A ti, mi compañero de entonces
Escrito en 1988
Han pasado veinte años en que tu y yo participamos de la intensidad de unos cuantos meses que marcarían para siempre nuestro estilo de vida y nuestros anhelos. En varias ocasiones escribí acerca de lo que éramos o creíamos ser. En una de esas hojas perdidas anotaba cómo en esos momentos, parejas como la nuestra no se sintieron nunca solas porque compartían con otras, con miles quizás, las mismas necesidades de cambio porque la familia, la escuela y la sociedad ya eran para nosotros estructuras ajenas y cerradas.
Te decía cómo nuestras voces se convirtieron en muchas voces y nuestros pasos ya desfachatados, se convirtieron en muchos pasos que sonaban poco a poco sobre el pavimento que se juntaban y su sonido se fundía ante la fuerza de todas las voces que gritaban contra el silencio y llamaban a actuar ante la pasividad. Te decía cómo cambiamos, cómo descubrimos el amor sin temores, sin culpas, cómo nacía una nueva mujer de una sociedad que ya no cabía en sus vestiduras, cómo nuestro pensamiento se expandía, cruzaba el mar y veía en los muros de París lo que nuestro cuerpo pedía y lo que nuestro entendimiento sugería. Así, cómplices de las mismas inquietudes, recorríamos las calles todos los días; éramos brigadistas, de las bases estudiantiles, desde donde no se decidían las cosas pero desde donde se hacía el movimiento, éramos los pies sin los que no hubiera caminado. El apoyo que nos dieron, la información que dimos, el peligro que corrimos eran el pan que lo alimentaba desde la fábrica, desde el barrio, la colonia, los mercados, desde la propia familia llena de miedo y de solidaridad.
Quizás no supimos entonces que estábamos abriendo surco y sembrando una nueva semilla. Los que siguieron se desarrollaron mejor, ya sin tanta presión física y moral; se sintieron más libres, más auténticos en la informalidad de sus ropas, con su música y su estilo antisolemne; se dio paso a una educación más libre, más interesante, más discutida.
La Ciudad Universitari era el lugar de la cita; allí nos asignaban el sitio de brigadeo,apuntaban nuestros nombres y salíamos a la conquista que hacíamos a diario de nuestra ciudad. Subíamos a los camiones, boteábamos y repartíamos propaganda en los mercados en los parques. Otras veces nos veíamos en la casa de amigos donde elaborábamos documentos; sabíamos lo que queríamos, idea tras idea, contra la represión, por las libertades democráticas, queriendo siempre informar lo que callaban o deformaban los medios de comunicación, la prensa. Terminando el trabajo discutíamos sobre el momento actual y la experiencia del día. Comenzaba la música y el baile con los Rolling en el marco de nuestra alegría de jóvenes y de nuestra responsabilidad; alegría por el encuentro cotidiano y preocupación si, por el desenlace. El camino represivo se iba abriendo cada vez con mayor fuerza.
La alegría se desbordó en la gran manifestación del 27 de agosto en la que gritábamos consignas y bailábamos en un zócalo repleto como no se volvería a ver antes del 88. Siguieron asambleas, discusiones entre gentes que ya no creían conveniente seguir con el movimiento y gentes que, como los del Poli, querían continuar, que se enfrentaban en la calle con granaderos y defendían sus escuelas como los universitarios no hubiéramos sido capaces de hacerlo cuando vimos entrar a los soldados a la ciudad universitaria.
La represión continuaba y habían estudiantes desaparecidos, nosotros nos cuidábamos como podíamos y tuvimos que desfilar entre el imponente silencio de la marcha de septiembre y nuestra alegría se combinaba con indignación, coraje y llanto cuando atestiguamos que el ejército había rodeado todos los accesos de la ciudad universitaria y vimos cómo caminaban los soldados por Filosofía, Derecho y Economía. Alguien voceaba que había que reunirse en la explanada de la rectoría pero nuestro grupo decidió que mejor tratáramos de salir en el coche muy pequeño, un renolcito en el que apenas cabíamos, éramos como ocho compañeros. En el camino temblábamos, no podíamos creer que realmente el ejército anduviera allí rondando entre las piedras y los edificios de nuestra universidad. Llegamos a una salida y topamos con un tanque; los soldados revisaron el coche e increíblemente, el tanque nos abrió el paso y pudimos salir jaloneando a una compañera que se quedó con otros estudiantes cantando el himno nacional frente a los soldados. Así, en un mar de confusiones y de conciencia nos alejamos de allí. Ya habíamos visto a los soldados en Justo Sierra sitiando la preparatoria pero la ciudad universitaria era nuestra casa; allí anidaban y morían nuestros amores y era el refugio de nuestra juventud, allí no corríamos peligro, casi no llegaban adultos y los que llegaban durante la huelga parecían entendernos. Esa noche fue de mucha angustia y a pesar de nuestro descontrol, seguimos con la alegría de nuestra edad y la indignación que desde entonces no se nos quita por un dos de octubre injusto donde los asistentes que no murieron, se jugaron la vida.
Escribí también en esos papeles acerca de esa nueva mujer que empezó a usar pantalones habitualmente y que participó de la misma manera que sus compañeros, que habló, que escribió, que expresó por fin lo que pensaba y lo que sentía y que sería la tierra que fecundaría nuevas vidas que sin duda, han recibido más cariño, más comprensión, menos autoritarismo por parte de sus padres y de sus maestros.
Hoy
En estos días se ha hablado mucho del 68. Vi una película con las filmaciones originales y me llamó la atención la vista aérea de una de las manifestaciones más grandes; ¡cómo! Pensé; éramos miles, y ahora ¿Dónde están? ¿Donde estamos esos jóvenes del 68 que desafiábamos la autoridad de la casa, de la escuela y de la plaza pública? ¿Quiénes éramos que empezamos a sentirnos jubilosos, libres en nuestro cuerpo, en nuestro andar, en nuestro decir, en nuestro pensar, en nuestro actuar? ¿Quiénes las mujeres que por fin estábamos allí, no siguiendo a un hombre ni actuando a su sombra sino con plena conciencia de lo que se trataba, del momento que vivíamos y que era crucial para el país y para nuestra vida?
Somos del 68 y esa marca no se borra fácilmente; éramos jóvenes y queríamos que nos lo dejaran ser. Leí en un texto francés que en esta generación se ejercitó la lucha de clases de la edad. Terminaba una época opresiva y empezaba la nuestra y muchas cosas mejoraron. En México el costo fue elevado, la represión, los muertos, los desaparecidos, la cárcel para líderes jóvenes y para los mayores, mientras que nosotros, los más chicos, nos hicimos adultos a garrotazos. Algunos se fueron por las drogas y se quedaron en el viaje y otros regresaron, unos se acomodaron bien, otros buscaron caminos nuevos; unos se fueron a la selva, al campo, a los barrios, al movimiento obrero y campesino, al movimiento urbano popular. Con círculos de estudio optamos por una academia distinta, comprometida con el entorno social; surgieron varias opciones, los CCH, la UAM, ahora la UACM con vinculación y se decía, con acompañamiento a las organizaciones a las que algunos nos unimos y acompañamos. Los movimientos sociales se convirtieron ya en las expresiones de fuerzas que estaban allí escondidas, listas para salir a escena como el movimiento de las mujeres, de los campesinos, de los indígenas y de la libertad sexual.
El dos de octubre del 68 nos convirtió en adultos casi veinteañeros muy serios y comprometidos con nuestra propia vida y también con la vida social; fue una generación mundial que buscaba en el rock, en su música, en el arte de su época una expresión propia: en Estados Unidos, los Doors y los jóvenes contra la guerra y el racismo, las comunidades hippies, en Europa con los Rolling, los Beatles que junto a nosotros crecieron y maduraron.
Los jóvenes parisienses expresándose en los muros nos reflejaban, fraguando una revolución cultural que también nos tocó, solo que aquí además de nuestras demandas como jóvenes, teníamos denuncias civiles y políticas. Había por supuesto, una gran necesidad de libertad de expresión y de organización que habían estado negadas. Había necesidad de que nuestro país chauvinista se abriera al mundo y que los jóvenes concretáramos nuestra identidad con jóvenes de otros países. El 68 abrió canales de expresión y participación que se han ido puliendo.
Se decía y se ha dicho en estos días que fue un movimiento provocado por la CIA, por Johnson, por conflictos internos de poder, y lo que no se ha querido reconocer es que se trató de un movimiento que marcó profundamente a las nuevas generaciones en su estilo de vida, en sus aspiraciones y también sí, abrió para la sociedad nuevas posibilidades de participación social y política.
El paso del tiempo y el contacto siempre con jóvenes me ha enseñado la riqueza que guardan las nuevas generaciones; tantas cosas han cambiado, unas para bien, otras para mal pero de los jóvenes siempre he aprendido y me informo con ellos de los momentos que estamos viviendo. Viven bajo un riesgo permanente por la falta empleos seguros y adecuados, por las injusticias, por la inseguridad y cuando veo como se empeñan en su trabajo cotidiano los admiro con justa razón; están más informados, son más tolerantes y son el reflejo de lo que quisimos entonces ser pero en una sociedad que necesariamente tiene que seguir siendo transformada.
Este dos de octubre, los sesentaiocheros, unos más conocidos que otros, pensamos que entre la juventud y su pueblo sigue hoy vivo el espíritu de lucha que nos sacó a la calle entonces reflejàndose en los movimientos sociales de los ochenta y los noventa y que hoy nos mandó a votar como un acto masivo de voluntad de cambio.
Nuestra ciudad cayó en el 85, el país vivió un fraude en el 88, otro en el 2006 y en todos esos grandes movimientos los jóvenes han estado bien presentes como en el sismo del 2017 y en los movimientos del 2018. Los jóvenes de hoy son también protagónicos sin duda, son jóvenes más sabios, más maduros, conocen sus retos que son muchos y el tamaño de los riesgos que corren pero considero que no renunciarán a su utopía porque felizmente, como todos los que se levantaron en 68, son jóvenes!!