Alrededor del orbe se ha intensificado la conflictividad por la creciente mercantilización de los bienes comunes naturales, en especial el agua. Es por supuesto resultado de la oleada expansiva del capital sobre la naturaleza que, por su lógica de crecimiento infinito, convierte en mercancía y cosifica todo a su paso para asegurar ciclos de reinversión de capital de manera incesante (Pineda, 2016).
La escasez por acaparamiento y privatización del agua es un fenómeno mundial. A ello hay que agregar el aumento poblacional, la urbanización y la industria que derivan en un gasto productivo de agua prácticamente sin freno en sus formas de mercado. Se calcula que alrededor de 40 por ciento de la población mundial sufre de desabasto o problemas de acceso al agua. Sin embargo, la escasez afecta de manera diferenciada por clase y país, pues los sectores poblaciones más acomodados y de las naciones más ricas consumen mayor volumen por persona.
La huella hídrica1 –el gasto per cápita de agua oculto en la producción– devela asimetrías preocupantes basadas en el nivel y tipo de consumo entre países, así como la eficiencia con que se usa el líquido. Ello provoca desigualdades extremas; por ejemplo, que el turista medio en Marruecos consuma mil 400 litros y la población local tenga acceso a sólo a 15 litros promedio al día.2 Según otros cálculos, basados en la huella hídrica, un ciudadano en Chad, en África, consume 64 litros por día, mientras que el consumidor promedio mexicano llega hasta 2 mil 2 y el estadounidense se dispara a 4mil 382.3
El consumo corresponde no sólo al tamaño poblacional sino a las formas productivas. Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, los países de mayor consumo y extracción hídrica son, en ese orden, India, China y Estados Unidos de América (EUA); destinan respectivamente 90.4, 64.6 y 40.2 por ciento del agua al uso agrícola, lo cual refleja el carácter de sus economías.
Lo anterior se complementa al ver cómo se invierten las cifras al revisar el uso industrial, donde EUA pasa al primer lugar, con el empleo de 46.11 por ciento con ese destino, seguido de China, con 23.21, e India, con sólo 2.23 consumido en la industria. Lejos queda el gasto por abastecimiento público, situado entre los tres países en rangos que van de 13.7 a 7.4 por ciento del gasto de agua.4 Empero, la industria agrícola no sólo gasta agua sino también la capta. Industria y consumo doméstico son así una secuencia lineal totalmente depredadora. La importancia de que la industria agrícola vuelva a captar agua se torna central. Producción agrícola y captación en un ciclo sostenible resultan vuelve decisivas para poder repensar las formas productivas. Esto han logrado comunidades organizadas del sureste mexicano.
Sembrando agua
En los valles centrales de Oaxaca, alrededor de 16 comunidades zapotecas han creado un sistema comunal de gestión de agua. Se llaman a sí mismas Coordinadora de Pueblos Unidos por el Cuidado y la Defensa del Agua (Copuda). Los pequeños productores indígenas de hortalizas que venden en los mercados locales constituyeron de manera intercomunitaria una coordinación agroproductiva, pero también –y aquí lo novedoso– un sistema de captación del líquido. Aún más, un sistema de gestión colectiva de ese bien natural.
La escasez y el agotamiento de pozos en una región con crecientes niveles de estrés hídrico y desecación de mantos acuíferos obligaron a los campesinos y pueblos a idear las técnicas de captación de agua de lluvia, lo cual les ha dado el nombre de “sembradores de agua”. Aunado a la escasez, instancias estatales como la Comisión Nacional del Agua intentaron regular e incluso prohibir el acceso al líquido. Surgió así un conflicto que se ha alargado durante años en los tribunales, con el triunfo jurídico de Copuda, que obligó al Estado a abrir un proceso de consulta sobre el uso y la regulación de ese bien en su región.
Xnizaa (“nuestra agua”) es la manera de llamar todo el proceso de siembra y cuidado comunitario del líquido. Comités de agua por comunidad han formado una asamblea general, que reúne a todos los productores para vigilar que el consumo por familia campesina no rebase límites acordados en colectivo, así como sancionar a quienes siendo productores infrinjan las normativa asamblearia indígena. Pero también desde esta coordinación intercomunitaria se han promovido técnicas agroproductivas reductoras del derroche de agua mediante el impulso de técnicas agrícolas como el riego por aspersión, goteo o el acolchado, que pueden reducir entre 50 y 80 por ciento el consumo.
Asambleas y producción sostenible están firmemente basadas en un sistema de captación. Es una red propia alimentadora de los mantos acuíferos con la construcción comunal de más de 200 pozos de absorción –aparte de hoyas retén, areneros y otros medios captadores–, que lograron de 2007 a la fecha una importante recarga de los pozos y permitieron así mantener las labores productivas. El nivel de agua comenzó a subir, tras el cuidado de los sembradores, quienes han inyectado líquido a través del sistema y el cuidado comunitario.
El componente que permite sostener el mantenimiento, la limpieza y la reparación de estas obras es el trabajo comunitario, o tequio, caracterizable como una técnica de trabajo igualitario por familia. Todos los campesinos parte de Xnizaa, si desean usar el agua con fines productivos, están obligados a construir una obra de captación, cumplir los reglamentos emanados de asambleas y participar en la gestión colectiva del agua asamblearia.
La experiencia es cada vez más célebre, y expertos nacionales e internacionales, académicos, organismos civiles y otros pueblos acuden para aprender del proceso; también los acompañan en la demanda de reconocimiento del derecho al acceso al agua, y los apoyan ante la exigencia de que el gobierno federal acepte y respete su forma de gestión comunal del agua, sostenible y exitosa en la recarga de los manos acuíferos.
Producir de manera común
Si regresamos al planteamiento inicial sobre conceptualizar la escasez como parte de la forma productiva y de consumo del capital, la experiencia de Copuda muestra que la conflictividad del agua tiene una segunda dimensión, además del derecho al acceso. La mayoría de los conflictos socioambientales se refieren a la demanda frente al Estado para obtener los servicios y la infraestructura que vehiculicen el acceso al líquido; o bien, a luchas y movimientos opuestos a su acaparamiento y privatización. Pero la experiencia de Copuda refleja que hay otra dimensión decisiva sobre el agua: el modo de control, gestión y renovación de un bien natural. Es decir, no bastan la redistribución y el acceso a la riqueza natural.
El agotamiento de los bienes naturales proviene no nada más de la racionalidad mercantil: ésta triunfa sólo cuando desaparecen, se erosionan o debilitan los instrumentos reguladores comunitarios. La conocida tragedia de los comunes –la expoliación competitiva entre productores que postuló Garret Hardin hace ya décadas y que se volvió la forma de concepción dominante que legitima la propiedad privada en términos ambientales– resulta factible únicamente si las familias y los productores carecen de sistemas autorregulativos. Pero algo aún más importante: las formas colectivas de regulación son un entramado de relaciones, prácticas y saberes que permiten a las familias integradas al sistema intercomunitario mantener sus formas productivas, acceder al bien natural por ellas mismas y regular su uso racional.
Los entramados de autocontrol referidos crean una forma de relacionalidad que permite ejercer un tipo de poder especial a los campesinos: sobre sí mismos respecto a la producción y a lo que constituido como territorialidad, control sobre el espacio geográfico creado por la naturaleza y el bien natural del agua.
El tipo de vínculo y práctica alrededor de la tierra y el agua no es el de la propiedad sino del derecho de uso de un bien común. La relación creada por los participantes entre sí y con relación a estos bienes no reviste carácter privado-mercantil, pero tampoco público-estatal (Linsalata, 2015). Es común, de tramas compartidas de cooperación y obligación mutua (Gutiérrez, 2015), otra forma de poder. Supone una lógica que reconoce la interdependencia con el resto de las familias y comunidades para satisfacer necesidades productivas comunes, generadoras de un tipo de asociación primero comunitaria (interfamiliar, con trabajo colectivo, con órganos asamblearios de toma de decisiones) y que produce común (Dardot, Laval, 2015) autorregulación del uso de bienes naturales.
Copuda, a la par de muchas otras experiencias de sistemas de gestión comunitaria del agua en Bolivia o India (Shiva, 2007), permite analizar una relación productiva circular con la naturaleza, basada en el valor de uso, y comprender la organización comunitaria como la regulación que impide el desenfreno de la acumulación. Los sembradores de agua alumbran lo que Marx llamaba relación metabólica con la naturaleza, base material no sólo para sobrevivir sino para construir poder colectivo, en el cual los productores libres y asociados deciden su destino.
Bibliografía y notas
Gutiérrez Aguilar, Raquel (2015), Horizonte comunitario popular. Antagonismo y producción de lo común en América Latina, México, BUAP-Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Valdés Pliego.
Laval Christian, Dardot Pierre (2015), Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI, Barcelona, Gedisa.
Linsalata, Lucía (2015), Cuando manda la asamblea. Lo comunitario-popular en Bolivia. Una mirada desde los sistemas comunitarios de agua en Cochabamba, Socee-Autodeterminación-Fundación Abril.
López, Daniel; y López, José (2003), Con la comida no se juega. Alternativas autogestionarias a la globalización capitalista desde la agroecología y el consumo, Madrid, Traficantes de Sueños.
O’Connor, James (2001), Causas naturales. Ensayos de marxismo ecológico, México, Siglo XXI.
Ostrom, Elinor (2011), Gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva, México, Fondo de Cultura Económica-UNAM.
Pineda, César E., “El despliegue del capital sobre la naturaleza”, en revista Pléyade, número 18, julio-diciembre de 2016, páginas 193-219.
Shiva, Vandana (2007), Las guerras del agua. Privatización, contaminación y lucro, México. Siglo XXI.
Vázquez del Mercado Arribas, Rita;
y Lambarri Beléndez, Javier, Huella hídrica en México: análisis y perspectivas, Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, 2017,
255 páginas.
Xnizaa, Nuestra agua, sin fecha, Coordinadora de Pueblos Unidos por el Cuidado y la Defensa del Agua-Centro de Derechos Humanos Flor y Canto, Oaxaca.
1 “La huella hídrica es un indicador que muestra la apropiación humana de recursos hídricos. Se refiere al total de agua dulce empleada para producir algo, ya sea que se haya incorporado al producto, evapotranspirado por algún cultivo, devuelto a otra cuenca, o empleado por algún cuerpo de agua para asimilar la carga contaminante. Su estudio permite visualizar el uso oculto del agua a lo largo de la cadena productiva” (Vázquez, Lambarri, 2017). Dicho indicador fue desarrollado por Arjen Hoekstra y P. Hung.
2 López y López, 2003, Con la comida no se juega. Traficantes de Sueños. Madrid.
3 Equilibrio. Información de Mekonnen y Hoekstra, 2011.
4 Conagua, goo.gl/a5fut2 Revisado el 10 de mayo de 2018.