La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.
Carlos Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
“Me dijeron los muchachos que el que los alborota es un tal Carlos Marx. Ya la policía se encarga de buscarlo para detenerlo”, éstas eran las declaraciones del presidente municipal de Elota, Ernesto Silva Verdugo, quien –según cierta nota de El Sol de Sinaloa de 1977– mandó cerrar la escuela preparatoria de La Cruz y detuvo a varios estudiantes.
La anécdota ilustra algo que podríamos llamar “el efecto Marx” en la resistencia y la dominación. Para la primera, este alemán sigue siendo fuente de renovación de la crítica. Por lo mismo, a juicio de quienes –desde la otra orilla– insisten en el oficio de la dominación y la opresión, aquél es peligroso y, por ello, resulta natural imputarle los más variados delitos. De preferencia, los políticos, aunque sean ahistóricos.
A 200 años de su nacimiento, cargando varios anuncios de su muerte −todos ambicionan ser los definitivos−, con un libro −El capital− convertido en la biblia del proletariado, como bien retrata Tarcus, Marx sigue siendo peligroso y trabajando como el sempiterno agitador profesional de conciencias.
Mucha agua ha pasado bajo el puente. Marx ha sido convertido en figura mítica, demonizado por unos y santificado por otros. Declarado muerto −con su pensamiento− en innumerables ocasiones y resucitado el doble de las veces.
Los anuncios de la muerte de Marx y sus postulados no son nuevos. ¿Fueron la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1991) los eventos que iniciaron la propaganda sobre el deceso y caducidad del marxismo? No. Ésa es una vieja historia. La extinción del marxismo ya había sido proclamada en 1907 por Benedeto Croce; 10 años después estallaba la revolución rusa.
Pero ¿qué significa pensar un Marx para nuestros tiempos?, ¿cuáles son nuestras deudas?, ¿cuáles las interpretaciones posibles sobre el teórico?
En primer lugar, no hay una crítica del capitalismo de la misma envergadura que la hecha por Marx. El capitalismo es el objeto más global sobre el cual convergen distintas críticas. Y éste, la explotación y la destrucción de la vida producidas por él siguen indignando. Por tanto, puede reconstruirse una línea de resistencia y crítica que atraviesa los siglos XIX a XXI. Sin embargo, la función negativa de la reflexión –es decir, el ejercicio de la crítica– nunca ha bastado: resulta preciso desplegar las funciones positivas, de creación e invención; en otras palabras, las posibilidades de emancipación y utopía.
El capitalismo sigue siendo universal y, aun cuando se pretenda olvidarlo, él no se olvida de uno; es más, ha adquirido mayor vigor. La concentración de la riqueza en pocas manos es absolutamente cínica. Según el informe de Oxfam, 82 por ciento de la riqueza mundial generada en 2017 fue a parar a manos del 1 por ciento más rico de la población mundial: 8 personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.
La izquierda y el pensamiento crítico −especialmente el marxismo− han perdido varias batallas. El capitalismo y su ideología −el neoliberalismo− parecen incuestionables. El ejercicio de la dominación ha llegado a tal punto de refinamiento que desmontarla no es tarea fácil. Y, más preocupante aún, se fortalecen por doquier las ultraderechas con tintes fascistas.
Uno de los efectos teóricos de la derrota de la izquierda, en el campo de las ciencias sociales, radica –por ejemplo– en el desuso de categorías como clase y lucha de clases. La explotación y la existencia de clases son reales; sin embargo, la violencia del despojo hoy se denomina con el descafeinado término de desigualdad. Eufemismos como éste sólo ocultan la violencia de la explotación.
Si bien la crítica sobre el capitalismo sigue vigente y el marxismo es aún el idioma de la injusticia, ambos han perdido terreno. Y el vínculo entre crítica y emancipación ya no resulta directo: se ha roto el lazo con las capacidades creativas y utópicas. A ello hay que sumar el hecho de que se ha dejado de pensar en términos de estrategia.
Tras varios años de silencio y derrota, en los que palabras como clase o revolución se consideraban “anticuadas” y quienes discutían sobre marxismo “dinosaurios”, parece que Marx ha vuelto. Resucitado, como tantas veces, cada Marx que regresa trae algo nuevo. Después de todo, su obra es abierta, polémica y sigue suponiendo una fuente de renovación de la crítica.
Ahora bien, si pretendemos repensar el legado de Marx, hay tres dimensiones insoslayables: a) su compromiso con la liberación de la humanidad frente a la explotación y opresión; b) su aguda crítica basada en las contradicciones, los antagonismos y conflictos, la cual supone por tanto una reflexión que no puede dejar de pensar en términos de correlación de fuerzas; y c) su pasión por conjugar pensamiento y acción.
Repensar el legado de Marx significa efectivamente recordar nuestras deudas con él. Pero también reflexionar y “hacernos cargo” de los “pecados de práctica” o “pecados políticos” del marxismo; con ello me refiero a los conocidos como socialismos realmente existentes. Años después de algunas de estas experiencias es preciso analizarlas de manera serena y convertirlas en objeto de reflexión y crítica.
Si algo debemos agradecer a la caída del Muro de Berlín es que Marx y el marxismo pueden ser leídos e interpretados por fuera de los cánones de los partidos comunistas y de manera autónoma e independiente de esos procesos. Es decir, en tanto cuerpos de pensamiento con lógicas propias.
Las interpretaciones actuales de Marx, por tanto, deben ser críticas y no olvidar el objeto de su estudio −el capitalismo− ni sus intenciones políticas −la revolución−. Pero también es hora de abrirnos a interpretaciones renovadas y frescas que devuelvan a Marx y su teoría a las calles, y éstos pueden ser usados como elementos integrantes de amplias estrategias de lucha globales y, a la vez, cotidianas.
Aquellos enfoques que buscan en Marx las verdades últimas o la voz de autoridad que justifique sus posiciones no funcionan, no convocan a nadie. Debe recuperarse la dimensión apasionada, utópica y lúdica. Su pensamiento tiene que abrirse, diseccionarse, ser puesto a prueba en la práctica, la cual supone después de todo la única prueba de fuego.
Nuevos textos aparecen y también interpretaciones, varias sumamente heterodoxas y creativas. Mientras tanto, los aspectos centrales se mantienen. El marxismo se enfrenta hoy al reto de mutar porque su objeto de estudio −el capitalismo− ya lo ha hecho. Ahí hay una tarea pendiente que requiere importantes esfuerzos teóricos.
La dimensión marxista sobre la utopía ha desaparecido, pero es necesario repensarla, quizás en un sendero distinto del transitado por las revoluciones del siglo XX. “Se puede formular la hipótesis de que las futuras revoluciones no serán comunistas, como lo fueron las del siglo XX, pero seguirán siendo anticapitalistas”, como dice Traverso.
No hay mejor Marx para nuestros tiempos que el agitador de las conciencias. Y proveedor de herramientas para una crítica del presente sin olvidar que debemos proyectarnos en términos de emancipación, lo cual torna necesario pensar en nuestras estrategias. Así, Marx bien puede ser un compañero privilegiado para el ejercicio de la crítica, pero global, dirigida al capitalismo, que evite los eufemismos y llame a las cosas por su nombre: violencia, despojo, explotación.
Como escribía Gramsci, a propósito del centenario de nuestro Marx: “Carlos Marx es para nosotros maestro de vida espiritual y moral, no pastor con báculo. Es estimulador de las perezas mentales, el que despierta las buenas energías dormidas que hay que despertar para la buena batalla. Es un ejemplo de trabajo intenso y tenaz para conseguir la clara honradez de las ideas, la sólida cultura necesaria para no hablar vacuamente de abstracciones”.
En la misma línea de reflexión de Marx, en épocas de crisis −ésta no revolucionaria− debemos invocar a nuestros espíritus del pasado. Nuestros corazones laten a la izquierda y, como sucedía con Marx, nada humano nos es ajeno: seguimos sintiendo la indignación frente a un mundo que genera hambre, explotación, violencia y muerte. Persiste un hilo rojo que nos conecta con los espíritus críticos y utópicos que se atreven a soñar que “otro mundo es posible”. Y Marx encarna por excelencia uno de esos espíritus.