DESAFÍOS DE LA VENEZUELA BOLIVARIANA

Desde su irrupción como Movimiento Revolucionario Bolivariano 200 (MRB-200), con el fallido golpe de Estado en febrero de 1992, el chavismo ha incomodado y tensionado a las izquierdas latinoamericanas. Múltiples son las razones esgrimidas: sus orígenes militares, promover inicialmente un discurso antipartidos, impulsar una gestión personalista y vertical, su pragmatismo político, poseer una ideología ecléctica o, en la actualidad, para algunos sectores, una deriva autoritaria gubernamental. Sea cual sea la problemática discutida, pocos niegan el carácter popular, las motivaciones revolucionarias, antiimperialistas, su agenda antisistémica y el hecho de que constituye un llamado en pro de la obtención de derechos e inclusión para vastos sectores en la comunidad política nacional.

En efecto, diversos estudios destacan la experiencia solidaria, humanizante y democratizante que para sus vidas ha tenido el llamado a la movilización y el activismo social, sindical y político en estos 20 años de gobierno. Sólo así podemos entender por qué diferentes testimonios recabados por televisoras de diverso signo –desde CNN hasta TeleSur– durante el masivo funeral de Hugo Chávez Frías, enunciaron la misma frase: “Con Chávez salimos de la invisibilidad”. Precisamente, la capacidad de interpelar a importantes sectores populares, que permitirá al heredero del MRB-200, el Movimiento Quinta República (MVR), acceder al gobierno en 1999, no sólo daba cuenta de una nueva dignidad y expansiva noción de ciudadanía que recorría las calles, fundamentalmente entrañaba –parafraseando a Daniel James en su libro sobre la resistencia peronista– “[una negación] de las pretensiones sociales y culturales de la élite”, en este caso venezolana.1

Empero, trabajos académicos, indagación periodística e informes de organismos internacionales se orientan en sentido contrario. Denuncian el carácter populista, “comunista”, autoritario o la deriva “neototalitaria” del régimen bolivariano. El creciente control sobre los medios de comunicación, la existencia de presos por razones políticas, el mal manejo económico, la verticalización en la conducción gubernamental o la militarización del aparato del Estado constituyen motivos del descontento que cruza vastos sectores sociales, planteando una imagen opuesta a la de los seguidores del gobierno.

No es propósito de este artículo comparar estas imágenes ni considerar sus instrumentalizaciones en las diferentes coyunturas críticas especialmente desde el fallecimiento de Chávez, el 5 marzo de 2013. Más bien, se quieren resaltar ciertas tensiones anidadas en el proyecto político chavista, tensiones de disección y análisis indispensables para entrever algunos mecanismos profundos del estallido y desenvolvimiento de la decisiva crisis en curso. Hablamos de dilemas suscitados en toda dinámica de transformaciones en el contexto de democracias representativas, donde la promesa de la revolución choca con el problema de preservar cierta regularidad en la vida social e institucional. En efecto, si resulta pertinente en la actual coyuntura referirse a ciertos elementos del pasado reciente venezolano, es para reconocer que este caso tiene elementos comunes con las experiencias políticas de los gobiernos de Jacobo Arbenz y Salvador Allende, en el sentido de que los crónicos problemas enfrentados por el chavismo constatan un dilema caro a todos los ensayos de “cambio revolucionario” por la vía “institucional”: hablamos de los miedos sociales y de la lucha de clases activados en el campo político al tiempo que dificultan cimentar, como diría Íñigo Errejón, “una normalidad alternativa”.

Democracia y mercado en el ciclo progresista

Examinando la trayectoria de la denominada “ola rosa”, el ex diputado español –en entrevista en octubre de 2018– abordó algunas problemáticas subyacentes al agotamiento del ciclo progresista.2 Un elemento implícito en la argumentación del cientista político aludía al carácter precavido (por no decir conservador) de la mayoría de los electores de esta región, aunque hayan votado por gobiernos con políticas de izquierda en años previos. Pese a los avances materiales, sociales y simbólicos alcanzados en este ciclo político, detrás de la salida del gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador o el correísmo en Ecuador, pero que revelan con mayor intensidad la crisis política en la cual se encuentran sumidos el sandinismo en Nicaragua y el chavismo en Venezuela, se hayan problemas de interpretación sobre la naturaleza política del viraje a la izquierda y, por lo mismo, acerca de las disposiciones ideológicas anidadas entre los votantes,3

Si hay un elemento común en el “giro a la izquierda”, es el deseo de diversos sectores de imponer un escenario de estabilidad tras “la crisis de incorporación” propiciada por la “modernización conservadora”. En específico, más que ser resultado de un ascenso de luchas revolucionarias y de una toma de conciencia de clase como las acaecidas en la pasada centuria (donde había ciertas disposiciones ideológicas que buscaban, a partir de nociones como “el hombre nuevo”, traspasar y arraigar nuevos sentidos comunes), el advenimiento de gobiernos progresistas de diverso cuño se inscribe en el desplome de las expectativas en los mecanismos de mercado, impulsando, por contrapartida, la búsqueda de opciones plausibles a las demandas incumplidas.

De manera similar a lo argüido por Filgueria, y otros, sobre la fatiga política del periodo neoliberal,4 para el fundador de Podemos el agotamiento de este ciclo hallaría sus fundamentos en no interpretar y procesar tanto las nuevas demandas como los cambios experimentados en su base social. En otras palabras, los programas y las políticas que permitieron a estos referentes lograr adhesión en un inicio no habrían sido capaces de adaptarse a las circunstancias surgidas con su propio éxito, motivando un alejamiento de ciertos sectores –preferentemente clases medias– al entremezclarse cambios de expectativas, declive de la economía y la presión que ejercen los tiempos electorales.5

Brasil es ilustrativo al respecto pues, tras cuatro administraciones del PT, tanto las clases medias progresistas –sostén político en un inicio– como importantes segmentos populares que por razones de ingreso hoy serían considerados clasemedieros han inclinado sus preferencias electorales hacia posiciones de derecha. Ello sugiere que la adhesión política inicial estaba moldeada por parámetros pragmáticos antes que ideológicos. Integrantes de este partido y destacados académicos brasileños advertían las tensiones, los dilemas y las contradicciones que implicaba para el lulismo un programa dirigido a integrar por la vía del consumo a los sectores populares, sin avanzar, correlativamente, en fortalecer en ellos un imaginario asociativo y colectivista, propio de las izquierdas:

Estas posturas representan, además, una preocupación constante de muchos dirigentes del PT, por ejemplo, respecto a la politización de esa “nueva clase”. En este sentido, [Márcio] Pochmann afirma que “es importante que los sindicatos, las asociaciones barriales y los partidos políticos identifiquen cómo construirla [la politización] para este nuevo segmento, porque incluso podrá liderar la mayoría política de la organización del país en los próximos años”. Esta postura también es reiterada por Artur Henrique, ex presidente de la Central Única de los Trabajadores, quien, más allá de considerar a quienes ascendieron socialmente parte de una nueva clase trabajadora, pone el acento en una lucha entre valores individualistas y consumistas neoliberales por un lado, y valores colectivos y de solidaridad por el otro. Entonces, el desafío de la izquierda sería  “elevar la conciencia crítica de estos trabajadores”.6

En este sentido, cabe recordar la advertencia de Pierre Bourdieu de no separar el acto de votar de las condiciones sociales de producción en que se inserta el sujeto. Para el sociólogo francés, los sistemas políticos liberales reproducen los medios de selección del mercado, pues fomentan criterios individuales y utilitarios a la hora de inclinar el sufragio. Justamente, el liberalismo establece que el acto de votar no sólo constituye una opción libre e individual, también sitúa la idea de que el sujeto opera según parámetros tipo “elección racional” a la hora de escoger sus preferencias. Ello significa aceptar que detrás de la “oferta electoral”, “competencia intrapartidaria” o “la alternancia” se instala ante el elector un abanico de opciones previamente consensuadas por grupos de interés. Por el contrario, en ningún caso se estimula la realización de un proceso de consultas, diálogo y debate que oriente a la ciudadanía y desde ella se desarrolle una política democrática, es decir, “[desde] un cuerpo capaz de trabajar colectivamente para producir una opinión verdaderamente colectiva”.7 Por tanto, las elecciones se transformarían en una sumatoria de motivaciones individuales, donde el voto no es producto de una adhesión colectiva sino que deriva de diferentes racionalidades: algunas programáticas, otras pragmáticas, pero también ideológicas.

Pienso que esta apreciación tiene ciertas bases si observamos la inclinación del voto en Argentina, Ecuador o El Salvador, e incluso parece estar presentándose en la Bolivia actual.8 No obstante, aun cuando estos gobiernos hayan aceptado operar en el marco del capitalismo, las políticas implantadas (materiales y, sobre todo, simbólicas) ponen a prueba la tolerancia al cambio social por diversos sectores. Sea Bolivia, Nicaragua, Argentina o El Salvador, el giro a la izquierda tuvo por consecuencia activar el conflicto de clases en América Latina no siendo, paradójicamente, su propósito inicial. El caso de Venezuela es ejemplar. La naturaleza ideológica del chavismo, la orientación de las políticas de gobierno y la movilización social que lo apuntala configuran un escenario donde se han puesto a prueba de forma más conflictiva presupuestos conservadores y liberales arraigados. La apuesta del chavismo por implantar un proyecto radical en términos de una nueva “geometría” de Estado, democracia participativa, políticas públicas, geopolítica y, preferentemente, por apuntalar a los sectores populares, configuró un juego político de suma cero hoy; esto es, posibilitar la construcción y adhesión de una base social propia y movilizada pero, igualmente, un profundo y militante rechazo de terceros sectores.

En dilema estratégico de todo proceso que tenga por objetivo promover por medio de procesos electorales una revolución armonizar las pretensiones de transformación con la necesidad de garantizar los equilibrios político e institucionales y cierta estabilidad en los órdenes de la vida social. Si bien el anhelo de cambio concede un tiempo de sacrificios, esta disposición tiene sus límites cuando no constituye un componente ideológico internalizado por otros segmentos, máxime si no está mediada por la epopeya que otorga el acto de la “revolución”, donde es posible tolerar las privaciones por un periodo prolongado. Por el contrario, la “ola rosa” se ha realizado en el marco de sistemas políticos liberales, donde la gestión está condicionada no sólo por la existencia de minorías (o mayorías), los tiempos electorales y resultados palpables sino, también, por una atmósfera signada por los valores de la sociedad de consumo, el peso del mainstream liberal global y la existencia de organizados sectores opositores de derecha dispuestos a no tolerar cambios que amenacen el statu quo instituido.

Crisis, autoritarismo social

 y revolución

En la historia del chavismo se distinguen diversas fases desde su constitución. A partir de su fundación en la clandestinidad militar, se observan distintos momentos en su organización interna, programa político, discursos públicos e ideas-fuerzas movilizadoras. De una inicial y genérica denuncia a la globalización, el neoliberalismo y la partidocracia (momento donde predominaba una matriz ideológica nacional-popular), este movimiento político ha evolucionado hacia un discurso marcadamente antiimperialista, antioligárquico, promotor de la lucha de clases y socialista en sus definiciones.

No obstante, si algo define a Venezuela desde que el MVR tomara el gobierno en 1999, es el permanente estado de conflicto social y político. Este crónico escenario de inestabilidad es opuesto a lo prometido por Hugo Chávez Frías en sus discursos de campaña, cuando ofrecía superar el estado de zozobras experimentado por los venezolanos desde que diversas crisis presentadas con el “viernes negro” de febrero de 1983.

El ascenso político de Chávez, y del chavismo, está en inversa proporción a la descomposición del sistema de partidos nacido con el llamado “Pacto de Punto Fijo”. La crisis de la “partidocracia” y el vacío de representación concomitante emanaron de la interacción entre instituciones políticas rígidas, desintegración de sus bases sociales y los regresivos cambios en la estructura económica del país; de tal forma, el traumático decenio de 1980 –que alcanza su momento culminante con el “caracazo”, hace ya 30 años– “[hizo] trizas los lazos sociales sobre los que se apoyaban muchos partidos tradicionales”. De esa manera, se forjaron las condiciones de posibilidad para la emergencia de una nueva matriz sociopolítica de representación, que encontró en un outsider antisistema su mejor intérprete.9

Efectivamente, desde una inicial perspectiva, para el fallecido Chávez Frías el deterioro social y el déficit de representación resultaban de un debilitamiento orgánico del Estado, producto de los sucesivos ajustes económicos, los intentos por instituir un ordenamiento administrativo descentralizado en clave neoliberal y el afán de sujetar la economía local a los requerimientos de la emergente “globalización”. Para Chávez, la persistencia de estas políticas no sólo conducía a perpetuar el crónico escenario de inestabilidad social y política: fundamentalmente, implicaba avanzar hacia el desvanecimiento del Estado nacional, la desnacionalización de la economía y pérdida de soberanía.

No obstante, lo medular de este diagnóstico estriba en reconocer dos elementos contrapuestos en la racionalidad del votante. De un lado, el aumento de la pobreza, la caída de los estándares de vida y exclusión social impulsaba una demanda por cambios sustantivos desde el Ejecutivo; del otro, la existencia de un elemento conservador en el elector del país llanero: las ansiedades internalizadas por los venezolanos, tras casi dos décadas de crisis, expresaban un deseo por regresar a un estadio de certidumbres, confianza y sosiego que el viejo modelo intervencionista habría posibilitado. Podrá comprenderse, entonces, por qué la plataforma programática del MVR también se anclará en recuperar las viejas banderas del estado social y nacional-desarrollista de las décadas pasadas, cuando este país parecía exhibir un escenario carente de crisis económicas, inflación, golpes de Estado o problemas de incorporación, como acontecía entre sus vecinos.10

Si los objetivos del futuro presidente eran recuperar las capacidades del Estado, garantizar la soberanía económica, recuperar la calidad de vida, incorporar a nuevos sectores y expandir los espacios de participación, ya en el segundo año de su gobierno Venezuela parecía ir en dirección opuesta a lo prometido por el ex militar. Como sabemos, al activarse el conflicto de clases en 2000 –latente desde la campaña electoral– las posibilidades de transitar, “por la vía de la reforma”, hacia un ordenamiento social e institucional alterno ampliamente reconocido –donde las políticas de gobierno se transformen en políticas de Estado– se ha convertido en un reto complejo de alcanzar tanto por los fracasos del gobierno en diversas áreas como por el permanente estado de sabotaje opositor.

En efecto, la configuración de este inestable escenario estimula la aparición de lo que Ariel Rodríguez Kuri denomina “políticas de ansiedad”: los factores subjetivos que incitan a diversos grupos sociales a movilizarse cuando tienen un sentimiento primario de peligro y miedo, o cuando sus sistemas de creencias amenazan colapsar. Hablamos de una atmósfera social percibida bajo el signo del desorden o la angustia, donde se vuelve insoportable la desaparición de intereses instituidos, costumbres arraigadas o rutinas establecidas.11 Las recientes elecciones en Brasil son ilustrativas, pues el triunfo de Jair Bolsonaro se ancla en el militante rechazo de las capas más prósperas como de los sectores más conservadores (no sólo en Iglesias evangélicas y fuerzas armadas sino, también, entre sectores medios y populares) a las políticas de incorporación social, de género y racial promovidas por los gobiernos del PT; es decir, por la expansión de derechos sociales, la construcción de una sociabilidad más tolerante y la democratización de los espacios, y no por la corrupción, mal transversal de toda la clase política de Brasil.12 Esa circunstancia ratifica una advertencia formulada por un informe sobre los basamentos sociales de la democracia para la región:

La experiencia histórica nos enseña que las democracias fueron derribadas por fuerzas políticas que contaban con el apoyo (o, por lo menos, la pasividad) de una parte importante, y en ocasiones mayoritaria, de la ciudadanía. Las democracias se tornan vulnerables cuando, entre otros factores, las fuerzas políticas autoritarias encuentran en las actitudes ciudadanas terreno fértil para actuar.13

Este “momento conservador” posibilita que discursos y prácticas anticomunistas adquieran vitalidad y carta de legitimidad para sus promotores, sobre todo –como acontece en el caso de Venezuela– si están apuntalados por los profundos temores que generan la imparable inflación, medidas consideradas ilegitimas a ojos de ciertos sectores, problemas de corrupción, incremento de la criminalidad o el desborde de la violencia social, la cual cerró en 2018 con unos 23 mil asesinatos, aproximadamente 81.4 muertes por cada 100 mil habitantes.14 Por consiguiente, cuando las circunstancias sociales se vuelven azarosas, las soluciones autoritarias pueden encontrar terreno fértil para concitar importantes apoyos.

Esta problemática fue tempranamente confirmada en un influyente estudio en sociología del trabajo sobre la vida de los desempleados en Marienthal (Austria) tras el efecto de la crisis de 1929. De un inicial escenario marcado por importantes expectativas entre los trabajadores en el decenio de 1920, éstos percibieron un futuro sin esperanza cuando las carestías o la falta de empleo se volvieron crónicas en este país. Por consiguiente, las perspectivas para el individuo o su entorno familiar tendieron a diluirse, transformarse en resignación y, finalmente, en desesperación. La trama sociocultural resultante era la pérdida de los lazos de solidaridad, vida asociativa y desconfianza en la comunidad obrera. La consecuencia final, como sabemos, fue catapultar el fascismo en este país como en Alemania.15 Los diagnósticos de un académico opositor sirven para mensurar las bases materiales que alimentan en ciertos sectores venezolanos el clamor por soluciones autoritarias:

Mientras el monto de la deuda pública per cápita se ha triplicado en 20 años –señala Fabrice Andreani–, la inflación se transformó en la más alta del mundo; la caída acumulada del PIB es de alrededor de 30 por ciento, la producción de petróleo ha disminuido a casi la mitad y las importaciones estatales de alimentos, medicinas y materias primas se redujeron en 75 por ciento. La situación alimentaria y sanitaria llegó a un punto crítico con el resurgimiento de altos niveles de desnutrición y mortalidad infantil, la desaparición de tratamientos vitales (diálisis, tratamiento de la diabetes o del VIH, etcétera), y la reaparición de epidemias olvidadas (difteria, malaria, sarampión, entre otras), en un contexto de desmoronamiento generalizado de las infraestructuras públicas (agua, electricidad, hospitales, transporte, bancos, escuelas). Y si se añade la negligencia “estructural” de la policía y de la justicia en un territorio en el que la tasa de homicidios ha cruzado el umbral de 80 sobre 100 mil habitantes y la impunidad supera 90 por ciento –dos récords mundiales más–, no se trata tanto del “gobierno en medio de la violencia” característico de la vecina Colombia sino de un gobierno en medio de y por el caos.16

Sin entrar a discutir el lugar donde se sitúa y las motivaciones políticas de quien formula este diagnóstico, y aún menos sobre las responsabilidades de la aguda crisis (sea mala gestión gubernamental, oposición empresarial, bloqueo económico estadounidense o el sabotaje paramilitar), la extensa cita constata lo señalado: los problemas para otorgar certezas sociales y políticas al conjunto de la sociedad si de por medio permanentes crisis activan malestares, contribuyen a desestabilizar al gobierno y alimentan la lucha de clases. Las impresiones de Manuel Sutherland, economista de izquierda, corroboran cómo se han construido en los últimos años dichos temores, frustraciones y ansiedades:

En el acto de asunción de Nicolás Maduro escuchamos una promesa que nos retumba en los oídos. El presidente prometió, en efecto, un “nuevo comienzo”, y adornó sus ofrendas con frases como “ahora sí”, “esta vez sí”. Dichas frases podrían dar la esperanza a millones de sus seguidores sobre la posibilidad de políticas de cambio estructural, que permitirían de algún modo elevar el precario nivel de vida que sufre la población. Sin embargo, Maduro lleva cinco años seguidos prometiendo exactamente lo mismo: un cambio, y demandando más poder para tener la capacidad de hacer “más cosas por el pueblo”. (…) Cada año que promete que “esta vez sí” va a derrotar a la fementida “guerra económica”, la gente no hace más que mirar hacia el suelo y suspirar.17

De cierta forma, estas palabras se conectan con las reflexiones vertidas por el citado Íñigo Errejón, en el sentido de reabrir el debate sobre los problemas que los procesos electorales, los tiempos políticos y la eficacia de la gestión gubernamental suscitan para las izquierdas que se plantean la revolución, pero deben administrar (y atender) diversas sensibilidades sociales dentro de los marcos de las democracias representativas:

Una parte de esos sectores medios o de sectores reenclasados hacia arriba se cansaron de vivir en el conflicto de la disputa permanente. Querían calma, normalidad, estabilidad, y los gobiernos transformadores o las políticas transformadoras no pueden ser los que prometan revolución permanente, porque la revolución permanente sólo la quieren los militantes. Los pueblos la quieren cuando creen que la pueden ganar, cuando no hay otra alternativa, cuando ya no se pueden echar atrás, cuando confían en sus propias fuerzas, pero el resto del tiempo, la mayor parte del tiempo, quieren más estabilidad que aventuras, sobre todo cuanto mejor le va la vida (…) Fíjate, parece paradojal, lo más radical que pueden hacer las fuerzas transformadoras es construir normalidad.18

Podrá pensarse que los señalamientos del politólogo son conservadores. Sin embargo, y de manera paradójica, también vinculan a chavistas con opositores. Una entrevista realizada por la BBC Mundo a simpatizantes y activistas bolivarianos en los barrios de Caracas, establece cómo la crisis económica y la polarización social provocan profundos estados de ansiedad entre los integrantes de este sector nacional, aunque procesadas de manera diferente. Además, las consultas recabadas destilan un aspecto nodal subjetivo, referido a los sustentos sociales del gobierno en la dramática coyuntura actual: hablamos del compromiso militante “por la revolución” cuando la lucha de clases hoy ya desborda los marcos instituidos, circunstancia que no sólo permite soportar las privaciones sino, también, defender las certezas, el reconocimiento y cierta estabilidad social a partir de la toma de conciencia que el chavismo se ha encargado de promover mediante la organización y movilización de base:

“Esto era una catarata en la que tú podías surfear”, dice a BBC Mundo [Zulibel Rivas]. Llovía y no podía salir de su casa, recuerda. “Pero ahora, gracias a la revolución, nos pusieron las escaleras y las alcantarillas”. Pese a una aguda crisis económica que sufre el país desde hace cuatro años, 24 por ciento de los venezolanos aún apoya al gobierno de Nicolás Maduro, según recientes encuestas de Datanálisis. Rivas es una de ellas (…) Pero una beneficiaria como Rivas dice que, si bien no salió de la pobreza, incluso ahora –pese a la “guerra económica”– está mejor que antes de Chávez. “Chávez nos dio educación, salud, viviendas”, afirma (…)

“Cuando llegó Chávez, la gente ocultaba a los niños con discapacidad, porque era una vergüenza familiar. No veías a los pobres en la Plaza Bolívar (en el centro de Caracas)”, dice a BBC Mundo César Trómpiz, presidente de Fundayacucho, una organización de juventudes chavista. “Pero Chávez les dijo: ‘Mira: tú existes, eres parte de la historia, de la sociedad’. Nada más con eso, que es la lucha por el reconocimiento, Chávez significó una luz muy grande”, añade el también dirigente del Partido Socialista Unido de Venezuela. “A la negra dijo que era bella, sacó a los niños con síndrome de Down en televisión, a las gordas dijo que eran lindas”. Y eso, opina el activista, “es algo que el chavista siente que puede perder con un gobierno de oposición, y por eso está dispuesto a dar una lucha por defenderlo”.19

La crisis en curso y, de manera general, las coyunturas críticas que atraviesan la historia del chavismo desde 1999 develan el entrelazamiento de dos elementos distintivos de la dinámica de las luchas políticas en Venezuela: el grado extremo de polarización de su estructura de clase y su condición de país dotado de las primeras reservas probadas de petróleo en el mundo. Doble realidad, social y geopolítica, cuyas implicaciones para la comprensión de la intensidad de los enfrentamientos de clase, así como el protagonismo de Estados Unidos, son recurrentemente señaladas en la prensa y por distintos analistas y que presuponemos aquí conocidos. Ahora bien, más allá de los factores en juego en la actual coyuntura decisiva, incluido el recrudecimiento de la presión imperial desde enero de 2019, el análisis de la crisis venezolana no puede prescindir de los problemas aquí señalados, en cuanto elementos potenciadores y conductor de una conducción política gubernamental alternativa y de la lucha de clases que siempre la cruza.

NOTAS

1 Daniel James, Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1973, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990.

2 Errejón es fuente ineludible a la hora de abordar las experiencias gubernamentales progresistas. Sus estudios han influido en las definiciones ideológicas, políticas y programáticas de su ex partido Podemos a partir de valorar y transmitir positivamente las trayectorias y enseñanzas políticas dejadas por el correísmo, el evismo y el chavismo. Desde su posición como representante del “ala derecha” de Podemos, Errejón compartía con Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero una estrategia electoral basada en acumular fuerza política desde un trabajo territorial y en redes, experiencia extraída a partir de observar el nacimiento y desarrollo de Alianza País, partido fundado por Rafael Correa en Ecuador.

3 En el caso del sandinismo inciden y se combinan de manera importante dos motivaciones: la primera tiene que ver con promesas sociales incumplidas (inclusión laboral, sobre todo de nuevos sectores medios); la segunda, una sensación de exclusión política ante la omnisciencia y soberbia del sandinismo en diversos espacios sociales (la “aplanadora” sandinista). Es el caso del monopolio de las federaciones estudiantiles sobre las elecciones o distribución de becas, o el control del partido sobre los procesos electorales nacionales. Agradezco a Kristina Pirker por estas observaciones.

4 Para estos autores, la “crisis de incorporación” deriva de los cambios “en el modelo de desarrollo, durabilidad de las democracias electorales, persistencia de las desigualdades e incremento de expectativas relacionadas con la movilidad educativa y la difusión de nuevos patrones de consumo”. Consúltese “Crisis de incorporación en América Latina: límites de la modernización conservadora”, en Perfiles Latinoamericanos, número 40, 2012.

5 https://www.theclinic.cl/2018/10/24/inigo-errejon-lo-mas-radical-que-pueden-hacer-las-fuerzas-transformadoras-es-construir-normalidad/

6 Jean Tible, “¿Una nueva clase media en Brasil? El lulismo como fenómeno político-social”, en Nueva Sociedad, número 243, 2013, páginas 11-12, cursivas propias.

7 Véase Pierre Bourdieu, “El misterio del ministerio”, en Loïc Wacquant (coordinador), El misterio del ministerio. Pierre Bourdieu y la política democrática, Barcelona, Gedisa, 2005.

8 En el evismo, una nueva generación de sectores populares ha experimentado movilidad social por medio de un importante capital-cultural adquirido con estudios de grado y posgrado. A diferencia de sus padres, opera con nuevos criterios de legitimación, están en proceso de romper con algunas marcas sociales y valores tradicionales, aunque reivindican sus orígenes étnicos. Consúltese Ximena Soruco Sologuren, “La nueva burocracia plurinacional en Bolivia. Entre la democratización y la institucionalización”, en Nueva Sociedad, número 257, 2015. Según distintas encuestas, el creciente sector millennials en Bolivia parece estar tomando distancia política del MAS, https://www.paginasiete.bo/nacional/2018/6/10/jovenes-de-18-24-anos-son-los-que-menos-apoyan-evo-182950.html

9 Véase Kenneth Roberts, “La descomposición del sistema de partidos en Venezuela vista desde un análisis comparativo”, en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, volumen 7, número 2 (mayo-agosto), 2001.

10 Steve Ellner, “Respuestas al debilitamiento del Estado y la sociedad venezolana en la época de Hugo Chávez”. Santiago, en Política, número 42, otoño de 2004.

11 Ariel Rodríguez Kuri, “El lado oscuro de la Luna. El momento conservador en 1968”, en Érika Pani (coordinadora), Conservadurismo y derechas en la historia de México, tomo II, México, FCE, 2009.

12 Véase Pablo Stefanoni, “El antiprogresismo. Un fantasma que recorre América Latina”, en Nueva Sociedad, edición digital, octubre de 2018, http://nuso.org/articulo/antiprogresismo/

13 Véase PNUD, La democracia en América Latina: hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, SA, Buenos Aires, 2004, página 131.

14https://www.france24.com/es/20181227-venezuela-muertes-violencia-homicidio-latinoamerica

15 Paul Felix Lazarsfeld, Hans Zeisel, Marie Jahoda, Los parados de Marienthal. Sociografía de una comunidad golpeada por el desempleo, Madrid: La Piqueta, 1996.

16 Fabrice Andreani, “Las vías enmarañadas del autoritarismo bolivariano”, en Nueva Sociedad, número 274, 2018.

17 Consúltese “¿A dónde va Venezuela? (si es que va a alguna parte). Entrevista con Manuel Sutherland”, en Nueva Sociedad, edición digital, enero de 2019, http://nuso.org/articulo/donde-va-venezuela-si-es-que-va-alguna-parte/

18 https://www.theclinic.cl/2018/10/24/inigo-errejon-lo-mas-radical-que-pueden-hacer-las-fuerzas-transformadoras-es-construir-normalidad/

19 https://www.elmostrador.cl/noticias/mundo/2017/05/05/si-esta-es-una-dictadura-es-la-mas-feliz-del-mundo-que-piensan-y-como-ven-los-chavistas-la-crisis-en-venezuela/