He leído con interés el diálogo sostenido entre Elvira Concheiro, Enrique Dussel, José Gandarilla, Enrique Semo y Víctor Manuel Toledo, y publicado en la revista Memoria número 266.
Se trató de una conversación en la que se abordaron muchos temas importantes para la situación actual y, como dice el título, “las dificultades del cambio”. En otras palabras, luego de más de tres décadas en que se ha implantado en forma dictatorial el neoliberalismo tanto por el PRI como por el PAN, la tarea es qué se hará para detener esa estrategia y arribar a una sociedad mejor pero, además, ¿cuáles deberán ser las tareas de una auténtica izquierda?
Todo eso requiere ser esclarecido. Por ello apoyo la propuesta de Enrique Dussel de que en Memoria se aborde en cada número un tema de coyuntura producto de la reflexión de 5 o 6 personas, ya que 10 o 15 serían demasiadas, pero agregaría 3 propuestas más: a) que se integre una lista de problemas por abordar; b) que se publiquen cuanto antes en la página de web de la revista para no tener que esperar a la versión impresa; y c) que se reserve un espacio para incluir otras reflexiones y planteamientos de las quienes deseen intervenir, si lo hacen con argumentos y respeto. Dicho diálogo colectivo es necesario y urgente: escribo este comentario en vísperas del probable triunfo de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la República.
En general, estoy de acuerdo en muchas de los planteamientos de los colegas y amigos, no sólo reconocidos especialistas sino –también– militantes de la izquierda. Sin embargo, me gustaría centrar la atención en algunos aspectos que –me parece– deben ser ampliados y precisados.
Primera cuestión: ¿Será posible revertir las reformas neoliberales?
Enrique Dussel dice: “Las reformas estructurales hay que revertirlas, todas. Y claro, habrá un enfrentamiento total” (página 10). Creo que mucha gente estaría de acuerdo en que se requiere revertir las medidas tomadas durante tres décadas por los gobiernos priistas y panistas, como serían la entrega de nuestros recursos naturales al capital extranjero (lo último fue la reforma energética) y la dependencia de la economía respecto a la estadounidense, pero se requiere pensar en cómo podría lograrse, pues AMLO va a encontrarse con un país en crisis, con una oposición de quienes se han beneficiado del neoliberalismo e, incluso, con posibles resistencias internas de fuerzas de derecha y ultraderecha que por razones de oportunismo político apoyan hoy la candidatura de AMLO. Enrique Dussel reconoce que la tarea no es fácil y que requeriría una movilización popular y que quizá “López Obrador no podrá hacerlo”. Esto deberá analizarse con cuidado tras las elecciones.
Segunda cuestión: ¿Cuál democracia? ¿Cuál República?
Elvira Concheiro comenta una propuesta de José Gandarilla y dice que la instauración de una república democrática en México “es lo que menos está en el programa que se levanta hoy día por todas estas izquierdas” (página 11).
También estoy de acuerdo con los dos, pero la pregunta previa podría ser ésta: ¿Por qué tal demanda no figura en dicho programa? Y aquí desembocamos en un tema en que la izquierda mexicana no ha profundizado. Uno de los pocos en plantear un programa de investigación en este sentido fue Luis Villoro en su último libro (Los retos de la sociedad por venir) donde, tras formular una crítica a la democracia liberal, propone una nueva forma de democracia que implica una variante del republicanismo y de la democracia directa.
Como se sabe, ha habido muchas formas de la democracia (modelos, los llama David Held) a lo largo de la historia y se han propuesto otras, pero lo más importante es que desde hace algunos años se ha instaurado la forma o modelo llamado “elitismo democrático” (¡vaya contradicción!) que, estudiado por Joseph Schumpeter, implica una reversión de las tesis clásicas de la democracia en el sentido de que los ciudadanos conscientes deberían elegir a los gobernantes. En cambio, ha ocurrido que las elites se ponen de acuerdo sobre quién podría ser el candidato y luego, mediante la mercadotecnia, se “persuade” (engaña) a los ciudadanos de quién resulta mejor.
Eso ha ocurrido en el país. El presidente o los dirigentes de los partidos eligen a sus candidatos para luego utilizar la mercadotecnia para “persuadir” a los ciudadanos sobre la mejor opción. En los últimos tiempos hemos visto que los partidos “de izquierda” han dejado de lado el debate sobre los principios y promovido a sus candidatos recurriendo a la estrategia de “venta de imagen” en lugar de convencer a los ciudadanos de sus posiciones: utilizan los medios de enajenación reprobados durante mucho tiempo por la izquierda.
Habría mucho que decir sobre el tema pero, lamentablemente, se ha abandonado la reflexión filosófico-política. Y lo mismo ocurre con el del socialismo como vía distinta del capitalismo. Curiosamente, en Estados Unidos, los radical philosophers dicen que, con independencia de que el capitalismo pudiera caer, resulta necesario pensar en las instituciones que podrían substituir a las ya caducas. Se requiere entonces el análisis a fondo de la democracia y del socialismo incluyendo la dimensión ecológica como la planteó Víctor Toledo en sus intervenciones (me refiero a la lucha por el agua, aire limpio, energías baratas, alimentos sanos, vivienda digna, etcétera).
Resulta importante la frase de Enrique Semo: “Lo típico de nuestra izquierda es que no hay segmento importante con visión poscapitalista o que plantee el problema del capitalismo” (página 11). Y dice algo más, destacable: “¿De dónde saldrá ese bagaje de ideas nuevas? (…) Si AMLO no hace reformas que satisfagan completamente a algunos sectores de la población, y al decir, ‘completamente’ es que estén dispuestos a salir a pelear con él, hay el peligro de que se repita lo de Lula” (páginas 11-12). Recordemos la alianza hecha por Lula y Dilma con Temer, con fuerzas políticas opuestas que se les revirtió en un virtual golpe de Estado y que tiene hoy a Lula, en forma arbitraria y por demás injusta, en la cárcel. Debe reflexionarse sobre esto, como hace Lucio Oliver en el mismo número de Memoria.
Tercera cuestión: ¿Abandonar el marxismo-leninismo?
Dussel dice que debe abandonarse el “marxismo-leninismo”. Aquí se requiere, en primer lugar, establecer qué se entiende por este binomio. A mi juicio, el marxismo-leninismo fue creado por Stalin como ideología del Estado soviético impuesto luego en los demás países socialistas afines a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se mantuvo tras la muerte de Stalin, pese a la crítica de Jrushov en su informe secreto al vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Una descripción de esta interpretación obra en la obra de Tom Bottomore A dictionary of marxist thought, y en otros lugares. La concepción estalinista fue puesta en crisis desde autores como Gramsci, Lukács, Schaff, la filosofía de la praxis yugoslava, el althusserianismo y, desde luego, la Escuela de Frankfurt. En otras palabras, la versión estalinista del marxismo ya pocos la sostienen.
Cuarta cuestión: ¿Hay que sustituir la lucha de clases por la de los pueblos?
Enrique Dussel expresa varias nociones que deben examinarse con detenimiento. Por ejemplo, que “la izquierda del siglo XX ha dejado de tener una ideología que le permita analizar realmente lo que pasa”. Por mi lado, pensaría que la izquierda socialista ingresó en una crisis tras el derrumbe del “socialismo realmente existente” y en este momento se encuentra en una recomposición de sus planteamientos, pero muchos autores marxistas han ofrecido interpretaciones esclarecedoras de los acontecimientos actuales.
Prosiguiendo su tesis, Dussel dice que hay que releer a Marx en forma inédita para concluir en que “quizá la lucha de clases de que hablaba empiece a ser una lucha de los pueblos” (página 4). Aquí, el problema sería qué entendemos por pueblo y si este concepto puede sustituir el tema de las clases y su lucha. A mi juicio, habría de tomarse en cuenta el gran enriquecimiento sociológico, económico y político experimentado por el concepto de clase desde que fue planteado por Marx. Recordemos que Gramsci hablaba de un bloque histórico formado por las clases subalternas y que a la situación de las clases se ha agregado la lucha contra todas las opresiones de género, etnia, etcétera. Ahora bien, entendida esta ampliación a todo género de opresiones, ¿tendría que desaparecer el concepto de clase?, ¿se intercambiaría por el de pueblo? ¿Qué se gana o pierde con esta modificación? Es necesario esclarecerlo. Agregaría aquí que Göran Therborn estudia los diversos significados que ha tenido históricamente el concepto de pueblo y que hay pueblos opresores de otros: por ejemplo, cuando en Estados Unidos se dice “we the people” se hace referencia al grupo de individuos que comparten ser blancos, anglosajones y protestantes que oprimen a otros pueblos como el negro, africano y latino. No creo que los conceptos de clase y pueblo sean intercambiables sino complementarios si se precisan bien los términos.
Reciban un cordial saludo.
Ciudad de México, a 8 de junio de 2018.