LA REVUELTA FEMINISTA EN CHILE

En parte debido a un cálculo y en parte a la historia del movimiento estudiantil, la fecha de inicio de las movilizaciones en las universidades en Chile es mayo. Es habitual que las movilizaciones las lideren las federaciones de estudiantes que si bien representan al conjunto de la universidad también representan a sectores políticos determinados. Resulta habitual también que la política, pese a cuotas, cupos y discriminación positiva, siga siendo un terreno de hombres. Es habitual, por último, que las estrategias estudiantiles vayan en la siguiente progresión: demanda, paralización y toma. Este mayo fue distinto.

A 50 años del mayo del 68 francés, esta revuelta estudiantil fue feminista en Chile. La conducción de la movilización fue liderada por mujeres, quienes se declararon feministas e, incluso, en algunas universidades el signo fue el “separatismo”, la política universitaria tomada sólo por mujeres y para ellas.

De algún modo, esta revuelta feminista da cuenta de la transformación de la universidad chilena. La universidad republicana, como sabemos, es masculina en su organización e institucionalidad; no sabe de mujeres, pese a que en esa exclusión prescriba funciones y lugares para cada uno de los sexos. Sin embargo, a partir del decenio de 1980, con el diseño neoliberal adoptado con la nueva Constitución, la universidad republicana transformó de manera rápida y eficiente el mérito por excelencia, el trabajo universitario por índices de productividad y efecto y la gratuidad por endeudamiento. Este marco neoliberal acompaña el ingreso masivo de las mujeres chilenas en los espacios universitario estatal y privado, tanto a escala del estudiantado como de docencia.

No obstante, este paso desde el republicanismo hasta el neoliberalismo mantiene intacta la organización institucional masculina de la universidad. De ahí que la universidad en Chile sea hoy neoliberal y androcéntrica. Esta institucionalidad masculina es uno de los factores que hizo visible la revuelta feminista iniciada en mayo. Desde la perspectiva organizacional debe ser advertido que de las 27 universidades públicas y estatales chilenas, sólo 1 es dirigida por una mujer. A partir de este dato –de ningún modo al margen– imaginamos el grado de invisibilidad del trabajo de las docentes, la dificultad de ellas para tener acceso a cargos de dirección y, por tanto, la permanente reproducción de un orden sexista.

Desde la perspectiva de la reproducción del conocimiento importa mencionar que los saberes que las diversas disciplinas portan al describirse –una y otra vez– desde la neutralidad y abstracción no hacen sino traer a escena –una y otra vez– el cuerpo de la universidad que fundase Andrés Bello allá por 1843: un cuerpo abstracto y universal, pero que se particulariza masculinamente.1 De alguna manera, el “separatismo feminista” respondió en los mismos términos al “separatismo masculino” que de antiguo ha dirigido a la universidad chilena.

Contra el pronóstico del desencanto y la apatía neoliberal, la política en Chile recobró un olvidado radicalismo de la mano de un feminismo lejano de las moderadas políticas de mujeres de las cuales tuvimos noticia con la vuelta de la democracia a partir de la década de 1990. El feminismo se tomó las universidades y el espacio público. Por casi dos meses fuimos parte de la vorágine de la revuelta feminista. Los medios de comunicación se hicieron presentes con despachos diarios, reportajes de toda índole que buscaban mostrar el mundo de las “mujeres”. En las universidades, pese a las tomas, se organizaron innumerables charlas en los campus. Y, por primera vez, tras años, el feminismo apareció en foros y conversaciones en centros comunales y regionales, en organizaciones sindicales y hasta en los partidos políticos.2 

Nadie se quedó al margen del debate generado por el feminismo. Los medios de comunicación masiva, en especial los matinales, intentaron enmarcar el feminismo como “cosa de mujeres”, el viejo y buen feminismo de “todas las mujeres”. Una portada de revista de espectáculos y moda, sin querer quedarse atrás, y quizá sin entendender mucho de lo que se trataba, calzó a cinco hombres del espectáculo con tacones3. La empatía hacia el feminismo como “cosa de mujeres” estaba en todas partes y de modos insospechados. En algún momento, todas las mujeres, incluso de derecha sin ninguna vocación por la igualdad, se declaraban alegremente feministas. El propio gobierno de derecha de Sebastián Piñera se vio forzado a tomar una posición frente a la movilización feminista. Esta posición no tardó en llegar con la “Agenda mujer”, un conjunto de 12 aspectos con los que se comprometía el gobierno a mejorar las oportunidades de las mujeres y acabar con todas las discriminaciones que las afectan.4 El enmarque de esta propuesta no fue otro que el conservadurismo y el neoliberalismo.5

Sin duda, la mejor palabra para nombrar esta irrupción feminista es revuelta. Sin una coordinación centralizada, el feminismo que se tomó nuestra cotidianidad volvió visible el orden patriarcal que inadvertidamente se reproducía en casi todo ámbito de cosas. Una vez hecha visible una injusticia de índole sexista, aparecía otra y luego otra. Sin una dirección única o un programa predefinido, la revuelta feminista actuó a la manera de un contagio, de ahí la agitación y el desorden propagados desde el problema del acoso sexual en las universidades,6 la construcción androcéntrica del saber,7 las genealogías del feminismo chileno8 y la posibilidad de un feminismo socialista9. En no más de dos meses se pusieron en escena dos siglos de debates y disputas de los feminismos locales y metropolitanos, neoliberales y socialistas.

Pese a la multiplicidad de espacios tocados por la movilización feminista, la revuelta tuvo como detonante la respuesta moderada otorgada por algunas universidades frente a denuncias realizadas contra académicos por acoso sexual. Esta génesis da pistas del accionar de la revuelta feminista. Distinta de otras movilizaciones estudiantiles cuyo signo es la progresión en las estrategias de presión, la revuelta feminista optó por la forma de la ocupación de los planteles universitarios desde el inicio.

De un día para otro, en mayo las universidades amanecieron “tomadas”, la radicalidad del accionar feminista se entiende por la propia génesis de la demanda. Hace unos tres o cuatro años, algunas universidades en Chile comenzaron a elaborar protocolos contra el acoso sexual.10 Su aprobación permitió hablar del acoso y violencia sexuales en la universidad y, más importante aún, permitió presentar denuncias. Los procesos llevados a cabo, sin embargo, no cumplieron las expectativas de las denunciantes: en algunos casos, los académicos fueron reubicados en la misma universidad, otras veces amonestados y sancionados con el alejamiento de la docencia uno o dos meses y en otras ocasiones, no los sancionaron en lo más mínimo. Esa moderación en las sanciones dejó en evidencia que los protocolos si bien eran muy útiles para explicitar un orden de violencia sexual en los recintos universitarios, no lo resultaban tanto si se aplicaban en una institucionalidad jurídica que no incorporaba categorialmente la perspectiva de la violencia de género.11 

Dicho de otro modo: muchos de los protocolos contra el acoso sexual implantados por las universidades chilenas se enfrentan a reglamentos académicos y estudiantiles que no reconocen la violencia sexual como un tipo de violencia específica y, por tanto, las sanciones son inexistentes o moderadas. La lógica de implantar los protocolos ocurrió principalmente desde “secretarías de género” y, por ello, su impronta estuvo más cercana a las corrientes de las políticas de mujeres liberales e institucionales. La aplicación defectuosa de los protocolos contra el acoso sexual, sin embargo, permitió la inesperada emergencia de feminismo en Chile. La lógica de la protesta estudiantil feminista siguió estos momentos: primero, reconocimiento del universalismo de la ley (existencia de los protocolos); segundo, interpelación y presentación de demandas por las estudiantes; tercero, encuentro fallido con la ley y afirmación de la universidad masculina pese a los protocolos; y cuarto, constitución de la enunciación y política feminista.

En el último aspecto, la política de mujeres liberal e institucional muta en feminismo y radicalidad. En ese momento se percibe el daño de ser mujeres en una universidad de institucionalidad profundamente masculina. Ahí, el movimiento estudiantil muta en movimiento feminista. Esta mutación feminista no busca sólo hacer protocolos eficientes sino que pide lo imposible: transformar la lógica androcéntrica que inercialmente la universidad reproduce, pero también –y al mismo tiempo– hacer de la universidad un régimen de igualdad, garantista y de derechos. Entonces, la revuelta feminista exigirá transformar la institucionalidad jurídica de las universidades incorporando la diferencia sexual en una ordenación política económica no neoliberal.

Esta exigencia implica sin duda transformar la sociedad chilena en su conjunto.


* Doctora en filosofía, profesora titular del Departamento de Filosofía, Universidad Metropolitana de las Ciencias de la Educación, Santiago de Chile.

1 Alejandra Castillo, “Lo sencillo, lo doble, la universidad”, en revista Enrahonar: an International Journal of Theorethical and Practical Reason, Universidad Autónoma de Barcelona, número 60, 2018, páginas 29-39.

2 Para un panorama de esta revuelta, véase de Faride Zerán (editora), Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcado, Santiago, LOM, 2018.

3 Véase revista Caras, especial Hombres, año 31, 1 de junio de 2018.

4 “Piñera firma instructivo de 12 puntos sobre equidad de género”, en diario La Tercera en línea, 23 de mayo de 2018, https://goo.gl/QjuamT 

5 Alejandra Castillo, “El feminismo en el espejo del neoliberalismo”, en Antígona Feminista, https://goo.gl/ehhXbe

6 Véase en este asunto “Sobre protocolos contra el acoso sexual y su eficacia. Entrevista con Sofía Brito”, en Antígona Feminista, https://goo.gl/hazgGJ

7 Véase por ejemplo la reflexión de Karen Glavic “Materiales para impensar la universidad interrumpiendo el androcentrismo III: Filosofía”, en Antígona Feminista, https://goo.gl/KkjWge

8 Véase en este caso la columna de Luna Follegati Montenegro “Las disputas del feminismo”, en Antígona Feminista, https://goo.gl/JiHNMS

9 Desde la perspectiva de los partidos políticos de izquierda, véase de Daniela López Leiva y Camila Miranda Medina “Una oposición feminista: alternativa ante los avances conservadores”, en Antígona Feminista, https://goo.gl/yTpRp8

10 Tómese el siguiente caso: con fecha de 10 de enero de 2017. la Universidad de Chile aprobó el protocolo de actuación ante denuncias sobre acoso sexual, acoso laboral y discriminación arbitraria, Decreto exento número 001817, Universidad de Chile, Santiago de Chile.

11 “Sobre protocolos contra el acoso sexual y su eficacia. Entrevista con Sofía Brito”, en Antígona Feminista, https://goo.gl/Gskm73