteado como un gran logro del MPJD termina con un presidente menos cuestionado de lo previsto y con un movimiento poco cohesionado y más desencantado.

Finalmente, el autor sitúa una cuarta etapa del MPJD entre el 28 de marzo de 2012 y el 28 del mismo mes de 2014. Es mucho más reducida en la participación y tal vez resulte un poco exagerado de Suaste colocarla con las anteriores, pero recupera las acciones que, impulsadas por el núcleo dirigente, derivaron en la ley de víctimas. El movimiento pasó de las grandes movilizaciones al desgaste cotidiano de las negociaciones con el Legislativo y la fragmentación en decenas de organizaciones que todos los días buscan la justicia.

Así, transmutado en colectivos de familiares de víctimas, organismos de derechos humanos y decenas de iniciativas tendentes a hacer visible la tragedia humanitaria, el MPJD dio paso a una nueva etapa en las luchas contra la violencia.

El libro es una aportación para reconstruir uno de los movimientos más importantes contra la violencia en el país. Se trata de una primera aproximación, un ensayo que narra desde la experiencia de un activista participante en el movimiento lo vivido en esa experiencia colectiva. Hace falta todavía profundizar en el estudio del MPJD, en sus formas de organización y protesta, en su relación con el Estado y en los problemas que dejó planteados, los cuales –desgraciadamente– siguen vigentes en un país donde la violencia no se ha detenido sino que, al contrario, se ha extendido y profundizado.

Tras el MPJD en 2011, las luchas antiviolencia no han dejado de expresarse en todo el país. Las autodefensas en Michoacán, el combate de los feminicidios y la violencia machista y por supuesto la exigencia de justicia en el caso de Ayotzinapa son muestra de una nueva etapa en las pugnas del país. Si antes se lidiaba por democracia, ahora frenar la violencia y exigir justicia es tema de supervivencia.

Estudiar esos movimientos importa para entender sus aportes y contribuir a su fortalecimiento. Sin duda, el libro de Jesús Suaste contribuye con un elemento más para no olvidar las resistencias, con sus éxitos y contradicciones, que desde hace muchos años se dan en el país.

Jesús Suaste Cherizola. El país del dolor. Historia del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. México, Ediciones Proceso, 2017.