HACIA LA CUARTA TRANSFORMACIÓN*

Hemos examinado un modelo de protesta social que se deriva de un consenso con respecto a la economía moral del bienestar público en tiempos de escasez.

E. P. Thompson, La economía moral de la multitud

Hacia una economía moral, el libro más reciente de Andrés Manuel López Obrador, publicado en 2019 y escrito ya como presidente, es una suerte de manual o ruta crítica para transitar del neoliberalismo a una economía moral del bienestar sin morir en el intento. Una estrategia emancipatoria que para fines de esta presentación sintetizaré en catorce cuestiones que expongo y discuto, no por orden de importancia -todas lo son- sino buscando que la exposición tenga una secuencia lógica.

1 El cambio de rumbo que necesitamos es impensable sin recuperar al Estado como gestor. La historia nos demuestra que sin conciencia, organización y movilización social no hay cambio verdadero. Pero también que el complemento del poder abajo es el poder arriba. Institucionalidad estatal que le confiere integralidad, estabilidad y continuidad a las potentes pero inestables, fragmentarias y a veces inmediatistas causas sociales. 

2 Recuperar la agencia de Estado es imposible sin erradicar la corrupción y el dispendio que lo fagocitan. Pero de la reseña histórica de la corrupción mexicana, que nos presenta AMLO, se desprende que lo que enfrentamos es algo más que corrupción, pues ésta supone la existencia de una legalidad que se pervierte y aquí la violación ha sido permanente y generalizada. Y si la norma es violar la norma, en rigor no hay norma. Más que corrupción lo que hemos tenido es anomía; no un estado de derecho que no siempre se acata, sino un permanente estado de excepción donde se impone el más fuerte por su dinero, por su poder, por su capacidad de fuego… Luego nos acostumbramos y por ratos hay hegemonía, consenso… pero la chequera, la charola y el garrote siempre están ahí. 

3 La corrupción tiene orígenes, responsables, beneficiarios… pero acabó por impregnarlo todo. Necesitamos, entonces, una regeneración moral de la sociedad, un saneamiento que será lento y prolongado. Y necesitamos sanear a las instituciones, pues de otro modo su inercia perversa nulifica las nuevas políticas públicas de por sí difíciles de diseñar e implementar. Decía el presidente López Portillo que para administrar la abundancia petrolera era necesario destinar un porcentaje de los recursos a la corrupción. Lo que es cínico y falso, pues entonces las cuotas de corrupción se vuelven el verdadero objetivo de la inversión pública (“Sin obras no hay sobras”).

4 La fórmula: “Dejar atrás el neoliberalismo”, significa que para transitar del orden económico edificado con criterios neoliberales a una economía moral del bienestar, es necesario cambiar la matriz a partir del cual se toman las decisiones: de priorizar el crecimiento, la acumulación y la concentración, a priorizar el desarrollo incluyente, la redistribución y el bienestar. Lo que en el fondo es transitar de una economía del objeto a una economía del sujeto, de una economía de las cosas a una economía de las personas. Pero detrás del capitalismo desmecatado del que venimos, no solo hay un modelo económico, también está un paradigma civilizatorio: un sistema de conceptos, principios, valores y sentires que conforman el imaginario social dominante. De modo que el vuelco necesario es cultural: una revolución de las consciencias que vaya conformando un nuevo sentido común.     

5 Guiarse por la economía moral es rechazar la idea de que el PIB es el indicador de indicadores y que la medida del bienestar social es la medida del crecimiento económico. Porque en una economía de mercado puede haber crecimiento que no genere bienestar y -por un tiempo- puede haber avances en bienestar sin que haya crecimiento. Encuentro aquí una curiosa simetría: la economía moral asume que gracias a las políticas redistributivas puede abonarse el bienestar aun sin crecimiento, como lo prueba el incremento en el ingreso popular en 2019; el neoliberalismo económico asume que, gracias a la corrupción, el rentismo y la especulación, puede haber acumulación de capital sin crecimiento, como lo prueban las fortunas geométricamente incrementadas en décadas de estancamiento. Las dos cosas son verificables pero insostenibles; necesitamos crecimiento, la cuestión es qué clase de crecimiento.

6 El curso hacia al bienestar económico tiene dos vías: la redistribución del ingreso a través del gasto social (servicios públicos universales, transferencias dirigidas) y la inclusión productiva (empleo asalariado y autoempleo). Y cuando este cambio de rumbo responde a un quiebre político, como sucedió en la emergencia de los “gobiernos progresistas” en el Cono sur y en el triunfo de Morena en 2018, de hecho tiene dos momentos: el primero es la social y políticamente insoslayable redistribución, destinada a reducir las carencias y la pobreza por ingresos, acción que tiene efectos inmediatos; el segundo es el de la inclusión productiva, orientada a generar empleo e incrementar los ingresos del trabajo (dependiente o por cuenta propia), ejercicio más moroso y amarrado al crecimiento económico.  

7 Las “revoluciones de bienestar” del Cono Sur, así lo hicieron: recuperaron rentas (petróleo, minería, agroexportación) y redistribuyeron el ingreso vía programas sociales. Pero los atrapó la depresión de 2009 y no les alcanzó el tiempo para cambiar de cauce sus economías, las que quedaron aprisionadas en un diseño primario exportador redistributivo (que algunos han llamado “modelo extractivista”). El momento caracterizado por la puesta en valor de recursos naturales como palanca de la inclusión social, no vale para México. Por un lado, porque nuestra economía es industrial y diversificada, aunque en gran medida subordinada y maquiladora, y por otro porque en lo global no nos tocó la bonanza -el viento de cola- sino la desaceleración secular -el viento en contra- (desaceleración que previsiblemente el COVID-19 transformará en recesión y quizá en una prolongada depresión).

8 En México no podemos ser “extractivistas” y redistribuir rentas, simplemente porque nuestra economía no es extractiva sino maquiladora. Entonces tenemos que crecer productivamente. Y esto supone aumentar una inversión que será mayormente privada pero cuyo disparador puede ser la hoy muy mermada inversión pública productiva, a la que en los últimos años se comió el gasto corriente. Mayor gasto público imposible sin una reforma fiscal progresiva. Al respecto algunos sostienen que los ricos no dejarán pasar mayores impuestos a la renta. Están equivocados; la burguesía ratonera se opondrá, claro, pero los capitales más avispados, que respaldaron las sustantivas alzas del salario mínimo porque entienden que la derrama salarial amplía el mercado interno, se allanarán también la inevitable alza en el impuesto sobre la renta, pues amplía la capacidad estatal de inversión en infraestructura, que a su vez abre espacios a la inversión privada y dinamiza la economía. Habrá jaloneo, claro, y más ahora que se nos viene una fuerte recesión, pero si algo está dejando claro la emergencia sanitaria es el papel protagónico del Estado en la superación de las crisis y esto vale también para las económicas.  

9 Es necesario orientar el gasto público e inducir la inversión privada al tipo de crecimiento que genera bienestar, lo que supone invertir las prioridades de los gobiernos neoliberales. Primero los pobres y no los ricos, lo que significa poner por delante el gasto social. Primero el trabajo y no el capital, lo que supone aumentos salariales directos y al salario indirecto a través del mejoramiento de los servicios. Primero el sur y no el norte, lo que se expresa en grandes proyectos estatales-privados-sociales como el Transístmico y el Tren Maya. Primero la agricultura y no la industria, lo que se traduce en programas como Sembrando Vida, Producción para el Bienestar, Precios de Garantía, Seguridad Alimentaria Mexicana, etc. Sabemos que no es lo uno o lo otro y que los pares anteriores no son excluyentes, pero priorizar es poner por delante lo que estaba postergado.

10 El énfasis de AMLO en los asuntos del campo se aprecia en que de las cien páginas del libro Hacia una economía moral que se ocupan de políticas públicas, veinte se refieren a lo rural, el doble de lo que se dedica juntos a la industria, la minería, Pemex y los megaproyectos. Acento en lo rústico contrastante con las opciones preferenciales de los liberales, para quienes el agro era marginal sino es que lastre y obstáculo, sobre todo la agricultura campesina y en general la producción agropecuaria orientada al mercado interno. Pero la recuperación del campo que propone AMLO es prioritaria y estratégica no solo por razones de soberanía alimentaria, también para reducir la pobreza que se ensaña con esos ámbitos, para restaurar el tejido social lacerado sino es que necrosado, para proteger los ecosistemas y agroecosistemas que las practicas agrícolas degradan o restauran, para preservar nuestra cultura que ahí tiene sus raíces, para restablecer la paz y la seguridad desde hace mucho perdidas y para recuperar la gobernabilidad en las zonas que hoy controla el narco y no el Estado. El campo es nuestro talón de Aquiles y reanimarlo es asunto de vida o muerte.

11 La mayor amenaza que pende sobre el agro mexicano -y sobre el país todo- es que se rompa la ya fracturada cadena generacional que le da continuidad a la vida campesina. Desapego, desafane y abandono de los jóvenes particularmente grave en el mundo rural porque lo campesino se transmite de padres a hijos y no se enseña en la escuela. Si una o dos generaciones desertan del curso secular de la vida rústica, será muy difícil sino imposible restablecerla. En Cuba la revolución apostó por la industria cañero azucarera estatizada marginando a los pequeños productores de alimentos y aunque desde hace más de veinte años cambió la orientación, no ha podido restablecer una economía campesina vigorosa. La Misión Agro-Venezuela impulsada por Chávez y que prolongaba la idea de “sembrar petróleo”, no ha funcionado, no por falta de ganas sino por falta de campesinos, pues muchos de los que había se fueron a las ciudades. Cuba y Venezuela tienen una brutal dependencia alimentaria que no han podido remontar, México aún esta a tiempo de evitar la descampesinización radical y lo que esto implica.

12 Salvar al campo es también atender una de las causas de la migración, pues el éxodo que viene del sur tiene una composición no exclusiva pero si mayormente campesina. Las ONGs, los académicos y la prensa se preocupan legítimamente por los derechos del que migra, pero más importante es reconocer el derecho a no tener que migrar compulsivamente, restaurando la esperanza de una vida segura y digna en las regiones de origen. El sur centroamericano y mexicano marcha a las ciudades, a los centros turísticos, a los campos agrícolas, a Estados Unidos… hay que desalentar la estampida no construyendo muros sino opciones que resulten esperanzadoras para migrantes que en su mayoría son jóvenes.

13 En Hacia una economía moral AMLO le da contenido a la llamada Cuarta Transformación, que a diferencia de las tres anteriores no es centralmente una separación sino una reunificación: la rearticulación virtuosa del Estado y la sociedad. Me explico: la lucha de los independentistas buscaba separar la colonia de la metrópoli y lo logró, la apuesta de la reforma era separar al Estado de la iglesia y lo consiguió, la revolución pretendía separar el poder político del económico y los separó en lo tocante a la vieja oligarquía, pero durante el siglo XX de nueva cuenta el poder económico puso a su servicio al poder político, de modo que otra vez hay que separarlos. Pero si no queremos que, como es su costumbre, los poderes fácticos vuelvan a adueñarse del poder político, será necesario construir una nueva relación Estado sociedad; una relación no corporativa ni clientelar pero estrecha y cotidiana; una relación que no bloquee el pluripartidismo pero evite la cooptación económica Y es que la única forma segura de quitarle permanentemente el poder a los ricos es que lo tomen los pobres.

14 Empecé afirmando, con AMLO, que hay que recuperar al Estado como gestor del desarrollo, acabaré diciendo que nada de fondo podrá hacerse sin una sociedad consciente, organizada, movilizada… que no tenemos. El presidente de la república sostiene, y con razón, que el viejo régimen pervirtió a las organizaciones gremiales y civiles; pero el envilecimiento no es universal y en todo caso solo pone en evidencia la necesidad y urgencia de reconstruir o construir organismos sociales dignos de tal nombre. Porque sin contrapartes sociales consistentes el gobierno se va de boca. Termino con un apotegma: La mayor riqueza de una sociedad es su organización autogestionaria. El peor pecado del viejo régimen fue haberla pervertido. El peor error del nuevo gobierno sería pensar que puede sacar adelante la Cuarta Transformación sin ella… 

NOTA

* Presentación del libro Hacia una economía moral, de Andrés Manuel López Obrador, leída el 18 de diciembre de 2019 en el Colegio Nacional.